De Murcia al cielo: 07


El mundo iba ya pronto de la nocturna niebla
bajo los pliegues pardos en el dominio a entrar,
y cuando vivo el hueco de lo infinito puebla
entre las sombras iba muy pronto a reposar.

Aún daba a los mil mundos del infinito espacio
reflejos de oro pálido la luz crepuscular;
mas ya en sus tornasoles el ópalo y topacio
con tintas se empezaban de cárdeno a manchar.

La tierra, trabajada por rachas de ciclones,
diluvios y nevadas en un invierno cruel,
rodaba entre brumosos plomizos nubarrones,
mostrando sólo el claro del verde punto aquél.

Brotando de él (bien fuese llanura, valle o loma),
como fugaz luciérnaga fosfórica y mayor
a cada instante haciéndose…, primero cual paloma
nevada, después águila…, surgió algo volador
que del cometa el ímpetu y el derrotero toma,
que avanza entre los astros con vuelo aterrador:
que como chispa eléctrica
tras uno y otro asoma,
se esconde y aparecése
dejando en su redor
henchidas sus atmósferas
de embriagador aroma,
y en una estela trémula
de vago resplandor,
el pasmo y el asombro detrás de sí…, es el ángel
que vuelve a Dios batiendo sus alas de condor.

Pasó rasando al héspero veloz y taciturno,
porque volvía tarde de Dios ante la faz;
cruzó, ciego, el anillo dorado de Saturno,
saltó del aire el límite y se perdió fugaz.

Dios percibió su vuelo y comprendió su prisa,
por más que él procuraba su ruido amortiguar;
y Dios salió a encontrarle con paternal sonrisa,
cuando llegaba el ángel en actitud sumisa
en las ebúrneas gradas del pórtico a posar.

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Amaba Dios a su ángel, porque el Señor es bueno;
ante Él sentía el ángel sonrojo y timidez;
y aunque el Señor mostrábase con él de enojo ajeno,
confuso estaba el ángel por la primera vez.

De Dios ante el espíritu permaneció confuso,
que a Dios allí sentía, mas no veía a Dios;
Dios, misericordioso, con Él y en sí le puso,
y así, sin voz, hablaron en soledad los dos:
—¿Qué era lo verde?
                  —Murcia.
                    —¿Por qué tardaste tanto?
—Porque olvidé las horas y mi misión allí.
—¿Pues qué hay allí?
                 —Otra gloria.
                              —¿Tal es?
                                —¡Es un encanto!
—Pues cuenta lo que has visto.
                  —Pues…
                        —¿Qué?
                               —Que nada vi.
—¿Nada en un día viste?
                     —Razón para dar de ello
cual mensajero vuestro, no; nada vi Señor.
Me apercibí del clima primaveral, del bello
país, mas no traspuse su límite exterior.
—¿Por qué?
          —Porque a la entrada
de la primer cañada,
con una ligerísima
gentil huertana di,
y allí me estuve en pláticas
sin ilación con ella,
hasta que vi una estrella
brillar… y me volví.
—¿Tan bella era la rústica?
—Sí lo es; mas no un portento.
—¿Qué te hechizó?
                 —Su acento
y lo que hablar la oí.
—¿De qué te habló?
                  —De flores,
de cuentos campesinos,
de rústicas labores;
pero lo habló tan bien,
que oyendo aún estaría
sus cuentos peregrinos:
mas expiraba el día…
y me volví al Edén.
—Mas ¿tales son sus cuentos
y sus palabras tales,
que embebecen atentos
y embelesar así
allá en la tierra pueden
a seres celestiales?
—Jamás los supo iguales
contar ninguna hurí.

Su voz es una música
de mágica armonía,
sus cuentos poesía
de espíritu oriental;
de cada cuento suyo
la acción es un poema
de perfección extrema,
de corte original.

Timbrado está el acento
con que ella los relata
con vibración de plata
y en notas de cristal;
y el ritmo de su lánguida
y extraña salmodía,
encierra una armonía
de encanto sin igual.

Sultana de las flores
llamarla allá podrían;
aquí la llamarían
hermana las hurís;
tomarla el paganismo
podría bien por Flora,
la noche por la aurora,
por flor los colibrís.

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Oyendo la del ángel poética pintura,
absorto Aláh un momento quedó dentro de sí:
y luego al ángel dijo:
—De aquella criatura
lo que me dices pruébame: lo que te dijo di.

Y el ángel, transmitiendo
por gracia intuitiva
como palabra viva
su pensamiento a Dios,
las frases terrenales
que en su memoria toma
en ritmos convirtiendo
de su celeste idioma,
cual perlas engarzando
las fué una de otra en pos,
y a Dios se las fué enviando
en un vital fluído
de ondulación sin ruido,
y en humo de un aroma
creado y absorbido
a un tiempo por los dos

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A los señores…

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