Sonetos (De Regnier)
SONETOS
I
Largo tiempo había caminado, y cuando cayó la noche — sentí desfallecer mis sueños de la mañaña;— tú no me has conducido hacia el Palacio lejano — cuyo encantamiento duerme en el fondo de la avenida, bajo la luna que vela única y singular — sobre el adormecimiento de los jardines de otros tiempos — donde se erigen, con campanillas en los techos,— entre los meandros florecidos, pagodas y pajareras.— los bellos pájaros purpurados duermen suspendidos,— los pescados de oro sombrean el fondo de las piscinas, — y los juegos de agua besándose expiran en murmurios;— tu peso es un temblor de seda sobre los musgos,— y tú has tomado mis manos entre tus manos suaves — que conocen el secreto de las últimas ternuras.
II
Iremos á la Viña fecunda, inagotable,
Para beber á sorbos el vino del olvido;
Como la tarde pálida la aurora se ha extinguido
Y el mundo viejo brinda promesa deleznable.
Iremos de la margen hacia el triunfal decoro
De estanques silenciosos y sitios somnolentes,
Donde á la mar callada bifurca sus corrientes
Mudo y solemne río sobre la arena de oro.
Tú, la falaz Viviente! la de parlera boca,
Quisiste encadenarme entre la viña loca,
Mas yo rompí tu perfido lazo de amor sutil;
Fuera del tuyo, oh Muerte, todo el amor es vano,
Á quien conoce el místico país, ténue y lejano
Donde á otro azur se yergue la torre de marfil