Política de Dios, gobierno de Cristo/Parte I/XIX
XIX
Con qué gentes se ha de enojar el rey con demostración y azote. (Joann., cap. 2; Marc., 11.) | |
No se lee que otra vez con demostración se enojase Cristo, y que castigase con su mano. Tal vez, Señor, conviene que el cordero brame. Cordero era Cristo, y a quien por excelencia llaman manso Cordero; y en esta ocasión armó de severidad su clemencia. Letra por letra parece que el texto del Evangelista está ocasionando a los reyes. Viendo que vendían y mercadeaban en el templo, tomó un azote y echó de él a los logreros, diciendo: «Mi casa es casa de oración». Sábese que vuestra majestad puede decir esto por su casa, y porque fervorosamente con su ejemplo alienta virtud y valor en sus vasallos: sólo resta que abra los ojos sobre los que se la quisieren hacer cueva de ladrones. Si alguna insolencia se atreviere a tanto, los castigue y aleje de sí, y no será; pero temerlo es providencia, y religión estorbarlo; pues veo que Cristo halló en la casa de Dios quien lo hiciese a sus ojos, y no será más privilegiada para los atrevimientos de los impíos y codiciosos la casa de algún rey, que la casa de Dios. Y si sucediere, tome el azote, eche de su casa los que se la desautorizaren; no sólo los eche, los castigue, pero derríbeles las mesas y los asientos, y de ello ni de su ejercicio no quede memoria. Adelanto más la consideración. Si Cristo trata de esta suerte a los que venden en el templo, ¿cómo tratará a los que venden el mismo templo? Para echar aquellos codiciosos mohatreros, dice San Juan que hizo uno como azote; pero para estos contumaces que venden el templo propio, azote ha de ser escogido por el rigor de la justicia: y es lástima de ver cuán bien introducidos están con la absolución los unos y los otros, frecuentando tanto las confesiones como los tratos, haciendo pompa de las comuniones. | |
Es cierto, Señor, como San Gregorio dice, que toda la vida de Cristo fue lección para nuestro enseñamiento. Cuatro géneros de gente castigó por su mano solamente, echándolos ignominiosamente de sí, esto es echarlos del templo. Y fue tan grande acción ésta, que para mostrar que Cristo nuestro redentor era Hijo de Dios, el glorioso San Jerónimo elegantísimamente la pondera por más alta y misteriosa. No quiero ahogar su estilo: en él se lee mejor todo. Vendió Judas a Jesucristo, que fue vender el templo, y a Dios y a todo el tesoro del cielo. Súpolo antes, y tuvo lástima del mal ministro, no de sí, que había de ser entregado por bajo precio a muerte infame en poder de sus enemigos a quien más bien había hecho y por quien tantas maravillas había obrado. Llégale a entregar, y no le rehúsa el rostro ni se le vuelve. Sabe que le besa por seña que da, no por amor que le tiene; y en lugar de reprensión, le habla y recibe tan regaladamente, diciéndole: Ad quid venisti, amice? «¿A qué has venido, amigo?». Déjase atar y llevar preso; y aquí, porque vio vender en el templo las ovejas, y vio los mohatreros y las palomas que se vendían, hace de las cuerdas azote, y castiga a los que las venden. ¡Gran cosa!, que en él se vendió el Cordero que quita los pecados del mundo, y la paloma purísima. Allí se vio la mayor usura y mohatra que trazó la codicia infernal, y no se enoja; sólo para mostrar que el rey ha de mirar más por los otros que por sí; que él está a cargo de Dios, y los súbditos a su cargo; que es buen pastor que quiere que le vendan por sus ovejas, mas que no quiere consentir que sus ovejas se las vendan. Allí quiere para sí los azotes, y aquí los quiere para los que le venden los suyos; y por eso dice San Juan consecutivamente aquellas palabras: Zelus domus tuae comedit me. Los primeros que refiere San Juan fueron los que vendían ovejas: en éstos se representan los príncipes y procuradores de las comunidades en Cortes, y las justicias que asuelan y destruyen los pobres, los vasallos y los vecinos y encomendados. Eso es vender ovejas; y más vivamente que todos estos se representan los obispos y los prelados, si venden en el templo las ovejas que Dios les encomendó para que apacentasen. Los segundos fueron los que vendían bueyes: en quien se significaron los ricos y poderosos que desustancian los labradores, las justicias que les echan todas las cargas, los gobernadores que los hacen arar para otros, encareciéndoles a precio de sangre el mal año y el socorro. En los numularios y logreros, los que con pretexto de religión hacen hacienda, los que compran las prelacías, los que comen las rentas de los pobres. En los que venden palomas, los que usurpan la hacienda de los huérfanos y viudas, y los persiguen, y de su desamparo y soledad se enriquecen. | |
Este género de gente, Señor, el rey que los ve en su casa no ha de aguardar a que otro los castigue y los eche. Mejor parece el azote en su mano para éstos, que el cetro. |