Política de Dios, gobierno de Cristo/Parte II/V
V
Las costumbres de los palacios y de los malos ministros; y lo que padece el rey en ellos, y con ellos. (Matth., cap. 26; Luc., 22.) | |
Señor, divino y grande ejemplo nos dio Cristo Jesús, en estas palabras, del respeto que en público se debe tener a los supremos ministros. Grandes injurias habían dicho a Cristo los judíos, escribas y fariseos, llamándole comedor y endemoniado y otras cosas tales, y a ninguna respondió; sólo a decirle que en público y en la audiencia había hablado mal al que presidía, con ser Anás y un demonio, defendió su santísima inocencia. Si esto considerasen los que adquieren aplausos facinerosos del pueblo con reprender en su cara y en público descortésmente a los reyes, su doctrina daría fruto, y no escándalo. | |
Después de haber discurrido en las costumbres de estos palacios y príncipes que en ellos habitaban, lleguemos a lo principal de este capítulo, y veremos cómo le fue en ellos a Cristo Jesús. Hicieron burla de él, tapáronle los ojos, escupiéronle, dábanle bofetadas en la cara, y decíanle adivinase quién le daba. | |
El peligro, Señor, está en los reyes de la tierra, que si se dejan cegar y tapar los ojos, no adivinan quién los escupe, y los ciega y los afrenta. No ven: no pueden adivinar; y así gobiernan a tiento, reinan sin luz, y viven a oscuras. Todos los malos ministros son discípulos de estos judíos con sus príncipes; y por desfigurarse las señales de sayones y no serlo letra por letra, -como aquéllos cubrieron a Cristo los ojos, y le daban, y le decían adivinase quién le daba, éstos ciegan a sus reyes y les quitan, y les dicen que adivinen quién se lo quita; que no es otra cosa sino hacer burla de ellos, y querer no sólo que no cobren, sino que sólo sepan que les quitan, y que son ciegos, y que no son profetas; y saber los que los ciegan que ellos no pueden saber quién son; con que se atreven a preguntarlos por sí mismos, que no es la menor burla y afrenta. Remediáranse los príncipes que padecen esta enfermedad postiza, si vieran que no veían; mas como aun esto ni lo sienten ni ven, no echan las manos a la venda que los ciega, y la rompen y despedazan; antes persuadidos de la adulación presumen de la profecía, profetizando como Caifás sin saber lo que se profetizan, a costa del justo y de la sangre inocente. No hay hacerlos ver al que los ciega. Señor, nadie ve las cataratas que le quitan la vista, ni las nubes que le son tempestad en los ojos. No se han de persuadir los reyes que no están ciegos, porque no tienen tapados los ojos, porque no tienen nubes ni cataratas. Hay muchas diferencias de mal de ojos en los reyes. Quien les aparta o esconde lo que convenía que viesen, los ciega. Quien les aparta la vista de su obligación, les sirve de cataratas. Quien no quiere que miren y vean a otro sino a él, les sirve de venda que les cubre los ojos para todos los otros. Éste les hace el cetro bordón, y ellos tientan y no gobiernan. |