Historia general de la medicina en Chile/Capítulo XXVI
El primer curso de Medicina
17 de Abril de 1833 á 6 de Junio de 1842
Al primer profesorado le tocó una ruda tarea.
Los doctores Guillermo Blest y Nataniel Cox,[1] importaron los adelantos y las novedades de las escuelas inglesas, que primaban en el mundo científico.
Nuestro compatriota, el Dr. Pedro Morán, fué el colaborador eficaz y constante del primer cuerpo docente, y su obra se destaca como ejemplo de laboriosidad, de perseverancia y patriotismo.
El profesor Adolfo Murillo, uno de nuestros más eruditos hombres de ciencia, y que poseía un amplio caudal de conocimientos históricos, fué quien levantó la figura del Dr. Morán en diversos escritos, conferencias, é informaciones particulares, sacándola del olvido y exponiendo la verdad de su obra y de su vida.
El catedrático de farmacia y de química orgánica, don José Vicente Bustillos, obrero infatigable de las ciencias naturales, formado por sí solo, es otra personalidad de nuestra Escuela cuyo nombre está vinculado á sus primeros triunfos.
En 1834, se incorporó el Dr. Lorenzo Sazie, poderoso talento, que brillaba en los centros de Francia siguiendo los nuevos rumbos de sólidas evoluciones y descubrimientos.
El Dr. Sazie, trajo á Chile una era nueva para la medicina.[2]
La influencia de sus doctrinas tuvo en nuestra Escuela Médica una avasalladora decisión pues á pesar de que los primeros maestros fueron ingleses, su escuela no constituyó alumnos después de la actuación de los profesores franceses. Los ingleses no dejaron huella en nuestra enseñanza; la alemania ha tenido preponderante influencia, sobre todo en los últimos tiempos en que sus escuelas han brillado en Europa.
En 1841, se incorporó como profesor de anatomía y fisiología, el célebre doctor Francisco Lafargue, médico de vuelo y literato elocuente que vino á dar nuevo tono científico al Instituto, donde sus lecciones fueron oídas entre los aplausos de los alumnos, y de hombres de letras y de ilustración que iban á oir la palabra fácil, fluida, expontánea y penetradora del to maestro que vaciaba su erudición francesa en los cerebros, sanos y ávidos de saber, de esta raza fuerte.
Tal es, en conjunto, la armónica agrupación que constituye el primer profesorado, que por una feliz coincidencia reúne al talento y amplia ilustración de unos, el criterio, el estudio y el alma intelectual de otros, formando el homojeneo conjunto que inculcó en las aulas de la medicina chilena el rumbo determinado que hoy sigue en el abierto mar del progreso.
Veamos los inconvenientes que tuvieron que vencer profesores y alumnos.
Sin gabinetes, sin biblioteca, sin los instrumentos necesarios, con dificultades para regularizar el servicio práctico en los hospitales, distanciados de los centros científicos europeos por difíciles é irregulares vías de comunicación y sin emolumentos suficientes, tuvieron que dar cima á sus tareas con enerjía y romana persistencia. Mas de una vez aquellas dificultades parecieron rémoras insalvables. A pesar de la buena voluntad del gobierno, no se podía exijir mayor protección porque sus arcas estaban exhaustas. La renta que se asignaba en los presupuestos era de 500 pesos para cada profesor, que tenía que sacrificar gran parte de su tiempo, recibiendo perjuicios, tanto sus clientelas como en sus medios de subsistencia. Sólo en 1840, se elevó á 800 pesos el honorario del doctor Sazie, como una pequeña indemnización por los perjuicios que le irrogaba el profesorado en vista de la numerosa clientela que asistía este facultativo; lo que no dejó de ser, para aquellos tiempos de crisis, un acto munificente del erario.
En 1822, se decretó como estímulo y honroso premio, el que los miembros docentes del Instituto, tendrían derecho de preferencia á la opción de puestos análogos, siempre que tuvieran seis años de ejercicio.
Las cátedras que se dictaban en las salas del Instituto, no prestaban las comodidades para un estudio práctico.
En 1839, con fecha 6 de Julio, se decretó que las clases se hiciesen en el hospital de San Juan de Dios, con lo que se consiguió un verdadero adelanto médico, pero, al mismo tiempo, se consagró una larga era de molestias y choques para el profesorado á causa de haberse consignado en dicho decreto el que los profesores y alumnos quedasen bajo la supervijilancia inmediata del administrador del hospital—que siempre ha sido un filantrópico vecino nombrado por la beneficencia—como delegado del rector del Instituto, para cuidar de las asistencias y del orden, debiendo dar cuenta, semanalmente, de su cometido.[3]
Sucedió que el excesivo celo de los administradores les llevó á una fiscalización exagerada que terminó por discordias y discusiones de prerogativas, hasta que el gobierno se vió obligado á suspender su primitivo acuerdo,—aunque solamente el 2 de Abril de 1852—entregando dicha supervijilancia al decano que debía velar por el orden y cumplimiento de los reglamentos, entendiéndose, directamente, con el delegado universitario. No obstante, los administradores, en uso de las atribuciones directivas de sus establecimientos, siguieron interviniendo en actos del propio réjimen científico ocasionando conflictos de atribuciones, como los hemos visto hasta en nuestros dias.
La relación de los inconvenientes que produjo la falta de un local apropiado para la escuela, llena páginas oscuras y lamentables que pesaron con fuerza sobre el cuerpo docente y la abnegada resignación de los alumnos.
La disección anatómica, fue el terror de los educandos.[5]
Dicho ejercicio practicado al aire libre, en un rincón del cementerio}, en pleno sol, «tostándose al verano» como decía Grajales en un informe, ó en medio de la humedad y del barro en invierno, sin más útiles que una navaja catalana, un martillo, un escoplo y un serrucho; los cadáveres putrefactos expuestos á la intemperie por varios dias, y que por escasos había que utilizarlos por completo, además de la omisión de prácticas asépticas, y de la antisepsia que entonces era desconocida, todo contribuyó á hacer insoportables los trabajos anatómicos y quirúrgicos, convirtiendo en sacrificados á los pobres estudiantes.
De la primera clase particular de Morán, que inició en 1827, murieron dos de sus tres alumnos, en el tercer año de su aprendizaje. En el primer curso público de anatomía, hubo otras dos víctimas y dos quedaron valetudinarios. En las clases siguientes, hasta el curso que terminó en 1860, siempre hubo que lamentar pérdidas irreparables.
Los jóvenes alumnos Abello, Mesías, Salmón y Juan Cruz Carmona, fundadores de la Escuela, fueron los primeros holocaustos caídos en aras de la humanitaria profesión, como irónico y cruento diezmo tanto más injusto y sensible, cuando los occisos, intelijentes, contraídos, queridos de sus maestros, eran hermosas esperanzas de la ciencia y de la patria.[6]
El 17 de Septiembre de 1833, se dió un gran paso en los estudios anatómicos, inaugurándose en el patio del hospital de San Juan de Dios, el primer anfiteatro, construido bajo la dirección del profesor Morán y del laborioso administrador Diego Antonio Barros. Este local, observado como inconveniente, fue aceptado, por la poderosa razón de escacez de fondos, sirviendo para las primeras clases. Años más tarde, el anfiteatro se trasladó á la «Escuela Práctica de Medicina», situada en la calle de San Francisco, á los pies del edificio del hospital de San Juan de Dios, para establecerse, después, definitivamente, en la suntuosa casa, inaugurada explendorosamente en 1890 por el Presidente Balmaceda, y el Ministro de Instrucción
Pública Julio Bañados Espinosa, y su inmediato antecesor el Dr. Federico Puga Borne que había dado término á la realización de tan importante obra.
En aquel primitivo local, si ganaron las condiciones higiénicas y algún desahogo para practicar las disecciones, no mejoraron en tanto, como era de exijencia científica, las necesidades propias de los anfiteatros de disección, donde continuaron los alumnos aguzando su injenio y paciencia para ejecutar sus trabajos, aunque con superiores comodidades—lo que siquiera era algo—que en su anfiteatro de tumbas en el antiguo cementerio, ó á las que tuvieron los médicos del Rimac, cuando en 1801 colgaron de un naranjo al virrey O'Higgins, escudriñando las causas de su muerte.
En los archivos universitarios hay numerosas notas que comprueban las exigencias del profesorado, pidiendo instrumentos y aparatos para sus laboratorios, los que se satisfacían á medias, por escacez de dinero.
Con todo, y esto honra vivamente á sus actores, los primeros meses del estudio de la anatomía, dieron un satisfactorio resultado, según se lee en el discurso de apertura del anfiteatro, pronunciado por el profesor Morán, el día 17 de Septiembre de 1833:[7]
«Principiaron las lecciones de ambos cursos bajo los sistemas más dignos de las luces del siglo. Para el anatómico, puesto bajo mis débiles luces, tomé por tipo á los profesores Chaussier, Bichat i Maigrier, i aunque es innegable que la anatomía ha llegado á mayor grado de perfección, á costa de incesantes trabajos, sin embargo, no han conseguido aún, las escuelas, fijar los métodos de enseñanza. Así es que para facilitar el mejor aprovechamiento de mis alumnos me he visto en la necesidad de emprender tareas, casi superiores á mis fuerzas, á fin de compilar los más escojidos preceptos. Fijados estos, estudiaron la osteología, ó historia de los huesos, recibiendo á un mismo tiempo conocimientos especulativos i prácticos sobre un esqueleto humano. Muy pronto, con inspirada novedad debido á la aplicación de mis discípulos, se tocó en la materia de cartílagos, ligamentos, periostio, sinovia, etc, conocida con la denominación de conexión de los huesos, i se practicaron disecciones de cadáveres para conocer estas organizaciones, ejercitándose primero como discípulos i mostrándose después como maestros.»
En este mismo discurso, se hallan estas palabras con respecto al Dr. Blest.
«En el semestre corrido, ha dictado i explicado á satisfacción con manifiesto aprovechamiento de sus discípulos, los ramos de nosografía, ó momenclatura descriptiva de las enfermedades; el de etiología, ó sus causas, i el de semeiótica ó sus signos, clasificando, dividiendo i subdividiendo las enfermedades del modo mas exacto i conveniente, tanto á la salud pública como á la utilidad de los estudios.»
«Considerando que la obstetricia, uno de los ramos más interesantes de la cirugía, se halla en Chile abandonada á mujeres de baja estracción que, ignorantes de sus primeros elementos no solo son incapaces de prestar auxilios del acto, sino que aún ocasionan por su torpeza innumerables desgracias, i deseando renovar estos inconvenientes que tanto se oponen al aumento de la población i á la felicidad de las familias», el presidente Prieto y el ministro Tocornal, decretaron con fecha 16 de Julio de 1834, la creación de una escuela obstétrica, destinada á las mujeres decentes jóvenes, robustas, bien constituidas, que supieran leer y escribir, y que desearan dedicarse á ese estudio, abonándoseles dos reales diarios durante todo el tiempo de su aprendizaje.
El Dr. Sazie, fué el director de esta escuela.
Los bienes que produjo, fueron incalculables tanto para nuestro pueblo como para la cultura del país.
El eminente profesor francés consagró á esta tarea una laudable injerencia.
No obstante su obra brillante, su enseñanza fecunda, hay que estudiarla desde el 8 de Mayo de 1835, el día de la inauguración de la clase de cirugía y de clínica obstétrica, en la Casa de Huérfanos, con 18 alumnos.
Ante una numerosa y selecta concurrencia, ávida de escucharle, preconocida en su favor, é impresionada por sus triunfos, cuyos ecos habían llegado á nuestras playas, el profesor Sazie, agradecido y emocionado, después de algunas palabras de cumplimiento á su auditorio, pronunció el discurso inaugural de su cátedra, del cual hemos tomado los puntos siguientes:
«Al principiar este curso, necesito expresaros desde luego la satisfacción que experimento en verme asociado á los nobles trabajos de los profesores que desempeñan, en Chile, la enseñanza de varios ramos de conocimientos.
Este destino, es muy lisongero sin duda si se considera la importantancia i la utilidad de los estudios que vamos á principiar.
Si las ciencias i las artes, en general, se recomiendan á la admiración i agradecimiento de los hombres, porque, después de haberlas arrancado del estado salvaje, las empuja hacia un estado más perfecto y más feliz, por su parte, la obstetricia, que preside á la reproducción de la especie humana, se halla en el número de las más merecedoras. Ella toma al hombre en las puertas de la vida, aleja de él los peligros que le rodean al pasarlas, i le proteje todavía, en la aurora de sus días, contra el funesto influjo de los ajentes exteriores i de las muchas enfermedades que amenazan su débil existencia. Ya debeis comprender, cuantos bienes puede producir un curso de obstetricia en este país; i me permitiréis felicitarme de poder ser útil, por mi celo, en ayudar á vuestros progresos, i en cooperar de este modo á las miras benéficas del gobierno ilustrado i liberal que lo ha fundado.
Por vuestra parte, señores, así lo espero, haréis mi tarea mucho más fácil con vuestras felices disposiciones, i hallareis nobles motivos de emulación en la esperanza de poder, algún día, prestar á la humanidad, eminentes servicios, i en la consideración con que os rodearán, vuestros conciudadanos, en un país en que las preocupaciones van desapareciendo cada día ante las luces de la civilización, en un país en que, por un progreso notable en las ideas, se va concediendo la estimación á los hombres, en razón del saber i verdadero mérito que poseen, i del bien que puedan hacer.»
A continuación expone el programa de sus lecciones, y presenta un resúmen histórico del arte, objeto de su curso.
Termina su alocución con estas palabras:
«Elevándoos á la altura de vuestro arte, lejos de creer que nuestro carácter médico necesita de indulgencia en el público, sabréis que las luces que habréis adquirido, y los servicios que sereis capaces de prestar, os darán el derecho de contaros en el número de los hombres más útiles i recomendables del Estado.»[8]
La clínica del profesor Sazie fué una clase interesante en su forma y en su fondo; en ella se hicieron las primeras versiones, aplicaciones del especulum y del forceps y los tratamientos más modernos de la escuela francesa.
Las primeras lecciones de patología y clínica internas, fueron dictadas por Blest, según las doctrinas de Cullen y las teorías más modernas de las escuelas inglesas.
En patología y clínica quirúrgicas, Cox, en su enseñanza privada, anterior á 1833, se inspiraba en Currey y Cooper.
En anatomía y fisiología, Morán seguía á Chaussier, Bichat y Maigrier.
En farmacia y química, Bustillos inició las clases con Thénard, dando en seguida lecciones propias, basadas en la clasificación de Liebig, y que sirvieron para la confección de sus textos que por muchos años fueron oficialmente aceptados para dichos ramos.
La asignatura especial de botánica y zoología, no se implantó, como se había deseado, á causa de la economía, por lo cual hubo de dejarse sin efecto el contrato ad referendum celebrado en Paris, entre el ministro Juan Egaña y el sabio naturalista Dr. Lagasca.
Pin cirugía y obstetricia, se leía á Velpean y Cazeau, pero se atendía á las lecciones orales de Sazie.[9]
En la segunda clase de anatomía y fisiología se servían los alumnos del manual de Lauth para las disecciones, apuntando, en general, los discursos sobre fisiología del célebre maestro broussista, el Dr. Lafargue.
En las escasas librerías y pequeñas bibliotecas privadas, antes de 1833, se podían obtener como libros de consulta, á los autores siguientes: Bayle, Lacaba, López y Bennais. Bonnetke y Winslow, en anatomía y fisiología; Bejin, Roche-Sanson, Richerand, Chomel, Haller, Boherave, Bell, Cannibal y Navar, en patologías y clínicas.
Con motivo de la inauguración de la escuela médica, las librerías encargaron á Europa mayor número de obras científicas, pudiéndose encontrar con mayores ventajas desde mediados de 1833, los autores siguientes, que consignamos como un recuerdo de nuestro primer período científico:
Portal, Historia de la Anatomía; Larrey, Amputaciones y Cirugía Militar; Lacroix, Anatomía y Fisiología; Cuvier, Osteología; Broussais, Fisiología; Rhousseau, Anatomía Dentaria; Gall, Anatomía y Fisiología; Haller, Medicina Práctica y Botánica; Magendie, Formulario de Medicina; Ratier, Formulario de Hospitales; Tiedman, Fisiología y Patología de la digestión; Zimmerman, Arte de Curar; Lagneau, Enfermedades sifilíticas; Loersten, Nutrición del feto y La Talla; Soemmering, De Corporis humanis fabrica; Swediaus, Medicinæ rationalis; Morgani, De Sedibus et causis morborum; y Monfalcon, Bibliografía Médica.
Además se ofrecía á los médicos y alumnos la suscripción al Anuario Médico Quirúrgico, de Paris.
Para facilitar la amplitud de los conocimientos, y emular al mismo tiempo á los educandos, el gobierno acostumbraba á dar como premios, á fin de cada año escolar, los textos más apropiados y nuevos sobre las respectivas materias.
Esta acertada medida tuvo gran éxito en aquel tiempo en que era onerosa la obtención de buenos libros.
Cayendo y levantando, como en larga vía crucis, seguía el primitivo curso su peregrinación escolar.
El 29 de Abril de 1834, se nombró profesor ayudante de anatomía al alumno Martin Abello, en reemplazo del propietario que se hallaba enfermo. Este aventajado joven desempeñó con admiración su puesto sólo durante pocos meses, pues falleció el 2 de Noviembre de aquel mismo año, víctima de la tuberculosis, contraída en el ejercicio de sus rudas tareas.
En 1840, durante la última enfermedad que llevó al sepulcro al Dr. Morán, lo reemplazó en sus clases, su hijo Bartolomé, hasta la oposición pública de dicha cátedra efectuada el 7 de Mayo de 1841, por Lafargue, y cuyos interesantísimos detalles, así como los principales razgos de su vida docente, los hemos consignado en la sección destinado á su biografía.
Prosiguiendo en el mejoramiento de la educación médica, el gobierno declaró, por resolución de 23 de Marzo de 1836, que desde esa fecha en adelante, sólo tendrían opción á las seis becas, que se habían destinado á los estudiantes de medicina, por decreto supremo de 22 de Febrero de 1833, los jóvenes que acreditasen haber estudiado humanidades, de acuerdo con los reglamentos del Instituto.
La lectura de los documentos oficiales de aquel periodo, dejan la persuación de que realmente el gobierno se preocupaba de la instrucción pública, en sus secciones secundaria y superior, consiguiendo despertar el gusto por los estudios, á fuerza de emulación y facilidades escolares.
Los rectores del Instituto y de la Universidad, y los ministros del Interior y de Instrucción Pública, han dejado, en sus memorias anuales, una ruta luminosa para rehacer la historia de la enseñanza general del país.
Por lo que hace á nuestro respecto, serían numerosas las páginas que tendriamos que llenar si entrásemos á los pormenores de estos amplios detalles. En esta virtud y para evitar ser difusos, hemos preferido solamente señalar cual ha sido el lato cometido de los dirijentes, y especializarnos sólo en aquellos puntos mas primordiales para delinear aquella fisonomía intelectual.
Así es, como estudiando el decenio que ocupa este capítulo, encontramos con fecha 6 de Junio de 1839, en un informe del rector Manuel Montt, estas palabras:
«Forma, realmente, un contraste notable,—en medio del adelanto intelectual del país—el corto número de alumnos que frecuentan las clases de medicina á pesar de los constantes esfuerzos del gobierno para promover la afición de la juventud á estas ciencias que son tan útiles al país como á los individuos que las cultivan.
Añejas preocupaciones, y quizás algunos entorpecimientos que se han experimentado en la serie de cursos, y que eran consiguientes en la primera implantación de su enseñanza, han retraído á los jóvenes á seguir una carrera que por su importancia no tardará en ocupar un lugar distinguido.»
El 17 de Abril de 1839, las letras y las ciencias recibieron un estímulo poderoso.
El supremo gobierno decretó la caducidad de la Universidad de San Felipe, que era un centro conservador y sin motivo del vetusto réjimen, creando al mismo tiempo la Universidad del Estado que tanto debía florecer más tarde.
He aquí la resolución del gobierno:
«Santiago, 17 de Abril de 1839,
He acordado y decreto:
1.° Queda extinguido desde hoy el establecimiento literario conocido con el nombre de Universidad de San Felipe.
2.° Se establece en su lugar una casa de estudios generales que se denominará Universidad de Chile.
3.° Este establecimiento se situará en el nuevo edificio construido con este objeto.
4.° Se trasladarán igualmente á este edificio, la Biblioteca y Museo Nacional, el gabinete de Historia Natural, la Academia de Jurisprudencia i los demas establecimientos literarios que existen en la capital.
5.° Interín se establece la Superintendencia de Educación Pública, se dicta el Plan General de Educación Nacional i se publican las ordenanzas de la Universidad de Chile, ejercerá las funciones de rector de ésta, el que lo es actualmente de la Universidad de San Felipe i se continuarán confiriendo los grados literarios i tendrán lugar las pruebas literarias, con arreglo al plan de estudios del Instituto Nacional i Constitución de la Universidad de San Felipe; y
6.° Se trasladarán, inmediatamente, al nuevo edificio, el Archivo i muebles de la Universidad de San Felipe, i su rector hará entrega personal del edificio antiguo al Intendente de la provincia de Santiago.
Publíquese i comuniquese.—Prieto.—Mariano de Egaña.»
Con motivo de tan importante acuerdo, se notó desde los primeros momentos una general reacción en la instrucción nacional, aunque sus bienes palpables no comenzasen sino en 1843, cuando inició sus tareas, á la cabeza del adelanto literario y científico, la nueva Universidad de Chile.
Con todo, este acto de resurjimiento intelectual fue benéfico y de trascendencia para la juventud estudiosa.
En el curso de medicina que tantos obstáculos sobrellevaba aún, se esforzó la acción de maestros y alumnos para darle término, honrosamente. Las enfermedades y ausencias temporales de la ciudad de algunos profesores sin que se les hubiese nombrado reemplazantes habían demorado é interrumpido la continuación normal de las clases.
El excesivo trabajo profesional y las muchas horas que les quitaba la Escuela, obligaron, primero al Dr. Blest, á presentar su renuncia de profesor, en nota á don Manuel Montt de fecha 9 de Febrero de 1838, y después al Dr. Sazie, en 1839, siendo reemplazados en sus clases, privadamente, por el Dr, Morán mientras duró la ausencia de estos profesores. Después de algunas reglamentaciones internas de la Escuela y después de que el Gobierno hubo aumentado el honorario á 800 pesos, al profesor de cirugía, tal como se le pagaba al Dr. Blest, se restablecieron las antiguas tareas escolares.
En 10 de Julio de 1841, el rector del Instituto contestaba en los siguientes términos á una nota interrogativa del Gobierno:
«1.° Que son solo cuatro los que estudian medicina y cirujía, enseñados al mismo tiempo por los señores Blest y Sazie.
2.° Estos señores dicen que concluirán dentro de tres meses.
3.° Tambien dicen que dan tres lecciones a la semana, empleando en cada leccion dos horas, y no debe empezarse curso todos los años, sino de dos en dos, a no ser que se duplique el número de los catedráticos.
El señor catedrático Lafargue, entre alumnos y oyentes, cuenta trece discípulos, de modo que el total de los cursantes es diez y siete, en este número no entran los cinco discípulos del difunto Morán, que, aunque examinados y aprobados, se hallan sin catedrático. Talvez lo conseguirán dentro de tres meses o cuando el gobierno lo hallare por conveniente.
Dios guarde a Ud.—Francisco Puente.»
Siendo ministro don Manuel Montt, en 1842, activó la terminación de lás clases y pasó varias notas al rector investigando el estado de los estudios y la asistencia de los profesores principalmente del Dr. Sazie.
A un informe, pedido por el mismo ministro, en 19 de Abril de 1842, el rector Puente responde así:
«Santiago, 23 de abril de 1842.
Señor: Los estudiantes de la clase superior del Señor Blest no necesitan de la asistencia de este catedrático, pues, por una especie de decencia los está entreteniendo con cualquier cosa dando lugar a que concluya el Señor Sazie.
Este señor parece haber concluido también, según informe del señor Blest y de los estudiantes; pero empeñado aquél en que se han de graduar en medicina, los detiene en los mismos ramos de que ya han dado exámen, a pesar de la oposicion que le ha hecho el señor Blest, sin que este haya conseguido nada. Es cuanto puedo informar sobre la materia.»
El rector Antonio Varas en 1844 se quejaba de varias irregularidades y atrasos de la Escuela Médica, de la falta de cumplimiento de los estatutos orgánicos, de que las clases se traspasasen con exceso del número de años señalados á su duración, lo que, indudablemente, acarrearía el desaliento para los educandos, y la retracción para los que deseasen abrazar dicha carrera.
Para informar al ministerio del ramo, sobre el estado de los cursos, pidió datos, el rector don Francisco Puente, al administrador Barros del hospital de San Juan de Dios procediendo de aquí los documentos de los doctores Blest y Sazie que atestiguan el estado de los estudios en 1843, poco después de terminar el primer curso, y que van en la nota adjunta.[10]
Para completar nuestro juicio reservemos una mirada para los jóvenes alumnos, buscando la caracterización de su obra.
Ellos se unieron para formar la primera lejión que empezó triunfando moralmente, para seguir, dia por dia, luchando, cayendo, dejando jirones queridos en el camino, pero avanzando siempre como bravos soldados hasta llegar, victoriosamente, á las últimas trincheras.
Los sufrimientos y contrariedades no pudieron abatirlos, y siempre se les ve marchar unidos, resignados, abrumados por desalientos, pero firmes y constantes:
Hicieron cuanto les fue dado para aliviar la tarea de sus maestros.
El compañerismo y la fraternidad fue la enseña para ellos.
Mantuvieron noblemente aquel espíritu altivo que debe caracterizar á las colectividades científicas, para que sus vínculos, como dice el conde de Buffon, sean cual anillos de la cadena del saber que no se quebran, ni con las adversidades ni con el tiempo.
Para dar una idea de la unión y del concepto de dignidad que mantenían respecto á su posición escolar, estamparemos la viva protesta con que se levantaron, en 1835, al considerarse ofendidos por un manifiesto público del doctor Indelicato, en el cual tratándose de vindicar de groseras calumnias vertidas en su contra, (se aseguraba que había sido infamado en Europa por mano de verdugo) tuvo el poco criterio de atacar las instituciones médicas y la delicadeza de los alumnos. Llamado por el Protomédico, para que por honra profesional desvirtuase las graves inculpaciones que se le hacían presentó pruebas del consulado francés que levantaban la calumnia, escrita desde Córdoba por un doctor Francisco Martinez, quizás para satisfacer una venganza personal. El mismo ofendido elevó una curiosa solicitud al Protomedicato para que sus miembros Blest, Cox y Morán le hiciesen un examen de su cuerpo y expidiesen un informe médico-legal, para acallar el escándalo que había tomado proporciones. A pesar de su vindicación tuvo Indelicato que abandonar el país, debido á la falsa posición en que le había colocado tan infame como ridículo ultraje.
El siguiente documento, al cual hay que darle todo el sabor de la época y de las circunstancias, forma por sí solo un cuadro característico que delinea el espíritu y el honor de los pundonorosos alumnos:
De los alumnos de la Escuela de Medicina del Instituto Nacional, dirijido á sostener su crédito i reputación profesional, injustamente ofendidos en el escrito que acaba de publicar el Dr. José Indelicato, bajo el titulo de: «Relación de una horrorosa calumnia:»[11]
La murmuración malediciente es semejante á aquellos meteoros aciagos, que donde quiera que aparezcan ocasionan tempestades i ofenden indistintamente. El Dr. Indelicato con el disfraz de justificarse de una calumnia, ha estaippado en un papel invectivas injuriosas i denigrantes contra la medicina de Chile, disponiendo al mismo tiempo que estos circulen por el mundo á la par de las personalidades escandalosas, con que también ha dado un mal ejemplo á las buenas costumbres.
Ha dicho con desprecio, que Chile no puede aspirar ninguna clase de adelantamientos de la escuela de medicina, creada i establecida por el Supremo Gobierno; que que los alumnos perderán el tiempo, como le parece ha sucedido hasta ahora, i en fin, tiene la presunción é imprudencia de aconsejar la abolición total de un plantel en que talvez se han fijado las mejores esperanzas.
Prescindimos de entrar en contestaciones, nos creemos solamente en la obligación de vindicarnos ante el público i el Supremo gobierno, bajo cuyos auspicios emprendimos nuestros estudios, exigiendo al Sr. Indelicato la satisfacción correspondiente á la naturaleza del agravio.
Le provocamos á tener un acto público de anatomía general que deba verificarse en forma de oposición entre el dicho doctor, i cualquiera de los alumnos.
Allí se verá si nos hemos limitado á copiar secamente, como se dice, los elementos anatómicos de Maigrier, i se conocerá cual es el saber de que presume.
Dejamos á su arbitrio determinar el lugar día i hora que más le acomoden, á fin de que no vuelva á salir con la disculpa vergonzosa de que como médico viejo se halla olvidado de las reglas del arte. Si alguna vez lo ha aprendido, bien deberá ser suficiente un mes para recordarlo, i poder dar así una prueba perentoria de lo que se ha atrevido á propalar. Pero en el caso de negarse á esto, haremos que la presente provocación i su cobardía le sigan á todas partes, por haberse hecho el héroe de esta pintura de Horacio:
..............................Al envidioso
Las carnes come el bienestar ajeno;
Y no inventaron Sículos tiranos
Mayor que el de la envidia otro tormento.
Pesará tarde ó pronto al iracundo
Haber cedido á un arrebato ciego,
Y querido saciar con violencia
Odios que nunca se hallan satisfechos.
(Epist. 2.ª)
Santiago, Abril 25 de 1835.—Los alumnos de la Escuela de Medicina.
El primer curso de medicina, iniciado el 17 de Abril de 1833, terminó el 6 de Junio de 1842.
La expresiva y lacónica nota que sigue, del rector del Instituto, dá feliz testimonio del resultado de los exámenes:
«Santiago, junio 7 de 1842.
Ayer lúnes asistí a los exámenes de medicina y cirujia, de los que salieron aprobados unánimemente don Javier Tocornal, don Luis Ballester, don Francisco Rodríguez, y don Juan Mackenna, y aunque estuvieron sumamente largos, por lo muy bien que lo hicieron, me parecieron en estremo cortos.—Francisco Puente.—Al señor Ministro de Estado en el departamento de Justicia.»
Terminaron pues, sus largos estudios, en dicho día, los jóvenes: Ballester, Mackenna, Rodríguez, y Tocornal.
Los demás habían interrumpido su carrera, víctimas del estudio, imposibilitados por grave enfermedad, ó habían caído al sepulcro, tronchados en la plenitud de la vida.
Los jóvenes alumnos Abello, Mesías, Salmón, y Juan Cruz Carmona, fueron llorados por sus compañeros y por la sociedad toda, venerándose sus nombres con cariño y respeto.
Los que habían triunfado, fueron objeto de las más ardientes manifestaciones que les tributó el gobierno y el pais, premiando su constencia y sus esfuerzos, que les hacía acreedores al aplauso y admiración de sus conciudadanos.
Sus maestros, el rector del Instituto, y los alumnos de los otros cursos superiores les prodigaron elojios especiales y merecidos festejos.
La prensa por su parte, engalanó sus columnas de honor para felicitar á los primeros doctores de la patria.
El Semanario de Santiago del 28 de Julio de 1842, publicó el siguiente artículo:
Médicos Chilenos.—Los alumnos fundadores de tan benéfico plantel—el instituto de ciencias médicas—al cabo de diez años del estudio más asiduo, de la dedicación más infatigable y de una constancia que excede á todo elojio, superando cuantas dificultades é interrupciones los han contrariado, han rendido su último exámen práctico con el mayor lucimiento y satisfacción, i aprobación del rector del Instituto Nacional, de los profesores de la facultad i de varias personalidades respetables que los presenciaron; debiendo notarse entre el examen de nuestros alumnos i el que se acostumbra con los extrangeros, una diferencia que encarece de todo punto la versación i maestría de nuestros jóvenes compatriotas, pues que aquellos previo el reconocimiento de algún enfermo en el hospital que se les propone, se les da 24 horas de término para que diserten sobre la enfermedad mientras que á los examinandos chilenos se les designó tan solo 5 minutos para hacer dicho reconocimiento, é improvisar, digámoslo así su disertación, que pareció á los intelijentes tan razonable i bien fundada como las diversas operaciones quirúrgicas que, á elección de los examinadores, ejecutaron diestramente.
La notoria y sostenida estudiosidad de estos alumnos, hoy profesores de medicina, unida á su práctica incesante en ambos hospitales, durante 10 años de su aprendizaje, no menos docto que prolijo, su bien acreditada capacidad, tanto en sus clases respectivas, cuanto en varias curaciones difíciles, en que ya se han ensayado con el mejor éxito, i las conocidas virtudes médicas que distinguen los nombres de Ballester, Tocornal, Rodríguez i Mackenna, al mismo tiempo que hacen su mas justo elojio, congratulan á sus conciudadanos por el lisongero porvenir de la medicina en Chile.
Bastantes conocedores, por otra parte, de su propio clima, de sus particulares influencias, de las constituciones i enfermedades reinantes en el país i vinculados en él hacia sus compatriotas por la cordial simpatía de nacionalidad, nada dejan que desear para que merezcan especialmente la aceptación i la confianza pública; así será mejor atendida la salud pública cuanto sea mayor el número de sus fieles é idóneos ministros; así, distribuidos luego en nuestras provincias, arrancarán á los curanderos ex-abrupto, por no decir asesinos, las muchas víctimas que tan bárbara como impunemente sacrifican; así, la ciencia más importante de la vida ocupará en Chile el lugar eminente en que se considera por todos los hombres i pueblos cultos; así, bien cimentada, habrá un protomedicato—exento de los graves i perjudiciales abusos que se han tolerado—compuesto de miembros científicos sin funestas prevenciones de nacionalidad, i presidido por la superioridad del saber i por la contracción de su ministerio; i así, en fin, dignificada la profesión de la medicina en el noble puesto que le corresponde, hará desaparecer los pergaminos nobiliarios que temen empañar una página de su libro de oro con la inscripción de un nombre médico.
No nos es posible concluir este breve artículo sin tributar aquí un homenaje á la memoria del distinguido filántropo don Pedro Morán que tantos esfuerzos prestó á nuestra escuela médica, i mui especialmente á los distinguidos profesores don Guillermo Blest i don Lorenzo Sazie por sus importantes servicios en la enseñanza de la medicina, cuyo plantel han formado en el país.
Los chilenos reconocerán siempre, en ello, un título especial á la consideración i aprecio á que dichos médicos son tan acreedores.
- ↑ El Dr. Nataniel Cox fué profesor de cirugía pero en el carácter de miembro del protomedicato y no del Instituto ó universitario; así, tuvo varios alumnos privados como los Srs. Morán, Abello, Mesías y otros. En este mismo carácter fueron examinadores de medicina y farmacia, respectivamente, el Dr. Camilo Marquisio y el Dr. Francisso Fernández.
- ↑ En el «Archivo General del Gobierno»—Tomo I de la «Correspondencia de la Legación de Francia é Inglaterra» se encuentra el contrato original celebrado en la corte de Paris el 23 de Noviembre de 1833, entre el Encargado de Negocios de Chile, ante las cortes de Europa, don José Miguel de la Barra López y don Lorenzo Sazie.
Por decreto de 28 de Junio de 1834, se dice que habiéndose aprobado con fecha 24 del mismo mes y año el referido contrato se manda pagar al Dr. Sazie la suma de $ 500 anuales á contar desde el 14 de Mayo de 1834.—Firman el presidente Prieto y el ministro Tocornal.
- ↑ He aquí el decreto aludido:
Santiago, julio 6 de 1839.
Art. 1.° Las cátedras de ciencias médicas del Instituto Nacionel darán sus lecciones en el hospital de San Juan de Dios en las salas que se ha mandado al administrador de este establecimiento prepare al efecto.
Art. 2.° Las lecciones se darán en la misma forma, dias y horas en que se daban en el Instituto, conforme a su plan de estudios.
Art. 3.° Aunque consultando el mayor adelantamiento de los cursantes haya sido necesario trasladar los cursos a otro local, el rector del Instituto, conservará sin embargo, la autoridad, dirección e inspección que le corresponde sobre los profesores y alumnos y sobre todo lo relativo a la economia y arreglo del servicio de estas cátedras, doblará su vijilancia para que éste se verifique con la exactitud debida, valiéndose para ello de los medios que le dictare su celo.
Art. 4.° El administrador del hospital cuidará especialmente de la asistencia de los profesores y de la conducta de los alumnos, como delegado en esta parte del rector del Instituto Nacional, dando cuenta semanalmente de las faltas que apuntare y de cuanto hubiese notado digno de noticia.—Prieto.—Egaña.
- ↑ Apuntes para la historia de la enseñanza médica en Chile—Memoria leída por don Miguel J. Semir en su incorporación á la facultad de Medicina, en Junio de 1860.—A. U. 19 pajs.
- ↑ «Es preciso, decía el Dr. Semir, [4] abnegación de sí mismo, un instinto particular, si se quiere, para el estudio de estas ciencias, ó una inspiración divina que lo condujese á ellas, para no perder el gusto y odiarlo por demas; cuando uno se presentaba por primera vez á presenciar el asqueroso cuadro del anfiteatro, y el destrozo de los miembros humanos, cuya putridez se hallaba encerrada en el mal cuarto en que se verificaba la disección, sin aire que lo ventilase, sin agua, ni paños con que asearse, sin un vestuario a propósito para cubrir el cuerpo de los alumnos, y sin ninguna regla higiénica que los precaviese de los funestos estragos de la putrefacción y los contajios. De aquí resultó que cada curso daba sus víctimas casi por mitad, pues en el primero de Morán, en que solo había tres alumnos, murieron dos en el tercer año de su carrera; en el segundo que hubo seis, murieron otros dos, y dos se hicieron valetudinarios; en el tercero que hubo cinco, murió uno; en el cuarto murió otro, y así sucesivamente. Solo en los dos últimos cursos no ha habido víctimas, y esto es debido, sin duda, á las pequeñas mejoras que se han hecho, y al nombramiento de un disector, verificado el año de 1853 para la clase de Anatomía, pues hasta entonces el profesor con ayuda de los alumnos lo hacía todo, y este trabajo no pudo menos que casi hacer morir al profesor Padin, como murieron varios de los alumnos de sus cursos que lo acompañaron en estos trabajos.»
- ↑ En El Mercurio de Valparaíso, de Mayo 10 de 1837, se publicó el homenaje póstumo que los alumnos de medicina y del Instituto Nacional hacían á su compañero Cruz Carmona, del cual hemos tomado las siguientes palabras:
«...consagrado de algún tiempo á esta parte á este penoso é interesante estudio con una aplicación extremada, llegó en breve á granjearse un lugar sobresaliente entre sus condiscípulos. Infatigable en el trabajo, ansioso de cuanto pudiera adelantar en su carrera, prometió ser el consuelo de la humanidad aflijida, i un individuo que daría á Chile mayor brillo en su profesión; pero ha fallecido víctima de este mismo empeño de ilustrarse, i sus amigos que ven desvanecerse las esperanzas que de él se habían concebido, le consagran este sencillo i último tributo de amistad i de dolor.»
En el periódico «El Araucano» de 21 de Mayo de 1841, hemos encontrado otro artículo necrológico, del cual tomamos los siguientes párrafos:
«El estudiante de medicina don Enrique Salmón, dotado de un entendimiento perspicaz, de una estudiosidad infatigable i de aquella modestia que huye toda afectación, no menos íntegro que circunspecto i generoso á la par que humano, hubiera sido ciertamente el médico de nuestro suelo, si una temprana muerte no cortara por desgracia el estambre precioso de su vida, en vísperas de obtener su diploma. Su ardiente deseo de corresponder á las miras del Gobierno, en el estudio de las ciencias médicas, i el de ser útil á sus conciudadanos, desarrolló en el benemérito jóven tal precocidad en el conocimiento de las enfermedades i medios curativos, i tal destreza en las operaciones quirúrgicas que optando al único premio que dió el Instituto Nacional en el primer curso, i acreditado por la especial recomendación de sus catedráticos, granjeóse una reputación que, realizada por su corazón filantrópico i sus bellos modales, le hacían estimar de cuantos le hablaban.
Ah! cuantos desvelos malogrados!
Parece que en el estudio de la medicina, en este árbol de salud para Chile, hay una especie de fatalidad que destruye en flor sus mejores frutos, arrebatando los alumnos sobresalientes de ese plantel que hace tanto honor á la filantropía é ilustración del Gobierno.
Temeríamos que los nombres de Abello, de Mesías i Carmona se presenten acaso á sus jóvenes compañeros como un aciago presajío, si no tuviesen ellos, en los conocimientos que cultivaron, el mejor preservativo contra esta aprensión supersticiosa.»
- ↑ Discurso pronunciado en la apertura del anfiteatro de Anatomía el 17 de Septiembre de 1833, por el Dr. Pedro Morán—Santiago. «El Araucano».
- ↑ Discurso de apertura de la cátedra de obstetricia i cirugía, pronunciado el 8 de Mayo de 1835—por el Dr. Lorenzo Sazie—Santiago.—«El Araucano.»
- ↑ En 1827, acabada de publicar, se recibió en Chile la obra de Madame Fessel, de la Maternidad de Lima, intitulada: Curso elemental de Partos, dedicada á Santa Rosa de Lima.
- ↑ «Señor don Diego Antonio Barros.
Santiago, Febrero 13 de 1843.
Cumpliendo con la indicación que Vd. se ha servido hacerme esta mañana tocante al estado de las clases de ciencias médicas á mi cargo, tengo el gusto de informarle que los alumnos de dicha clase están muy adelantados en el estudio de los ramos á que son dedicados, que la asistencia de ellos á la clase es muy exacta; y que por los deseos y empeños que ellos manifiestan en adquirir conocimientos profesionales, tengo grandes esperanzas que el aprovechamiento de ellos será muy satisfactorio. Los alumnos de esta clase no han podido dar un exámen público el año pasado en las materias que estudiaron, porque estas materias, teniendo una conexión íntima con los que tendrán que estudiar en el año presente, no podían dividirse, y por consiguiente cualquier exámen que los alumnos hubieran rendido, hubiera sido muy incompleto y muy imperfecto.
Al fin del presente año darán exámen de todas las materias que abraza el curso que actualmente siguen, y me persuado que sus conocimientos en ellos serán satisfactorios y dignos del interés que el supremo gobierno toma en la instrucción médica.
Dios guarde á Vd.—Guillermo Blest.—D. M. J.»
⁂«Señor don Diego A. Barros.—Santiago, 14 de Febrero de 1843.
En contestación al oficio que Vd. se ha servido transcribirme, tengo el honor de informar á Vd. que los progresos de los alumnos de medicina en los ramos de cirujía que tengo á mi cargo, son muy satisfactorios, y que el empeño que tienen todos en adquirir conocimientos y en asistir á los cursos, hace esperar que el aprovechamiento de ellos irá cada dia en progreso. El año pasado no han podido dar exámen público, debiendo concluir antes los varios cursos que constituyen los ramos de patolojía interna y externa y que tienen entre sí una conexción íntima; al fin del presente año podrán verificarlo con suceso.
En la actualidad las lecciones se dan bajo mi dirección por uno de los jóvenes médicos que se recibieron el año pasado según el método que he adoptado para los cursos actuales, esperando que en dos meses mas estaré bastante restablecido de varias indisposiciones que he sufrido en la vista y en mi salud, para tomarlos otra vez á mi cargo exclusivo.
Tengo el honor de saludar á Vd.—Doctor Lorenzo Sazie.
- ↑ Reto etc., por Los alumnos de la Escuela de Medicina.—Sant., Abril 25 de 1835.—Imp. Opinión.—(Papeles sueltos—Bib Nac.—1834-35)—Una fja.