Política de Dios, gobierno de Cristo/Parte I/XXI

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​Política de Dios, gobierno de Cristo​ de Francisco de Quevedo y Villegas
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Quién son ladrones y quién son ministros, y en qué se conocen. (Joann., cap. 10.)
Amen, amen dico vobis: Qui non intrat per ostium in ovile ovium, sed ascendit aliunde, ille fur est et latro. De verdad, de verdad os digo: quien no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino que sube por otra parte, aquél es ladrón y robador.
Da Cristo las señas en que se conoce quién es ladrón. Cosa clara es que quien entra por la puerta llamando, y le abre el portero (no lo que dio, y el regalo, y la negociación), que es dueño de casa, y pastor; mas quien sube por la ventana, o por otra parte escala la casa, ladrón es, a robar viene, él lo confiesa. Qué se entiende por puerta y qué cosa sea escalar, temo de decirlo; porque el mundo es de tal condición, que los ladrones no recelan que los conozcan; antes en eso tienen la medra y la estimación. No está el provecho en ser ladrón, sino en ser conocido por tal. Sólo vale contigo, si eres tirano, el que tú hiciste partícipe de mayor delito. Así lo escribió Juvenal: Quien te fía secreto honesto, no te teme, y por eso no te estima: sólo es acariciado quien como cómplice y sabidor, cuando quiere, puede acusar a su señor. Eso tiene lo mal hecho peor, que no se puede fiar su ejecución sino de malhechores. Dar señas de ladrones es buscarles cómodo, ponerlos con amo, solicitarles la dicha y dar noticia de lo que se busca. Esto siempre pasó así en el mundo: dícenlo escritores de aquellos tiempos; y no me espanta sino que dure tanto mundo que siempre ha sido así. Yo no lo dudo, y creo que nació inocente, que poco a poco se ha apoderado de él la insolencia de los afectos, y que hoy se padece la obstinación de sus imperfecciones.



Esto de entrar por otra parte y dejar la puerta, el primer hombre fue el primero que lo hizo; pues quiso ser semejante a Dios, no por la puerta, que era su obediencia, sino por el consejo de la serpiente; y en pena el serafín le enseñó la puerta que dejaba, y se la defendió con espada de fuego. ¡Gran cosa que estén las puertas yermas y desiertas, que nadie entre por ellas estando abiertas y rogando con el paso, y que todo el tráfago y comercio sea por los tejados y ventanas! Señor, la puerta es el rey, y la virtud, y el mérito, y las letras y el valor. Quien entra por aquí pastor es, la casa conoce, a servir viene. Quien gatea por la lisonja, y trepa por la mentira, y se empina sobre la maña y se encarama sobre los cohechos, -éste que parece que viene dando y a que le roben, a robar viene. El mayor ladrón no es el que hurta porque no tiene, sino el que teniendo da mucho, por hurtar más.
Pondero yo que si es ladrón, como dice Cristo, quien viene por los tejados y azoteas, ¿qué sería el señor del redil o el pastor a quien está encargado, si de parte de adentro, viendo escalar su majada, diese la mano a los ladrones para que entrasen a robarle? Éste sería disculpa de los ladrones. No hay nombre que no sea comedido, si tal sucediese: por no ser cosa creíble, no tiene ignominiosos títulos tal iniquidad. Fácilmente, Señor, conocerá vuestra majestad esta gente en el ejercicio; y lo que más ayuda a conocerlos es el estar tan bien acreditado el nombre de ladrón, que es su eminencia y su ambición.



San Pablo, buen pastor, buen prelado, buen gobernador, buen valido de Cristo, escogido para defensa de su nombre, ¿cómo vivió, qué hizo, qué dijo, por dónde entró? Óigalo vuestra majestad de su boca, en estas palabras que refiere el capítulo 20 de los Actos. Después de haber juntado los más viejos de la iglesia de Éfeso, y protestádoles lo que había trabajado por su bien desde el día que entró en Asia, sin perdonar por su salud algún trabajo, dice91: «Por lo cual hoy os hago testigos que estoy limpio de la sangre de todos.» -Si depusiese la venganza, y el recelo y la envidia de los que pueden, no sería pequeño proceso el que en esta parte se haría; que pocos pueden en el mundo que puedan decir esto; y quien esto no puede, no puede nada. ¡Cuántas vidas cuesta la conservación de la vanidad de los ambiciosos, y el entretenerse en el peligro, y el dilatar la ruina, y el divertir el castigo, que no es otra cosa lo que gozan los miserablemente poderosos en el mundo! Y es la causa, que como al subir trepan para escalar, por no entrar por la puerta, al salir se despeñan por bajar. Prosigue San Pablo93: «La plata, ni el oro o el vestido de ninguno he codiciado, como sabéis; porque para lo que yo había menester y los que conmigo están, estas manos me lo dieron.»



¡Qué pocos ministros saben hacer desdenes al oro, y a la plata y a las joyas! ¡Qué pocos hay esquivos a la dádiva! ¡Qué pocas dádivas hay que sepan volver por donde vienen! Pues, Señor, no es severidad de mi ingenio, o mala condición de mi malicia: no tengo parte en este razonamiento. San Pablo pronuncia estas palabras: Quien codicia el oro y la plata, es ladrón, a robar vino, no entró por la puerta; porque el buen ministro, el buen pastor, no sólo no ha de codiciar para sí, pero lo mismo ha de protestar de los suyos, para quien tampoco tomó nada; que a sí y a ellos dice que sus manos daban lo que habían menester. Tan lejos ha de estar el pedir del ministro, que aun por ser pedir limosna pedir, ha de trabajar primero en su ministerio, que pedirla: así lo hizo San Pablo. ¡Qué honroso sustento es el que dan al ministro sus manos! ¡Qué sospechoso y deslucido el que tiene de otra manera al juez, al obispo, al ministro o al privado! Sus manos le han de dar lo que ha menester, no las ajenas. Así lo dice San Pablo, y con eso justifica el haber cumplido su ministerio con la pureza que debía. Miren los reyes a todos a las manos, y verán si se sustentan con las suyas, o con las de los otros; y también conocerán si entran por la ventana o por la puerta; pues los que entran por la puerta entran andando, y los que entran por otra parte suben arañando, y sus manos son sus pies, y las manos ajenas sus manos.