Política de Dios, gobierno de Cristo/Parte II/VI

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Política de Dios, gobierno de Cristo
de Francisco de Quevedo y Villegas
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Muchos preguntan por mentir: «¿Qué es la verdad?». Las coronas y cetros son como quien los pone. La materia de Estado fue el mayor enemigo de Cristo. Dícese quién la inventó, y para qué. Ladrones hay que se precian de limpios de manos
Dicit ei Pilatus: Quid est veritas?, etc. (Joann., 18.) «Díjole Pilatos: ¿Qué es verdad? Y en diciendo esto sin pararse, otra vez salió Pilatos a los judíos».
«Pusiéronle sobre la cabeza corona tejida de espinas, y una caña en la mano derecha; y arrodillados ante él le escarnecían, diciendo: Salve, rey de los judíos. (Matth., 27.)
Los judíos gritaban: Si a éste libras, no eres amigo de César, porque cualquiera que se hace rey contradice a César. Y viendo Pilatos que nada aprovechaba, antes con grandes voces crecía el tumulto, tomando agua se lavó las manos delante de todo el pueblo, diciendo: Yo soy inocente de la sangre de este justo: miradlo vosotros». (Joann., 19.)
Los delincuentes que en la eminencia de su maldad buscan las medras por asegurarse de la justicia que se las niega, u del castigo que los corrige, quitan de la mano derecha el cetro real a los reyes, y los ponen en ella el que ha menester su obstinación. Bien sabían los judíos de las palabras de David, en el Psalm. 2, que el rey Cristo Jesús, Mesías prometido, había de traer cetro de hierro. Así lo dijo119: «Gobernarlos has en cetro de hierro, y quebrantaraslos como vasijas de barro». Estos judíos, que se conocían vasijas de barro, y (como dice San Pablo) no fabricadas para honra, sino para vituperio: «¿No tiene potestad el alfarero para hacer de la misma masa de lodo un vaso para honra, y otro para afrenta?», -porque no los quebrase con el cetro de hierro, le pusieron en la diestra una caña por cetro; pareciéndoles que el de hierro quiebra (quedándose entero) los vasos de lodo sobre que cae, y el de caña se quiebra aún con el aire, y cuando no, se dobla y se tuerce por hueco y leve.



En todos tiempos han tenido discípulos de esta acción los judíos. ¿De cuántos se lee que a sus príncipes les han hecho reinar con cañas, trocándoles en ellas el cetro de oro, para que su poderío se quebrante en ellos, y no ellos con él? Engáñanlos con decir los descansan del peso de los metales; y dicen que con las cañas los alivian, cuando los deponen. En el Hijo de Dios no lograron esta malicia, que con las palabras hacía vivir la corrupción de los sepulcros, que pisaba sólidas las borrascas del mar; que mandaba los furores de los vientos, y que muriendo dio muerte a la muerte misma, que hizo gloriosas las afrentas, y de un madero infame, el instrumento victorioso y triunfante de nuestra redención. Por esto los quebrantó con la caña; que en su mano derecha las cosas más débiles cobran valor invencible. Ya vieron estos flacos de memoria una vara en la mano de su siervo Moisen con un golpe hacer sudar fuentes a un peñasco, y con un amago fabricar en murallas líquidas el golfo del mar Bermejo; y pudieran creer mayores fuerzas y maravillas de la caña en la mano derecha de Cristo, que era su Señor. Empero tan fácilmente se cree lo que se desea, como se olvida lo que se aborrece. Los judíos escogieron la caña por instrumento de su venganza. En esta coronación se la pusieron por cetro, en el Calvario con ella le dieron en la esponja hiel y vinagre. No olvidan esta imitación con los reyes de la tierra los ruines vasallos, pues en viéndolos con sed o necesidad les dan la bebida en esponja, vaso que se bebe lo que los lleva. Señor, vasallos que hincan las rodillas delante de su rey, y le hincan las espinas de la corona que le ponen, no le adoran, no le reverencian: búrlanse de él y de su grandeza. Todo esto procede de los delirios que padecen los malos ministros que los gobiernan. Dos hemos examinado: veamos cómo procedió el tercero.



Éste fue Pilatos, detestable hipócrita, en que se dice todo. Preguntó a Cristo: «¿Qué es verdad?». Y fuese sin aguardar la respuesta. Preguntar un juez lo que no quiere que le digan, cañas tiene. ¡Qué de preguntas que parecen celosas descienden de Pilatos, y tienen su solar en esta pregunta! ¿Hay embustero que no diga desea saber la verdad? Los mentirosos nunca la dicen, y siempre dicen que se la digan. ¿Qué tirano hay que no publique diligencias que hace para saber la verdad? Y todos éstos la vuelven las espaldas, la niegan la audiencia, la cierran los oídos. Tener la verdad delante, y preguntar por ella, más es despreciarla que seguirla. Era Cristo la verdad: él lo había dicho. Tiénele delante Pilato, y pregúntale: ¿Qué es verdad? ¡Cuántos la ven, y preguntan por ella! ¡Cuántos la oyen, y la desprecian! ¡Cuántos la saben, y la condenan! Ninguna maldad tiene en el mundo tan numeroso séquito, ni tan bien vestido. Señor, para hacer Pilato lo que hizo, había menester preguntar por la verdad para disimular su intención, y no aguardar a saber de ella para ejecutarla. Ostentar buen celo en la pregunta, y no aguardar la respuesta, ardid es de Pilato. Soberano Señor, tened a vuestros lados gente que os responda la verdad, y no os fiéis de aquéllos que la preguntan y la huyen.



Preciábase Pilato de grande político: afectaba la disimulación y la incredulidad, que son los dos ojos del ateísmo. Conocíanle los judíos; y así por diligencia postrera contra Cristo nuestro Señor, le tentaron con la razón de Estado, diciendo: «Si a éste libras, no eres amigo de César; porque cualquiera que se hace rey, contradice a César». En oyendo a César, y que sería su enemigo, entregó a Cristo a la muerte. De manera, Señor, que el más eficaz medio que hubo contra Cristo, Dios y hombre verdadero, fue la razón de Estado.
De casta le viene el ser contra Dios: yo lo probaré con su origen (suplico a vuestra majestad oiga benignamente mis razones). Lucifer, ángel amotinado, fue su primer inventor; pues luego que por su envidia y soberbia perdió el estado y la honra, para vengarse de Dios, introdujo la materia de Estado y el duelo. Primero persuadió la materia de Estado a Eva, cuando para ser como Dios y engrandecerse, despreció la ley de Dios y siguió el parecer e interpretación del legislador sierpe; y sucediole lo que a él sucedió. No tardó mucho en introducir el duelo; pues encendiendo a Caín en ira envidiosa, le obligó a dar muerte a su hermano Abel, juzgando por afrenta que Dios mirase al sacrificio de su hermano menor, y no al suyo. Tuvo Caín la culpa de que Dios no abriese los ojos sobre su sacrificio, ofreciendo lo peor que tenía, y da la muerte a Abel. Desde entonces son los primeros antepasados del duelo la sinrazón y la envidia. Murió Abel; mas el afrentado, con señal que le mostraba desprecio de la muerte, fue el matador.



Tres actos hizo el demonio, fundador de la razón de Estado, en la misma razón. El primero siendo ángel, y fue negar a Dios su honra, para ser como Dios y ensalzar su trono. Y luego fue demonio; y en siéndolo, persuadió al hombre pretendiese la misma traición por medio de la mujer: fue creído, y el hombre repitió su mismo suceso y castigo, perdiendo la inocencia y el paraíso. Tercera vez tentó por materia de Estado con la torre de Babel escalar el cielo, y hacer vecindad con las piedras y ladrillos a las estrellas, y que sus almenas fuesen tropiezo a los caminos del sol. Creció en grande estatura su frenesí, hasta que la confusión la puso límite. Tal fue el primer inventor de la razón de Estado y del duelo, que son los dos revoltosos del mundo; tales los fines de sus aumentos y advertencias, y de los políticos y belicosos que los creyeron.



Acordose Lucifer del daño que había la materia de Estado hecho en Adán, y cuando Cristo estaba tan cerca de restaurarle, persuade a los judíos se valgan de la razón de Estado con Pilato y a Pilato que la abrace, y nunca a Lucifer le burló más su infernal política; pues con el aforismo que quiso estorbar el remedio de Adán, se le acercó en la muerte de Cristo. Serenísimo y soberano Señor, si la materia de Estado hizo al serafín demonio, y al hombre semejante a las bestias, y al edificio orgulloso de Babel confusión y ruina, ¿cuál espíritu, cuál hombre, cuál fábrica no temerá la caída, castigo y confusión? Halaga con la primera promesa de conservar y adquirir; empero ella, que llamándose razón de Estado es sinrazón, tiene siempre anegados en lágrimas los designios de la ambición. Su propio nombre es «conductor de errores, máscara de impiedades». ¿Cuál secta, cuál herejía no se acomoda con el estadista, cuando no se ciñe y gobierna por la ley evangélica? Los perversos políticos la han hecho un dios sobre toda deidad, ley a todas superior. Esto cada día se les oye muchas veces. Quitan y roban los estados ajenos; mienten, niegan la palabra; rompen los sagrados y solemnes juramentos; siendo católicos, favorecen a herejes e infieles. Si se lo reprenden por ofensa al derecho divino y humano, responden que lo hacen por materia de Estado, teniéndola por absolución de toda vileza, tiranía y sacrilegio. No hay ciencia de tantos oyentes, ni de más graduados. El mal es (muy poderoso Rey y señor nuestro) que no hay traje ni insignia que no sirva a sus grados de señal. Éntrase en las conciencias tan abultadas de textos y aforismos y autores, que no deja desocupado lugar donde pueda caber consejo piadoso.



Pilato fue eminentísimo como execrable estadista. Las tres partes que para serlo se requieren, las tuvo en supremo grado. La primera, ostentar potencia; la segunda, incredulidad rematada; la tercera, disimulación invencible. Él ostentó la potestad con el propio Cristo Jesús, Dios y Hombre verdadero; con estas palabras: «¿No sabes que tengo poder de crucificarte y que tengo potestad de librarte?». La incredulidad fue la más terca que se ha visto; porque Pilato ni creyó a su mujer, ni a los judíos, ni se creyó a sí; pues confesando que en él no hallaba culpa, le entregó para que le crucificasen. La disimulación, ¿cuál igual a lavarse las manos en público para condenar al inocente? ¿Quién negará de los que son pomposos discípulos de Tácito y del impío moderno, que no beben en estos arroyuelos el veneno de los manantiales de Pilato? No ha de pasar sin reparo la cautela de los judíos de nombrar a César y dar miedo a Pilato con los celos imperiales, para que condenase a Jesús. ¡Oh Señor! ¡Cuán frecuentemente los ministros aprendices de los fariseos y escribas, por hartar su venganza, por satisfacer su odio en el valeroso, en el docto, en el justo, mezclan en su calumnia el nombre de César, el del rey; fingen traición, publican rebeldía y enojo del príncipe, donde no hay uno ni otro, para que el César y el rey sea causa de la crueldad que no manda, de la maldad que no comete! Éstos hacen traidores a aquéllos que les pesa de que sean leales; y ruines vasallos a los que no quieren dejar de ser vasallos leales y bien obedientes. Costole a Cristo la vida esta treta. ¿Cuál será príncipe tan amortecido, que se persuada le saldrá barata?



Descendamos a ponderar la disimulación grande del execrable estadista Pilato. «Tomando agua, se lavó las manos delante de todo el pueblo, diciendo: Yo soy inocente de la sangre de este justo: miradlo vosotros». Fingió con todo el aparato de la hipocresía; tomó agua, lavose las manos delante del pueblo. En estos renglones se tocan tantas trompetas como hay palabras. Lávase las manos con agua para manchárselas con sangre. Ninguno otro se condenó con tanta curiosidad. Séquito tiene este aliño: muchos son limpios de manos, porque se lavan; no porque no roban. ¿Quién ha dicho que con manos limpias no se puede hurtar? Pilato se preció delante de todo el pueblo de limpio de manos, y fue tan mal ladrón como el malo. Pegádosele había el melindre ceremonioso de los judíos, que murmurando de Cristo y de sus apóstoles, dijeron: «¿Por qué tus discípulos no se lavan las manos?». Éstos cuidaban poco de los pies, y mucho de las manos; y Cristo nuestro Señor cuidó mucho de los pies de sus discípulos, porque sabía cuánto riesgo hay en andar en malos pasos. Mandolos, enviándolos, que no llevasen calzado; cuidó del polvo de sus zapatos, mandando que le sacudiesen de ellos donde no recibiesen su evangelio y su paz. Lavolos a todos los pies, y dijo a Pedro no tendría parte con él si no se los lavaba; y mandó se los lavasen unos a otros. David, en el Psalm. 90, que es el de todos los peligros, como «son los lazos de los cazadores, la palabra áspera, la saeta que vuela de día, el negocio que camina en las tinieblas, el demonio meridiano, el áspid, el basilisco, el león y el dragón»; para no peligrar en tantos peligros, se acuerda del pie (Vers. 11 y 12), «porque a sus ángeles mandó de ti que te guardasen en todos tus caminos. En las manos te llevarán, porque no tropieces tu pie en la piedra». No hacían escrúpulos los judíos y Pilato de andar en malos pasos, y le hacían de no lavarse las manos.



No hay que fiar de ministros muy preciados de limpios de manos. Dilato lo persuade, y desengaña a todos. Ladrones hay que hurtan con los pies y con las bocas y con los oídos y con los ojos. El lavatorio no desdeña el hurto, antes le aliña. Si miran a los pies a los que en público se precian de limpios de manos, muchas veces en sus pasos y veredas se conocerán las ganzúas, y en sus idas y venidas los robos. Ya los pies y las pisadas han descubierto, Señor, hurtos y ladrones. Léese en los sacerdotes que persuadieron al rey que el ídolo se comía cuanto le ofrecían, comiéndolo ellos: lo que se averiguó mandando el profeta Daniel cerner ceniza por todo el suelo del templo, la cual parló las pisadas y retiramiento escondido de los sacerdotes ladrones. ¡Oh, si los príncipes hiciesen lo mismo, qué de robos a su corona y a los templos les parlarían las pisadas de los ladrones retraídos, que le comen a Dios y al rey lo que se les da, y les atribuyen la glotonería al rey y a Dios!
Acabemos con ver lo que resultó del lavarse Pilatos, y de la limpieza de sus manos. Dijo: «Yo soy inocente de la sangre de este justo». Fue ésta la más desvergonzada mentira que se pudo decir. Mentira, ya se ve, pues le entregó para que le crucificasen; desvergonzada, pues se canonizó juntamente con Cristo, llamándose a sí inocente, y a él justo. Entregar al justo a los verdugos después de haberse lavado las manos, y luego canonizarse, no es limpieza y es descaramiento. Y para crecer en desatinos y delitos, y acabar de ser inicuo, pronunció estas perezosas y delincuentes palabras: «Miradlo vosotros». Quien remite a otros que vean lo que él solo tiene obligación de ver, nada acierta. Quien ahorra su vista, y por no ver manda que otros vean por él, los que le obedecen le ciegan: gobiérnase por los cartapacios de Pilato, que no hubo dicho «vedlo vosotros», cuando cargaron sobre Cristo la cruz, y le llevaron donde le clavaron en ella.