Política de Dios, gobierno de Cristo/Parte I/XX

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​Política de Dios, gobierno de Cristo​ de Francisco de Quevedo y Villegas
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El rey ha de llevar tras sí los ministros; no los ministros al rey
Al rey solas las obligaciones de su oficio y necesidades de su reino y vasallos le han de llevar tras sí.
En todo el Testamento Nuevo no se lee otra cosa, hablando de los apóstoles y Cristo, sino sequebantur, seguíanle. No se lee que Cristo los siguiese jamás: él los llevaba siempre donde quería; no ellos a él. «Cada uno tome su cruz, y me siga.- Sígueme», dijo al apóstol que llamó. Y los que le hacen cargo de buenos criados, no dicen otra cosa sino: «Ves que lo hemos dejado todo, y te hemos seguido.» ¡Gran diferencia de criados buenos de Cristo, a criados de Satanás y de sus tiranos! Todo lo dicen y hacen al revés; dirán a sus reyes: Ves aquí que lo hemos tomado todo, y héchote que nos sigas y andes tras nosotros arrastrando.



El rey imitador de Cristo ha de considerar que él dijo, para decir que era verdadero rey del cielo y verdadero Dios89: «Yo soy camino, verdad y vida.» El rey es camino, claro está, y verdad y vida. ¿Pues cómo podrá ser que el camino siga al caminante, debiendo el caminante seguir el camino? El rey que es camino y verdad, es vida de sus reinos; el que es descamino y mentira, es muerte. Rey adestrado, es ciego; enfermedad tiene, no cargo; bordón es su cetro; aunque mira, no ve. El que adiestra a su rey, peligroso oficio escoge; pues, si lo ha menester, se atreve al cuidado de Dios. Mucho se aventura si el rey no lo ha menester. No le guía, le arrastra y le distrae; codicia, y no caridad tiene. No es servicio el que le hace, sino ofensa; y disculpa los odios de todos contra su persona.
De ninguna manera conviene que el rey yerre; mas si ha de errar, menos escándalo hace que yerre por su parecer, que por el de otro. Nada ha de recelar tanto un rey como ocasionar desprecio en los suyos; y éste sólo por un camino le ocasionan los reyes, que es dejándose gobernar. Un rey cruel es rey cruel, y así en los demás vicios; mas un rey falto de discurso y entendimiento (si tal permitiese Dios), como para ser rey ha de ser primero hombre, y hombre sin entendimiento y razón no puede ser, -ni sería rey, ni hombre, y el desprecio le hallaría semejante a cualquier afrentosa comparación. Y por esto nada ha de disimular tanto un príncipe, como el tener necesidad en todo de advertencia, y haber de decir siempre: Llevadme y guiadme; yo iré tras de vosotros. Y al ministro que tiene a cargo el suplir la falta de su príncipe, sola le puede conservar la arte con que hiciere que se entienda siempre que obra su señor sin dependencia; porque el día que se descubriere el defecto, o por vanidad mal entendida del allegado, o por descuido artificioso para espantar con la omnipotencia o llamar a sí las negociaciones, persuadidos de la codicia-, ese día se sigue al uno el desprecio, y al otro el peligro manifiesto y merecido; y cada uno presume de apoderarse de aquella voluntad, y nadie echa al otro sino por acomodarse; y por esto unos serán persecución de otros, y nunca se tratará del remedio, y será la variedad, si no peor en los efectos, más escandalosa y aventurada. Assumit Jesus Petrum et Jacobum et Joannem90. A los grandes negocios lleva Dios nuestro Señor a sus discípulos, aquí y al huerto. Y si quiere ver vuestra majestad en los reyes la diferencia que hay de llevar a ser llevados, una vez sola que Cristo nuestro redentor fue llevado de un ministro, el ministro fue el demonio, porque en otro no hubiera descaramiento para atreverse a llevarle: dos veces le llevó, una al templo para que se despeñase, y otra al monte para que le adorase. Mire vuestra majestad los que llevan a los reyes adónde los llevan: al templo para que se despeñen, al monte para que los adoren; todo al revés, y todo a su propósito. Pues si el diablo se atreve a llevar a Cristo a estas estaciones, ¿adónde llevará a los hombres que se dejaren llevar de él y de los suyos?



El corazón de los reyes no ha de estar en otra mano que en la de Dios. El Espíritu Santo lo quiere así, porque el corazón del rey en la mano de Dios está sustentado, favorecido y abrigado; y en la de los hombres, oprimido, y preso y apretado. ¿Quién puede errar, siguiendo en vuestra majestad los pasos, siempre encaminados a tanta religión, justicia y verdad, acciones tan piadosas, y deseos tan verdaderamente encendidos en caridad de sus vasallos y reinos? Y al fin, Señor, quien sigue a su rey va tras la guía y norte que Dios le puso delante; y quien le lleva tras sí, si tan detestable hombre se hallase, de su luz hace sombra. No quita esto que el rey y el príncipe no sigan el consejo y la advertencia; pero hay gran diferencia entre dar consejo y persuadir consejo. Una cosa es aconsejar, otra engaitar. Tomar el rey el consejo es cosa de libre juicio: que se le hagan tomar es señal de voluntad esclava. Señor, el buen criado propone, y el buen rey elige; mas el rey dejado de sí propio, obedece.
No sólo deben los reyes no andarse tras otro, ni dejarse llevar donde otro quisiere, sino que inviolablemente han de mirar que los que le siguieren a él puedan decir, y digan: Ves que lo hemos dejado, y te hemos seguido; -porque en lo que se peligra al lado de los reyes, es en no dejar nada para otro, y en tomárselo todo para sí.