Vida y escritos del Dr. José Rizal/Tercera época, III

Vida y escritos del Dr. José Rizal: Edición Ilustrada con Fotograbados (1907)
de Wenceslao Retana
Tercera época, III
Nota: Se respeta la ortografía original de la época
III


Los Sucesos de las Islas Filipinas, por el Dr. Antonio de Morga (México, 1609), constituyen la historia príncipe de aquel país; libro de verdadero mérito, no sólo por el hermoso castellano en que está escrito, sino por la rectitud de criterio en que sus páginas se hallan inspiradas. Realza más el mérito de la obra la circunstancia de que el Autor desempeñó en Filipinas (de 1595 á 1605) cargos preeminentes, tales como el de oidor de la Audiencia, gobernador y capitán general interino, jefe de la escuada que peleó contra un corsario holandés, etc. Tuvo Morga, por lo tanto, una muy grande experiencia personal de muchas de las cosas acaecidas en aquel país; y si á esto se añade que, por los puestos que ocupó, dispuso de numerosos documentos oficiales, dedúcese la importancia extraordinaria de su obra, de la que ningún cronista pudo prescindir. El último capítulo, el octavo, es más bien un suplemento de la relación histórica; en él se contiene la descripción del Archipiélago, con los usos y costumbres de sus habitadores, y constituye un trabajo sobresaliente en su línea. Morga, además, aun siendo, como casi todos los hombres de su época, un buen católico, poseía un tan acentuado espíritu civil y un criterio tan personal de añadidura, que no le consentían ser un admirador sin reservas de cuanto hacían los frailes, y esto debió de duplicar el entusiasmo de Rizal, quien, se nos figura, desde el momento en que leyó los Sucesos acarició el propósito de reimprimirlos, mayormente si tuvo en cuenta que de tan rara y preciosa obra no existía un ejemplar en las Islas Filipinas, pero es que ni siquiera de la traducción inglesa, debida al celo del erudito orientalista Mr. H. E. J. Stanley[1]. Al restaurar el libro del ilustre Morga, Rizal puso al frente de la nueva edición la página que sigue:

«Á los filipinos. — En el Noli me tángere principié el bosquejo del estado actual de nuestra patria: el efecto que mi ensayo produjo, hízome comprender, antes de proseguir desenvolviendo ante vuestros ojos otros cuadros sucesivos, la necesidad de dar primero á conocer el pasado, á fin de poder juzgar mejor el presente y medir el camino recorrido durante tres siglos.

»Nacido y criado en el desconocimiento de nuestro Ayer, como casi todos vosotros; sin voz ni autoridad para hablar de lo que no vimos ni estudiamos, consideré necesario invocar el testimonio de un ilustre Español que rigió los destinos de Filipinas en los principios de su nueva era y presenció los últimos momentos de nuestra antigua nacionalidad. Es, pues, la sombra de la civilización de nuestros antepasados la que ahora ante vosotros evocará el autor; os transmito fielmente sus palabras, sin cambiarlas ni mutilarlas… El cargo, la nacionalidad, y las virtudes de Morga, juntamente con los datos y testimonios de sus contemporáneos, Españoles casi todos, recomiendan la obra á vuestra atenta consideración.

»Si el libro logra despertar en vosotros la conciencia de nuestro pasado, borrado de la memoria, y rectificar lo que se ha falseado y calumniado, entonces no habré trabajado en balde, y con esa base, por pequeña que fuese, podremos todos dedicarnos á estudiar el porvenir. — José Rizal. — Europa, 1889.»

El trabajo de Rizal fué minucioso: apenas hay página del texto de Morga que no lleve una ó más notas. El gran propagandista filipino propúsose algo así como establecer un paralelo entre los antiguos y los modernos indígenas, para obtener la consecuencia, verdaderamente estupenda, de que sus paisanos de fines del siglo XIX tenían menos cultura, menos virtudes, etc., que los de fines del siglo XVI, debido acción aniquiladora de los españoles en general. Laborantismo científico que no convence, á pesar de lo primoroso del trabajo, pues que abundan las notas que revelan un ingenio feliz, una sagacidad nada vulgar, una penetración muy intensa, propia al fin de un filósofo. Pásale á Rizal como historiador lo que como novelista: prueba demasiado. El prejuicio sistemático con que todo lo ve y todo lo juzga, desvirtúa su trabajosa labor, enderezada á demostrar lo indemostrable: que los indios de antaño valían más que los de hogaño; que los conquistadores ahogaron en flor una civilización pujante, que de haber seguido adquiriendo desarrollo, hoy los filipinos serían muy otros que lo que son. Para los eruditos un tanto pensadores no puede ser un secreto que el establecimiento de los españoles en las antiguas Islas del Poniente fué, por lo oportuno, providencial; fué la salvación, para la Humanidad civilizada, de todas las razas que actualmente descuellan sobre esas otras, gemelas suyas, á quien el Mahometismo ó el Gentilismo tienen sumidas en la barbarie. ¡No, y cien veces no! Medítese un poco; estúdiese la dirección de la corriente propulsora malayo-mahometana: si los españoles no llegan á Filipinas con la oportunidad que llegaron; si hubiera transcurrido un siglo (acaso menos habría bastado) sin que una nación europea fanática, tan fanática como la española, hubiese esparcido allí la semilla de otra civilización, los bisayas y los luzones hubiéranse hecho moros[2]: y ¿qué pasaría hoy? — ¡Hable Mindanao; hablen los grupos de islas de Joló y Táui-Táui!…

Rizal, tan filósofo, tan dado á penetrar en la entraña de los problemas sociales, tan entusiasta por el estudio de las grandes transformaciones de los núcleos humanos, no tuvo en cuenta, por lo visto, ese factor que suele denominarse «espíritu la época». ¿Qué quería Rizal: que todos los aventureros, que todos los soldados, que los españoles todos hubieran sido modelos de sensatez, espejos de buena crianza, dechados de abnegación? ¡Pero es que á las conquistas se iba á ejercer el bien individualmente! Los indios sufrieron vejaciones, es cierto; perdieron el cuño de su nacionalidad, y otras cosas además; pero en cambio ganaron considerablemente con relación al mundo civilizado, y cualesquiera que sean los cargos que se imputen á la acción de España en Filipinas, cabe siempre hacer esta reflexión: los Rizal, los Marcelo del Pilar, los Anacleto del Rosario, los Graciano López Jaena, los José María Pang̃aniban, los Luna, y tantos otros filipinos puros, si bien es cierto que no tuvieron nacionalidad propia, ¿habrían llegado á valer lo que valieron, si en vez de haber vivido la civilización importada hubieran vivido la propia del Archipiélago? Porque nadie sabe de un solo joloano, de un solo maguindánao, de un solo tinguián, de un solo aeta, que haya descollado en nada; y sabemos en cambio de muchos tagalos, ilocanos, bisayas, bicoles, etc. (los que han absorbido la cultura española) que han cultivado con lucimiento las letras, las ciencias y las artes. ¡Perdieron los filipinos su alfabeto original!… ¡Vaya un daño! ¿Por qué no lo restauran? ¿Iríales mejor con tres vocales y trece consonantes? Y como este daño, ¡tantos otros!… Para Rizal disminuyeron las industrias, las producciones… ¡todo!, hasta el número de habitantes disminuyó. Y lo cierto es que no hablaba á humo de pajas; solía probar, con textos, cuanto decía. Pero harto sabemos los que tenemos alguna afición á las investigaciones históricas, que existen textos para todos los gustos, y que no hay nada peor para obtener la cifra de la Verdad, que buscarla con un criterio preconcebidamente sistemático. Y hé aquí una ocasión en que nos sería fácil exponer pruebas y más pruebas para demostrar todo lo contrario de lo que Rizal pretende: consignaremos tan sólo que la población de Filipinas, cuando se verificó el establecimiento de los españoles en aquellas islas, no pasaba de medio millón de almas; á fines del siglo xviii, tenía millón y medio cumplido, y al cesar la dominación de España, el número de almas era de siete millones. En 1810, el movimiento mercantil del comercio exterior ascendía á once millones de pesos; en 1892, llegaba al ras de cincuenta y dos millones. Y por lo que toca á los analfabetos, ¡ya querría España tener una proporción tan lisonjera como la que, en 1898, tenía Filipinas! ¡No, y mil veces no; no ha sido aniquiladora la acción de España en sus posesiones oceánicas!

Pero prescindamos de los defectos de criterio que salpican las notas de Rizal, así como de algunos otros que desvirtúan el mérito del conjunto de la obra[3]. Perseguía Rizal, como buen propagandista, un objetivo predeterminado, y aunque sea ese objetivo antiespañol, merece nuestro respeto, por la forma científica con que acertó el Autor á presentarlo. Al propio tiempo, Rizal perseguía otra finalidad: realzar la importancia de los filipinos en la historia de su país, mucha mayor que la que se desprende de la lectura de las obras españolas. Y en esto nos hallamos enteramente de acuerdo con Rizal. La historia propagada de Filipinas no es otra cosa que la de los hechos de los españoles en el Extremo Oriente; y quedan los allí nacidos tan relegados, que apenas significan nada. Lo cual constituye una injusticia. España ha obtenido victorias, de las que se enorgullece, que no habría logrado sin el esfuerzo de los filipinos, que fueron la carne de cañón: sin la lealtad de aquellos indígenas, sin el entusiasmo con que respondían á las excitaciones de sus jefes, sin su heroísmo, tantas veces acreditado, esas victorias no habrían tenido efecto. Deben los filipinos gratitud eterna á España; pero España á su vez debe gratitud eterna á aquellos denodados hombres, que en tantas y tantas ocasiones, con lealtad y abnegación ejemplares, ¡sucumbieron obscuramente por mantener incólume la hegemonía española!

Rizal habría restablecido más y mejor la verdad histórica, si en lugar de pasarse meses y meses estudiando en el Museo de Londres y en la Biblioteca Nacional de París las obras vetustas publicadas, se hubiera dedicado á desentrañar los misterios que hay en los documentos inéditos existentes en el Archivo Indiano de Sevilla. La información histórica de Rizal adolece de deficiente. En el citado Archivo habría hallado muchos papeles de Morga, entre otros, un memorial á S. M. enumerando las demasías de los frailes, del que Rizal hubiera sacado gran partido; pues que con ese documento á la vista hubiera podido demostrar cuán poco tiempo duró aquel fervoroso y desinteresado celo apostólico que movía á los antiguos misioneros. Ni siquiera se le ocurrió hojear la Colección de 42 volúmenes que comenzó á salir á luz en 1864[4], reanudada más tarde por la Academia de la Historia[5]; colecciones en que abundan las noticias preciosas, y que en rigor son las fuentes originales de los hechos realizados por los españoles durante el período de la Conquista. Aun dentro de lo impreso, Rizal no tuvo la suerte de hallarlo todo, y cuenta que en el mismo British Museum existe algún libro que, de haberlo leído, no le habría llevado á sostener ciertos errores[6]. El trabajo de Rizal, en una palabra, como anotador de los Sucesos de Morga, si muy estimable, mayormente como obra de propaganda contra los españoles, y hasta muy bien presentado desde el punto de vista material[7], tiene lamentables deficiencias y adolece del defecto de que se halla informado por una filosofía caprichosa, disculpable por las miras políticas en que esa filosofía tenía que inspirarse.

Ocioso parece añadir que en las notas no faltan los zarpazos al Catolicismo y á sus portavoces, dados de tiempo en cuando con la eficacia propia de Rizal. Así, por ejemplo, á propósito de la bula de Alejandro VI, por la cual este pontífice concedía á España todos los territorios que estuviesen á un lado de cierta línea divisoria que el propio pontífice trazó sobre un planisferio, y á Portugal los que estuvieran al otro, dice Rizal:— «Esta Bula tuvo la suerte que las otras; naciones protestantes poseen ahora la India y el Maluco, y el Papado, que incitaba á los Príncipes católicos para que despojasen de sus dominios y de su libertad á reyes y pueblos extraños y desconocidos, por el mero hecho de ser infieles, sin ser obligado ni solicitado por nadie (de nostra mera liberalitate), ahora se encuentra despojado por Príncipes, también católicos, y reducido su dominio á un dominio de nombre, como los reyezuelos de las islas conquistadas. Justicia de la Historia: ¡también hay Dios para los Papas!» —En otra nota:— «¿Cuántos mártires y santos habrá en el Calendario que deben su nombre á un desconocimiento de la Fisiología humana?» —Al misionero dominico Fr. Diego Aduarte, historiador, lo maltrata; cógele en varias contradicciones, y en una de las notas que le dedica, planta esta coletilla:— «Tal vez debido á estas lagunas [que dejaba en sus escritos], el P. Aduarte no haya sido todavía canonizado, y eso que, según su biógrafo el P. Fr. Domingo González, usaba zapatos viejos y remendados, y que «siendo la Iglesia catedral donde se enterraba pequeña, estaba muy clara con haber en lo bajo tantas luces, estando lo alto como una ascua de fuego, lo que vieron solamente los religiosos», cosa muy maravillosa según el biógrafo, además del inmenso prodigio de haberle crecido la barba en el ataúd. ¡Santos tenemos con menos barbas y mejores zapatos!»

La obra de Morga-Rizal fué ¡naturalmente! declarada filibustera, y prohibióse su introducción en el Archipiélago.

La imprimió en París, durante el otoño de 1889, como queda indicado. Á últimos de Noviembre, ya estaba dispuesto, limpio de toda corrección, el prólogo del Prof. Blumentritt. Por cierto que éste tuvo, defiriendo á los ruegos de Rizal, que suprimir algunos conceptos. Véase la carta que acerca del asunto dirigió Rizal al profesor austriaco[8]:

«Paris, 45, Rue de Mauberge, 22, 11, 1889.

»Querido amigo y hermano: Por el correo de hoy te remito las pruebas y el manuscrito de tu prólogo. Como me has autorizado para borrar las líneas que no fuesen de mi gusto, he hecho uso de tu permiso. Tú verás si te agrada mi libertad; pero, en fin, si tú quieres, puede imprimirse todo lo que has escrito.

»El nombre de Quioquiap[9] no lo quiero ver en mi libro, pues es demasiado pequeño comparado con el de Morga, y fuera de los españoles, nadie existe que le tenga en consideración. Si en una obra seria citamos aquel nombre, le concedemos un honor que no merece; le concederíamos demasiada importancia.

»Lo mismo digo acerca de la comparación con los Tsares de Rusia. Será muy lisonjero para los castilas, aunque son semidioses, ser comparados con los Tsares rusos, pero es demasiada cara paga á su correspondiente jornal. También me he tomado la libertad de borrar algunas líneas que tratan de la fraternidad. Seguramente tienes el mejor deseo: es el deseo de tu corazón que los españoles nos abracen como á hermanos; pero no debemos rogar, y suplicar, y repetir constantemente esta súplica, porque resulta algo humillante para nosotros. Si los españoles no quieren tenernos por hermanos, tampoco nosotros desearemos tener el cariño de ellos: no pedimos la limosna de su hermandad. Yo estoy convencido de que nos amas muchísimo, no menos muchísimo el bienestar de España[10]; pero nosotros no aspiramos á obtener la pitié española, no deseamos obtener la compasión; si la justicia. Todas nuestras aspiraciones tienden á ilustrar nuestra nación: ilustración, ilustración, é ilustración. Fraternidad como limosna del orgullo de los españoles, no la pedimos. Tú quieres ver abrazarse á todo el mundo, por medio del amor y de la inteligencia; pero dudo que quieran lo mismo los españoles.

»Subraya con tinta negra lo que retires; y devuélveme las pruebas.

»Lo que se refiere á tu crítica, me parece muy benévola: no tengo la aspiración de obtener la gloria de un literato ó historiador. Si hallas inexactitudes, dilo públicamente. — Tu fiel, — Rizal

Blumentritt accedió á los deseos de Rizal.

Esta carta íntima es una nueva muestra del pesimismo, justamente fundado, del insigne tagalo. Es indudable que el hombre, cuanto más se ilustra, cuanto más se ensancha la noción que de su propia valía tiene (sobre todo si esa valía es producto legítimo del estudio), adquiere mayor orgullo, orgullo bien entendido, ó sea ese alto grado, mezcla de dignidad y de amor propio, que alcanzan los que sienten lo que valen. Rizal, que poseía una cultura que para sí la quisieran muchos españoles que pasan plaza de sabios; que poseía además un sentido moral verdaderamente recto; sin otro vicio que el de pasarse la vida entre los libros, consideraba que en su país tenía personalmente mucha menos importancia que cualquier empleadete español y, por de contado, muchísima menos que el último de los frailes. ¡Todo ello porque era indio! Para la mayor parte de los castilas que medraban en Filipinas, Rizal no pasaría nunca de ser un chongo[11] más o menos pilósopo[12], «pero siempre chongo», y esto, naturalmente, le tenía que indignar. Entendía, pues, que para que en su país se llegase á una admisible equidad social, no sólo se hacía preciso poner en planta reformas políticas radicales, sino que era igualmente preciso que se verificase una á modo de transformación en las costumbres sociales, y en nada de esto podía creer apenas, ante la triste realidad de los hechos que él y los demás «indios» observaban de diario. Ni podían los filipinos dictar leyes democráticas, ni mucho menos modificar la psicología de los españoles; los cuales, sólo por ser blancos (miembros de la raza dominadora), considerábanse superiores, en todo, á los indígenas, morenos (miembros de la raza sometida). A estas razones supremas que informaban su pesimismo filosófico, había que sumar las que informaban su pesimismo práctico, creado, fomentado y excitado por las noticias que le venían de su patria, muy en particular las atañederas á sus deudos, perseguidos, deportados, ó bien, si se morían, sepultados como perros en el campo. Consiguientemente, debió Rizal, á pesar de lo sesudo que era y de la apacibilidad de su carácter, tener muchos momentos de desesperación, en uno de los cuales escribiría aquella proclama anónima, fechada en París á 10 de Octubre del 89, en que se anuncia una revolución sangrienta.

Algo habrá que decir del origen de esa proclama, que no nos consta que la escribiese Rizal, pero que á él se la atribuímos sin otro dato que el examen del estilo. Queda indicado ya que desde antes de la Manifestación de 1.º de Marzo de 1888 circulaban en Filipinas numerosos papeles clandestinos, más o menos revolucionarios, enderezados principalmente, exclusivamente en rigor, contra los frailes. El foco de mayor importancia de donde provenían era Hong-Kong, refugio de muchos filipinos perseguidos, entre ellos D. Doroteo Cortés, el padre más calificado de aquella propaganda. En 1889, gobernando el Archipiélago el general Weyler —que si para contener los desmanes de los agitadores se dió buena traza, diósela no menos buena para impulsar el progreso de las Islas[13],— un abogado indígena, llamado D. Felipe Buencamino, que figuró más tarde entre los prohombres de la «República Filipina», ávido de captarse la benevolencia (señal de que la echaba de menos) de los elementos más influyentes del país, redactó, subscribió y esparció uña hoja volante cuyo texto comenzaba así:

«Los filipinos que suscriben el presente documento, creen llenar un deber sagrado haciendo pública manifestación de solemne protesta contra los libelos, escritos anónimos y proclamas incendiarias que con tanta insistencia y con carácter separatista vienen introduciéndose clandestinamente del extranjero de algún tiempo á esta parte, por manos ocultas, sembrando la duda y la desconfianza en el ánimo de todos y causándonos á los del país daños sin cuento y de transcendencia suma»…

La protesta no pudo ser más enérgica. En ese documento se alaba á los frailes, se celebra el régimen colonial de España, se afirma que la implantación del Código político en Filipinas no sería de provecho; sostiénese que el país no necesitaba para nada tener en las Cortes ningún representante… Se mantiene, en suma, el programa tradicional y se abomina del programa de los filipinos reformistas. Y aunque el texto comienza: Los filipinos que suscriben… es lo cierto que lo subscribió solamente D. Felipe Buencamino; de lo que debe inferirse que no halló entre sus paisanos cultos ni uno siquiera que se prestase á firmar tan reaccionario documento[14], fechado en las «Islas Filipinas, 24 de Agosto de 1889». Vinieron copias á Europa, y en Octubre del mismo año, fechada en París (donde precisamente se hallaba entonces Rizal), salió la respuesta. Era ésta otra hoja, encabezada con el documento de Buencamino, y á continuación… ¡la historia de Buencamino!; y tras breves consideraciones en tono desdeñoso, concluye el papel con los renglones siguientes:

«Cuando á un pueblo se le amordaza, cuando se pisotea á su dignidad, su honra y todas sus libertades; cuando ya no le queda recurso alguno legal contra la tiranía de sus opresores; cuando no se escuchan sus quejas, sus súplicas y sus gemidos; cuando no se le permite ni siquiera llorar; cuando se le arranca del corazón hasta la última esperanza,… entonces… entonces,… ¡entonces!… no le queda otro remedio sino descolgar con mano delirante, de los altares infernales, el puñal sangriento y suicida de la revolución!!!


¡César, nosotros que vamos a morir, te saludamos!

París, 10 de Octubre de 1889.— Los Filipinos»[15].

¿Cómo no perder «hasta la última esperanza», si se daba el caso de que periódicos republicanos como El Pueblo Soberano, de Barcelona, negaban á los filipinos el agua y el fuego? Taga-Ilog (Antonio Luna) comenzó sus tareas literarias en La Solidaridad con artículos en los cuales narraba sus impresiones[16] madrileñas. Los artículos, por lo mismo que eran de carácter satírico, contenían copia de pinceladas mortificantes, pero no más mortificantes que otras muchas, cien veces peores, debidas á la pluma de peninsulares. Y El Pueblo Soberano, creyendo que Taga-Ilog era Juan Luna, el pintor, á quien en España se le había alabado bastante más de lo justo, dedicóle un articulazo insolente, cruel, personalísimo, y por contera matizado con frases agresivas para los filipinos. Y Rizal (el Don Quijote oriental), por no perder la costumbre, acudió á la palestra á defender á los suyos, acusando al propio tiempo á El Pueblo Soberano de que no sabía mantener su credo político con la justicia debida. Rizal termina así su alegato[17]:

…«sentimos… el que un periódico perteneciente á un partido que tiene elevadas aspiraciones, que sueña en la realización de grandes ideales, que simboliza la igualdad en la forma gubernamental y en la legislación, tratándose de filipinos reniegue por completo de sus creencias para adoptar el lenguaje del despotismo más injusto y cruel, basado en el error, como para desesperar á los fieles habitantes del Archipiélago, como para decirles: «¡Ja! No espereis en la Justicia, no espereis que se reconozcan vuestros derechos, no espereis piedad: ¡nosotros no seremos nunca vuestros hermanos! Nosotros queremos, sí, la Libertad, la Justicia, la Igualdad, pero las queremos para nosotros solos; nosotros luchamos por los fueros de la humanidad, pero sólo de la humanidad europea; nuestra mirada no alcanza más allá; vosotros los que sois de raza amarilla ó morena, ¡arreglaos como podais! Todos los partidos, hasta los más liberales, son despóticos para las colonias. Si quereis Justicia, ¡conquistadla

Aquí sólo puede ponerse una palabra por vía de comentario: ¡verdad! — Y, por consiguiente, justificado el filibusterismo á que los españoles, republicanos inclusive[18], impulsaban á los filipinos.

Por lo demás, y partiendo del supuesto de que esa proclama de la mano delirante la escribiese Rizal, ¿quién nos dice que no fué escrita, más bien que para excitar á la revolución, para desvirtuar el efecto de la de Buencamino? Harto sabía Rizal (y cien veces lo repitió en momentos solemnes) que una revolución no se lleva á cabo sin organización previa, sin dinero y sin armas, y con nada de esto contaban los filipinos entonces. En Rizal, ya lo hemos visto, morir por la Patria constituía un anhelo vehemente; pero al propio tiempo hay que reconocer, atentos al estudio de su psicología, de sus hechos y de sus as, que no era un demagogo, sino hombre apacible, bondadoso, muy pensador y eminentemente soñador, sacudido con más ó menos frecuencia por las flagelaciones de la adversidad; pero la nota predominante de su carácter era el amor al estudio, de lo que dió pruebas irrecusables desde la niñez hasta que le fusilaron, y no sabemos de ningún hombre verdaderamente estudioso á la vez que reflexivo, de ninguno, en ninguna parte del mundo, que haya sido revolucionario de acción, como no lo fué Pi y Margall, como no lo es Benot, como no lo fué Reclus, ni lo son Tolstoy y tantos otros, algunos de los cuales están clasificados entre los grandes anarquistas contemporáneos… que ningún Gobierno se atreve á fusilar.

Las investigaciones bibliográficas que realizara durante el año de 1889, que casi íntegramente dedicó á los estudios históricos, moviéronle á escribir dos opúsculos notables, que en artículos fué publicando en las columnas de La Solidaridad. Titúlase el primero: Filipinas dentro de cien años[19], y el segundo: Sobre la indolencia de los filipinos[20]. Imposible extractarlos; porque Rizal, siempre conceptuoso, pone en cuanto dice gran cantidad de substancia. Sin embargo, y por lo que toca al primero de los trabajos enunciados, preciso será decir que en éste, como en tantos otros, dió señales de una presciencia asombrosa. Comienza examinando el pasado de su patria; después examina el presente, y pasa por último á discurrir acerca del porvenir. En cuanto al presente, dice, como de costumbre, verdades muy amargas, pero no menos grandes que amargas: «La sensibilidad (escribe), la cualidad por excelencia del Indio, fué herida; y si paciencia tuvo para sufrir y morir al pie de una bandera extranjera [en servicio de España], no la tuvo cuando aquel por quien moría le pagaba con insultos y sandeces [chongo, pilósopo, filibustero, etc.]. Entonces examinóse poco a poco, y reconoció su desgracia [renunciar para siempre á su redención]. Los que no esperaban este resultado, cual los amos despóticos, consideraron como una injuria toda queja, toda protesta; y castigó con la muerte; tratóse de ahogar en sangre todo grito de dolor, y faltas tras faltas se cometieron. El espíritu del pueblo no se dejó por esto intimidar, y si bien se había despertado en pocos corazones, su llama, sin embargo, se propagaba segura y voraz, gracias á los abusos y los torpes manejos de ciertas clases para apagar ciertos sentimientos nobles y generosos. Así cuando una llama prende á un vestido, el terror y el azoramiento hacen que se propague más y más, y cada sacudida, cada golpe, es un soplo de fuelle que la va á avivar». — Después de muchas reflexiones acerca de lo pacientemente que el pueblo se ha acostumbrado al yugo, añade:— «Todo augura, pues, á primera vista, otros tres siglos, cuando menos, de pacífica dominación y tranquilo señorío. Sin embargo, por encima de estas consideraciones materiales, se ciernen invisibles otras de carácter moral, mucho más trascendentales y poderosas»…

El análisis que hace de la psicología de los pueblos malayos es notabilísimo, y del todo al todo opuesto al conocimiento que los españoles tenían del asunto; los cuales, en este particular, tomaban las lecciones de los frailes, que tuvieron siempre buen cuidado de pintar al indio como un ser indescifrable, apático, sin asomos de dignidad personal, servil, de ningún talento, «con la inteligencia en las manos»[21], etc., etc. Del análisis de esa psicología, como del cambio que en ella venía operando la acción ineluctable del tiempo, obtiene Rizal la consecuencia de que las cosas en su país tienen necesariamente que cambiar, de una manera ó de otra; y como era lógico en él, aconseja que ese cambio se efectúe de una manera pacífica. Al fijarse en que los Gobiernos de la metrópoli iban concediendo alguna reforma benéfica, como la implantación del Código penal, que califica de gota de bálsamo», exclama:— «¿Pero de qué sirven todos los Códigos del mundo, si por informes reservados, por motivos fútiles, por anónimos traidores, se extraña, se destierra, sin formación de causa, sin proceso alguno, á cualquier honrado vecino?»… Y poco más adelante advierte:— «Si los que dirigen los destinos de Filipinas se obstinan, y en vez de dar reformas quieren hacer retroceder el estado del país, extremar sus rigores y las represiones contra las clases que sufren y piensan, van á conseguir que éstas se aventuren, y pongan en juego las miserias de una vida intranquila, llena de privaciones y amarguras, por la esperanza de conseguir algo incierto». —Y como este aviso, tan noblemente dado, tantos otros, entre ellos el que da después de aconsejar que se conceda á Filipinas Representación en Cortes; porque de continuar el país como se hallaba, sin voz en el Parlamento, «podemos asegurar que dentro de algunos años, el actual estado de cosas se habrá modificado; pero inevitablemente. Hoy existe un factor que no había antes: se ha despertado [gracias al Autor] el espíritu de la Nación».

Pero sin duda lo más culminante de este notable trabajo, inspirado en los más sanos principios, que ojalá hubieran leído y tenido en cuenta nuestros gobernantes, es el examen que el Autor hace de las ambiciones de las Potencias del mundo en materia colonial, para deducir que á ninguna de las de Europa le convenía arrebatar á España las Islas Filipinas. Expone luego los peligros que correría el Archipiélago si se declarase independiente, y acaba por escribir estas proféticas palabras:— «Acaso la gran República Americana, cuyos intereses se encuentran en el Pacífico y que no tiene participación en los despojos de África, piense un día en posesiones ultramarinas». —Su maravilloso opúsculo concluye con este párrafo:

«Y por eso nosotros repetimos y repetiremos siempre, mientras sea tiempo, que vale más adelantarse á los deseos de un pueblo, que ceder: lo primero capta las simpatías y el amor; lo segundo, desprecio é ira. Puesto que es necesario dar á seis millones de filipinos sus derechos, para que sean de hecho españoles, que se los dé el Gobierno libre y espontáneamente, sin reservas injuriosas, sin suspicacias irritantes. No nos cansaremos de repetirlo mientras nos quede un destello de esperanza; preferimos esta desagradable tarea á tener un día que decir á la Madre Patria:— «España, hemos empleado nuestra juventud en servir tus intereses en los intereses de nuestro país; nos hemos dirigido á ti; hemos gastado toda la luz de nuestra inteligencia, todo el ardor y el entusiasmo de nuestro corazón para trabajar por el bien de lo que era tuyo, para recabar de ti una mirada de amor, una política liberal que nos asegure la paz de nuestra patria y tu dominio sobre unas adictas, pero desgraciadas islas. España, te has mantenido sorda, y envuelta en tu orgullo, has proseguido tu funesto camino y nos has acusado de traidores, sólo porque amamos á nuestro país, porque te decimos la verdad y odiamos toda clase de injusticias. ¿Qué quieres que digamos á nuestra miserable patria, cuando nos pregunte acerca del éxito de nuestros esfuerzos? ¿Les habremos de decir que, puesto que por ella hemos perdido todo, juventud, porvenir, ilusiones, tranquilidad, familia; puesto que en su servicio hemos agotado todos los servicios de la esperanza, todos los desengaños del anhelo, que reciba también el resto, que no nos sirve, ¡la sangre de nuestras venas! y la vitalidad que queda en nuestros brazos? ¡España!, ¿le habremos de decir un día á Filipinas que no tienes oídos para sus males y que, si desea salvarse, que se redima ella sola

¡Y al que esto escribió, le fusilaron!… El diplomático y académico D. Sinibaldo de Más, hombre de nada común talento, proponía al Gobierno en 1842 (¡en 1842!) que diese á Filipinas una prudente autonomía que fuese preparando á aquel país para la independencia, y que, no muy tarde, se la concediese, á fin de que la conducta de España sirviera de ejemplo á las demás naciones, y, sobre todo, para que de España quedase en el Archipiélago una tradición honrosa[22]. Pues bien: á D. Sinibaldo de Más se le ha catalogado entre los «españoles ilustres», y á Rizal, que no pedía tanto como el ilustre diplomático español, se le clasificó entre los «filibusteros», y fué, por filibustero, ¡fusilado! Afortunadamente, á España no le alcanza la responsabilidad de los errores cometidos por algunos de sus hijos. No fué España quien fusiló á Rizal: fué el espíritu reaccionario de ciertos españoles, de los frailes principalmente.

Por lo que respecta al segundo trabajo, Sobre la indolencia de los filipinos, el tema no era nuevo, y así lo reconoce el propio Rizal; habíalo ya tratado otro filipino culto, el Dr. Sancianco[23], aunque con menos profundidad, extensión y erudición que Rizal, que hace un verdadero alarde de sabiduría, y cita textos á porrillo, antiguos y modernos, para sostener, ampliada, la teoría que había ya sostenido en sus anotaciones á los Sucesos de Morga: que la leyenda de la indolencia de los filipinos carecía en absoluto de fundamento sólido.

Sus amarguras aumentaban. Basta leer algunos de sus artículos, tales como Ingratitudes, Sin nombre, etc., insertos en La Solidaridad, para comprenderlo así. Ingratitudes es una página muy sincera y muy sentida. Por Noviembre de 1889, la lucha entre los dominicos y los secuaces de Rizal hallábase en todo su apogeo: fué preciso que la Autoridad superior de las Islas acudiese personalmente á Calamba, y dirigiese frases de concordia á los colonos. Una de esas frases, contenida en una carta de Manila que publicó El Día, de Madrid (número del 29 de Diciembre siguiente), era ésta: «No se dejen alucinar los pueblos por vanas promesas de hijos ingratos»: Rizal consideróse aludido, y trata de su «ingratitud» con relación á Filipinas, á la Madre-patria, á sus propios padres y finalmente con relación á sus antiguos profesores, los frailes dominicos; y dice, entre otras muchas cosas dignas de leerse[24]:

«Sobre la fina arena de las orillas del lago de Bay hemos pasado largas horas de nuestra niñez pensando y soñando en lo que había más allá, al otro lado de las olas. En nuestro pueblo, veíamos, todos los días casi, al teniente de la guardia civil, al alcalde cuando lo visitaba, apaleando é hiriendo al inerme y pacífico vecino que no se descubría y saludaba desde lejos. En nuestro pueblo veíamos la fuerza desenfrenada, las violencias y otros excesos cometidos por los que estaban encargados de velar por la paz pública, y fuera el bandolerismo, los tulisanes, contra los cuales eran impotentes nuestras autoridades. Dentro teníamos la tiranía, y fuera el cautiverio. Y me preguntaba entonces si los países que había allá, al otro lado del lago, se vivía de la misma manera; si allá se atormentaba con duros y crueles azotes al campesino sobre quien recaía una simple sospecha; si allá se respetaba el hogar; si para vivir en paz había que sobornar á todos los tiranos… Todo esto y muchas cosas más aprendí en mi provincia, y he sido ingrato con ella ¡porque no he hecho nada para mejorar su situación!…»

Lamenta luego que en su país «no solamente las culpas de los padres recaían sobre sus hijos, sino también las culpas de éstos recaían sobre aquéllos. Nuestros enemigos [los frailes], que sin duda no tienen padres, no atreviéndose á saciar sus iras en nosotros, ¡se vengan en los miembros de nuestra familia!…» Y tratando luego francamente de los dominicos, dueños de Calamba y profesores de la juventud filipina, dice, para terminar, estas hermosas verdades[25]:

«Si en cambio de la enseñanza que nos dan quieren exigir de nosotros que reneguemos de la verdad, de la voz de nuestra conciencia, que acallemos los gritos de ese algo que Dios ha puesto en nosotros y que llamamos sentimiento de la justicia, para sacrificar á los intereses de su opulenta orden los intereses de nuestra patria, de nuestros semejantes y de nuestros hermanos; nosotros maldecimos y renegamos de su enseñanza, y no espere jamás de nosotros la más pequeña gratitud. La instrucción que fines tan bastardos tiene, no es instrucción, es corrupción, es prostitución de lo más noble que tenemos en nosotros mismos, y francamente, nadie puede pedirnos que le agradezcamos el rebajamiento de nuestra dignidad.

»Les contestaremos, que los maestros que educan á la juventud filipina, deben considerarse como las nodrizas ó los preceptores, que una madre paga para criar á su hijo. Mientras sus intereses no estén en pugna con la verdad y con los intereses de la familia, el hijo debe amarles y ponerse de su lado; entre los intereses de los frailes y los de nuestra patria, estamos por los de esta última: otra cosa sería infame, y el mero hecho de desear nuestra infamia, basta para desmerecer y aniquilar todos cuantos sacrificios hayan hecho por nosotros los que se titulan nuestros preceptores. En lo particular y en asuntos dudosos, no olvidaremos jamás el beneficio recibido.

»Nuestra patria los alimenta y enriquece para que nos instruyan; ellos y nosotros, pues, tenemos antes que mirar por los intereses de ella. Pretender otra cosa es hacer traición.»

El artículo Sin nombre (publicado en La Solidaridad del 28 de Febrero de 1890) trata del pleito que sostenían los vecinos de Calamba y los frailes dominicos; y el Autor se conduele de que se eternizase una solución equitativa. Y algunos más publicó, como Filipinas en el Congreso, inspirado en la proposición del Sr. Calvo y Muñoz, en la que demandaba que al Archipiélago se le concediera Representación en Cortes (en La Solidaridad del 31 de Marzo de 1890); Cosas de Filipinas, contra los abusos de la Guardia civil (en La Solidaridad de 30 de Abril siguiente); Más sobre el asunto de Negros, en el que insiste contra la Benemérita (Solidaridad del 15 de Mayo); Una esperanza, deplorando la caída del partido liberal (Solidaridad del 15 de Julio del mismo año 90)… Rizal no acaba de exasperarse; al concluir el artículo, infunde ánimos á sus compatriotas: «Dios ha prometido al hombre su redención después del sacrificio: ¡cumpla el hombre con su deber, y Dios cumplirá con el suyo!» — Entreverado con estos trabajos políticos, en que se destaca la personalidad de un verdadero apóstol, místico á su modo, que invoca con frecuencia la Justicia Divina, en la que tiene fe ciega, ya que es tan escasa la que tiene en la de los hombres, va un estudio precioso, y de tal importancia, que fué inmediatamente traducido al alemán y extractado en holandés[26], intitulado: Sobre la nueva Ortografia de la lengua Tagalog; todo un folleto inserto en La Solidaridad del 15 de Abril del año 90. Luce el Autor en este interesante trabajo sus profundos conocimientos de la mecánica gramatical de los idiomas europeos, no ya los que hablaba y escribía (castellano, francés, inglés y alemán), sino los que conocía con menos amplitud, pero con la suficiente para traducirlos (italiano, portugués, holandés, sueco, etc.). Hase de advertir que ya D. T. H. Pardo de Tavera[27] y D. Pedro Serrano[28], filipinos ambos, habían tratado del asunto y aun recomendado las ventajas científicas de la reforma de la Ortografía tagala; pero, en honor de la verdad, no llegaron á vulgarizarse las doctrinas de los citados señores: propuso Rizal el mismo asunto, en el estudio de que hacemos mérito, y lo consiguió: tanta era la autoridad del Gran Tagalo entre sus compatriotas. Desde entonces, los filipinos instruidos han proscrito las reglas ortográficas que durante siglos enteros habían sostenido los filólogos frailes, para adoptar las reglas preconizadas por Rizal, que consisten principalmente en el empleo de la k y de la w, en la supresión de la z, etc.

Pero como mejor se prueba la influencia de Rizal, en el corazón de sus paisanos, es con lo acaecido á raíz de la muerte (en Barcelona, el 19 de Agosto de 1890) de D. José María Pang̃aniban y Enverga, tagalo, compañero y admirador de Rizal, alumno aventajadísimo que había sido de la Facultad de Medicina de Manila, que había venido á España á ampliar sus conocimientos. La Solidaridad del 30 de Septiembre del mismo año consagró á la memoria de Pang̃aniban un verdadero homenaje, publicando pensamientos de muchos de los filipinos que vivían en Europa. La lectura de esos pensamientos, que ofrecen en conjunto toda una escuela política, de cuya existencia no hacían nada por enterarse nuestros gobernantes, dice bien claramente cómo los filipinos se hallaban infiltrados de los sentimientos é ideas de Rizal. Trasladaremos algunos; merecen ser conocidos:

«¡Lágrimas de amargo llanto arrancó de los corazones tu muerte! — Pero esas lágrimas se tornarán en preciosas pertas, para con ellas comprar el consuelo y la dicha de la patria que te llora. —Kalipulako»[29].

«Tú has muerto á temprana edad; pero vivirá para siempre tu recuerdo, y serás modelo de tus paisanos. Tus ideas, tus convicciones quedan esculpidas en nuestros pensamientos, y los defenderemos con toda la energía de nuestra alma, como tú, con empeño y ardor. Nunca olvidaremos aquel tu célebre pensamiento: Desechemos preocupaciones de antaño; nuestros trabajos, por más insignificantes que fuesen, son un grano de arena que aportamos al levantamiento del grandioso edificio de nuestra queridísima patria. —Santiago Icasiano

«Luchaste por la regeneración de tu patria, esclava de la teocracia, y luchando te sorprende la muerte. Mientras la batalla sigue entablándose con mayor encarnizamiento, adornen la fosa de tu sepulcro las flores regadas con las lágrimas de tus compañeros. —Enrique Magalona

«La amistad llora tu muerte; pero el patriotismo acoge como un precioso legado la memoria de tus virtudes. —Marcelo H. del Pilar

«Faltóle la vida cuando no era más que una feliz esperanza. En los impenetrables misterios del sepulcro, en las transformaciones sublimes de ultratumba, ¿resucitará la esperanza convertida en realidad gloriosa? ¡Nadie lo sabe!… Yo confío. —Moisés Salvador»[30].

«Bajaste á la tumba sin ver realizadas las ideas á cuyo fin dedicaste todos tus afanes; pero en el corazón de todos tus hermanos y paisanos, quedan grabados los patrióticos sentimientos que tú les inspiraste, y trabajarán por su triunfo, ya que la muerte se ha interpuesto en tu camino. —José Alejandrino

Nótese el sentido que se da á las palabras patria y patriotismo. El Gobierno, sin embargo, no se enteraba de que aquí, en la propia casa solariega, existía un importante núcleo de filipinos, más o menos intelectuales todos ellos, que venían haciendo una labor que, si á ciertas gentes podía parecerle de simples desahogos, «cosa de niños grandes», entre los naturales del Archipiélago producía una impresión profundísima, causaba en los espíritus una transcendental revolución. Hé aquí ahora el pensamiento de Rizal en aquel homenaje; una vez más, Rizal siente ansia de dar su sangre por la Patria:

«¡Una esperanza desvanecida, un talento malogrado, toda una juventud consagrada al estudio para una útil y fecunda edad madura; todo esto lo lamentan Filipinas y los que le hemos conocido!

Pero lo que debe llorar Pang̃aniban, aun en el seno de su tumba, es el pensar que ha muerto sin cumplir con la alta misión á que sus facultades excepcionales le destinaban; el pensar ha muerto sin haber podido dar antes su sangre y sus pensamientos todos á la noble causa que había principiado á abrazar.

Nosotros los que quedamos, sólo honraremos su memoria procurando llenar el vacío que ha dejado. Su mayor satisfacción no serán lágrimas, sino hechos; no para él, sino para su patria. —José Rizal.

De su vida en París, ha dicho Regidor (véase la nota 205):

«Allí asistió con asiduidad á las reuniones de casa de los hermanos Pardo de Tavera, á quienes estimaba entrañablemente; no faltaba tampoco á las recepciones domingueras de Juan Luna, en el Boulevard Pereyre, donde se lucía en los asaltos de armas y en donde tiró repetidamente con nuestra paisana la hábil Srta. Boustead. Para aquellas recepciones compuso una preciosa poesía que cantó una tarde, con su argentina voz de contralto, la binondeña Loleng Ocampo, música de Kundiman, el canto tagalo… Una idea noble germinaba en su cerebro: la de participar en la educación de sus paisanos. […] Trató de establecer en París un colegio para niños; después, invitado por el joven Kunanan, de la Pampanga, que le ofrecía obtener cuarenta mil pesos para fundar un colegio filipino en Hong-Kong, sólo pensaba en esta obra de redención…»

Rizal llegó á Madrid, procedente de Francia, en la primera quincena de Agosto de 1890. Su presencia en la capital de España notóse en seguida. Púsose sin pérdida de tiempo en relación con cierta parte de la Prensa madrileña, y logró á la vez de la Asociación Hispano-Filipina que desarrollase una actividad inusitada hasta entonces. La Asociación dirigió una carta-circular á los periódicos en solicitud de apoyo para el planteamiento de reformas liberales en el Archipiélago, y desde luego los propósitos de aquélla fueron acogidos con benevolencia, y aun con entusiasmo, por La Justicia, El Día, El País, El Globo, La República y El Resumen, mayormente por este último, que dirigía Augusto Suárez de Figueroa. Una Comisión, compuesta de D. Dominador Gómez Jesús (secretario de la Asociación), el Doctor Rizal y D. Marcelo Hilario del Pilar (director de La Solidaridad), visitó al ministro de Ultramar (Sr. Fabié) «con objeto de protestar enérgicamente y demandar justicia eficaz contra la reciente arbitrariedad que se ha cometido en el pueblo de Kalamba, en Filipinas»[31]… Los periódicos favorables á los filipinos apretaban, sobre todo El Resumen, donde se llegó á decir: «Cerrar los oídos, abrir los bolsillos y cruzarse de brazos; esa es la política española de Ultramar»[32].

Leía yo con gran atención cuanto sobre Filipinas salía á luz, y aprovechando la benévola acogida que en La Época me habían dispensado, en La Época emprendí una activa campaña enderezada á atenuar los efectos de la que los filipinos (Rizal principalmente) venían desarrollando. En uno de mis artículos (número del 16 de Noviembre del año mencionado de 1890), tratando de la cuestión de Calamba, dije:— «Llega á Calamba, procedente de Europa, D. José Rizal, y desde entonces los colonos se resisten á satisfacer el canon, muy especialmente los parientes y amigos de Rizal.» Antes de las veinticuatro horas de publicados estos renglones, los padrinos de Rizal venían á visitarme. Causóme sorpresa la visita, ó, por mejor decir, la demanda sobre las palabras que acabo de transcribir; porque, en último término, no tenían una cabal originalidad, puesto que semejante concepto habíalo hecho público, poco antes, otro periódico de Madrid, que se intitulaba El Popular. Uno de los representantes de Rizal tuvo á bien franquearse un poco, y me dijo:

—Al Sr. Rizal no le preocupa que le ataquen personalmente; es hombre de lucha, y sabe á qué atenerse; por lo que no pasa es porque se mezclen en estas cuestiones á sus parientes…

Rizal sentía la devoción de la familia hasta un grado rayano en lo sublime. No es posible hallar otro hombre que haya amado con más intensidad á sus padres, hermanos y demás deudos. Júzguese, por lo tanto, de lo que sufriría cada vez que le llegaba la noticia de que alguno de sus parientes era deportado; de lo que debió de sufrir cuando supo que á su cuñado D. Mariano Herbosa lo habían enterrado como á un perro, ¡sólo por ser cuñado de Rizal!… El reto de Rizal á mí se arregló con un acta, en la que quedaron «á salvo el honor y buen nombre, tanto del Sr. Rizal y sus familiares, como del Sr. Retana»[33].

En ninguno de los escritos de Rizal, absolutamente en ninguno, se registra una sola frase que denote en su autor un bravucón. En esto no le imitaban algunos de sus paisanos, que salpicaban sus artículos con frases agresivas, y daban á entender con cierta mal disimulada jactancia que gustaban de ejercer el matonismo. Y, sin embargo, ninguno de ellos superaba en valor á Rizal, que lo puso á prueba algunas veces. Cuenta el Sr. Gómez de la Serna, en un artículo que dejamos ya citado[34], que hallándose Rizal en una reunión en París, «unos franceses dijeron burlescamente al verle:— «¡Un chino!, ¡un chino!» —Rizal devolvió la burla con la frase más sangrienta para aquellos majaderos:— «¡Prusianos!, ¡prusianos!» —Y se produjo un gran escándalo, durante el cual el llamado chino permaneció impasible, dispuesto á todo». Rizal esgrimía con gran destreza el sable y la espada; pero en lo que descolló principalmente fué en el manejo de la pistola: «Con la misma precisión y maestría que opera el ojo de un enfermo (su especialidad), escribe su nombre en la pared con la bala de una pistola»[35]. No hemos podido poner en claro cómo ni por qué fué un lance suscitado entre Rizal y Antonio Luna, que se las daba de matón: ello es que Rizal le provocó á un duelo, y Antonio Luna (que era también un tirador de nada comunes facultades) cedió.

El 23 de Diciembre de aquel año de 1890, los filipinos reformistas y algunos peninsulares que con ellos simpatizaban, dieron un gran banquete al ex ministro de Ultramar Sr. Becerra. Tuvo aquel acto alguna resonancia. El Sr. Morayta, como Presidente de la Asociación Hispano-Filipina, pronunció un discurso muy intencionado, del cual entresacamos este párrafo[36]:

«Y hay, señores, un peligro inmenso, en que tantos y tantos que llegan á conocer lo que significa el reconocimiento de la personalidad humana, que ven cómo aquí se goza de libertad absoluta para escribir, para hablar, para reunirse, cual cumple á pueblos regidos por una verdadera democracia encarnada en la conciencia del país y en las leyes, vuelven á aquel país, para ellos tan querido, á vivir bajo el imperio del sable del Capitán general ó bajo la capucha del fraile.»

De mayor importancia y transcendencia fué todavía el discurso del Sr. Becerra, que sólo hacía meses que había dejado de dirigir el departamento de Ultramar. Dijo el Sr. Becerra, entre otras cosas[37]:

«En cuanto á que la realización de mis planes pueda contribuir á que Filipinas se separe de España, me limitaré á decir ante vosotros, que sabéis de dónde procede tal acusación, que tengo en mi poder una carta de un personaje que me amenazaba á mí, es decir, al Ministro de Ultramar, diciéndome que si me empeñaba en llevar la enseñanza obligatoria del castellano á Filipinas[38], tal vez las Órdenes monásticas tomaran otras disposiciones que pudieran ser contrarias á España, y que á esta carta yo me permití contestar que lo sentiría mucho, porque mientras estuviera en el Ministerio, si á tal se atrevieran las Órdenes, se les aplicaría todo el rigor de la ley, como á cualquiera que atentase contra la patria.» […]

«Pero es que no se puede tener á un pueblo oprimido, porque cuando en tal situación se le coloca, ó degenera en esclavo, ó se paraliza como el pueblo chino, ó rompe la valla que le rodea, buscando el medio ambiente en que espera encontrar condiciones de vida y de libertad.» […] «Bastante hacía yo, puesto que no tocaba los bienes de aquellas Órdenes, y eso que conozco de dónde proceden, como conozco los derechos que á ellos pudiera alegar el Estado»…

Rizal, que se hallaba en Madrid, no asistió á ese banquete. ¿Por qué? Sin duda, su pesimismo se había acentuado. Sus secuaces de Calamba, cada vez más perseguidos; y aquí, en España, de Ministro de Ultramar, Fabié, en íntima comunión de ideas con el P. Nozaleda, un dominico máximo, uno de los amos de Calamba, que al volver á Manila para posesionarse del Arzobispado, llevóse en el bolsillo una Real orden mediante la cual podían los frailes enajenar sus bienes[39]… Es verdad que Rizal había tratado á algunos españoles que le daban la razón… Pero, según dijo hallándose en capilla:

—«Los coloquios con los españoles ilustrados me han hecho filibustero, porque me han hecho desear la independencia de mi patria. Cuando estuve en Madrid, los republicanos me decían que las libertades se pedían con balas, no de rodillas.»

Sus últimos trabajos, aquel año de 1890, en La Solidaridad, fueron: — Un estudio crítico de Las luchas de nuestros días, de Pi y Margall, que recomendó á sus paisanos. «Dejando, dice, para otros examinar Las luchas de nuestros días bajo un punto de vista literario ó político, nosotros las estudiaremos en cuanto se refiere á la vida de los pueblos y de los individuos en general, y de las colonias en particular, llamando la atención sobre las ideas en consonancia ó disonancia con las aspiraciones filipinas.» El examen hízolo con gran minuciosidad. — Cómo se gobiernan las Filipinas, articulo político pletórico de sinceridad y energía. — Á mi… [musa], delicada y sentida composición poética, envuelta en fino humorismo; dirigiéndose á su musa, le dice, entre otras cosas, al despedirse de ella:

«Mas antes que partas, di,
Di que á tu acento sublime,
Siempre ha respondido en mí
Un canto para el que gime
Y un reto para el que oprime.»

Y, por último, la leyenda Mariang Makiling (véase la página 144), en la cual evoca el recuerdo de su Calamba inolvidable.

Lleno de tedio, convencido de que prácticamente nada conseguía en pro de sus ideales prolongando su permanencia en Madrid, el 27 de Enero de 1891 salió para París. Proponíase tirar por completo de la manta; ¡iba á publicar la segunda parte de su zarandeado Noli me tángere, una nueva novela: El Filibusterismo.

  1. The Philippine Islands, Moluccas Siam, Cambodia, Japan, and China, at the close of the sixteenth century, By Dr. Antonio de Morga. Translated from the Spanish, by H. E. J. Stanley. London, 1868. En 4.º — Forma parte de la preciosa colección de The Hakluyt Society. — El mismo Mr. Stanley tradujo y glosó, para la colección mencionada, el libro de Pigafetta, edición de Amoretti, que con el titulo Primo viaggio se había publicado en Milán, 1800, La traducción de Stanley se intitula: The First Voyage round the world, by Magellan. London, 1874. En 4.º
  2. Muchas son las autoridades que podíamos citar en apoyo de este aserto; sólo consignaremos dos, de entre las varias que no mencionan los filipinistas modernos, que fueron desconocidas de Rizal:
    «Ay en esta isla [Manila] y en la de Tondo muchos mahometanos, aquienes se les auia pegado la secta por la contratacion, que tenian en Burneo. Los quales auiendose casado en las Islas, y auecindadose en ellas, se la auian pegado, y enseñado, dandoles cartillas, ceremonias y forma de guardarla. Y assi muchos de la Isla [de Luzón] començauan á ser Moros retajandose, y poniendose nombres de Moros; y cundia el cancer tan de priessa, que á tardarse mas la llegada de los españoles todos fueran oy Moros, como lo son ya todos los Isleños que no estan en el gouierno de las Philipinas» —Fr. Juan de Grijalva: Crónica de la Orden de N. P. S. Augustin: Mexico, 1624; fol. 138.
    Más antigua y menos conocida aún es esta otra fuente:
    …«se han enseñoreado [los mahometanos] de la parte septentrional de la Somatra de dozientos, o poco mas años á esta parte, valiendose primeramente del comercio, luego de los casamientos, y vltimamente de las armas. Passando adelaute han ocupado la mayor parte de los puertos de aquel inmenso Archipielago, señores de la ciudad de Sunda en la Iaua mayor, posseen la mayor parte de las Islas de Banda y de Maluco, reynan en Borneo y en Gilolo, y auian entrado hasta Luzon Isla nobilissima entre las Filipinas, y edificado ya en ella tres poblaciones… Y si no se les opusieran los Portugueses en la India y en el Maluco, y despues los Castellanos en las Filipinas; y no hubieran con las armas y con el Evangelio atajadoles el passo, y cortado el hilo a su corriente, sin duda poseyeran el dia de oy infinitos Reynos de aquel Leuante»… —Fr. Jaime Rebullosa: Historia Eclesiastica… sacada de las relaciones de Juan Botero Benes: Barcelona, 1610. (En el colofón: 1608.) Folio 132.
  3. En una de las adiciones que el Sr. Ponce publicó á la Bibliografía Rizalina por mi publicada en El Renacimiento, de Manila (28 Abril 1906), hay una nota que dice asi:— «Correcciones de los Sucesos de las Islas Filipinas, por el Dr. Antonio de Morga. Es una fe de erratas de la edición que hizo de esta obra, de suma importancia y necesidad para cuando se haga otra edición de este libro. Rizal puso esta nota á sus Correcciones: «Errores de imprenta y omisiones del copista. Cuando se publicaba esta obra, el ejemplar original del British Museum se había extraviado, y el anotador no pudo, como quería, corregir las pruebas cotejándolas con el original; así se deslizaron omisiones de éste como del manuscrito.» Las omisiones son muchas y considerables, consistiendo no sólo en palabras, sino en líneas y hasta en párrafos enteros.»
  4. Colección de documentos inéditos relativos al descubrimiento, conquista y colonización de las posesiones españolas en América y Oceanía. Madrid, 1864-1884. — 42 tomos en 4.º En los tomos 3, 5, 13, 14, 16, 34 y algún otro, se contienen noticias curiosísimas acerca de Filipinas.
  5. Colección de documentos inéditos… Segunda serie. Madrid. Van publicados 13 vols.; de los cuales hay dos que tratan íntegramente de Filipinas, y los documentos que contienen son del mayor interés.
  6. El malogrado investigador filipino Sr. C. J. Zulueta, estudiando en el Museo Británico de Londres (en 1904) el ejemplar, único conocido, del Vocabulario Tagalo del P. San Buenaventura, impreso en Pila el año de 1613, me escribió:— «Rizal sostuvo que la palabra ramera no existía en el idioma del país; no lo hubiera dicho de haber conocido esta rarísima obra. ¡También los grandes hombres se equivocan!» V. mi articulo publicado en El Renacimiento, de Manila, número del 17 de Diciembre de 1904. — Extremó tanto Rizal el elogio de la virtud de los antiguos filipinos, que el patriota Isabelo de los Reyes, gran admirador de Rizal, hubo de ponerle algún reparo, cosa que á Rizal le escoció algo, según se desprende de su articulito «Una contestación á D. Isabelo de los Reyes», inserto en La Solidaridad del 31 de Octubre de 1890. — Á los modernos filipinos debe de tenerles sin cuidado (pues en último término no les alcanza la menor responsabilidad, como hubiera dicho Silvela) que los cronistas afirmen que entre las antiguas bisayas «la virginidad era afrentosa»; que había desfloradores de profesión, etc. Para Rizal los filipinos eran sagrados, así los de ahora como los del siglo XVI.
  7. La edición de Rizal hízose por la casa de Garnier Hermanos, de Paris; la impresión es esmerada, y el aspecto del libro es excelente. Aunque el pie de imprenta dice: París, 1890, el libro de Morga-Rizal comenzó á circular en Diciembre de 1889.
    Bueno será que consignemos aquí un recuerdo al aventajado americanista D. Justo Zaragoza. Este señor, que conocía perfectamente el gran mérito de la obra de Morga, se propuso reimprimirla, y la reimprimió en efecto, en 1888. Pero quiso que la nueva edición llevase un prólogo de D. José Cabezas de Herrera, alto funcionario que habia sido en Filipinas, y los achaques de éste, y luego su muerte, y poco después los achaques y la muerte de D. Justo Zaragoza, impidieron que el libro quedase enteramente concluido. El texto de Morga se reimprimió todo; y un librero de Madrid logró hasta dos ejemplares de las capillas estampadas en casa de M. Ginés Hernández, que vendió á mucho precio: figura el uno en la biblioteca que posee en Barcelona la Tabacalera de Filipinas, y el otro en la colección del citado bibliófilo de Chicago Mr. E. E. Ayer.
  8. Escrita en alemán. El Prof. Blumentritt tuvo la bondad de facilitarme una copia, por él mismo traducida al castellano.
  9. Quioquiap, pseudónimo de D. Pablo Feced, ya citado. Como es dicho, Feced se distinguió por el gran menosprecio, no superado por ningún otro literato, con que hablaba siempre de los filipinos.
  10. Así era la verdad, y faltaban á ella los que acusaban á Blumentritt de ser enemigo de España. Blumentritt, que lleva algo de sangre española en las venas, ha sido fanático de nuestro país á par que un grande amante de Filipinas. Hombre esencialmente idealista, y sabio en el más amplio sentido de la palabra, dotado de una unción verdaderamente romántica, su mayor anhelo consistía en ver estrechamente unidas, por los vínculos del amor fraternal, la Metrópoli y la Colonia.
  11. Con la palabra chongo (creemos que de origen americano: en nahuatle, congo = mono) se designa en Filipinas á los monos; y por extensión, y como epíteto denigrante, se designaba á los filipinos. Claro es que el epíteto lo empleaban tan sólo los españoles, y para los filipinos era el más mortificante, el que más les ofendía. De los viejos radicados en el país, españoles, que se habían asimilado con exceso los usos y costumbres, solía decirse que estaban enchongados, esto es, indianizados.
  12. Epíteto despectivo que solían aplicar los españoles, señaladamente los frailes, á los indígenas más o menos ilustrados.
  13. En mi libro Mando del General Weyler en Filipinas, que no tiene otro mérito que el de ir copiosamente documentado, demuestro cumplidamente que todos los ramos de la Administración pública progresaron durante la gestión de dicho general, debido á sus iniciativas personales. Ningún otro gobernante tomó con mayor empeño la propagación del castellano, el fomento de la instrucción primaria, etc.
  14. Publicado íntegramente en mi libro Mando del General Weyler.
  15. Un ejemplar de esta ya tan rara proclama hállase en la magnífica biblioteca que posee en Barcelona la Compañía General de Tabacos de Filipinas. Y á propósito de este importante papel, queremos que conste aquí la opinión del Sr. Ponce, contraria á adjudicar á Rizal la paternidad de la proclama. El Sr. Ponce, en sus adiciones á mi ya citada Bibliografía Rizalina, ha escrito: «Cuando en Europa hemos recibido ejemplares de este impreso, he oído á Rizal lamentarse mucho de que entre los filipinos surgiese cuestión tan dolorosa. Por su parte hubiera echado tierra al asunto sin decir una palabra.» —El Sr. Ponce, no sólo niega que Rizal redactase esta proclama, sino que asegura que no fué impresa en París. Quede, pues, como documento atribuído, y no sin fundamento, porque el estilo y ciertas incorrecciones gramaticales son muy de Rizal.
  16. Y con el titulo Impresiones reunió en un tomo los principales artículos: Madrid, 1891. El libro fué elogiado por algunos críticos españoles, entre ellos D. Antonio Sánchez Pérez, que lo recomendó en la Prensa.
  17. La Solidaridad, núm. 20; Madrid, 30 de Noviembre de 1889. — Rizal estaba en París.
  18. El País, de Madrid, diario republicano de los más caracterizados, censuró (en 1891) en términos acres que hubiera sido nombrado Presidente de Sala de la Audiencia de Manila el digno é ilustrado magistrado peninsular D. Cristóbal Cerquella, sólo porque… ¡estaba casado con doña Carmen Pardo de Tavera, hermana de D. Joaquín! (uno de los inicuamente complicados en los sucesos de Cavite del año 1872. ¡Ya había llovido!). — Véase El País del 3 de Agosto de 1891, y véanse además las atinadas reflexiones que sobre el asunto hizo el Prof. Blumentritt en La Solidaridad del 31 del mismo mes y año.
  19. La Solidaridad; números 16, 18, 21 y 24; Barcelona-Madrid: 30 Septiembre 1889-31 Enero 1890.
  20. La Solidaridad; núms. 35, 36, 37, 38 y 39; Madrid, 15 Julio 1890- 15 Septiembre 1890.
  21. Frase muy repetida, incluso por el propio D. Manuel Becerra, siendo ministro de Ultramar, en el discurso que pronunció en el Congreso de los Diputados, contestando al Sr. Calvo y Muñoz. — Véase el folleto Filipinas en las Cortes: Madrid, E. Jaramillo, 1890.
  22. La cita es larga, pero debemos reproducirla, con tanta más razón cuanto que son rarísimos los españoles que conocen el texto de la tercera parte de la obra de D. Sinibaldo de Más intitulada Informe sobre el estado de las Islas Filipinas en 1842 (Madrid, 1843). Dice así:
    «Al cabo de algunos años, cuando esté la población desbastada suficientemente, se formará una Asamblea de diputados del pueblo para que celebre sesiones en Manila durante dos ó tres meses cada año, en las cuales se tratará de los negocios públicos, particularmente de las contribuciones y presupuestos; y después de algún tiempo de tal educación política se podrá sin temor retirar nuestro Gobierno, fijando antes el que haya de quedar establecido, que probablemente sería alguna Constitución análoga á las de Europa, con un príncipe real al frente escogido de entre nuestros infantes.
    »Mi tarea está concluida. Cuál de los planes arriba analizados sea más justo conveniente seguir, no me toca á mi recomendar, cuanto menos próponer.
    »Añadiré, sin embargo, una página para emitir mi opinión como individuo de la nación española. Si yo hubiese de elegir, votaría por el último. No sé qué beneficios hayamos reportado de las colonias: la despoblación, la decadencia de las artes y la deuda pública nos vienen en gran parte de ellas. El interés de un Estado consiste, á mi modo de ver, en tener una población densa y bien educada; y no hablo solamente de educación literaria y política, sino de aquella general que hace á cada uno perfecto en su oficio, quiero decir de aquella que constituye á un ebanista, tejedor ó herrero, el mejor ebanista, tejedor ó, herrero posible. El mayor o menor número de máquinas es en nuestro siglo un termómetro cuasi seguro para conocer el poder de los imperios.
    »Una colonia no puede ser útil sino con el fin de llenar algunos de estos tres objetos. Hacer de ella un país tributario para aumentar la renta de la metrópoli (como efectúa la Holanda por medio de un sistema compulsivo y exclusivo); erigirla en segunda patria y sitio de emigración para la población sobrante (como son más particularmente la Australia, Van-Diemen y Nueva Zelandia); en fin, procurarse en ella una plaza para expender productos de las fábricas nacionales (que es el principal blanco de los establecimientos ultramarinos modernos). Para el primero ya hemos visto que las Filipinas son un pobre recurso y lo serán en mucho tiempo, y no me admiraré de que antes de perderlas nos cuesten, al contrario, algunos millones; para el segundo son innecesarias, pues no tenemos población sobrante de que descargarnos; y para el tercero inútiles, pues carecemos de manufacturas que exportar. Barcelona, que es el país más fabril de la Península, no tiene con ellas la menor comunicación directa; todo lo que se lleva allí desde Cádiz consiste en un poco de papel, aceite y licores; si no fuese por el tabaco, y los pasajeros que van y vienen, uno ó dos buques anuales bastarían para encerrar todas las especulaciones mercantiles entre ambos países. Algunos observarán, sin embargo, que si ahora nuestra industria está atrasada, podrá dentro de algunos años hallarse al nivel de las más perfectas y contar en Filipinas con un rico mercado… La separación no impedirá entonces esta ventaja; el comercio de Inglaterra con la América del Norte es ahora cien veces mayor que cuando obedecía á sus leyes. — Que si no tenemos población sobrante podremos tenerla dentro de un siglo… Entonces las Filipinas no estarán escasas de habitantes y sería preciso emigrar á las Marianas. — Que si dejamos el país pronto se perderá, por lo menos entre los naturales, la religión cristiana… Como no soy misionero, confieso que la objeción no me hace gran fuerza, y creo que Dios basta por sí solo para cuidar de la salvación de sus pueblos. — Que atendida la dificultad de defender aquel país dividido en muchas islas y sus demás circunstancias, no se puede dudar de que pronto caerían con alguna excusa ó sin ella en poder de Inglaterra, Francia ú Holanda, de lo cual hasta ahora se ha librado por el respeto que se tiene á España; y que si no en manos de potencias europeas, caerían en las de naciones asiáticas, especialmente de los chinos, bajo cuyo yugo gemirían ya hace años si no hubieran batallado para impedirlo soldados de Castilla, ó si no en las de los nacientes Estados de Nueva Australia, Van-Diemen y Nueva Zelandia… Por estos principios deberíamos erigirnos en caballeros andantes de todos los pueblos desvalidos; cuando tal caso llegue, los españoles establecidos en el país tendrán siempre el recurso de volver á su patria primitiva. — Que la España ha gastado por las islas más de 300 millones de pesos fuertes, á más de infinitas vidas, y es muy justo que nos reembolsemos… También hemos gastado mucho oro en expediciones á Tierra Santa, y no pensamos en recobrarla. — Que con un rey ó gobierno propio tendrían los filipinos que pagar más pesadas contribuciones que las que ahora de ellos se exigen, como es fácil comprobar con el ejemplo de las naciones libres, sin exceptuar á la misma España… Lo propio ha sucedido á los griegos, que están ahora más pobres y pagan más que antes de la insurrección, y sin embargo no llaman á los Osmanlis. Y si los filipinos nos echan de menos algún día, se acordarán entonces de nuestros tiempos con reconocimiento, y se arrepentirán de la ingratitud que muchos de ellos nos han manifestado. — Que la culpa de algunos no ha de caer sobre la cabeza de todos; que los que desean la ruina de nuestro dominio son los menos, los díscolos y los ambiciosos; y que si se preguntase á los habitantes, uno por uno, si querían que nos marchásemos ó nos quedásemos, los 90 por 100 votarían por lo último… Suponiendo que sea esto cierto, no me convence enteramente, porque sé que las mujeres turcas juzgan que su suerte es muy feliz y compadecen á las europeas, y ésta no es, sin embargo, una razón para creer que su condición es envidiable, y que si conociesen otra vida que la del harem pensasen del mismo modo.
    »En conclusión: si conservamos las Islas por amor á los isleños, perdemos el tiempo y el mérito; porque el agradecimiento se encuentra á veces en las personas, mas nunca debe esperarse de los pueblos; y si por amor nuestro caemos en una anomalía, porque ¿cómo combinar el que pretendamos para nosotros la libertad y queramos al mismo tiempo imponer la ley á pueblos remotos? ¿Por qué negar á otros el beneficio que para nuestra patria deseamos? Por estos principios de moral y justicia universal, y porque estoy persuadido de que en medio de las circunstancias políticas en que se halla la España, se descuidará el estado de aquella colonia; no se adoptará (ésta es mi convicción) ninguna de las medidas que yo propongo para conservarla; y so emancipará violentamente, con pérdida de muchos bienes y vidas de españoles, europeos y filipinos, pienso que seria infinitamente más fácil, más útil y más glorioso el adquirir nosotros el mérito de la obra, anticipándonos con la generosidad. Así los escritores extranjeros, que tantas calumnias han estampado injustamente contra nuestros gobiernos ultramarinos, escritores de naciones que nunca satisfacen su hambre de colonias, tendrán por lo menos esta vez que decir: «Los españoles cruzaron nuevos y remotos mares, extendieron el dominio de la Geografía, descubriendo las Islas Filipinas; hallaron en ellas la anarquía y el despotismo, y establecieron el orden y la justicia; encontraron la esclavitud y la destruyeron, imponiendo la igualdad política; rigieron á sus habitantes con leyes, y leyes benévolas; los cristianizaron, los civilizaron, los defendieron de chinos, de piratas moros y de agresores europeos; les llevaron mucho oro y luego les dieron la libertad.»
  23. En la interesante obra El Progreso de Filipinas: Estudios económicos, administrativos y políticos. Madrid, Vda. de J. M. Pérez, 1881. El Autor era doctor en Derecho civil y canónico y licenciado en Derecho administrativo. — Esta obra es una de las más serias y sesudas que han publicado los nacidos en las Islas Filipinas.
  24. Nos ha parecido conveniente repetir la reproducción de este párrafo, ya copiado en la página 19.
  25. La Solidaridad, núm. 23; Madrid, 15 de Enero de 1890.
  26. Traducido al alemán por el Prof. Blumentritt y extractado y glosado en holandés por el Prof. H. Kern, de la Universidad de Leida.
  27. Criollo filipino; médico, lingüista, etc. — V. sus folletos Contribución para el estudio de los antiguos alfabetos filipinos, Losana, 1884; El Sanscrito en la lengua Tagalog, Paris, 1887; Consideraciones sobre el origen del nombre de los números en lengua Tagalog, Manila, 1889.
  28. Véase su Diccionario Hispano-Tagalog, Manila, 1889.
  29. Pseudónimo de D. Mariano Ponce; pseudónimo lleno de intención, porque Kalipulako era el nombre del régulo de la isla de Mactan, donde halló la muerte, en lucha con los indígenas, Magallanes, descubridor del Archipiélago Filipino. Evocar el nombre de aquel régulo vale tanto como evocar al debelador de los invasores de raza europea.
  30. Una de las figuras principales de la Masonería nacionalista.
  31. Noticia, que creo fué redactada por Rizal, publicada por gran número de periódicos de Madrid.
  32. El Resumen: Madrid, 15 de Noviembre de 1890. — Creo que la frase no es de Rizal, sino de Gonzalo Reparaz, redactor de dicho diario y á la sazón en buenas relaciones amistosas con los filipinos.
  33. Cuando el asunto se hubo concluido, uno de mis representantes, el escritor militar Sr. Scheidnagel, que me profesaba acendrado cariño, me dijo:— «Me preocupaba que hubieseis ido al terreno, porque tengo entendido que Rizal es un tirador muy hábil y sumamente sereno.»
  34. El Renacimiento, diario de Manila; 12 de Marzo de 1904.
  35. La Correspondencia Alicantina; núm. del 19 de Octubre de 1896. La misma noticia la hallamos en El Demócrata, de Lorca, de igual fecha, y en otros papeles peninsulares.
  36. La Solidaridad, núm. 47: Madrid, 15 de Enero de 1891.
  37. La Solidaridad, núm. 51: Madrid, 15 de Marzo de 1891.
  38. Una de las nobles aspiraciones de los filipinos ilustrados, así como de muchos peninsulares. Los frailes fueron de por vida opuestos á semejante cosa: en este respecto, la opinión venía hecha desde hacía muchísimo tiempo, pero mayormente desde que el famoso P. Fr. Francisco Gainza, dominico, catedrático de la Universidad de Santo Tomás, y más tarde Obispo de Camarines, en el voto particular que presentó á la Junta organizadora nombrada por el Gobierno superior civil para redactar un reglamento de primera enseñanza, dijo:— «El principio de la enseñanza en castellano, sancionado por el Código de Indias, reclamado por muchos y celosos funcionarios, y exigido si se quiere por el progreso del siglo, debe considerarse FUNESTO para el país en religión y en política. — Los curas [frailes] aborrecen por instinto que en su pueblo se hable el idioma de su patria, y la experiencia nos enseña que ese instinto es racional.» —Ahora mismo, en Nuestro Tiempo, de Madrid, número del 10 de Febrero de 1907, acaba de publicarse un articulo, que firma Sincero Ruiz, que termina con los siguientes renglones:
    «Tómense como se quieran, los hechos hablan solos. Las comunidades religiosas, no sólo han hecho que España pierda antes de tiempo sus colonias filipinas, sino que han inferido un daño más hondo y perdurable: por unos cuantos millones á que en último término vino á reducirse la herencia y la gratitud de sus trabajos evangelizantes, estafaron el alma de la raza que les dió vida, estafaron el habla castellana en el Extremo Oriente.»
  39. Esta famosa Real orden dióse poco menos que de tapadillo: Fabié no la publicó en la Gaceta de Madrid ni consintió que se publicara en la Gaceta de Manila. ¡Dió mucho que hablar aquella disposición, fechada el 4 de Diciembre de 1890!… El senador D. Manuel Merelo interpeló al Ministro de Ultramar, Sr. Fabié, en la sesión de 11 de Mayo de 1891; y decía el interpelante:
    …«ese expediente no abulta más que este pequeño número de pliegos que tengo en la mano; como que no contiene más que tres documentos: una instancia del señor Arzobispo de Manila, de 16 de Agosto de 1890, si no recuerdo mal; una nota del Negociado de asuntos eclesiásticos del Ministerio de Ultramar, con cuya nota aparece conforme la Dirección correspondiente de aquel Departamento, y la Real orden á que, antes me he referido…
    »Este asunto, señores Senadores, tiene una filiación bastante antigua. Arranca de hace algunos años; arranca allá desde Febrero de 1877, es decir, hace catorce años, en cuya fecha los señores Procuradores de las comunidades religiosas de Filipinas,… se dirigían al señor Ministro de Ultramar rogándole, entre algún otro particular que no hace al caso, que derogase las reales órdenes… de 17 Junio 1834 y 14 Octubre 1849. El que era á la sazón Ministro de Ultramar… accediendo á algo de lo que en ella se solicitaba, creyó que, por lo que respecta á la derogación de estas reales órdenes, debía buscar el consejo de más señores…
    »En efecto, en Abril del mismo año del 77 pedía informe sobre la exposición que se le había dirigido al Gobernador general… de Filipinas, mandándole que oyera y consultara al Consejo de Administración y á la Audiencia. El Gobernador general… consultó… además al Arzobispo… y al Director de Hacienda del Gobierno general.
    »Evacuados los informes,… todos conformes en reconocer la conveniencia de la derogación solicitada… pero manifestando todos muy especialmente que era dejando á salvo, dejando incólume la prerrogativa que correspondía al Real patronato de la Corona.
    »El Gobernador general devolvió el expediente, informando por su parte en términos análogos. Y recibido en el Ministerio de Ultramar, el Ministro, a pesar de la unanimidad, o casi, de pareceres,… consultó al Consejo de Estado.» — En Octubre del 77 se paso el expediente al Consejo para que informara en pleno, como lo hizo, en efecto, en contra de las aspiraciones de los frailes filipinos.
    El P. Nozaleda, arzobispo electo de Manila, aprovechando su permanencia en Madrid, en Agosto de 1890 solicitó del ministro Sr. Fabié: que se definiese sin ambigüedad la situación religiosa de Filipinas en orden á la administración de sus bienes. (En rigor, lo que ya habían pedido los Procuradores.) Y el Ministro, sin más acuerdo, dictó la R. O. consabida.
    El esfuerzo del Sr. Merelo, si bien puso en evidencia la parcialidad de Fabié por los frailes, no dió ningún resultado positivo. Los frailes aseguraron sus fincas, y todos sabemos la enorme suma de millones que llevan sacados, ¡aquellos que fueron descalzos á evangelizar á los filipinos, á quienes predicaban pobreza, abnegación y mansedumbre!…