Política de Dios, gobierno de Cristo/Parte II/XIV

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Política de Dios, gobierno de Cristo
de Francisco de Quevedo y Villegas
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Ningún vasallo ha de pedir parte en el reino al rey, ni que se baje de su cargo, ni aconsejarle que descanse de su cruz, ni descienda de ella, ni pedirle su voluntad y su entendimiento: sólo es lícito su memoria. Quien lo hace quién es, y en qué para. (Luc., 23.)
Unus autem de his, qui pendebant latronibus, blasphemabat eum dicens: Si tu es Christus, salvum fac temetipsum, et nos. Respondens autem alter increpabat eum dicens: Neque tu times Deum, quod in eadem damnatione es. Et nos quidem juste, nam digna factis recipimus: hic vero nihil mali gessit. Et dicebat ad Jesum: Domine, memento mei, cum veneris in Regnum tuum. Et dixit illi Jesus: Amen dico tibi: hodie mecum eris in Paradisso.
Señor, si el Espíritu Santo, ya que no me reparta lengua de fuego, repartiese fuego a mi lengua y adiestrase mi pluma, desembarazando el paso de los oídos y de los ojos en los príncipes, creo introducirán en sus corazones mis gritos y mi discurso la más importante verdad y la más segura doctrina. ¡Oh infinitamente distantes a nuestro conocimiento, misterios de la divinidad de Jesucristo! ¡Que lo más excelso de su imperio, lo más admirable de su monarquía, se admire en un leño entre dos ladrones, en la sazón que se agotó de oprobios la ira, y que se hartó de castigos la pertinacia y el miedo! ¡De cuán diferentes semblantes se vale la divinidad humana y la vanidad presumida en los señores temporales! Jesús, hijo de Dios, del escándalo hace compañía, de la cruz trono, de la infamia triunfo, de los ladrones ejemplo. San León Papa, sermón 8, de Passione Domini: O admirabilis potentia Crucis! O ineffabilis gloria Passionis! In qua et Tribunal Domini, et judicium mundi, et potestas est Crucifixi.



No así los príncipes que entretiene la fragilidad, que embaraza la ambición, que engaña el aplauso; cuya vida desmenuzan las horas, y cuya potestad, trillada de los pasos del tiempo, en polvo y ceniza se desmiente. Éstos ¡oh cuán frecuentemente de la compañía hacen escándalo, cruz de su trono, de los triunfos infamia, y del ejemplo hurtos! Así lo confiesan sus obras en sus fines, sin que su maña sepa acallar los sucesos, por más que la terquedad de su soberbia trabaje en disculparlos.



Coronáronlo, Señor, los judíos de espinas. Secreto se reconoce grande misterio. Las coronas todas de los reyes parecen de oro, y son de abrojos. Los que parecen reyes, y no lo son, corónense del oro, que es apariencia: el que no parece rey, y solamente lo es, corónese de las espinas, que es la corona; no del engaño precioso que mienten los metales. Pilatos le llamó rey constantemente y en juicio contradictorio; pues oponiéndose los judíos, perseveró en el rótulo y en lo escrito. Y porque ya que como rey tenía corona y sobrescrito de la majestad, tuviese el séquito del cargo y el peligro de los lados de monarca, le acompañaron de ladrones. Más parece rey en los dos que le asisten, que en las insignias que le ponen. No hubo camino que estos ladrones no intentasen con la grandeza de Cristo. El uno le blasfemaba, diciendo: «Si tú eres Cristo, sálvate a ti y a nosotros». Esto llama blasfemia el Evangelista en el ladrón; y lo fue dudar si era Cristo. Mas la blasfemia calificada ya, es decir: «Sálvate a ti y a nosotros». Esto ya se condenó en San Pedro, cuando dijo a Cristo: Esto tibi clemens: Absit a te Domine; y en el Tabor: Bonum est nos hic esse. Este mal asistente de Cristo, lado izquierdo del rey, de las palabras de San Pedro duda las fervorosas, y las que premia; y toma las reprendidas. Dijo Pedro: Tu es Christus Filius Dei vivi. Y éste dice, dudándolo con interrogación blasfema: Si tu es Christus; y añade: «Sálvate a ti»; que fueron las que le negociaron aquel enojo tan despegado: Vade retro post me Sathana, quia scandalum es mihi. Quien al lado de los reyes atiende al descanso del rey y a su comodidad, ése el mal ladrón es. En no librarse Cristo de los tormentos estaba el librarnos a todos. Así lo pronunció en concilio el Pontífice, y éste quería que se ejecutase al revés. Quien al rey quita la fatiga y el trabajo de su oficio, mal ladrón es, porque le hurta la honra y el premio y el logro de su cargo. San Marcos dice: Salvum fac temetipsum descendens de Cruce «Sálvate a ti mismo, descendiendo de la cruz». Así dicen todos los malos que asisten al lado de los reyes: «Sálvate a ti, y a nosotros con bajarte, señor». Vasallo que pide a su rey que se baje, alzarse quiere. El bajarse de la cruz el príncipe, es quitarse y derribarse de la tarea y fatiga de su oficio. Eso deponerse es a ruego de un mal ministro, de uno que está a su lado izquierdo; que le blasfema, y no le aconseja; que dice que se condene con lo que propone que se salve.



Que la cruz sea cetro del poder, dítelo San León Papa (Dicho serm. 8, de Passione Domini): Cum ergo Dominus lignum portaret Crucis, quod in sceptrum sibi convertere potestatis erat. Erat quidem hoc apud impiorum oculos grande ludibrium; sed manifestabatur fidelibus grande misterium. De otra suerte habló el buen ladrón, el buen ministro, el buen lado del rey. Reprendió a este blasfemo: Neque tu times Deum. «Ni tú temes a Dios». Palabras ajustadas a la maldad, que pedía al Rey que se bajase de su cruz para salvarle, habiendo buscádola y subido en ella para sólo eso. Veamos pues este buen criado, buen ladrón; éste que supo conocerse a sí, y a Cristo, y a su mal compañero, cómo se valió de la cercanía del rey; si negoció como buen lado del señor. Oiga vuestra majestad el respeto, la piedad, el reconocimiento con que habla: Domine, memento mei, cum veneris in Regnum tuum. «Señor, acuérdate de mí cuando estés en tu reino». No le pide sillas en su reino; que oyera el Nescitis quid petatis: «No sabes lo que te pides». A su lado más le valió cruz que silla. No dijo: «Hazme el mayor en tu reino»; que se le respondiera como a los apóstoles, cuando discurrían «cuál sería el mayor». Ni dijo: «Señor, cuando vayas a tu reino, dame parte de él». No es demanda de vasallo ésa: es intención. Menos le dijo que se bajase; que exaltado quiere a su Señor, y asistir a su lado con su cruz, no con la de su rey. No se introdujo en su voluntad como atrevido; llegose a su memoria; confesole rey, pues reconoció su reino; pidiole que se acordase de él; no que por él se desacordase de sus obligaciones. ¿Qué premio granjeó, qué mercedes premiaron su bien reconocida negociación? Óigalas vuestra majestad: Amen dico tibi, hodie mecum eris in Paradisso: «Hoy serás conmigo en el paraíso».



Señor: al que mejor sirvió al lado de Cristo rey, lo más que se le consintió pedir fue que en el reino se acordase de él, no algo del reino; y lo más que se le respondió fue: «Estarás hoy conmigo en mi reino». No dijo: «Estarás en mi reino por mí» eso el buen rey no lo concede a alguno. Señor, quien pidiere a vuestra majestad que para salvarle a él se bajase de la cruz, ése mal ministro es, perezca como tal. Quien con su cruz al lado de vuestra majestad le confesare, y no atreviéndose a su voluntad y entendimiento, se encomendare a su memoria, ése tal, ése digo, tenga buena promesa de estar con vuestra majestad en su reino, y véala cumplida. Recorra vuestra majestad la vida de Cristo, y verá que niega a su lado silla a dos privados, a dos apóstoles, a dos parientes, y admite a su lado cruces y ladrones. De los cuales, el que pide a Cristo que se baje de su oficio (que es su cruz), se condena; y el que sin entremeterse con la del rey padece en la suya, y no pide en el reino parte sino memoria, se salva. En el imperio de Dios no logra el mal ladrón sus blasfemias acomodadas, y goza el bueno su negociación humilde y reconocida. Bien se dio a entender en esto Cristo nuestro Señor, cuando dijo por San Lucas: «Decía a todos: Si alguno quiere venir detrás de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz cada día, y sígame».



Suplico a vuestra majestad, por la caridad de Jesucristo, no divierta su atención de estas palabras, que obedecidas le pueden ser la guarda de mejor milicia y de mayor defensa. Señor, a todos decía Cristo estas palabras; no puede la insolencia de alguno desentenderse de ellas. Todos es palabra sin excepción, y que no admite achaque en la familia de Cristo, ni excluye a Judas, ni exceptúa a Pedro. Así se ha de hablar, Señor, cuando se mandan cosas como éstas que importan a la regalía y autoridad del príncipe, con todos; que quien manda algunos, de otros es mandado. «Si alguno quiere venir detrás de mí»: lenguaje de rey venir detrás, no delante, que es traición y usurpar; no al lado, que es competir y atreverse; sino detrás, que es servir. Señor, en nada se ha de ver primero al criado que al señor. «Niéguese a sí mismo»; porque sólo el que esto hiciere no negará a su rey. Toda la fidelidad de un privado está en negarse a sí las venganzas, las codicias, las medras, los robos, las demasías, la adoración; y en negándose esto a sí mismo, va detrás de su señor, y no le va arrastrando tras sí como alevoso que se concede a sí propio no sólo cuanto desea él, sino cuanto los otros; pues de la necesidad ajena saben lo que pueden envidiar a los méritos y a la virtud. «Y tome su cruz cada día». No dice: «tome mi cruz», que eso era darle el reino, sino «tome la suya, y tómela cada día», que en esa tarea está la verdad y la salud. Rey que ruega a otro con su cruz, adelántase contra sí a la blasfemia del mal ladrón. Señor, vos habéis de llevar vuestra cruz, que son vuestros vasallos y vuestros reinos, no otro; habéis de llamar a vos a los que quisieren ir detrás, no delante; a los que se negaren a sí propios; y juntamente habéis de mandar que no os siga sino el que cada día tomare su cruz; y ha de ser cada día, porque el día que quien os sigue deja de tomar su cruz toma la vuestra, y esto no es seguiros sino perseguiros. Hubo, Señor, quien ayudó a llevar la cruz a Cristo; mas no le llamó él, sino los verdugos. Fue en esto ingeniosa su maldad, y mostraron docta hipocresía, pues en traje de misericordia razonaron su mayor martirio llamando quien le aliviase el peso que tanto amaba. Mas como el Cirineo era hombre, lo poco del leño que aligeró con los brazos, cargó inmensamente con sus culpas. Señor, quien va delante del rey, le arrastra, no le sirve; quien va al lado, le arrempuja y le esconde, no le acompaña. Ladrones asistieron al mayor y mejor príncipe; mas quien le quiso quitar de su cruz, se condenó. Cayó quien le pidió que bajase, y tuvo nombre de malo; solamente se acordó de quien, dejándole en su cruz, padeció en la suya.



Al pie de la cruz estuvo la Virgen madre de Cristo, y no empezó sus mandas por acompañar su desconsuelo con San Juan. Primero pidió perdón para sus enemigos, y premió la fe del buen ladrón, porque aprendiesen los reyes a cumplir primero con las obligaciones del oficio, que con las propias, aunque sean tales. Por eso dice en su Decacordo el doctísimo cardenal Marco Vigerio de Saona: «Para que aprendiéramos a anteponer por nuestro oficio las utilidades públicas a las nuestras propias. Cuando nuestro sapientísimo rey, estando para espirar, antes se acordó en el codicilo de sus enemigos y de los pecadores, que de su Madre». No puede pasar la fineza de este parentesco, ni desentender de esta imitación, sino quien por consejo de un ministro malo se bajase de su oficio.