Los césares de la decadencia:004
RAFAEL NÚÑEZ
editarRAFAEL NÚÑEZ, pertenecía a la raza triste de los tiranos filósofos;
era déspota por hastío;
excedía en cantar el Enojo, tanto como en poseerlo...
su alma, era un lago taciturno, sobre el cual, reinó el Aburrimiento, como Soberano;
habiendo encontrado frente a su ambición, una oligarquía de mediocres, cuyo amor apasionado por la Libertad, no tuvo igual, sino en su culto apasionado por la mediocridad, resolvió asesinarla;
y, esa oligarquía de la Virtud, cayó bajo el puñal de un demagogo;
Núñez, la asesinó;
llegó viejo a la Omnipotencia, y no supo qué hacer de ella;
incapaz de amar el Poder, por el Poder, no lo usó sino para la Venganza;
la lascivia, fue la pasión de su vida, y, a ella entregó su vejez, que el Poder ya no alcanzaba a consolar;
su última querida, vieja libidinosa y mediocre, lo arrojó de bruces en la Traición; y, fue traidor como Antonio, por la potencia del sexo;
unía a sus otras cualidades, el amor del Talento, y, como lo tenía en alto grado, no temía el de los otros, gustando de aglomerarlos en su redor, como una corte de estrellas;
él, tuvo la primicia de las más grandes inteligencias, y no se complació en amarlas sino para tener el placer de corromperlas;
él, fue el primero, en hacer de la prensa la piscina de Tiberio, entregada a los niños amamantados del Imperio;
demasiado desdeñoso para ser cruel, no fue nunca sanguinario;
despreciaba mucho a los hombres, para dignarse matarlos, y, se conformó con oprimirlos;
les dejó la Vida y les arrebató la Libertad, ¿puede darse mayor exceso de Venganza?...
se conformó con ser fatal a las ideas, sin querer serlo a los hombres;
su desdén, lo hacía indiferente, ya que no podía hacerlo misericordioso;
tenía toda la lucidez de un político, unida a la extraña placidez de un filósofo;
sus frases violentas y graznantes, como una nube de buitres, se elevaban sin esfuerzo, hasta la altura de su pensamiento; y, se hacían obscuras, a fuerza de ser enormes;
sin ilusiones sobre los hombres, ni sobre las cosas, era hecho para pastor de pueblos, porque despreciaba profundamente, el rebaño humano, tan tumultuoso, tan terrible y tan vil;
demasiado alto para sentir todos los espantos, no tuvo nunca el de la conciencia;
fue sereno y vidente a la Traición; no tembló al hacerla; y, no la negó nunca; no la explicó jamás;
ni enrojeció de su obra, ni se enorgulleció tampoco de ella;
él, sabía, que hay dos cosas, igualmente ineptas, en política: obcecarse en un crimen inútil, o arrepentirse de él;
acaso no amó nunca las ideas que abandonaba;
la soledad de su alma, era tan completa, que al abandonar las ideas liberales, no se dignó abrazar las ideas conservadoras;
les entregó el país y no les entregó su corazón; implantó la Religión Católica, y, permaneció fuera de ella;
vivió y murió Ateo;
y, sintió el desprecio de su obra, que debe ser la última tristeza de los arquitectos de quimeras;
impuso su Traición y su Querida, y, forzó el mundo a adorarlas;
y, los conservadores, vivieron del producto de esas dos prostituciones; y engrasaron de ellas;
despreciaba el oro, tanto como a los hombres, y, si se deshonró en la Tiranía, no se dignó deshonrarse en el robo;
introdujo el peculado; no lo ejerció;
abrió las cajas a los ladrones del Erario Público, para que lo saquearan; pero no introdujo sus manoseen ellas;
hizo del robo una virtud de Estado; y tuvo el raro valor de renunciar a esa virtud;
su querida y sus seides, todos se enriquecieron; él, quedó pobre;
no era probo, porque la probidad, es una virtud, y, él, no tenía ninguna;
su desinterés, no era sino imposibilidad mental de amar las cosas viles, y, un alto desdén de bajar hasta el peculado;
frente al oro, se conservó Poeta;
además, era ya muy viejo, ¿a qué el oro para morir?...
envileció todos los hombres de su partido, sin amar a ninguno; sintiendo por todos ellos, un desdén, que era un insulto;
acaso, no salvó de ese desdén, sino a Felipe Angulo, porque veía en él, el más temible lobatón del despotismo, el más joven y el más audaz de la mesnada, el más elocuente, el más arrebatador, por su ascendiente físico, por su belleza corporal y mental, hecha para la fascinación de las masas, y por su olvido absoluto de las leyes de la Piedad y de la Gratitud;
en la turba de fanáticos, hoscos y serviles, que le ayudadan a representar el drama de su Poder, Felipe Ángulo, encarnaba a sus ojos, la fuerza formidable de las almas sin escrúpulos, por su terrible insouciance, su admirable sangre fría ante el Crimen, que lo hacía aparecer, no ya indiferente, sino feliz de ayudar a cometerlo; por su estructura moral e intelectual que hacía de él, un Mirabeau, joven, atacado del furor de corromperse; por su amplio gesto intemperante y dictatorial, por su espíritu, libertado de todo lazo moral, apto para todas las violencias, aun las peores, sin cariño ninguno por el pasado, sin pudor ninguno por el presente, sin inquietud ninguna por el porvenir, terrible cachorro de la Tiranía, que se diría nacido en las gradas de un trono bizantino, laclado por Teodora, acariciado por las manos octogenarias de Herodes Antipater;
nadie había más digno que él, por su servilismo incondicional, vestido con el ropaje de mag níficas cóleras, para recoger la herencia tumultuosa de Mario;
no tuvo nunca ese género de incapacidad que consiste en amenazar a los partidos y no herirlos, porque él sabía bien que en esa lucha de fieras, o se dominan las facciones, o se muere devorado por ellas;
nadie llegó más lejos que él, en la audacia feroz contra el Derecho, en la crueldad fría contra los vencidos;
años antes de que Carlos Calderón, hiciese hipos de audacia ante el pobre negro Robles, sentimental y lírico, amenazando con desplegar sus cohortes pretorianas, frente al Banco Nacional, cerrado a toda inspección, ya Felipe Ángulo, con gesto dantoniano y voz de trueno, con ademanes desproporcionados de elocuencia impresionante e inolvidable, embriagando con el brebaje ardiente de su palabra alas cámaras deslumbradas y seducidas, había violado la propiedad de ese mismo Banco, arrebatado las llaves de las cajas y robado sus millones, con un cinismo imponente, a la vez bestial y refinado, como un grito de iroqueses, sonoro de ferocidad...
Núñez, que por tener todas las condiciones de un Hombre de Estado, no tuvo nunca las de un hombre de partido, dejaba hacer todo esto, indiferente ante la destrucción, con la felina placidez de un tigre, que mira las cabriolas de sus cachorros;
el asesinato, no formaba parte de su programa, y si no retrocedía ante él, no lo hizo dogma integrante de su política;
no tuvo por el Verdugo el culto del cual Reyes ha hecho una Religión;
no lo sentó a su mesa, ni lo declaró sagrado, como los delatores de Domiciano;
el único asesinato político de su Gobierno, fue Rafael Reyes quien lo cometió, alzando la horca de Prestán, para sacrificar en ella, al último colombiano digno de ese nombre en el Istmo, veinte años antes de venderles ese Istmo a los yanquis;
Núñez, vio también impasible aquel asesinato, sin piedad ninguna por la víctima, sin estimación ninguna por el verdugo;
a la aparición de la pantera blanca como él llamó desde entonces a Reyes, la midió de la cabeza a la cola, y, no tembló ante el enorme felino;
aquel Filósofo, no conocía el Miedo;
hubo dos cosas que ignoró toda la vida: el Temor y la Virtud;
a la aparición de Reyes, que saltaba sobre el pavés político, ya manchadas de sangre las garras, y abiertas las fauces insaciables, Núñez, comprendió que tenía en él, su hombre de presa y de sangre, y lo cultivó para eso: fue la pantera de Nerón;
mentalmente lo nombró Verdugo de la Regeneración, y, le dio sueldo de tal; es de la raza de los grandes asesinos (1), dijo, y lo legó a su patria, como una mano de verdugo, que sostuviera una hacha;
a través de esa fisonomía bestializada, y fría, que trasparenta el caníbal,
Núñez vio aparecer siempre el idiota violento, descrito por Lombroso, el
asesino orgánico, perseguido por la idea fija del asesinato, con la atracción
irresistible de la sangre, rudimentario y feroz, lleno de la voluptuosidad
terrible de matar;
pero, no tuvo nunca la visión de este hombre hecho Magistrado, vestido bajo el solio, las pupilas atónitas, y, ese terrible crujimiento de mandíbulas, que anuncia la fiera en acecho;
Núñez, hizo a Reyes, y no lo previo;
no soñó el reinado de la Fiera;
tuvo el instinto de lo grande, que hace al Hombre de Estado; no tuvo la Visión profunda que hace al Genio...
Núñez, murió envenenado por los jesuítas, a quienes había servido, y, legó el Poder a la Reacción...
su obra no fue estéril: la impotencia del Talento, engendró la Omnipotencia de la Fuerza;
ya, no hay Patria. Pero, aun hay Tiranía: esa es su Obra.