Política de Dios, gobierno de Cristo/Parte II/XV

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Política de Dios, gobierno de Cristo
de Francisco de Quevedo y Villegas
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De los consejos y juntas en que se temen los méritos y las maravillas, y por asegurar el propio temor y la malicia envidiosa, se condena la justicia. (Joann., 11.)
Collegerunt ergo Pontifices et Pharisaei concilium, et dicebant: Quid facimus, quia hic homo multa signa facit? Si dimittimus eum sic, omnes credent in eum: et venient Romani, et tollent nostrum locum et gentem. Unus autem ex ipsis, Cayphas nomine, cum esset Pontifex anni illius, dixit eis: Vos nescitis quidquam, nec cogitatis quia expedit vobis, ut unus moriatur homo pro populo, et non tota gens pereat. Hoc autem a semetipso non dixit; sed cum esset Pontifex anni illius, prophetavit, quod Jesus moriturus erat pro gente. Ab illo ergo die cogitaverunt, ut interficerent eum. «Juntaron pues concilio los pontífices y fariseos, y decían: ¿Qué hacemos, que este hombre hace muchas maravillas? Si lo dejamos así, todos creerán en él, y vendrán los romanos, y nos quitarán nuestro lugar y gente. Uno de ellos, que se llamaba Caifás, como fuese pontífice de aquel año, les dijo: Vosotros no sabéis nada, ni pensáis que os conviene que un hombre muera por el pueblo para que no perezca toda la gente. Esto no lo decía él de sí mismo; pero como fuese pontífice de aquel año, profetizó que Jesús había de morir por la gente. Desde aquel día trazaron que Jesús muriese».



En esta junta, consejo y concilio se congregaron pontífices y fariseos, por donde fue de las más graves que ha habido, y por lo que se juntó la materia más importante que ha habido ni habrá en la vida del mundo. Y siendo esto así en el votar todos (menos un pontífice llamado Caifás) no saben lo que se dicen, ni lo que piensan. Y Caifás, que sólo supo lo que se dijo, no supo lo que se decía; fue mal presidente, y pareció buen profeta; dijo la verdad, y condenó a la verdad. Señor, si éste lo enseñó, muchos lo han aprendido; callan el nombre de Caifás, y pronuncian su doctrina. Si en este concilio sucede esto, temerse puede en otros. Acabose el hombre que se llamaba Caifás; mas siempre habrá hombres a quien puedan dar este nombre. Veamos con qué palabras empiezan este consejo tantos consejeros: «¿Qué hacemos, que este hombre hace muchas maravillas?». Los que preguntan qué hacen, ellos confiesan que no saben lo que hacen, y juntamente confiesan que el hombre contra quien se juntan, que es Dios y hombre verdadero, hace muchas maravillas. Muchas veces, después acá, se han juntado los que ni saben lo que se hacen, ni lo que se dicen, contra hombres que han hecho maravillas. Dicho se está que la envidia y el odio que juntaron aquéllos, juntaron estos otros. De esta casta fue la junta que hicieron Bruto y Casio contra Julio César; y la que hizo el mozuelo Ptolomeo contra Pompeyo el Magno; la que se hizo para quemar los ojos y condenar a infame pobreza a Belisario; y todas aquellas que innumerables ha formado la emulación mal intencionada de hombres que no sabían lo que hacían, y de quien todos sabían que no habían hecho nada, contra los hombres que hacían muchas hazañas, daban monarquías y victorias.



Bien sé que el sentido de la palabra ¿qué hacemos? es: ¿Cómo consentimos que este hombre haga tantas maravillas? ¿Qué hacemos que no estorbamos que obre tantas maravillas? Cualquiera sentido es el peor. Digna causa de juntar concilio irritarse a no consentir que Cristo haga muchas maravillas, lamentarse de que no estorban que las haga a beneficio de otros. Podíaseles responder, cuando dijeron ¿qué hacemos? Hacéis concilios contra quien hace muchas maravillas: diligencia que siempre fue ridícula y lo será.
Conociolo y enseñolo Demóstenes en la Filípica primera. (Sea lícita esta advertencia política.) Estaba oprimida la república por Filipo con muchas victorias, y la república trataba de cómo se remediaría, y no se remediaba. Viendo el daño de estas proezas juntas, les dice Demóstenes: «Lo que hallo que en este caso se debe hacer, es que determinéis ante todas cosas que no se pelee con Filipo con sólo decretos y cartas, sino con la mano y las obras». Parece que Caifás, oyendo a los otros fariseos y pontífices que se juntaban a preguntar qué se hacía contra Cristo que hacía muchas maravillas, siguió esta doctrina, pues dijo convenía que muriese. Esto es hacer la guerra con la mano y con la obra.
Oiga vuestra majestad la razón que dan por qué no conviene dejarle hacer muchas maravillas: «Si le dejamos así, todos creerán en él». Confiesan llanamente que las maravillas son tantas y tales, que obligarán a que todos crean en Cristo. Nada niegan de su malicia los que no se obligan de maravillas dignas de universal crédito. Menester es que los que gobiernan no pierdan de vista esta cláusula. Suelen los envilecidos decir a los príncipes, con envidia de las glorias del valiente y del virtuoso: Mucho amor le tienen los soldados, mucha reverencia todo el reino: menester es bajarle y quitarle el mando y el puesto. Califican al rey por peligro al eminente sabio, al felizmente valeroso, al admirablemente bueno.



Parecioles débil causa, y añadieron: «Vendrán los romanos, y nos quitarán nuestro lugar y gente». Aquí empezó la razón de Estado a perseguir y condenar a Cristo, valiéndose los judíos de los romanos; y en el tribunal de Pilatos con la misma materia de Estado, achacada a los romanos, se ejecutó su muerte: de manera que la razón de Estado hizo que se tratase de ella con decreto, y la misma que se pusiese en ejecución. Mal se califica con estas cosas esta ciencia que llaman de Estado. Muy disfamada dejó su conciencia con estos decretos. «Uno de ellos, que se llamaba Caifás (no podía ser de otro), como fuese pontífice de aquel año, dijo». Da por causa de lo que dijo, la suma dignidad que le fue dada aquel año. Dios sólo, que da las supremas dignidades, sabe para qué las da: al que se las da contra sí, como a Caifás, más le castiga que le honra. En lo más que dicen los grandes ministros en virtud de sus cargos, miren no les sean cargos sus palabras: «Vosotros no sabéis nada, ni pensáis que os conviene que un hombre muera por el pueblo, para que no perezca toda la gente». Siempre el ministro que supo ser peor que todos los demás, trató de ignorantes a los menos arrojados y temerarios; porque éste sólo entiende que se sabe tanto como se atropella, y tiene la suficiencia en la atrocidad facinerosa. Dice Caifás que sus compañeros no sabían nada, y esto lo dice porque no piensan que conviene que un hombre muera por el pueblo, para que no perezca toda la gente. Fue verdad que los otros no sabían nada, y fue verdad que convenía que un hombre muriese por el pueblo, para que no pereciese toda la gente.



Hay hombres que son mentirosos diciendo verdades: dícenlas con los labios, y mienten con el corazón. Ya dijo Dios esto de los judíos, que le alababan y le ofendían. Muchos mentirosos se entran por los oídos de los príncipes con traje de verdades; y como es un sentido cuyo órgano, si se habla, no se puede cerrar por sí, como los ojos al ver, la boca al hablar, y las manos al tacto, es necesario dar al crédito por juez de apelación el entendimiento. He notado que siendo así en la oreja, previno la naturaleza que pudiese la mano cerrarla cuando la razón y la voluntad lo dictase: no acaso, sino misteriosamente, pues por la mano en las divinas y humanas letras se entienden las obras. Y fue advertir que los hombres defiendan sus oídos del engaño de las palabras con la verdad de las obras, y que sus oídos quieren que antes se los tapen obras, que se los embaracen palabras.
Caifás dijo lo que verdaderamente convenía para la salud de todos, y aconsejó que se hiciese (como mal presidente) para su condenación. Señor: éste, diciendo lo que el Padre eterno había decretado, lo que los profetas sagrados habían dicho, lo que dijo muchas veces de sí el mismo Cristo; sin saber lo que se decía, dijo, sabiendo lo que pronunciaba, lo que la pertinacia de los fariseos y escribas y de todos los judíos, y su venganza esperó. Débese temer mucho el ministro que acierta en la verdad, en que no tiene parte su intención, y yerra en lo que la tiene. Ministros que profetizan no siendo profetas, y presidiendo no saben lo que se votan, tratando de remediar el mundo, pecan y se condenan. He considerado que se concluyó este gran concilio con sólo aquellas palabras de Caifás que aun no suenan voto expreso, sino una reprensión de lo que los demás pontífices y fariseos no sabían ni pensaban; y sin votos ni respuestas de alguno de ellos, pasó por decreto, y se disolvió. Concilio en que el mayor y el peor de todos es presidente, y concilio y voto y votos cuyo parecer (aun tratados de ignorantes) siguen los demás, siempre ha de costar la vida al inocente.



Otro concilio grande contra Cristo escribe San Lucas (cap. 22): «Juntáronse los ancianos del pueblo, los príncipes de los sacerdotes y los escribas, y trajéronle a su concilio, y dijeron: Si tú eres Cristo, dínoslo». Traen a Cristo de unas juntas y concilios en otros, que es el modo de disimular el mal intento de los jueces contra la verdad y la inocencia: ingeniosa invención de la venganza y de la malicia. Responde Cristo, y da a conocer el fin del concilio y de los jueces: «Si os lo dijere, no me creeréis; y si os preguntare, no me responderéis». Que no creerían lo que Cristo nuestro Señor les dijese, ellos lo confiesan; pues en el concilio de Caifás, cuyo es este capítulo, lo que se temían era que todos creyesen en él. Señor: concilios en que se pregunta para no creer lo que se respondiere, y no se responde a lo que se pregunta, Caifás los preside, él los determina. Pilatos preguntó a Cristo: «¿Qué es verdad? Y diciendo eso se fue». Preguntar lo que no quiere oír el juez, imitación es de Pilatos: no sólo no quiso creerlo, sino que excusó el oírlo. Suele ser maña para colorar la maldad de un concilio abominable y de una sentencia sacrílega introducir en él jueces encontrados, porque se entienda no se ejecutó por un parecer. Mas, Señor, es de advertir que los malos ministros que se aborrecen por sus propios particulares, se reconcilian y juntan fácilmente para la maldad contra la inocencia de otro. Doctrina es que la enseña el Evangelio. «Despreciole Herodes con su ejército, y se burló de él vistiéndole una ropa blanca, y lo remitió a Pilatos. Y este día se hicieron amigos Herodes y Pilatos, porque antes eran enemigos entre sí». Herodes granjeó a Pilatos con la lisonja de remitirle la causa de Cristo y su sacratísima persona; y Pilatos se dio por obligado de Herodes con esta adulación; que no sin causa (ni por otra) habiendo dicho el Evangelista que aquel día se hicieron amigos, añade: «Porque antes eran enemigos». Lo que importa es que no entren en concilios, ni sean jueces Pilatos ni Herodes, ni Caifás, ni los que los imitaren; porque cuando estén encontrados, luego serán amigos que se ofreciere maldad en que puedan concurrir, agradeciendo cada uno a su enemigo la parte que le da de autoridad en ella contra la verdad.