Rosario de sonetos líricos/Epílogo y notas

Nota: Se respeta la ortografía original de la época
EPÍLOGO Y NOTAS
No me parece muy buena costumbre la de los prólogos si no que gusto más bien de los libros que empiezan ex abrupto, pero tratándose de un libro de versos el prólogo en prosa estimo imperdonable. Otra cosa es un epílogo, sobre todo si es justificativo.

No he querido ordenar los precedentes sonetos, fruto de cinco meses, por materias, prefiriendo presentarlos en el orden cronológico de su producción, que es, además, por ser el genético, el más íntimo. Sólo dos, el CX y el CXI están colocados un poco al azar, pues son anteriores á todos los demás y de una fecha que no sabría determinar.

Voy ahora á hacer seguir unas pocas y brevísimas notas, con algunas advertencias que juzgo convenientes más que para el mero lector —casi siempre benévolo— para el crítico y el literato que me lean.

Ante todo juzgo conveniente traducir aquí los lemas en lenguas extranjeras que aparecen en sus originales al frente de los sonetos, por razones que sería un poco largo exponer ahora aquí.

Sólo dejo de traducir los que están en latín ó en francés, lenguas que tienen obligación de saber los bachilleres españoles.

Los dos textos que aparecen en la página de entrada son el uno de un soneto, el primero de Rime nuove, de Carducci en que llama al soneto «breve y amplísimo canto» y refiriéndose al Esquilo que nació cabe el Avon, es decir Shakespeare, dice de su soneto: «fuiste de arcanos dolores reclamo arcano.»

El texto de Hazlitt dice:

«El principal objeto del soneto parece ser el expresar en frases musicales y como en un solo resuello algún pensamiento ocasional ó sentimiento personal, algún desagravio que se debe al pecho del poeta.

Es un suspiro que brota de la plenitud del corazón, una aspiración involuntaria nacida y muerta al mismo tiempo.»

Paso ahora á anotar algunos de los sonetos:


I, pág. 8. Ofertorio. El soneto nació en Italia y de aquí lo del Apenino. Archanda es la suave cordillera que domina á Bilbao y corre junto á la ría, á su derecha. En Bilbao mismo llamamos á nuestro pueblo el bocho ó el bochito, es decir el boche, por el parecido que tiene la villa, metida entre montañas, con los boches que los niños hacen para jugar á las canicas ó mecas.

No es, pues, un ripio para colocar una rima.


XVI, pág. 38. Dulce recuerdo. Es un tilo el del Arenal que nos habla al corazón á todos los buenos bilbaínos.


XX, pág. 46. Junto al caserío Jugo. Protesto de que en el último verso no he querido hacer un retruécano. Los odio tanto que estuve pensando suprimir este soneto. El retruécano me parece la forma más baja del ingenio, ó por mejor decir la forma favorita de los más bajos ingenios. Su afición á él es una de las cosas que más me impide reconciliarme del todo con el gran Quevedo. Jugo es mi apellido materno, y mientras por mi línea paterna nada sé arriba de mi abuelo, confitero que fué en Vergara, poseo la serie de mis abuelos maternos á partir del octavo Juan de Jugo cuyo hijo Pedro de Jugo Saez Abendaño nació en 1608 en Galdácano.


XXV, pág. 59. Ni mártir ni verdugo. El lema griego son unas palabras que Heródoto hace decir á Otanes el medo ante el consejo, y dicen: «no quiero ni mandar ni ser mandado.»


XXVIII, pág. 66. La gran rehusa. Los versos del Dante que dicen: «vi y conocí la sombra de aquel que hizo por cobardía la gran rehusa se refieren á Piero del Murrone, ermitaño de la Calabria, hecho papa Celestino V que renunció luego el papado para volverse al desierto y á sus asperezas, por lo cual la Iglesia le canonizó pero el Dante le condenó, por cobarde, á estar ante la puerta del infierno, donde están aquellos de que ni se debe hablar siquiera.


XXXVI, pág. 82. El Evangelio. No me parece haga mucha falta advertir que los querubines que con sus alas cubrían el arca de la alianza (Éxodo XXXVII 7) no eran otra cosa que esfinges egipcias, animales fabulosos de cabeza y pecho humanos, cuerpo de toro, patas y garras de león y alas de águila, atributos que se distribuyeron luego entre los cuatro evangelistas. Y por cierto Marcos y Lucas cambiaron luego, no se porqué, sus símbolos. Conocido es el león, y no toro, de San Marcos de Venecia.


XLVI, pág. 102. El lema dice: el volcán central de fango.


XLVII, pág. 104. Dice el versillo 28 del Salmo CIX «maldíganme ellos y bendigas tú; levántense, mas sean avergonzados, y regocíjese tu siervo.»


XLIX, pág. 108. Dice el versillo 2 del Salmo CXXVII «por demás os es el madrugar á levantaros, el veniros tarde á reposar, el comer pan de dolores; pues á su amado dará Dios sueño.»


LVI, pág. 122. La encina y el sauce. Dicen las dos estrofas del gran Carducci: «Quién trajo la sombra del sauce llorón á las riberas sagradas? así te arrebate el viento del Apenino, oh planta muelle, amor de tiempos humildes! Luché aquí con los inviernos y tiemble arcanas historias con mayo palpitante la encina negra, á la que viste el tronco de alegre juventud la hiedra.»


LX, pág. 130. A una gazmoña. Dice Creonte en la Antígona, de Sófocles: «rechazándola como á una malévola que es manda á esa moza al infierno (á la morada de Hades) para que allí se case con alguien.»


LXXII, pág. 152. El contratante social. Zôon politicón, animal civil, es como llamó Aristóteles al hombre. Lineo le llamó homo sapiens. Con frecuencia es incivil é insipiente. Fiémonos, pues, de definiciones.


LXXV, pág. 158. Civilitas. Heródoto dice que «la envidia ha nacido con el hombre desde un principio.» Y tiene razón. De esto de la envidia sabían mucho los griegos, como buenos demócratas inventores del ostracismo.


LXXVIII, pág. 164. Los pasajes del Corán dicen que á falta de agua pueden hacerse las abluciones con arena y otro habla de los que quieren apagar la luz del sol soplando con su boca.


LXXXVII, pág. 182. Noches de insomnio. Dice Hesiodo que «las enfermedades visitan á los hombres de día, pero las que espontáneamente llevan males por la noche á los mortales lo hacen en silencio puesto que el prudente Zeus les quitó la voz.»


LXXXVIII, pág. 184. O «sea oscorbidulchos volivorco» otro pasaje, act. IV, escena 1.ª de la misma comedia de Shakespeare.


LXXXIX, pág. 186. Son palabras que Esquilo pone en boca de Prometeo el cual al decirle Hermes ó Mercurio que no sabe tener juicio le responde: «no te hablaría á tí, que eres un criado!»


XC, pág. 190. Los versillos 24 al 30 del capítulo XXXII del Génesis dicen: «Y quedóse Jacob solo y luchó con él un varón hasta que rayaba el alba. Y como vió que no podía con él tocó en el sitio del encaje del muslo, y descoyuntóse el muslo de Jacob mientras con él luchaba. Y dijo: Déjame, que raya el alba. Y él dijo: no te dejaré, si no me bendices. Y él le dijo: ¿cuál es tu nombre? Y él respondió: Jacob. Y él dijo: No se dirá más tu nombre Jacob si no Israel, ponqué has peleado con Dios y con los hombres y has vencido. Entonces Jacob le preguntó y dijo: Declárame ahora tu nombre. Y él respondió: Por qué preguntas por mi nombre? Y bendíjole allí. Y llamó Jacob el nombre de aquel lugar Peniel, porque vi á Dios cara á cara y fué librada mi alma.»


XCVII, pág. 206. ... he aquí una palabra intraductible. No es orgullo ni vanidad, ni petulancia, es la complacencia que uno tiene en sí mismo y en sus obras. Y dijo Dios: sea la luz y fué la luz; y vió Dios que la luz era buena.» Gen. I., 3. 4. Y no digo más.


XCVIII, pág. 208. Dice Cremilo en el Pluto de Aristófanes: no me convencerás aunque me convenzas. Y así digo yo. XCIX, pág. 210. Dice Young que «todos los hombres creen á los hombres todos mortales menos á sí mismos.»


CII, pág. 216. Dice Hesiodo hablando de Pandora que «solo quedó allí dentro de la tinaja en inquebrantable encierro la Esperanza hasta los bordes y no salió fuera.» Y la de Pandora era tina, ...., y no caja.


CV, pág. 222. Se llama el remudo cuando las mujeres de los pastores y zagales, de tiempo en tiempo, les llevan la muda de ropa interior. Van entonces á verlos, y á algo más.


CVIII, pág. 228. Abrullo, voz que no figura en el Diccionario de la Academia es el mugido especial con que la vaca llama al ternero.


CXII, pág. 236. Dice Hesiodo: «Ojalá no huiera yo nacido después para participar de esta edad quinta de los mortales, si no que ó me hubiese muerto antes ó naciera después de ella!» CXIV, pág. 240. El título es traducción del lema.


CXVII, pág. 246. La cita del Génesis es la trascrita en la nota al soneto XC. El pasaje del Quijote es aquel en que el Caballero pelea en sueños con unos cueros de vino tinto tomándolos por gigantes. Y el pasaje de la Iliada dice que Aquiles «hirió tres veces la nube profunda» persiguiendo á Héctor á quien Apolo había cubierto con una nube, bruma ó más bien polvareda acaso.


CXIX, pág. 250. Necesitaré advertir que el Clarín á que este soneto se refiere es el gracioso de «La vida es sueño» y no el difunto Leopoldo Alas, cuya memoria me es veneranda? Sin embargo un joven crítico, notable por su atolondramiento y su afición á las citas oportunas ó inoportunas en lenguas extranjeras que conoce mal ó apenas conoce, me atribuyó el que yo llamase á Víctor Hugo idiota porque hice una cita de «Las Contemplaciones» del Idiota. (Viri docti et sancti Idiotae Contemplationes de Amore Divino) obra de mística muy conocida entre personas devotas.

Y como quien quiera corregir ha de empezar por corregirse, para dar ejemplo he de rectificar un error que deslicé en una nota de mi libro de Poesías, error que me llevó á dar al vocablo yeldar, que en este soneto se usa, un sentido que se aparta algo del que realmente tiene. Seducido por una falsa y atropellada etimología en que me obstiné y es la de hacerlo derivar de gélida me empeñé en que yeldarse significase «cuajarse, endurecerse una masa blanda y sobre todo el pan» cuando en realidad lo emplean aquí en el sentido de fermentar, levantarse la masa de pan y deriva del latín lévita que da en leonés lieh do-lleldo-yeldo y en castellano lleudo-lludo. Ambas formas, yeldo y lludo se usan por acá y ni una ni otra figuran en el diccionario oficial.

Y á ver si otros siguen mi ejemplo de rectificarse, con propósito de enmienda, y entre ellos el suso aludido crítico que en una traducción que hizo del alemán pone una nota para explicar un sentido arbitrario y falso que dió á un vocablo, lo que le obligó á violentar toda una frase. Y todo por no haber acudido á un buen diccionario ó á un docto conocedor del lenguaje técnico.


CXX, pág. 252. Sófocles llama, en la Antigona, á la Esperanza «la esperanza que vaga mucho.»


Y no creo hagan falta más notas, aunque... Mas entonces esto se convertiría en una obra de que los sonetos no serían si no prólogo.