Los césares de la decadencia:014

IGNACIO ANDRADE editar

IGNACIO ANDRADE, es el homúnculo;

su talla moral, es, aún más pequeña que su talla física;

desaparece bajo los acontecimientos, y, apenas si se le alcanza a ver, detrás de las botas de campaña, de aquel que lo puso sobre el solio; no es más alto que una de ellas;

tiene la actividad de un infusorio, y la voracidad de un parásito;

¿cómo pudo Crespo, encariñarse en aquel enano, para hacerlo su sucesor?...

Crespo, explicando esta aberración, decía a un escritor amigo suyo:

— A Usted, no le gusta Andrade, ¿verdad? Voy a decirle por qué me decido por él. De los tres candidatos que hay: Castillo, es tonto. Con el poquito de suelta que le he dado, quiere ya hacer lo que los cabros chiquitos, como dijo Alcántara de Andueza; Tosta García, es un gran liberal, pero tiene mucho talento, sabe mucho de política, es el candidato de Guzmán Blanco y como tiene tanto prestigio en el partido, no tiene necesidad de nadie para gobernar; hará una política propia. En cambio: Andrade no da temor.

Sonrió con esa risa ingenua, que iluminaba rara vez, su rostro, tan grave, y acercándose más a su interlocutor, continuó en decirle:

— Vea. Andrade, es colombiano; y, eso, no se lo perdonan los venezolanos; y, como se ha hecho venezolano, eso, no se lo perdonan los colombianos; fue conservador, y, eso no se lo perdonan los liberales; y, como se ha hecho liberal, eso no se lo perdonan los conservadores. Así, no teniendo patria, ni partido propio, no puede apoyarse en nada ni en nadie; y, no cuenta sino conmigo. Además, ese hombre no ha mandado nunca, no ha hecho sino obedecer, y, está ya viejo para aprender a mandar; necesita quien lo mande. Y, luego... se ha casado ya viejo, ha tenido más hijos que un piojo, y está clueco con ellos; nadie lo saca de la alcoba; hace seis años que no hace sino criar hijos; ese hombre es una partera. No sirve para nada. Nos conviene, nos conviene, dijo Crespo, poniéndose de pie (1);


no sabemos qué dijo a Crespo, aquel Escritor, en quien el Caudillo, tenía tan ilimitada confianza, pero, el Héroe de Santa Inés, apoyó la barba en la mano, y quedó soñador, y su frente se nubló, como bajo el ala de un presentimiento... Acaso, su espíritu, tuvo la visión confusa de la Mata Carmelera...

el Escritor, había dicho un nombre, el nombre de un ambicioso obscuro, que luego, fue Ministro omnipotente de Andrade...

Crespo, se sonrió, otra vez, sereno, y, golpeando el hombro de su amigo, dijo:

— No harán nada. No harán nada. Me necesitan. Sin mí, caerían al día siguiente; profecía, por profecía... ambas se cumplieron...

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Crespo dejó a Andrade en el Poder, como Carlos XII, mandó al Senado de Stocolmo, una de sus botas de campaña, para que gobernara en su nombre...

unos meses después, Crespo, caía asesinado en la Mata Carmelera, en el más cobarde, y, el más inútil de los crímenes;

la sangre de Crespo, ahogó el Gobierno de pigmeos;

Andrade huyó;

y, Cipriano Castro, haciendo saltar su corcel de guerra, por sobre el cadáver de Crespo, llegó, en carrera tendida al Capitolio...

nadie podía detener ya, el caballo de Alarico...

el bárbaro, hábil y desdeñoso, abatió las enseñas de la Libertad, y, coronó en el Capitolio, las estatuas del Valor y de la Fuerza.

al Destino le plugo arrojar otra vez la púrpura, sobre los hombros desnudos de la barbarie...

y, Castro reinó, entre el espanto de los cortesanos, y el grito de los pretorianos, que acababan de traicionar su último Amo...