Política de Dios, gobierno de Cristo/Parte I

Política de Dios, gobierno de Cristo
de Francisco de Quevedo y Villegas
Parte I
I

Parte I


A don Felipe, IV de este augusto nombre, Rey de las Españas, mayor monarca del orbe, nuestro señor
Tiene vuestra majestad de Dios tantos y tan grandes reinos, que sólo de su boca y acciones y de los que le imitaron puede tomar modo de gobernar con acierto y providencia. Muchos han escrito advertimientos de estado conformes a los ejemplares de príncipes que hizo gloriosos la virtud, o a los preceptos dignamente reverenciados de Platón y Aristóteles, oráculos de la naturaleza. Otros, atendiendo al negocio no a la doctrina, o por lograr alguna ociosidad o descansar alguna malicia, escribieron con menos verdad que cautela, lisonjeando príncipes que hicieron lo que dan a imitar, y desacreditando los que se apartaron de sus preceptos. Hasta aquí ha sabido esconderse la adulación y disimularse el odio. Yo, advertido en estos inconvenientes, os hago, Señor, estos abreviados apuntamientos, sin apartarme de las acciones y palabras de Cristo, procurando ajustarme cuanto es lícito a mi ignorancia con el texto de los Evangelistas, cuya verdad es inefable, el volumen descansado, y Cristo nuestro Señor el ejemplar. Yo conozco cuánto precio tiene el tiempo en los grandes monarcas, y sé cuán conforme a su valor le gasta vuestra majestad en la tarea de sus obligaciones, sin perdonar, por la comodidad de sus vasallos, descomodidad ni riesgo. Por eso no amontono descaminados enseñamientos, y mi brevedad es cortesía reconocida; pues nunca el discurso de los escritores se podrá proporcionar con el talento superior de los príncipes, a quien sólo Dios puede enseñar y los que son varones suyos; y en lo demás, quien no hubiere sido rey siempre será temerario, si ignorando los trabajos de la majestad la calumniare.



La vida, la muerte, el gobierno, la severidad, la clemencia, la justicia y la atención de Cristo nuestro Señor refieren a vuestra majestad acciones tales, que, imitar unas y dejar otras, no será elección, sino incapacidad y delito. Oiga vuestra majestad las palabras del gran Sinesio en la oración que intituló: De regno bene administrando: «Como quiera que en toda cosa y a todos los hombres sea necesario el divino auxilio (habla con Arcadio emperador), principalmente a aquéllos que no conquistaron su imperio, mas antes le heredaron, como vos a quien Dios dio tanta parte y quiso que en tan poca edad llamasen monarca: el tal, pues, ha de tomar todo trabajo, ha de apartar de sí toda pereza, darse poco al sueño, mucho a los cuidados, si quiere ser digno del nombre de emperador.» Éstas son en romance sus palabras, que sin cansarse por tantos siglos, derramada su voz, llega hasta vuestros tiempos para gloria vuestra, con señas del imperio y de la edad. Ni esto se puede ignorar en la personal asistencia de vuestra majestad, pues ni la edad, ni la sucesión tan recién nacida y tan deseada, le ha entretenido los pasos que por las nieves y lluvias le han llevado, con salud aventurada, a solicitar el bien de sus reinos, la unión de sus estados y la medicina a muchas dolencias. ¿A qué no atrevieron su determinación vuestros gloriosos ascendientes? El mayor discípulo es vuestra majestad que Dios tiene entre los reyes, y el que más le importa para su pueblo y su Iglesia saliese celoso y bien asistido. Dispuso vuestro enseñamiento, derivándoos de padres y abuelos de quien sois herencia gloriosa, y en pocos años acreditada. Mucho tenéis que copiar en Carlos V, si os fatigaren guerras extranjeras, y ambición de victorias os llevare por el mundo con glorioso distraimiento.



Mucha imitación os ofrece Felipe II, si quisiéredes militar con el seso, y que valga por ejército en unas partes vuestro miedo y en otras vuestra providencia. Y más cerca lo que más importa: el padre de vuestra majestad, que pasó a mejor vida, en memoria que no se ha enjugado de vuestras lágrimas, ni descansado de nuestro dolor, os pone delante los tesoros de la clemencia, piedad y religión. Es vuestra majestad de todos descendiente, y todos son hoy vuestra herencia, y en vos vemos los valerosos, oímos los sabios y veneramos los justos; y fuera prolijidad, siendo vuestra majestad su historia verdadera y viva, repetiros con porfía las cosas que deben continuar vuestras órdenes, y que esperamos mejorará vuestro cuidado. Haga Dios a vuestra majestad señor y padre de los reinos que castiga con que no lo sea.

SEÑOR: Besa los reales pies y manos de vuestra majestad.

Don Francisco de Quevedo Villegas



Al conde duque, gran canciller, mi señor, don Gaspar de Guzmán, conde de Olivares, sumilier de Corps y caballerizo mayor de Su Majestad1

Dar a leer a vuecelencia este libro, es la mejor diligencia que puede hacer el conocimiento de su integridad, para darse por entendido del cuidado con que asiste al Rey nuestro señor, en valimiento ni celoso ni interesado. Supo este libro tener oyentes, y hoy sabe escogerlos; y animoso a vuecelencia hace lisonja nunca vista, sólo con no recatarle severo verdades desapacibles a otro espíritu menos generoso: pues han hecho fineza tan esforzada con vuecelencia, que no han escarmentado, cuando sospechas de haberlas imaginado tuvieron resabios de delito, y fue culpa el intento aun no amanecido. Lea vuecelencia lo que ejecuta, y habrá sido más hazañoso que bien afortunado en ser lector de advertimientos que le son alabanza y no amenaza. Deseo a vuecelencia vida y salud, para que su majestad tenga descanso, y felicidad sus reinos. Preso en mi villa de Juan Abad a 5 de abril, 1621.

Don Francisco de Quevedo Villegas.



A los doctores sin luz, que dan humo con el pábilo muerto de sus censuras, muerden y no leen

Numquid Deus indiget vestro mendacio, ut pro illo loquamini dolos? Numquid faciem ejus accipitis, et pro Deo judicare nitimini? Aut placebit ei quem celare nihil potest? Aut decipietur ut homo vestris fraudulentiis? Ipse vos arguet, quoniam in abscondito faciem ejus accipitis. «¿Por ventura (dice Job) tiene Dios necesidad de vuestra mentira, para que por él habléis engaños?». Con vosotros hablo, los que vivís de hacer verdad falsa como moneda, que sois para la virtud y la justicia polillas graduadas, entretenidos acerca de la mentira, regatones de la perdición, que dais mohatras de desatinos a los que os oyen, y vivís de hacer gastar sus patrimonios en comprar engaños y agradecer falsos testimonios a los príncipes. ¿Qué novedad os hace ver que reprenda la Escritura, si dice San Pablo: Scriptura utilis est ad arguendum, ad corripiendum: haec loquere, et exhortare, et argue cum omni imperio? Siempre entendí que la envidia tenía honrados pensamientos; mas viéndola embarazada con ansia en cuatro hojas mal borradas de este libro mío, conozco que su malicia no tiene asco; pues ni desprecia lo que apenas es algo, ni reverencia lo sumo de las virtudes. Por esto ha llegado el ingenio de vuestra maldad a inventar envidiosos de pecados y hipócritas de vicios. Si os inquieta que sobrescriba mi nombre en estudios severos, y no queréis acordaros sino de los distraimientos de mi edad, considerad que pequeña luz encendida en pajas suele guiar a buen camino, y que al confuso ladrar deben muchos el acierto de su peregrinación. Yo escribí este libro diez años ha, y en él lo más que mi ignorancia pudo alcanzar. Junté doctrina, que dispuse animosamente; no lo niego: tal privilegio tiene el razonar de la persona de Cristo nuestro Señor, que pone en libertad la más aherrojada lengua. Imprimiose en Zaragoza sin mi asistencia y sabiduría, falto de capítulos y planas, defectuoso y adulterado: esto fue desgracia; mas desquiteme con que saliesen estas verdades en tiempo que ni padecen los que las escriben, ni medran los que las contradicen. Gracias al Rey grande que tenemos, y a los ministros que le asisten, pues tienen vanidad de que se las dediquen, y recelo de que se las callen. Por esto me persuado que los tratantes en lisonjas han de dar en vago con la maña, y que la pretensión en traje de respuesta y apología ha de burlar los que en el intento son memoriales, y en el nombre libros. Yo he respondido al docto que advirtió, y en aquel papel se lee el desengaño de muchas calumnias. A los demás que ladran, dejo entretenidos con la sombra, hasta que los silbos y la grita tomen posesión de su seso. Para los que escriben libros perdurables fue mi culpa ver que se vendía tanto este libro, como si le pagaran del dinero de ellos los que le compraron. A esto se ha seguido una respuesta, que anda de mano, a mi libro, sin título de autor: hanme querido asegurar que es de un hombre arcipreste: yo no lo creo, porque escribir sin nombre, discurrir a hurto, y replicar a la verdad son servicios para alegar en una mezquita, y trabajo más digno de un arráez que de hombre cristiano y puesto en dignidad. Nunca el furor se ha visto tan solícito como en mi calumnia, pues este género de gente ha frecuentado con porfía todos los tribunales, y sólo ha servido de que en todos, por la gran justificación de los ministros, me califique su enemistad. Yo escribí sin ambición; diez años callé con modestia; y hoy no imprimo, sino restitúyome a mí propio, y véngome de los agravios de los que copian y de los que imprimen. Y así esforzado doy a la estampa lo que callara reconocido de mi poco caudal, continuando el silencio de tantos días. Por estas razones ni merezco vuestra envidia, ni he codiciado alguna alabanza, cuando contra vuestra intención me sois aplauso los que os preparábades para mi calamidad. Con vosotros habla Isaías: Vae, qui dicitis bonum malum, et malum bonum, ponentes tenebras lucem, et lucem tenebras! Ponentes amarum in dulce, et dulce in amarum!



A quien lee

Lo que se leyere en este libro, que no sea conforme cree y enseña la santa Iglesia de Roma, sola y verdadera Iglesia, confieso por error; y desde luego, conociendo mi ignorancia, lo retracto; y protesto que todo lo he escrito con pureza de ánimo, para que aproveche y no escandalice; y si alguno lo entendiere de otra manera, tenga la culpa su malicia y no mi intención.

Don Francisco de Quevedo Villegas