Política de Dios, gobierno de Cristo/Parte II/III

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​Política de Dios, gobierno de Cristo​ de Francisco de Quevedo y Villegas
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Cuán diferentes son las proposiciones que hace Cristo Jesús, rey de gloria, a los suyos, que las que hacen algunos reyes de la tierra; y cuánto les importa imitarle en ellas. (Joann., 6.)
Qui manducat meam carnem, etc. «Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo le resucitaré en el postrero día. De verdad mi carne es comida, y de verdad mi sangre es bebida. Quien come mi carne y bebe mi sangre queda en mí, y yo en él. Muchos de los discípulos dijeron: Duro es este razonamiento: ¿quién le puede oír? Sabiendo Jesús en sí mismo que murmuraban de esto sus discípulos, les dijo: ¿Esto os escandaliza?».
Igualmente es importante y peligroso discurrir sobre estas palabras, que cierran el solo arbitrio eficaz para las dos vidas. Sea hazaña de la caridad, que venza al riesgo particular el útil común. Si las murmuraron oyéndoselas a Cristo los discípulos, ¿qué mucho que me las calumnien a mí los que no lo son, los que no quisieren serlo? «¿Esto os escandaliza?», les dijo. Lo mismo los diré, respondiendo con su pregunta. El mantener a los suyos y el sustentarlos es uno de los principales cuidados de los reyes. Por eso los llama Homero «pastores de los pueblos»; y lo que divinamente lo prueba es que Cristo, rey de gloria, dijo que era pastor: «Yo soy buen pastor.» No solamente porque guarda sus ovejas de los lobos, sino porque da su vida por ellas; y no sólo por esto, sino porque las da su vida. Los demás las apacientan en los prados y dehesas; Cristo en sí mismo, y de sí: viviendo, las da vida con su palabra; muriendo, las apacienta con su carne y su sangre. «Es pastor y es pasto.»



Hablaba en este capítulo de su cuerpo sacramentado. Ofréceles pan de vida, pan que bajó del cielo, y en él vida eterna. Convídalos a sí mismo; es el señor del banquete en que es manjar el señor. Y si bien estas misteriosas palabras se entienden del santísimo sacramento de la Eucaristía, fértiles de sentidos y de doctrina y ejemplo, me ocasionan consideración piadosa de enseñanza para todos los príncipes de la tierra. Probaré lo que al principio propuse: que son muy diferentes las proposiciones que Dios hace a los suyos, de las que hacen a sus vasallos los reyes de la tierra. Cristo, rey, los dice que coman su carne y beban su sangre; que se lo coman a él para vivir. Los más de los monarcas del mundo los dicen que han de comer sus pueblos como pan. No digo yo esto; dícelo David: «¿Será que no lo sepan todos los que obran iniquidad y traigan mi pueblo como mantenimiento de pan?». El texto es coronado y sacrosanto, por ser de rey santo y profeta, y que con todas sus palabras prueba esta diferencia. Cristo Jesús dice a los suyos que le coman a él como pan: los que obran iniquidad dicen a los suyos que se los han de comer a ellos como pan. En Cristo el pan es velo de la mayor misericordia; en estotros demostración de la hambre más facinerosa. Noticia tuvo la Antigüedad de estos reyes comedores de pueblos. Homero lo refiere de Aquiles: éste príncipe de los mirmidones, y aquél de los poetas y filósofos. En el primero libro de la Ilíada trata de la grande peste que Apolo envió sobre el ejército de Agamenón, porque despreció a su sacerdote y le trató mal de palabra, amenazándole. Ya hemos visto a Dios castigar con pestilencias universales semejantes delitos y sacrilegios, sin culpa de la malicia de las estrellas, ni de la destemplanza del aire.



Elegantemente lo dijo Simaco a los emperadores que despojaban las cosas sagradas, templos y sacerdotes «El fisco de los buenos príncipes no se aumente con los daños de los sacerdotes, sino con los despojos de los enemigos.» Y más abajo en la propia epístola: «Siguió a este hecho hambre pública; y la mies enferma engañó la esperanza de todas las provincias. No son de la tierra estos vicios. No achaquemos algo a las estrellas. El sacrilegio secó el año. Necesario fue que pereciese para todos lo que a las religiones se negaba.» ¿Quién será, Señor, el católico que quiera ser reprendido de Simaco con justicia, habiendo Simaco sido condenado por infiel de San Ambrosio y de Aurelio Prudencio? No se puede llamar digresión la que previene lo que se ha de referir. Por la causa dicha, enojado Aquiles con el rey Agamenón, entre otros muchos oprobios que le dijo, le llamó demovóros, que se interpreta «comedor de pueblos». Todo el verso de Homero dice: «Rey comedor de pueblos, porque reinas entre viles.» Dar por causa el reinar entre viles al ser el rey comedor de pueblos, mejor es dejar que lo entienda quien quisiere, que darlo a entender a quien no quisiere.



Que no sólo es rey uno por dar de comer a los suyos, Cristo lo enseñó literalmente cuando obró aquel abundante y espléndido milagro en el desierto con la multiplicación de cinco panes y dos peces; pues la gente persuadida de la hartura le quisieron arrebatar y hacerle rey; y Cristo se ausentó porque no le hiciesen rey. Mas después que, instituyendo el santísimo sacramento del Altar, dio su carne por manjar y su sangre por bebida y le comieron los suyos, no negó que era rey, preguntándole los pontífices si lo era, y aceptó el título de rey. Claro está que los reyes de la tierra, que no pueden sacramentar sus cuerpos, no pueden imitar esta acción, dándose a sus vasallos por manjar; empero el mismo Dios y hombre, nuestro señor y rey eterno, los enseña cómo han de ser comidos de los suyos, con palabras de David que los enseñó; porque eran obradores de iniquidad, comiéndose a los suyos. Cuando echó del templo los que vendían palomas y ovejas, y trocaban dineros (acción realísima, ponderada por tal de los santos), dijo Cristo: «El celo de tu casa me come», que son del vers. 10, del psalm. 68, todo misterioso de la pasión del Señor.



Con toda reverencia y celo leal a vuestra majestad y a Dios, os suplico, serenísimo, muy alto y muy poderoso Señor, consideréis que estas palabras amonestan a vuestra majestad que sea manjar del celo de la casa de Dios. Bien sé que este celo os digiere y os traga. Sois rey grande y católico, hijo del Santo, nieto del Prudente, biznieto del Invencible. No refiero a vuestra majestad esto porque ignore que lo hacéis, sino porque sepan todos a quién imitáis y obedecéis en hacerlo. Muchos habrá, forzoso es, que digan no hagáis lo que hacéis: haya quien diga lo que no queréis dejar de hacer. La casa de Dios, Señor, es su templo, su iglesia, la congregación de sus fieles, sus creyentes. Vuestra majestad es el mayor hijo de la Iglesia romana: cuanto más obediente, monarca glorioso de los católicos, pueblo verdaderamente fiel. La monarquía de vuestra majestad ni el día ni la noche la limitan: el sol se pone viéndola, y viéndola nace en el Nuevo Mundo. Mirad, Señor, de cuánto celo ha de ser manjar vuestra persona y vuestro cuidado y vuestra justicia y misericordia; cuán lejos ha de estar de vuestra majestad el comer vasallos y pueblos; pues antes ellos os han de comer. Son muy dignas de ponderación aquellas palabras de David, que tanto he repetido: «¿No lo sabrán, todos los que obran maldad, que engullen mi pueblo como manjar de pan?». Señor, el pan es un pasto de tal condición, que nada puede comerse sin él; y cuando sobra todo, si falta pan, no se puede comer nada; y se desmaya la gente, y la hambre es mortal y sin consuelo, por haber acostumbrádose la naturaleza a no comer algo sin pan. Los tiranos que ha habido, los demonios políticos que han poblado de infierno las repúblicas, han acostumbrado a los príncipes a no comer nada sin comerlo con vasallos. Todo lo guisan con sangre de pueblos: hacen las repúblicas pan, que necesariamente acompaña todas las viandas. Esto dijo David a los reyes, como rey que sabía «que los que obran iniquidad» los alimentan de sus mismos súbditos. Y no se puede dudar que cualquiera que sustenta al señor con la sangre de sus vasallos, no es menos cruel que sería el que sustentase un hambriento dándole a comer sus mismos miembros y entrañas, pues con lo que le mata la hambre, le mata la vida.



¡Oh señor!, perdóneme vuestra majestad este grito, que más decentes son en los oídos de los reyes lamentos que alabanzas. Si lo que es precio de sangre en la venta que se llaman de otra manera, cuántas posesiones, cuándo Judas se llama Acheldemach, ¿cuántos edificios, cuántos patrimonios, cuántos estados, cuántas fiestas son Acheldemach, y se deben a los peregrinos por sepultura? Los arbitrios de Cristo rey para socorrer a los suyos, son a su costa, cargan sobre su carne y su sangre, sobre su vida y su muerte. Quien quita de todos los suyos con los arbitrios, para defenderlos del enemigo, hace por defensa lo que el contrario hiciera por despojo. De que se colige que el señor que tiene necesidad de los suyos, no es señor, sino necesitado. Por esto David rey exclama: «Dije al Señor, tú eres mi Dios, porque no tienes necesidad de mis bienes.»