Los césares de la decadencia:009

EN VENEZUELA

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En Venezuela, la Dictadura ha sido el privilegio de todos los partidos;

los conservadores y los liberales se han disputado por igual la triste misión de dotar de Césares la República;

los ha habido supra-heroicos como Páez; gloriosos, como Guzmán; austeros como Crespo; viles como Andueza; ruidosos y nefastos, como Castro;

la púrpura, ha caído por igual, sobre las alas de las águilas, y sobre el lomo de los cerdos;

los ha habido dignos de Tácito y dignos de Buffon; unos entran en la Historia Nacional, otros entran en la Historia Natural;

y, como para probar que aquel país, es el llamado en América, a dar todos los especímenes de lo grande, la Virtud también ha tenido apariciones en el Poder;

Don José Vargas, fue una de ellas; su Virtud se parecía inmensamente a la Ineptitud; su Probidad, era como una Vanidad; su desdén del Poder se parecía mucho al amor de la reputación; se diría que no teniendo el alma bastante grande para amar la Gloria, cortejaba la Popularidad, y que sin fuerza para oprimir a sus contemporáneos, entregaba su debilidad a los sufragios de la Posteridad; es verdad que no tembló ante el puñal de Carujo, pero no tuvo la fuerza de romperlo; tuvo más el odio de la Dictadura, que el amor de la Libertad; renunció a fundar la primera, pero no tuvo el valor de salvar la última.

¡imbécil esterilidad de la Virtud!...

Soublette, alma opaca y recta como una daga, tuvo el culto del Libertador más que el culto de la Libertad; fue un Hero-latro; su mediocridad, cegó del resplandor de la genialidad; muerto Bolívar, la patria murió para él; se envolvió en el duelo de la gloria, y murió de la tristeza de no tener un Genio que coronar; no teniendo ya, a quien obedecer, re- nuncio a mandar; y su grandeza consiste, en que, habiendo tenido la religión del personalismo, tuvo bastante virtud para no implantarla; muerto su dios se hizo ateo; esa grandeza se parece mucho a la Virtud; pero no es sino la Impotencia; sin embargo, la Historia ama esta grande y noble figura, que, amando al Libertador, encontró la única forma tangible de amar la Libertad; y que, después de haber practicado el Heroísmo, no encontró la vida digna de vivirla, sin el culto dol Héroe.

Los Monagas, soldados fastuosos y patriarcales, ensayaron una oligarquía rural, como aquella que en Chile, tuvo cincuenta años de dominio; fracasaron en el intento: la lanza no es el Genio;

uno de ellos, trató de asesinar un Congreso; otro, libertó a los esclavos, y esto último basta, no ya para el orgullo de una estirpe, sino para la gloria de un Continente; desaparecieron, dejando por herencia su valor, a una generación, inagotable de héroes; su lanza no ha estado quieta sobre su tumba; y todavía gana batallas en los fulgores del remoto Oriente;

Alcántara fue un sueño de Las Mil y Una Noches, soñado por un soldado de fortuna; la lámpara de Aladino en las manos de un sonámbulo;

¿quién descendería hasta historiar esas sombras fugitivas, que pasan bajo el solio reinando por comisión, aplastadas bajo el peso de la púrpura? Hermógenes López, Manuel Antonio Diez, Feliciano Acevedo

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¿quién de hablar ha, de aquel candelabro del Santuario, hecho a tener la vela de la agonía de todos los partidos, y que pasa por la Historia nulo y balbuciente, con el nombre sonoro de Guillermo Tell Villegas?

ese hombre pertenece al Almanaque, no pertenece a la Historia. .

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Tres nombres, llenan con su grandeza toda la Historia del Siglo pasado en Venezuela (1)...


José A . Páez;

Guzmán Blanco;

Joaquín Crespo;

los demás, pasan por el Poder, pero no llegan a la celebridad;

sólo ellos llegan a la grandeza, los demás, se arrastran, servil o penosamente en la mediocridad;

sólo ellos, tuvieron la talla, histórica; los demás, apenas si la tuvieron política;

Páez, fue el Soldado;

Guzmán Blanco, el Hombre de Estado;

Crespo, el Caudillo;

Páez, a falta de Genio, no tuvo sino Fortuna;

en Guzmán Blanco, la Victoria, coronó algo más que el Éxito, coronó el Genio;

La Virtud fue Crespo, y si hubo unas manos puras, dignas de salvar la Libertad, ésas fueron las de aquel Caudillo; fue el único hombre digno de que la República le debiera su Renacimiento;

la Muerte lo coronó antes que la Victoria; tal fue el crimen... del Destino.