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W. E. RETANA

que habían de elevarles y dignificarles; en 1888, al cabo de algunos meses de lucha contra corruptelas seculares, salía poco menos que obligado, escéptico, sin esperanzas casi, persuadido de que el problema de la redención del pueblo filipino no podía venir por la vía legal de la justicia… Ni un paso había dado en su tierra que no hubiera sido objeto de las más absurdas glosas. Aun la expedición que hizo á la cumbre del Maquíling (acompañado del teniente español D. José Taviel de Andrade) fué calificada de «filibustera»[1]. ¡Ni le deja-


  1. Deseoso yo de comprobar la exactitud de la alusión que hice en Nuestro Tiempo á D. José Taviel de Andrade, escribí á este señor rogándole que confidencialmente me dijera algo acerca del particular; y, en efecto, desde Sanlúcar de Barrameda, D. José Taviel de Andrade dirigióme atenta carta, que conservo, fechada á 23 de Julio de 1905, de la cual transcribo los siguientes párrafos:
    «Recibí, es verdad, el encargo de vigilar sus actos; pero yo que era guardia civil por accidente, carecía de esa naturaleza policíaca precisa para ello, y encontré más fácil, y por cierto me dió mejores resultados, obligarle por la amistad, que ya entre nosotros empezaba.
    »Rizal era hombre fino, bien educado y caballeroso. Las aficiones que más cultivaba eran: la caza, el ejercicio de las armas, la pintura, las excursiones: de suerte que sin llegar a la intimidad se estableció entre nosotros una franca amistad que, lo confieso, me era muy grata en aquella soledad.
    »Recuerdo perfectamente nuestra excursión al Maquíling, que V. cita, no tanto por las emociones que nos produjo la vista de aquellas extensiones inmensas —aquella naturaleza abrupta y soberbia,— cuanto por las patrañas y desatinos á que dió pábulo. Hubo quien creyó, y dijo en Manila, que Rizal y yo habíamos izado en lo alto del monte [Maquíling] la bandera alemana y proclamado su soberanía en Filipinas.
    »Yo supuse que esas tonterías partan de los frailes de Calamba; pero no me tomé el trabajo de indagarlo. De estos reverendos se suponía también que fuesen los autores de los anónimos que algunas veces recibía Rizal. […]
    »Muchas veces le aconsejé [á Rizal] que se ausentase de Filipinas, porque preveía que el menor motivo, la más pequeña algarada, había de ser el pretexto para su sentencia de muerte; y yo no sé si porque él creía ver detrás de mis palabras algo que no quería ó no podía decir, ó porque realmente presintiera el peligro, se trasladó á Europa, donde vivió largo tiempo. — Después de esta época no le volví á ver.
    »Creo, como V., que Rizal era un soñador, romántico como todos los filipinos; hombre de acción y capaz, por su corazón y su entereza, de grandes hechos. Y creo también que la rebelión filipina le sorprendió á él tanto como á nosotros. Era demasiado listo para no comprender que una revolución en el estado de incultura en que se hallaban sus paisanos era solamente un cambio de amos, y él aspiraba á la independencia de su país por la educación, el perfeccionamiento progresivo, á la larga, muy á la larga, cuando hubiese adquirido la condición de hombres aquel conjunto de seres á que llamábamos indios. Esta es, en síntesis, la impresión que yo tenia de Rizal hasta su muerte. Después de haber oído á mi hermano Luis (su defensor) el relato de la ejecución, confieso que me produjo admiración su valor y serenidad.»
    Léase, además, la delicada leyenda de Laón Laán (Rizal) intitulada Mariang Makíling, en La Solidaridad del 31 Diciembre 1890.