De Murcia al cielo: 06
EN EL CIELO
La leyenda del Rawí moro contada por el poeta cristiano
I
editarUn día de los mundos mirar la marcha quiso
y ver si obedecía su ley la creación,
y hasta las puertas de oro bajó del Paraíso
el sumo Dios que extrajo del caos su embrión.
De la mansión edénica llegó hasta el peristilo;
el ángel que en él vela su pabellón abrió,
y de la etérea cumbre desde el confín tranquilo
Aláh del universo la marcha examinó.
Lo que los hombres llaman vacío y firmamento,
el aire azul que cielo para nosotros es;
el infinito espacio, vivífico elemento
de su millón de mundos, se desplegó a sus pies.
Las nebulosas, mundos de formación en vías,
que un día serán soles tras larga evolución,
las pálidas estrellas como la luna frías,
que chispas y satélites de soles viejos son;
los rápidos cometas de inmensurables colas,
asombro de los mundos a cuya vista va
por leyes de equilibrio de Dios, que son las solas
que actividad, impulso, tracción y luz les dan;
todo eso misterioso que permanece oscuro
y que la ciencia humana comienza ya a entrever,
todo eso que algún día debemos de seguro
por nuestro ser divino sondar y comprender;
todo eso que se mueve, se cuaja y se deshace,
que radia y cabrillea mientras girando va,
todo eso que va y vuelve, que muere y que renace,
se eclipsa y se ilumina, que libre o fijo está;
todo eso, mundo o átomo, que atraillado o suelto,
lanzado o atraído por un poder central,
por algo vive, y marcha, y rueda en algo envuelto
que engendra o debilita su evolución vital;
todo eso que englobado se ve desde la tierra,
todo eso que compone la sideral región,
lo turbio y lo visible que el universo encierra,
cuanto en conjunto forma lo que es la creación,
se presentó a la vista de Dios que quiso verla:
Dios vió de una mirada que funcionaba bien,
y se fijó en la tierra, que va como una perla
en el collar de mundos en que engarzó el Edén.
Y aquella perla, negra por su hemisferio en sombra,
y por el claro blanca porque refleja al sol,
tenía un punto verde, que cual jirón de alfombra
un trozo tapizaba de ámbito español.
Corría por entonces el fin de un mes de enero:
la tierra iba aguantando borrasca general
de nieve y de ciclones, y entre el impulso fiero
del terremoto y de ella se gobernaba mal.
Como hoy la rodeaba de niebla y torbellino
atmósfera que entolda su natural color:
y aquel jirón tan verde, de brillo esmeraldino
y emblema de esperanza, primaveral verdor
en medio de las nieves, tal vez un desatino
de los de España indígenas le pareció al Señor;
y contemplando al globo por su órbita el camino
seguir, seguía atento y absorto el Criador.
El ángel que en silencio y en pie quedó guardando
del peristilo de oro las gradas de marfil,
su voluntad sumiso permaneció esperando,
como Él viendo del mundo las maravillas mil.
De aquella gradería y ebúrnea escalinata,
como alcatifa regia, tapiz de estrado real,
espléndido arrancaba sobre molida plata
pensil maravilloso de masa vegetal.
Todo era allí viviente sobre su blanco piso,
los árboles, las plantas, la flor y el manantial;
y el árbol que la tierra llamó del Paraíso
llenaba aquel ambiente de aroma celestial.
Y en armonía todo y en su lugar preciso,
era el pensil, conjunto de perfección cabal,
el semillero místico do atesorar Dios quiso
los gérmenes que nutren la vida universal.
Radiaban y exhalaban los árboles, las flores,
la planta, el césped… todo, perfume y resplandor:
miriadas de aves, silfos e insectos voladores,
lumíneas mariposas y pájaros cantores,
oreaban y mecían el árbol y la flor.
Y de este Edén externo, del otro abreviatura,
que en comprensión no cabe de nuestra mente oscura,
vestíbulo viviente de la Edenial mansión,
cuidaba aquella hermosa celeste criatura
que alzó ante Dios del pórtico del cielo el pabellón.
El ángel era un tipo
sin par de criatura,
prodigio de hermosura,
modelo escultural;
un ser cuyos contornos
con apariencia humana,
realza soberana
belleza celestial.
Sobre su espalda pliéganse,
ligeras como espuma,
dos alas de alba pluma
de trabazón sutil,
que caen cual manto níveo,
prestando a su apostura
la gracia y la blancura
del cisne más gentil.
Un nimbo su cabeza
de luz corona y ciñe,
cual la que el cielo tiñe
de albor matutinal;
y de su cuerpo y hálito
se exhala y se desprende
perfume que trasciende
al ambar edenial.
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El Criador y el ángel, cuya divina esencia
ni necesita idioma, ni para hablarse voz,
verificaron, obra de su alma inteligencia,
de sus ideas mutuas la transmisión veloz.
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—¿La tierra ves?
—La veo,
—¿Qué punto es aquel verde
de España en un invierno tan crudo?
—No lo sé:
entre el vapor la línea de mi visual se pierde,
Señor; mas si lo ordenas a averiguarlo iré.
—¡Ve!—pensó Dios; y el ángel del ¡ve! de Dios sintiendo
la fuerza y el mandato, que Dios no formuló
con gesto ni palabra, su aliento recogiendo
y echándose al vacío, sus alas desplegó.
El rayo y el telégrafo, de quienes ha sabido
la rapidez y fuerzas el hombre avasallar,
son términos inútiles de cálculo perdido
para medir lo rápido del ángel al volar.
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Los mundos de los múltiples
sistemas planetarios
los unos embrionarios
y en pobre evolución;
los otros desbordantes
de luz y fuerza viva,
y ya en su edad de activa
vital condensación;
los viejos, que caducos
se enfrían y se agotan,
y en el vacío flotan
con decadente acción;
la luna, el sol, los soles
de incógnitos planetas,
y estrellas y cometas
de nuestra azul región,
le vieron un instante,
de luz y aroma estela
dejando por do vuela,
pasar como un ciclón.
Vió Dios su forma móvil
ir alba y luminosa,
primero como cándida
paloma vagarosa,
después como una ingrávida
y blanca mariposa,
después como luciérnaga
pequeña y revoltosa,
que bulle entre los brotes
del césped de un jardín,
entrar en nuestra atmósfera,
llegar al globo junto,
tocar al verde punto
del español confín,
y en él, cual mancha de agua
que se evapora y pierde,
sobre su punto verde
desvanecerse al fin.
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Dios, viendo que seguía
su creación perfecta,
en unidad correcta
y funcionando bien,
la ebúrnea gradería
del áureo peristilo
subió, y volvió tranquilo
a entrar en el Edén.
Volvió todo con su hálito
en el Edén dichoso,
a entrar en el reposo
y Dios a entrar en sí.
Allí no tiene el tiempo
ni cuenta ni medida;
mas hay, de aquella vida
para contar aquí
los plazos y las fases,
que asimilar las frases
de nuestro tosco idioma
con las que se habla allí.
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Las sombras comenzaban
a oscurecer el día,
y el ángel no volvía…
Dios dijo: —¿Qué hará allí?