Vida y escritos del Dr. José Rizal/Quinta época, IV

Vida y escritos del Dr. José Rizal: Edición Ilustrada con Fotograbados (1907)
de Wenceslao Retana
Quinta época, IV
Nota: Se respeta la ortografía original de la época
IV


Pero volvamos á Rizal. Íbale muy bien con el gobernador Carnicero, y esto disgustaba á los jesuítas, no por otra cosa sino porque Carnicero —como queda insinuado— distaba mucho de ser un fiel devoto. Los hijos de San Ignacio acabaron por quejarse[1] al Gobernador general interino de las Islas, D. Federico Ochando, y éste relevó á Carnicero, que salió de Dapitan el día 4 de Mayo de 1893. — Sustituyóle en aquella Comandancia el capitán de infantería don Juan Sitges y Pichardo, que era médico además[2].

Con Sitges cambiaron algo las cosas para Rizal; dejemos que el propio Sitges, en carta oficiosa, las describa[3]:

«Excmo. Sr. D. Federico Ochando.

»Mi respetable y querido General: Anticipado á esta fecha, que era á la que correspondía, dirigí á V. E. mi respetuoso saludo desde aquí, cuando la inesperada arribada del vapor «Bilbao» me obliga á aprovechar su salida.

»En ella, poco podía comunicarle por falta de tiempo material para ello, motivado por una entrega laboriosa; hoy, más despacio y con más conocimiento de la localidad, lo hago.

»Á mi llegada aquí, supe de una carta recibida por mi antecesor en la que muy corregidos y aumentados y con detalles que, sé, son inverosímiles, se le anunciaba se trataba de relevarlo. Y acaso porque en ella se apuntaba como uno de los motivos el que tuviera en su casa á Rizal; séase porque éste pensando bien comprendiera que conmigo no era aceptable, ello es, que él mismo se anticipó á cortar esta familiaridad que el plato común, el prorateo y la sobremesa tendía á sentar entre el deportado y su guardián. Así lo entendí yo, al princípio; pero después de tomar otras medidas de seguridad, que él ignora, señalarle casa inmediata y á la vista y exigirle la presentación personal por mañana, tarde y noche, prohibiéndole toda visita á las embarcaciones y el andar fuera de la línea de calles del pueblo; hirióle algo el que no le permitiera el seguir comiendo en el Gobierno por lo que diría el pueblo. Estas son sus frases. «Siento que su susceptibilidad se crea herida con una medida tan lógicamente política entre el cumplimiento de mi deber y su situación aquí. Su conducta para lo sucesivo y los méritos que pueda ir conquistando al amparo de una bandera siempre generosa, podrán hacerle cambiar de situación, y entonces la personalidad será la del Sr. Rizal, y no la del deportado por causas que no pueden, como otras, admitir pendientes familiares.» —Esta fué mi contestación.

»Detallar, aunque tenga que extenderme más y molestar respetables atenciones, viene siendo mi nombre ó norma desde que por desgracia comprendí lo fácil que es en este país, comentar. Así, pues, no extrañe V. E. que este sea mi estilo en todos los asuntos que trate, haciendo así de mis escritos, escrituras públicas ante la inventiva habitual de estas latitudes. Hay aquí quien asegura que oyeron las instrucciones que V. E. me daba, entre ellas, la de que fusilara á Rizal al primer desliz, y otras parecidas, que por absurdas, corto.

»Después de esto, Rizal parece apreciarme; tiene buenas ausencias de mí, á pesar de la distancia en que le he colocado, y creo poder afirmar que si tuviera la seguridad de que no lo trasladan de aquí, se traería su biblioteca y objetos de arte que posee, de gran valor, y concluiría por radicarse aquí, olvidando, por temor al traslado, las ideas de su falta. Así lo ha indicado él y parece verosímil el propósito, por cuanto habiéndose sacado $ 6.200 á la lotería, único capital que hoy posee, lo tiene aquí todo empleado en siembras, terreno y edificios difíciles de vender. Además, no existiendo Médico titular, su radicación aquí le sería fructífera. Y él, con muy buen acuerdo, dice: «Mi familia está arruinada; yo, por mi cara, no encuentro clientela en Europa; sólo puedo ganar algo ejerciendo en mi país, entre los míos; el punto más ambicionado es Manila: si allí me establezco, al primer run-run me vuelven á deportar, ó me fusilan: por mi tranquilidad y por mi porvenir mi vida está en Dapitan: por eso lo he empleado todo aquí, y por eso quiero seguridad en que no me moveré mientras dé pruebas de arrepentido. Por eso aspiro á la libertad.»

»Para dar fin por hoy á la cuestión Rizal, que sigue cumpliendo con todo lo que se le previene, envío á V. E. copia del primer bandillo publicado[4], por el cual tiene cortado todo medio de cación, sin conocimiento mío. Sólo le queda un recurso, que no lo espero y que no es difícil de cortar: el que cualquier escrito que quisiera enviar lo hiciere dentro de sobre entregado en esta Administración por otra persona; pero para evitar esto era necesario violar de vez en cuando, ó siempre, toda la correspondencia.

[El resto de la carta es ajeno en absoluto á Rizal.]

»Reciba por último la más sincera consideración, respeto y cariñoso saludo de su s. s. y subordinado, —q. s. m. b. —Juan Sitges. —Dapitan 24 5/93.»

Pocos días después, el mismo Sitges escribia al general Blanco:

«Excmo. Sr. D. Ramón Blanco y Erenas.

»Mi muy respetable General: Cumple á mi deber, según instrucciones, remitir á V. E., por este medio, la adjunta carta que desde Alemania dirigen al Sr. Rizal. La referida carta vino certificada y se ha abierto á su presencia; pero leída por mí, no me ha parecido conveniente entregársela, por cuanto otras menos satíricas no lo fueron por mis antecesores[5]. El interesado, se ha negado á firmar el sobre. El autor de la referida carta es acaso la única vez que trata con indulgencia á los españoles, y la primera que no trae consejos separatistas, ni le alienta, llamándole héroe, mártir y símbolo de la felicidad de Filipinas.

»Por noticias recibidas de Manila, se sabe que la madre y parte de la familia de Rizal piensan venir á residir aquí. Como tengo entendido que se le ha prohibido esto verbalmente por el antecesor de V. E., espero instrucciones sobre este punto, á fin de permitirles el desembarque ó no, según se me ordene:

»Hace cuatro días, tres individuos llegaron aquí con patente para vender imágenes, saliendo en seguida para Ilaya; pero habiendo recibido de esa capital aviso, como participantes de las ideas del señor Rizal, y averiguado después que proceden de Calamba, precisamente el punto principal de los escritos de Rizal, he ordenado el regreso de estos para embarcarlos en primera oportunidad para Manila. Ayudándome á tomar esta determinación el hecho, al parecer bastante significativo, de que en el correo anterior viniese de esa un criado del señor Rizal tan sólo con el objeto de traerle unas mangas, fruta de que no se carece, y por otra parte no parece merecer un viaje redondo de 10 días con un gasto de 18 pesos. Una V. E. á esto el hecho anterior, de venir desde la Laguna á Mindanao sólo á vender santos, y á su superior criterio dejo, dada la circunstancia de la procedencia de los llegados, la razón de la medida tomada.

»Recibo noticias de que por ahí se dice que lo hice salir del Gobierno, donde comía y vivía con el Comandante anterior, de tan mal modo, que lo hizo llorando. En un país donde la inventiva esto alcanza, me basta que el mismo Rizal desmienta el hecho á la familia. Nada más lejos de la verdad, mi General. Á mi llegada, él mismo me pidió vivir fuera, y yo, cumpliendo con instrucciones, que indudablemente obedecieron á evitar las familiaridades de la sobremesa, se lo concedí en el acto, con la condición de vivir cerca del Gobierno y de presentárseme tres veces al día. Cumple con lo que se le ordena; su correspondencia se abre, cumpliendo instrucciones, aunque esto no evita que se valga de otra persona, puesto que no toda ella se abre; y dentro de su calidad de deportado se le guardan las consideraciones que por sus títulos académicos y educación se haga acreedor. Esta es la conducta que con él se sigue, sobre cuya continuación ó variación, V. E. ordenará.

»De V. E. atento s. s. y respetuoso subordinado —Q. S. M. B. —Juan Sitges. —Dapitan 8 de Junio de 1893.»

Y el 29 de Agosto siguiente, escribía de nuevo:

«Excmo. Sr. D. Ramón Blanco.

»Mi respetable General: Muy breve, para no molestar su atención.

»Acaba de llegar el correo, y en él, la madre y hermana de Rizal, con un criado. Esta medida constituye, en mi opinión, no sólo una garantía para la vigilancia de él, sino que teniendo sobre si obligaciones más sagradas que sus opiniones políticas, no se expondrá, á la vez que a su familia, á las consecuencias de cualquier escrito como los anteriores.

»Hace ocho meses debió quedar organizado el Tercio [de policía], que á la fecha no presta servicios por no haberse recibido el armamento Remington con que hay que armarlo. Tengo sobre este asunto, que considero importante, comunicaciones, hasta ahora sin resultado.

»Y aprovechando esta nueva ocasión, etc. —Juan Sitges. —Dapitan, 29 de Agosto de 1893.»

Estas cartas oficiosas no concuerdan en un todo con las manifestaciones que verbalmente y por escrito hizo su autor en Madrid, en 1905, al que traza las presentes líneas[6]: según ellas, Sitges dió, desde el primer momento, muy amplias libertades á Rizal, sin otra garantía que su palabra de honor. De todas suertes, Sitges, atento á las indicaciones del general Blanco, que no tardó en recomendar que con Rizal se observase una conducta de bien entendida indiferencia, sin perjuicio de que se observasen sus actos con hábil disimulo, Sitges acabó por exigir al deportado que se presentase tan sólo cada ocho días, y por no intervenirle la correspondencia; ni leía las cartas que éste remitía, cerrándolas en su presencia sin extraer el pliego, ni abría las que para Rizal llegaban. Pudo Sitges observar desde el primer momento que el Doctor Rizal era el ídolo de los naturales de Dapitan; si algo quería que le dijesen por escrito, ¿iba á faltarle de quién valerse? Por eso juzgó ociosa la censura y la suprimió, no de derecho, sino de hecho, haciendo comprender al deportado que la facultad de intervenirle la correspondencia podía ejercitarla siempre que lo estimase conveniente. Un día el correo trajo un certificado para Rizal. Procedía de Austria. Sitges abrió el sobre y leyó la carta, firmada por Blumentritt. No le pareció que era correcto, desde el punto de vista político, cuanto en el papel se contenía, y, al entregarle la carta, hízole sobre el asunto algunas observaciones, dando á sus palabras cierta expresión de protesta. Rizal se negó á tomarla. ¿Decía el señor Comandante político-militar que de ella transcendía algo que no era correcto?— «Pues yo me niego resueltamente á recibir esa carta.» —Y no la recibió. Sitges se quedó con dicha carta. (Blumentritt lamentaba la deportación, reputándola injusta, y ofrecía poner en juego su influencia, sobre todo con el Gobierno alemán, para obtener la libertad de Rizal.)

Aunque Rizal no tenía obligación de presentarse más que una vez por semana, solía hacerlo diariamente, de ordinario alrededor de las doce, después de terminar sus visitas profesionales. Prestaba servicios facultativos á cuantas personas lo solicitaban, sin cobrar á nadie. No era extraño, por tanto, que le adorasen en el pueblo. Pero, no sólo por su bondad para todo el mundo, sino por otras varias razones. Era Rizal un naturalista inteligente y entusiasta[7], y se perecía por la formación de colecciones zoológicas, principalmente de mariposas, insectos raros, moluscos curiosos, etc. Con tales fines, hizo, primero, solo, algunas excursiones; después no tardó en llevar consigo á algunos chicos, á quienes adiestró en el arte de cazar, y sobre todo en la ciencia de distinguir lo vulgar de lo estimable; y últimamente, Rizal apenas salía con el objeto indicado, porque los chicos le servían ya perfectamente. Así formó no pocas interesantes colecciones, que remitía á amigos suyos, sabios naturalistas extranjeros, que le pagaban en libros, medicinas é instrumentos científicos. De este modo, á tan poca costa, logró hacerse con una pequeña biblioteca y con numerosos instrumentos de cirugía, oftalmológicos principalmente.

Con Sitges, como había acontecido con D. Ricardo Carnicero, llegó á tener cierta intimidad; pero nunca Rizal rebasó un ápice los límites de lo justo: ni una vez siquiera dejó de considerarse «el deportado» y de ver en el Comandante político-militar al Jefe del distrito y á su jefe. Esclavo, en todo, de sus deberes, ni por casualidad se le pasó un día, de los solemnes, sin cumplimentar á la Autoridad: el santo ó el cumpleaños del Rey, el santo ó el cumpleaños de la Reina, etc., Rizal, con su mejor traje, era el primero que acudía á la Casa Real á ofrecer sus respetos al representante de S. M. en Dapitan; dando con ello un innegable testimonio de españolismo sincero, con lo cual se envanecía. Tan español era, que de tanto serlo se derivaba aquel su orgullo personal imponderable, sin límites: él no quería ser menos español que el que más lo fuese. Por eso precisamente, por ser tan español, se le juzgaba «filibustero». (Nuestra política colonial triunfante no toleraba que un indio tuviese toda la dignidad propia de un español verdaderamente digno.) En lo que toca á su corrección social, así como en lo referente al trato intimo, los Sres. Carnicero y Sitges convienen de común acuerdo en que Rizal era el prototipo del hombre irreprochable; la afabilidad de su carácter, la urbanidad de sus maneras, la cortesía de su palabra, hacían de Rizal un cumplidísimo caballero, y era muy difícil no simpatizar con él. Tenía muy vivo ingenio y era á la vez muy discreto. Sorteaba con fina habilidad las redadas que le tendían los jesuitas. Rizal, por cuanto había dejado de ser católico, no iba jamás á misa; pero procuraba no atacar la piedad de los creyentes. Un día, el Párroco misionero, P. Obach, le pidió personalmente que contribuyese con algún recurso al pintacasi (fiesta) que se preparaba en obsequio de San Roque, patrón de la barriada más principal de Dapitan.

—¡Pero, Padre! —exclamó Rizal,— ¿cómo quiere vuestra reverencia que yo contribuya al sostenimiento de un rival? El día que San Roque lo haga todo, yo, como médico, ¡estoy de sobra en el mundo!

Y no dió un céntimo para la fiesta del Santo.

Queda dicho que Rizal no cobraba á nadie como médico, si era del pueblo. Pero si iba algún extranjero á consultarle, y fueron varios, cobrábales en relación de sus medios de fortuna; dinero que consagraba íntegramente á algo que redundase en beneficio del pueblo. Fué un inglés rico á consultarle: Rizal le extrajo la catarata, y le puso de cuenta 500 duros, que el inglés pagó gustoso. Esos 500 duros los dedicó Rizal á dotar á Dapitan de alumbrado público, que no lo tenía. En el camarín frontero de su casa estableció un hospital, donde todo corría de su cuenta… En el pueblo le adoraban y reverenciaban. «¡El Doctor Rizal!», proferían todos, con gran respeto, viéndole pasar: y se descubrían é inclinaban… Saludábanle los del país con mayores reverencias que al Comandante y al Párraco. Por lo mismo que siendo indio puro, gozaba fama de sabio aun entre los europeos, los indígenas le conceptuaban algo extraterreno; tanto más digno de admiración cuanto mayor era su filantropía. ¿Cómo no habían de adorarle, si era un segundo padre de todos los chiquillos desamparados que hallaba? Amén de instruirles en el arte de cazar insectos, conchas, etc., se los llevaba a su casa, los daba de comer, los vestía y aseaba, y ponía sus ansias de caridad en el extremo de enseñarles castellano, inglés, francés y alemán. Á los más aventajados, á los que sabían el nombre de una misma cosa en mayor número de idiomas, los recompensaba con algo extraordinario, una baratija, una chuchería, con lo que avivaba la emulación de los restantes, y así, era raro el golfillo que no se afanaba por aprender y ser un muchacho útil. Acabó en pedagogo, como se desprende de algunas de las cartas que escribiera por los años de 95 y de 96 á su familia. De los chicos valióse asimismo para ejecutar un dique de mampostería que sirvió para conducir el agua, desde una cascada, á la casa que había él levantado en el sitio denominado Talísay, próximo á la cabecera de Dapitan.

Pero no interrumpamos la cronología, á la cual venimos sujetando las noticias. Por Noviembre de 1893, D. José Martos O'Neale, alto funcionario de la Administración en Manila, se dirigió á Rizal, por conducto del Comandante político-militar, solicitando reimprimir las principales notas que aquél había puesto á los Sucesos de Morga, para refutarlas. Véase en qué términos contestó el deportado:

«Sr. D. José Martos O'Neale.

»Muy señor mío: Por conducto del señor Comandante P. M. del Distrito, he recibido su atenta del 27 de Octubre, en la que me pide mi autorización por escrito para reimprimir los «Sucesos de las Islas Filipinas», con el propósito de refutar algunas de mis anotaciones.

»Agradeciendo tan delicado proceder de parte de un adversario, tengo el honor de manifestarle que me considero muy honrado por la atención que me dedica, y, aunque creo comprender que usted sólo se propone refutar algunas de mis anotaciones, no hallo sin embargo inconveniente ninguno en que usted la reimprima entera, primero para que la obra se comprenda mejor, y después, porque en la libre esfera de las letras la más amplia facultad se debe conceder á los adversarios leales.

»Esperando ansioso la refutación y sintiendo no poderla honrar por el momento con una justa defensa de mis opiniones, me ofrezco de V. muy atento y afmo. s. s. —q. s. m. b., —José Rizal.

»Dapitan, 22 de Noviembre de 1893»[8].

El Sr. Martos no llegó á publicar su trabajo.

En ese mismo mes de Noviembre ocurrió un hecho tan extraño como interesante; verdaderamente novelesco. Dejemos que, en parte, lo describa el Sr. Sitges[9]:

«El día 4 [de Noviembre de 1893], me llamó la atención un individuo que calándose mucho el sombrero y al parecer procurando esquivar ser visto, atravesaba, al oscurecer, los barracones de palay, en dirección á la playa y los terrenos de Rizal. La forma en que pasaba, por terrenos casi intransitables, la hora y la dirección, me hicieron sospechar algo, que en aquel momento no pude precisar, pero que al fin parecía extraordinario. Y en esta confianza salí á su encuentro, por dirección opuesta; pero, sea que antes que yo atravesase el río que separa los terrenos de Rizal, ó fuese que retrocediese antes ó tomase otra dirección, no pude encontrarle y me retiré á la Comandancia, pensando en el hecho que me había llamado la atención.

»No habían transcurrido dos horas, cuando Rizal se me presentó diciéndome (estas son sus palabras): «Siento tener que delatar, pero á ello me obliga: mis ideas de siempre, que nunca fueron separatistas, como bajo mi palabra de honor aseguré al señor general Despujol, por una parte; por otra, la ancianidad y tranquilidad de mi madre, hoy á mi lado, en donde todo lo he empleado en pro de mayores comodidades á su edad y distracción, á la de mi joven hermana; y por último, la obligación en que como caballero estoy de corresponder á la generosidad de las Autoridades que respetan el cierre de la correspondencia. Siento delatar, y que acaso con ello perjudique á alguno que aun me crea tonto y crédulo para exponer á toda mi familia á contrariedades. Pero no tengo más remedio que participarle que ayer por la noche se me ha presentado un individuo con el nombre de Pablo Mercado, que dice ser pariente mío, manifestándome venir comisionado de Manila para enterarse de mi situación y necesidades, ofreciéndome hacer llegar cuantos escritos y correspondencia fuese necesario á mis planes, aunque lo ahorcaran, presentándome un retrato mío y botones con las iniciales P. M. Señor Comandante: digo á Vd. el hecho; Vd. proceda como le parezca, y si hay quien de mí se ocupa en este sentido, que cada cual responda de sus actos. Tengo bastante con la situación á que me ha conducido sólo la infamia de los que tienen engañados completamente á las Autoridades y al Estado.»

»Al llegar aquí, le despedí; y acompañado del Gobernadorcillo procedí á la prisión del tal Pablo Mercado, encontrando al interesado el retrato de referencia y una cédula con el nombre de Florencio Nanaman, con cuyo documento, orden de incomunicación y de proceder á las diligencias, lo entregué al Gobernadorcillo. Pero ¡cuál no habrá sido mi sorpresa al enterarme de las diligencias hoy, y resultar en ellas lo que no era, ni remotamente posible esperar? […]

»Concluídas las diligencias, Rizal se presenta pidiendo acta de lo ocurrido, lo que me ha parecido prudente negarle… Indignado, herido y molesto como está [por lo pasado]… un documento de esta índole en sus manos, puede remover cenizas…»

Hé aquí un extracto de ese documento[10]; dice la carátula:

«Tribunal de Dapitan. | Diligencias practicadas | Contra | Pablo Mercado. | Juez: El Gobernadorcillo D. Anastasio Adriático.»

Encabeza el expediente un oficio del comandante Sitges, fechado á 6 de Noviembre de 1893, ordenando al Gobernadorcillo que instruya «las diligencias correspondientes á la aclaración del objeto de la llegada á este pueblo del individuo Pablo Mercado».

El mismo día, este sujeto fué interrogado. Dijo llamarse Florencio Nanaman (como consta en su cédula, que obra en el expediente); ser de treinta años, soltero y natural de Cagayán de Misamis. Y añadió: «Que había recibido instrucciones á fin de adquirir un retrato del señor Rizal para no equivocarse cuando hubiera ocasión de hablarle; recorrer los pueblos del distrito, llegar á Dapitan recogiendo en su tránsito cuantos libros escritos por aquél encontrase; conocer al señor Rizal y presentarse como amigo político y pariente comisionado por los suyos de Manila para enterarse de su situación y necesidades, y ofrecérsele para ayudarle en su propaganda hasta lograr arrancarle cartas ó escritos en sentido separatista, y que al efecto se le dejó un retrato que, del Sr. Rizal, le había facilitado Estanislao Legaspi, vecino de la calle de Madrid, núm. 17 ó 37 (Manila), y un par de botones con las iniciales P. M., correspondientes al nombre de Pablo y al apellido Mercado, del Sr. Rizal, para inspirarle más confianza con su supuesto apellido. Que después de recorrer los pueblos, donde no tuvo más remedio que sustraer dos libros que encontró, llegó aquí el día tres del actual, hospedándose en casa del teniente [de alcalde] Ramón, y que al obscurecer salió por las afueras del pueblo, llegando á casa del Sr. Rizal, á quien trató de sacarle escritos y sólo consiguió ser arrojado por él; que entonces se retiró a su casa, donde permaneció oculto hasta la noche de ayer, en que el Sr. Comandante político-militar le redujo á prisión en persona, encontrando el retrato[11] y la cédula que está encima de la mesa.

»Preguntado: Cuál es su verdadero nombre, dijo: Que el de la cé- dula; pero que tenía órdenes de presentarse con el de Pablo Mercado.

»Preguntado: De quién recibió esas órdenes y [si] conoce el objeto de ellas, dijo: Que en el mes de Mayo, el Padre recoleto de Cagayán [de Misamis] le ordenó hiciese el viaje en las condiciones declaradas; le entregó setenta pesos para sus gastos y ropa decente con que debía presentarse al Sr. Rizal, los botones, y le dijo que caso de morir, pues se encontraba [el Padre] enfermo, entregase cuanto sacase del Sr. Rizal al Procurador de recoletos, que ya tenía orden de gratifi- carle con largueza; que ignora el objeto que se proponía el Padre; que sólo le dijo al despedirle, que fuese listo y que no tuviese cuidado, que ellos lo podían todo, y que le sacarían adelante si algo le ocurría, y que con esta seguridad lo había hecho todo.»

Al día siguiente, 7, se le amplió la declaración; y entonces sostuvo que su verdadero nombre era Pablo Mercado; sino que, por habérsele extraviado la cédula, hízose con la de otro sujeto, la de Florencio Nanaman, y por ser ésta la que llevaba, adoptó el dicho nombre. A la verdad, como el expediente no prosiguió, no hemos logrado poner en limpio cuál era el nombre verdadero: si Florencio Nanaman ó Pablo Mercado. En cambio, y por lo que toca á su misión diplomática, mantúvose firme en declarar que había obrado como enviado de los frailes recoletos, los cuales, según él, deseaban testimonios fehacientes para probar lo que jamás pudo probarse en ningún tiempo: que fuese Rizal separatista. El Mercado ó Nanaman pasó preso á Manila, con las diligencias, á disposición del Gobernador general; quien tuvo por conveniente no remover el asunto. Claro está que no basta la declaración del Mercado para deducir que fuesen ciertas las maquinaciones de los frailes; pero lo que sí resulta indiscutible es la corrección de Rizal; que acaso no habría denunciado á su paisano si éste no hubiera sido descubierto por el Comandante; pero una vez que lo fué, Rizal quiso, á toda costa, eludir cualquier responsabilidad, ya que le sobrevenía sin él buscarla.

De la visita de Pablo Mercado, así como de la que hicieron á Dapitan los calambeños vendedores de imágenes (véase la pág. 315) y alguna otra, no se deduce otra cosa sino que los admiradores de Rizal se hallaban ávidos de tener noticias de éste por tales conductos, ya que Rizal se negaba resueltamente á escribir otras cartas que las puramente familiares, ajenas de todo punto á la política. Rizal, piénsese bien, va desmereciendo como político á medida que va tomando tierra en Mindanao: por nada ni por nadie se compromete; no hay medio de arrancarle cuatro letras para sus amigos; rehusa cuantas proposiciones de fuga se le hacen. Rizal lo que quería era tener lo que desde hacia muchos años no había tenido: tranquilidad, y, desde luego, una honrosa rehabilitación, mediante la libertad, decretada en toda regla. Á primeros de Febrero del siguiente año de 1894 la solicitó de Blanco, y Blanco, dando largas al asunto, acabó por ofrecérsela, para la Península; ofrecimiento que le ratificó de palabra, en Dapitan, con ocasión de uno de los viajes del General á Mindanao; entonces fué cuando el deportado expuso ampliamente su situación y sus deseos. Algo le habló también de su pasado, de sus ideales, de sus libros: á Rizal no le había guiado, según dijo, otros fines que los de dignificar á los hombres de su raza; y protestó de que se le considerase antiespañol, cuando no era más que enemigo de los frailes, por conceptuarles la rémora de todo progreso en su país. — Blanco, después de oirle, le hizo comprender que lo mejor sería que pasase á la Península[12]. Con este asunto tiene relación el siguiente balaustre (ó como se llame), dirigido por el Gran Consejo Regional de Filipinas á la logia Modestia[13]:

«Ven∴ Maes∴ Pres∴:

»Nuestro muy q∴ h∴ Dimas Alang [José Rizal], que hace tiempo se halla, como sabéis, expiando en Dapitan culpas que no ha cometido, tiene autorización para cambiar de residencia, siempre que sea á cualquier punto de España y no del Archipiélago.

»Al par que esta noticia, hemos recibido también la de que el citado h∴ carece en absoluto de recursos para emprender tan largo viaje…

»Ahora bien: ¿podemos nosotros mostrarnos indiferentes ante necesidades tales y consentir que el generoso Dimas continúe proscrito en Dapitan? Conocidas vuestra ilustración y recta conciencia, no necesito invocar las razones que militan en pro del h∴ citado, las que nos impone el ineludible deber de tomar parte activa en sus penas y en sus alegrías; pero aunque otras no hubiera, deberíanos bastar la razón altísima de nuestra conveniencia, pues bien sabido tenéis que mientras Dimas Alang permanezca en Filipinas, y á pesar de que su prudencia llega al extremo de no comunicarse ni haberse nunca comunicado con nosotros, tendremos siempre sobre nuestras cabezas suspendida y amenazante la espada de Damocles, por cuanto nuestros enemigos tienen adoptado el maquiavélico procedimiento de mezclar su nombre y atribuirle intervención en cualquier inicua trama, en cualquier imaginario disturbio que nos quieran achacar.»

El balaustre lo firma el Gr∴ Pres∴ Muza [Ambrosio Flores], en Manila, á 31 Enero 1895. — Concluye solicitando recursos para Rizal, «para atender á su subsistencia mientras no se establezca definitivamente en cualquier punto y pueda dedicarse á su profesión».

Este documento, cuyo original fué descubierto cuando, después del estallido del Katipunan, se procedió al copo de todos los papeles de los complicados, es para la crítica de un valor inapreciable: prueba, de una manera categórica, que los filipinos estaban pendientes de Rizal, á quien adoraban; y á la vez, prueba que Rizal no se mezclaba, en absoluto, en la política que sus admiradores hacían. Éstos procuraban que él estuviese al tanto de lo esencial; pero él persistía en no darse por enterado, en su pasividad, y cuantas diligencias se han hecho para el hallazgo de un solo papel de carácter político escrito por Rizal durante los cuatro años de su deportación, han sido infructuosas: ¡no se ha encontrado ninguno![14]. Rizal estaba al tanto de lo que ocurría, no sólo porque desde Manila le mandaron algunas cartas, sino por los frecuentes viajes de sus hermanas á Dapitan. Este ir y venir de las hermanas de Rizal alarmó algo á Sitges, que acabó por tomar medidas rigurosas, tales como las de registrar los equipajes de todos los pasajeros; pero fué en vano: porque ni halló papel para Rizal, ni lo halló de Rizal á nadie dirigido. Á Rizal le escribían sus amigos de Manila en la casa que ocupaban en la calle de la Escolta los hermanos Alejandro y Venancio Reyes[15]; las cartas metíanlas cuidadosamente en alguna empanada, y así, de este modo folletinesco, hacían llegar al Ídolo la expresión del ansia de libertad que sentían sus comunicantes. De la empanada era siempre portadora alguna persona de la familia de Rizal.

Y aquí merece notarse un contraste, acerca del cual queda dicho, algo más arriba, alguna cosa: los filipinos progresistas no apartan ni un momento el pensamiento del hombre á quien más adoran; preocúpanse de él constantemente, y sueñan con el día de la Redención… Y, mientras tanto, ni Rizal les escribe, ni pretende fugarse, de lo que tuvo mil ocasiones, ni les infunde bríos; antes bien, y como ya veremos, cuando llegó el momento supremo, Rizal rechaza de plano toda idea que implicase la realización de la Revolución… El altruísmo de antaño conviértese hogaño en egoísmo. Rizal, como revolucionario, desmerece, cada día más, cuanto más le asedian para que se asocie á los planes de la demagogia; en cambio se agiganta extraordinariamente como elemento de orden, y, por cuanto se agiganta en este concepto, más injusta resulta la sentencia de muerte fulminada contra él.

Véase ahora una nueva carta de Sitges al general Blanco, fechada en Dapitan, á 14 de Febrero de 1894:

«Mi distinguido y respetable General: Con oportunidad recibí su muy atenta del 6 del pasado, y en un todo seguiré las instrucciones que de ella se deducen respecto á Rizal, y el otro[16] si volviese. El primero, dirige á V. E. instancia, suplicando la libertad, según mis noticias; que no afirmo, por cuanto me encuentro con él muy desentendido de todo, poco desconfiado, y no dando importancia á cuanto á él se refiere. Conocía al detalle, antes que yo, la llegada de Mercado[17], la presencia del oficial de la Veterana á bordo, y la libertad de Pablo; no dejando de extrañarle el que yo no conozca estos hechos, de los que me le presento ajeno por completo, creyendo, en todo, inspirarme en las respetables indicaciones de V. E. en cuanto á indiferencia aparente.

»Con verdadero y sincero deseo he esperado la honra de que V. E. hubiese visitado este punto, por las satisfacciones de reiterar personalmente mi respetuoso saludo.» Etc.

Rizal acabó por obtener de Blanco la promesa de que podría trasladarse á otra provincia del Archipiélago; pero la promesa no pasó de ahí; y en vista de que transcurrían los meses sin saber á qué atenerse, dirigió al General una carta-petición, que decía[18]:

«Excelentísimo Señor: — Desde que V. E. ha tenido la bondad de prometerme mi traslado á Ilocos ó á la Unión, han pasado muchos meses, y su silencio me ha permitido creer que graves dificultades se han ofrecido para la realización de su promesa. Entonces, para remediar mi precaria situación y atender á mi porvenir, solicité hace dos meses de V. E. el permiso para abrir una colonia agrícola cerca del seno de Sindang̃an; mas como tampoco he recibido contestación ni directa ni indirecta, y como la estación favorable para roturar terrenos ha pasado, renuncio resignado á esta idea y veo que no me queda otro recurso que aceptar lo que V. E. se ha dignado proponerme, cuando estuvo en este punto á bordo del «Castilla», cual es mi pase á la Península para restablecer mi quebrantada salud.

»Contribuye también á esta resolución mía la marcha del digno Comandante del distrito, Sr. Sitges, persona para quien sólo tengo elogios por su rectitud y actividad, pues mientras ha estado aquí ha tratado de remediar en lo posible la precaria situación del distrito, hermoseándolo y regulando sus servicios. Indudablemente, el sucesor que V. E. designe será tan digno y tan caballero como el Sr. Sitges; pero ignoro si tendré la misma fortuna de ser comprendido y si podré inspirarle la misma confianza. El Sr. Sitges sabe ya que no soy el antiespañol que mis enemigos han querido pintar. Gozo como el que más cuando encuentro un español honrado, un gobernante activo y una justa autoridad.

»En un punto, pues, menos miserable que éste podría yo ganar lo suficiente para mantenerme y acaso ahorrar para el porvenir. El Gobierno, al privarme de mi libertad, no podrá negarme que me procure mi subsistencia, y si algún día me devuelve á mi hogar, como V. E. me ha indicado, estoy seguro que no gozará ante el pensamiento de entregar á la sociedad un pobre, un enfermo, un necesitado, en vez del que tomó joven, lleno de esperanza y de salud. En la Península, ya que no en Filipinas, si no fortuna, al menos podré encontrar salud.

»Acepto, pues, agradecido mi traslado á la Península, y espero que V. E. lo decretará cuanto antes, pues es un acto de humanidad propio de los elevados sentimientos de V. E.

»Dios, etc. —Dapitan, 8 de Mayo de 1895. —José Rizal

¿Qué revolucionario es éste, que opta por alejarse de su amada patria, abandonando los intereses que se había creado en Mindanao?

Blanco le contestó[19]:

«Manila, 1.º de Junio de 1895. —Sr. D. José Rizal. —Muy señor mío y de mi consideración: La venida á esta capital del Comandante P. M. de ese distrito [Sr. Sitges], ha sido causa de que no haya contestado antes á su petición, de que le consintiese roturar terrenos para el establecimiento de una colonia agrícola cerca del seno de Sindangan. — Como era natural, le pedí informes sobre el particular, y mi carta se cruzó con él en camino; durante su estancia me he ocupado de este asunto, y en vista de sus informes, no tengo inconveniente alguno en acceder á sus deseos, y celebraré mucho que los resultados que obtenga le compensen sus trabajos, etc., etc.»

La carta del general Blanco accediendo a los deseos de Rizal produjo á éste una nueva decepción. Rizal vivía lleno de incertidumbre, y quería á toda costa salir de Filipinas. Las ilusiones que se había forjado de ser dichoso en Mindanao, dedicado á la agricultura, junto a su familia, recibían un golpe cada vez que hasta él llegaban, y llegaban con frecuencia, noticias de los anhelos de la plebe tagala, que no eran otros que los de realizar una sangrienta revolución. Pero Rizal no quería salir de su país si no era legalmente. Tuvo muchas ocasiones en que poder evadirse, y nunca lo pretendió. Poseía embarcación propia, un baroto, y á lo mejor emprendía viajes por el litoral que duraban ocho días. ¿Qué trabajo le hubiera costado transbordar de su baroto á una embarcación mayor, fletada al efecto, y desembarcar en una playa extranjera, donde no habría habido posibilidad de que le hubiesen echado el guante? Sobre la evasión de Rizal, sus admiradores acariciaron no pocos planes, que Rizal rehusó constantemente. ¿Y su palabra empeñada? La fuga, además, se hubiera interpretado como una negación de españolismo, y por esto no pasaba el deportado, que, cual otro Dreyfus, no tenía más pesadilla que la de vindicarse. Rizal, digámoslo de una vez, sea que con los sinsabores de la proscripción había adquirido una mayor experiencia de las cosas de la vida práctica, sea que, después de haber causado, aunque indirectamente, la ruina de sus deudos, no abrigaba otra ambición que resarcir á éstos, ya que no brindándoles una fortuna, brindándoles siquiera pasadero bienestar en plena paz, habíase transformado considerablemente, y acaba por vérsele un hombre del todo al todo distinto del que vimos desembarcar en Manila á mediados de 1892. Y, sin embargo, los radicales no se daban por enterados de la transformación del Ídolo, evocándolo en cuantos planes tramaban. Tenían ya en el Japón una delegación encargada de gestionar el apoyo de esta potencia, y creían verle allí, dirigiendo los trabajos[20].

¡Pero qué lejos se hallaba Rizal de complacer á sus admiradores!… Á últimos de 1895, Rizal solicitó en toda regla trasladarse á Cuba, en calidad de médico voluntario, y al servicio de las tropas españolas que luchaban contra los insurrectos de la Gran Antilla. ¿Dónde está el revolucionario filipino? ¿Dónde el filibustero furibundo? ¿Qué antiespañol era éste que optaba por irse á Cuba á jugarse la vida en defensa de la bandera española? ¿Y qué patriota filipino el que solicitaba abandonar su patria cuando se avecinaba la revolución que podía modificar la faz moral de esa patria tan amada?… Al llegar á este punto, tenemos que decir los peninsulares á los insulares: «Rizal no es vuestro, sino nuestro; Rizal es un español, y no así como se quiera, sino de los que ofrecen espontáneamente su existencia en servicio de la patria grande; prefiere la causa de España en Cuba á la causa de Filipinas en Filipinas; del nacionalista de 1892, acaso quede la esencia, allá en el fondo de su corazón; pero fijaos bien: en momentos los más críticos, Rizal os abandona á vuestra suerte; se va; y se va á Cuba á jugarse la vida por España.» — Blanco trasladó al Gobierno de Madrid la pretensión de Rizal, apoyándola resueltamente, pues que, de realizarse, Blanco veía en ella un efecto político de transcendencia en las Islas: Blanco pensaba: «¿Qué van á decir los filipinos cuando vean á su Ídolo, no sólo al servicio de España, sino que lo efectúa con la insignificante categoría de médico segundo provisional?» — Pero el Gobierno de la metrópoli estaba preocupado con mil asuntos graves, y éste de Rizal no se dió prisa á resolverlo. Azcárraga (Ministro de la Guerra) pidió por fin su parecer á Weyler (General en jefe del Ejército de operaciones en Cuba); Weyler manifestó que no hallaba en ello inconveniente, y primero que Blanco llegó á saberlo, habían transcurrido algunos meses. Rizal, desesperanzado, en la creencia de que esta su nueva pretensión tampoco le saldría bien, encogióse de hombros, y, rodeado de toda su familia, perseveró, con más ahinco que nunca, en sus trabajos científicos. Y estudió á lo hondo el malayo, para perfeccionar su Gramática Tagala comparada, y creó un hospital en toda regla, y se puso á construir una embarcación de grandes proporciones, para explorar mejor el litoral de aquella inmensa isla, en la que ya se veía condenado á vivir siempre, y continuó disecando insectos y animaluchos raros, entre los que topó con algunos no clasificados todavía por la Ciencia[21]


  1. Entre los papeles que el general Blanco tuvo la bondad de cederme para que de ellos sacase copia, figura une, sin firma, fechado en Manila á 23 Abril de 1893, en el cual se contienen los principales cargos que contra Carnicero había formulado el P. Juan Ricart, empingorotado jesuíta, en carta dirigida al general Ochando:
    «Ha dejado de asistir á misa una buena temporada, aun en días solemnes, siendo esto muy notado, por cuanto no hay más español que él y un deportado; cuando asiste no dobla la rodilla, ni aun al alzar, limitándose á inclinar la cabeza. — El dia de Viernes santo hizo matar una vaca, cuya carne fué llevada al descubierto á la Comandancia en el preciso momento en que la gente salía de los divinos oficios. Por esta y otras impiedades, la gente le llama el moro.» Etc. — Esta carta del P. Ricart á Ochando decidió de la vida del Sr. Carnicero en Dapitan: fué relevado.
  2. Con el Sr. Sitges celebré en Madrid una larga conferencia, y obtuve de él, además, unas veinte cuartillas. A tales datos, orales y escritos, añádanse los documentos oficiosos que poseía el general Blanco.
  3. Carta que, como las que habré de transcribir después, hallábase en poder del general Blanco. — Véase la nota 347.
  4. El bandillo decía así: «Una vez publicado esto bandillo, ninguna banca, vilo ni otra clase de embarcación, del distrito, cualquiera que sea su porte, podrá entrar en bahía, sea cual fuere su procedencia, ni salir á ella, aunque fuese para dedicarse á la pesca, sin que antes arribe á la parte de playa donde se encuentra el Cuartel de Cuadrilleros de vigilancia, para ser reconocida por la pareja de servicio.
    »Una vez reconocidas las que tuvieren que fondear en este punto lo harán precisamente dentro del río; y aquellas cuyo destino fuese fuera de la bahía, no podrán arribar a ningún punto de ella, debiendo hacerlo solamente en el sitio de su destino, ó escalas por accidentes de mar ó de mal tiempo. No se excluyen de esta prescripción á las embarcaciones de pesca que, una vez terminada ésta, tocarán en la arribada del Cuartel antes de fondear en cualquier punto.
    »A los patrones y pilotos de esta clase de embarcaciones se les exigirá la responsabilidad á que hubiere lugar en los casos siguientes:
    »1.º Por no tocar a la entrada, en el puerto ó salida de la ria ó cualquier punto de la playa, en la arribada del Cuartel de Cuadrilleros.
    »2.º Por arribar, después de reconocidos, á cualquier punto de la playa en bahía, ó inmediatos á ellas no siendo de escala ó por mal tiempo.
    »3.º Por conducir mayor número de pasajeros y tripulantes que aquellos á quienes se hubieren concedido permiso.
    »4.º Por admitir á bordo individuos, que no hubieren satisfecho el importe de sus cédulas personales.
    »5.º Por admitir cartas, pliegos ó correspondencia que no esté incluida en la factura de esta Administración de Correos, ó los respectivos Tribunales.
    »Se prohibe además el que individuo alguno, haciendo uso de los buzones de los correos ni otros vapores, depositen en ellos pliego ó cartas sin la autorización de esta Administración.
    »Además de las responsabilidades que en cada caso pueda exigirse, á los contraventores se les impondrán multas que variarán de uno á diez pesos, según los casos, debiendo sufrir en el de no poder adquirir el correspondiente papel del Estado, un día de trabajo en los edificios del Estado, ó de utilidad pública por cada dos reales, tipo medio de un jornal en esta cabecera. —Juan Sitges
  5. La carta pecaminosa de Blumentritt, que obra en la colección de documentos que nos cedió bizarramente el general Blanco, decía así:
    «Leitmeritz (Austria), 31 Marzo 1893.

    »Sr. Dr. J. Rizal.

    »Mi muy querido y fraternal amigo: todas mis cartas que te he dirigido están hasta ahora sin contestación alguna. Parece que un anay las ha comido, o que no te permiten escribirme; una crueldad que seguramente no existe, o por lo menos no debe existir entre ellos, que se llaman generosos, nobles é hidalgos.» (El resto de la carta es todo de carácter científico; y al final le pregunta si podría mandarle libros alemanes, previa la censura de algún jesuita.)

    Rizal, como ya se ha visto (pág. 295), había recibido y leído una carta de Blumentritt, á la cual contestó el 15 de Febrero de 1893, que Blumentritt debió de recibir con no poco retraso.

  6. Véase Nuestro Tiempo, número del 10 de Diciembre de 1905. Al redactar yo el articulo en que trato de este asunto no conocía los documentos oficiosos que algo más tarde me prestó el general Blanco; atúveme á los datos orales y escritos que me facilitó en Madrid el Sr. Sitges.
  7. Sobre las colecciones zoológicas formadas por Rizal durante su permanencia en el destierro, es sumamente curioso el artículo de Mc-Yoar, inserto en El Renacimiento, de Manila, del 12 de Mayo de 1906.
  8. Poseo el original, que debo á la amabilidad del Sr. Martos.
  9. Carta oficiosa del comandante político-militar D. Juan Sitges al general D. Ramón Blanco; fechada en Dapitan, 10 Noviembre 1893.
  10. Forma parte de la colección que me prestó el general Blanco.
  11. El retrato es un grupo de Rizal, M. H. del Pilar y Mariano Ponce; el cual retrato se halla en el expediente. Sobre la cabeza del primero, así como á sus pies, destácase, escrita con tinta, la palabra: Rizal.
  12. Todo esto, deducido de una de las conferencias que celebré con el general Blanco en su casa de Madrid.
  13. El documento integro hállase en el tomo iii del Archivo.
  14. El artículo que con la firma Dimas Alán se publicó en Kalayaan (Enero de 1896), es apócrifo; se suplantó su firma para infundir con ella mayor entusiasmo entre los lectores. — Véase la nota 310.
  15. Declaración de Antonio Salazar, prestada el 22 de Septiembre de 1896; hállase inserta en el tomo iii de mi Archivo, pág. 272.
  16. Alude á Pablo Mercado, el falso pariente de Rizal.
  17. La llegada á Manila, claro está. Nótese lo bien informado que Rizal se hallaba; y nótese, asimismo, que él no ocultaba noticias de esta índole á su cancerbero
  18. Copia exacta del original; uno de los documentos de la colección, ya citada, que me facilitó el general Blanco.
  19. Según minuta que se halla unida á la carta-exposición de Rizal.
  20. Buena cuenta nos hubiera traído aliarnos con el Japón, de lo que hubo cierta tentativa. Después del brillante triunfo del Japón sobre China, aquella potencia inspiró serios temores; y con gran acierto proclamó Moret desde la tribuna del Ateneo, en la conferencia que dió el 4 de Enero de 1895, que ante el problema japonés, la dominación española en Filipinas, bajo el régimen que hasta aquí se sigue, ha concluído. — Por su parte, La Solidaridad había dicho poco tiempo antes: «Con los filipinos, con la adhesión entusiasta de los filipinos, la bandera española es inexpugnable en Filipinas. Contra los filipinos, sin el apoyo de su sincera adhesión, las armas españolas de aquellos mares, visiblemente ineficaces para contrarrestar el empuje de los moros de Mindanao, ¡qué han de representar ante el empuje de una alianza tan colosal como la de China y Japón!» (de la cual se hablaba entonces). —La Solidaridad, en su número del 30 de Septiembre de 1894.
  21. «El Dr. Rizal, cuando estaba deportado en Dapitan, se entretenía en coleccionar culebras, ranas, pájaros, insectos y demás animales raros en Europa y cuyos ejemplares enviaba á sus amigos naturalistas y directores de Museos europeos. El célebre anfibiólogo alemán profesor Dr. Boettger, muy conocedor de la Zoología del Extremo Oriente, descubrió que una rana de la colección enviada por Rizal á Francfort pertenece á una especie nueva no descrita todavía y completamente desconocida por los naturalistas; y aquel sabio profesor, al describirla, la bautizó con el nombre de Rhacophorus RIZALI. — Otro sabio zoólogo alemán, el Dr. Carlos M. Heller, ha denominado á una especie de coleópteros, descubierta por Rizal en Dapitan, con el nombre de Apogonia RIZALI. — Así el nombre de nuestro malogrado amigo irá unido á los nombres científicos de dos especies nuevas en la Historia Natural, eternizándolo también en el campo de la Ciencia.» —La Independencia; núm. 51: Malabón, 4 de Noviembre de 1898.