Maximiliano Robespierre (Juicios)

Juicios de Napoleón
de Anónimo
Nota: En esta transcripción se ha mantenido la ortografía original.

ROBESPIERRE (Maximiliano) Convencional. [1]


No ha sido este ciertamente el hombre más ruin de la revolución. El no quería que la reina fuese juzgada. Bien lejos de ser un ateo, como se pretendió; sostuvo públicamente la existencia de un ser supremo contra el parecer de sus colegas, y tentó rehabilitar las virtudes, las ciencias y las artes. Tampoco creía que fuese necesario exterminar todos los sacerdotes y todos los nobles, para consolidar la libertad en Francia, como lo pretendían muchos revolucionarios, Marat, por ejemplo, que no pedía menos de seis cientas mil cabezas. Robespierre quería que se pusiese al Rey fuera de la ley, y no que se procediese a la ridícula burla de juzgarlo: era un fanático, un monstruo; pero era incapaz de votar o de causar la muerte de cualquiera que fuese por enemistad personal o por el deseo de enriquecerse. Él era entusiasta; pero del de la clase de aquellos que creen obrar según la justicia; y no dejó un sueldo después de su muerte. Bajo todos aspectos se puede decir que Robespierre ha sido un hombre honrado. Se le imputaron muchos crímenes cometidos por Hebert, Chaumette, Collot de Herbois, Fouquier-Tinville. Hacia el fin, había querido ser más moderado, y algún tiempo antes de su muerte, había efectivamente dicho que estaba cansado de las ejecuciones, y que aconsejaba tomar otro sistema.... Cuando el execrable Hebert acusó a la Reina de oponerse a la naturaleza, Robespierre propuso denunciarle por haber hecho una acusación tan calumniosa y tan poco fundada, y que no tenía otro objeto que provocar el pueblo a un levantamiento en favor de aquella Princesa, excitando su interés. El era de opinión que se diese la muerte al Rey secretamente. Yo no lo creo de fuerzas, talentos, ni sistema. Este era el verdadero mico emisario de la revolución, inmolado desde que había querido emprender contenerla en su curso; destino común, por lo demás, a todos los que hasta mí han emprendido la misma tarea. Los terroristas han echado todo sobre Roberpierre; pero este les respondió antes de morir, que él ignoraba las últimas ejecuciones, y que hacia seis semanas, que él no había ido a la comisión. En el ejército de Nice, yo he visto muchas cartas de Robespierre, a su hermano, en que vituperaba los horrores de los comisarios convencionales; observando que ellos perderán la revolución por su tiranía y sus atrocidades. Cambaceres me respondió un día a la interpelación que le dirigí sobre Robespierre; señor, este es un proceso juzgado, y no pleiteado.... En la jornada del 9 de Termidor no había podido soportar arrebatarse contra los jacobinos y el cabildo, sino por la apelación de todos los ciudadanos; de suerte que para la maza de la nación, la muerte de Robespierre fue la muerte del Gobierno revolucionario; y que después de varias oscilaciones, los que querían continuar el terror y que habían sacrificado a Robespierre, como este había sacrificado a Danton, porque quería moderar la revolución, se hallaban arrastrados, heridos por la opinión pública.... En los diez últimos meses Robespierre se quejaba continuamente que lo hiciesen odioso poniendo bajo su nombre todas las matanzas que se hacían. Eran unos hombres mas sanguinarios aun los que les daban la muerte; pero toda la nación que atribuía después de largo tiempo todos los asesinatos a Robespierre, exclamó que la jornada habla sido contra la tiranía y esta creencia le dio el fin. L. C. - O.


  1. Robespierre, nacido en 1759, era abogado antes de la revolución. Todo el mundo conoce la parte activa que tomó en ella: después de haberse llevado la palma en la convención, un decreto de acusación lo envolvió con muchos de mis colegas, y fue trasladado a la casa de ayuntamiento. Allí, a pesar del numeroso partido que se había hecho, un destacamento de tropas de la convención penetró, y un gendarma llamado Carlos Meda (hecho oficial por esta acción y que llegó después a general) descubrió a Robespierre en un rincón oscuro y le tiró un pistoletazo que le hizo pedazos la quijada inferior. Trasladado en este estado a la comisión de salud pública, se le extendió sobre una mesa, y sufrió los interrogatorios de sus colegas y las injurian de los que le rodeaban, sin dar ninguna señal del dolor de sus heridas y de la fiebre que lo devoraba. Al otro día, fue conducido al cadalso; sus ojos estaban enteramente cerrados y sus facciones horriblemente desfiguradas. Robespierre no tenía más que 35 años.