Política de Dios, gobierno de Cristo/Parte I/XIII

XII
Política de Dios, gobierno de Cristo
de Francisco de Quevedo y Villegas
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Los pretensores: atienda el príncipe a la petición, y a la ocasión en que se la piden, y al modo de pedir. (Matth., 20; Marc., 10.)
Tunc accessit ad eum mater filiorum Zebedaei cum filiis suis, adorans, et petens aliquid ab eo. «Entonces llegó a él la madre de los hijos del Zebedeo, con sus hijos, adorando y pidiendo.» Otra letra dice: Et accedunt ad eum Jacobus, et Joannes, filii Zebedaei, que en romance dice así: «Llegaron a Cristo los hijos del Zebedeo, Jacobo y Juan, diciendo: Maestro, queremos que hagas con nosotros todo lo que te pidiéremos. Él les dijo a ellos: ¿Qué queréis que haga con vosotros? Y dijeron ellos: Concédenos que en tu gloria uno se siente a la diestra y otro a la siniestra. Respondiéndolos Jesús, les dijo: No sabéis lo que os pedís. ¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber?». Y más abajo dice el Evangelista: «Y oyéndolo los diez, se empezaron a indignar con Jacobo y con Juan.»



Llegose la madre, adorando y pidiendo. Quien adora solamente para pedir, lisonjea, no merece. De esta manera piden los aduladores la reputación del rey, escondiendo en la reverencia la codicia. Nunca la ceremonia afectada acompañó la modestia en el ruego, y pocas veces la razón. Los maliciosos otro camino siguen que los beneméritos: en aquéllos es la humildad cautelosa, y esfuérzase a disimular ambición y atrevimiento; y en éstos es santa y encogida. Los que pidieron a Cristo de esta suerte, alcanzaron gracia; que sin introducción fingida pidió el Centurión, rogándole y diciendo. Dejo sus palabras, que fueron tales que mereció que dijese de él lo que no dijo de otro58: «Admirose.- No vi tanta fe en Israel. Ve, y como creíste te suceda.» No hace Dios las mercedes porque piden con elegancia, ni las deja de hacer porque piden sin ella: hácelas porque creen bien, porque obran bien, por su misericordia; y así se debe hacer a su ejemplo. Y aunque es así que al principio de este capítulo dice el Evangelista: «Y veis un leproso que viniendo le adoraba, diciendo: Señor, si quieres, puedes sanarme; y fue sano»; -mas bien se conoce la diferencia que hay de venir adorando y diciendo, a venir adorando y pidiendo; y de estas palabras «Señor, si quieres, me puedes sanar» a «Queremos que nos concedas todo lo que pidiéremos.» No fue petición presumida la del leproso: habla a Dios en su lenguaje; púsole delante su necesidad, y resignó en su voluntad el remedio, desistiendo de méritos propios y confesando su omnipotencia. «Si quieres, puedes sanarme», más fue confesión que ruego.




¿Quién pidió a Dios con necesidad y humildad, conociendo y confesando en la petición su misericordia, su poder y su sabiduría, que no alcanzase lo que más le convenga? ¿Quién supo ser en pocas palabras tan elocuente con Dios, como el Ladrón? Pues viéndole en la cruz, dando fin a la mayor obra de su amor y voluntad con los hombres, pareciéndole que en su memoria eterna se le estaban representando todas las causas de su amor que le hacían dulce la muerte, se acogió a su memoria y se valió de ella, pareciéndole que llegaba a ocasión que la memoria negociaba grandes cosas con Cristo. No le dijo: Señor, ¿quieres salvarme?: dame tu gloria, deja que te acompañe; sino «Señor, acuérdate de mí». ¡Confiada pretensión! Tan bien supo conocer la clemencia y grandeza del Príncipe, sin presuponer servicios hechos, que siempre deben estar poderosamente impresos en la memoria del príncipe. Alcanzó lo que pedía: no embarazó con ceremonias ambiciosas la voluntad del Señor; fuese con su humildad a apadrinarse de su memoria.

Hoy, según esto, Cristo nuestro señor enseña a los reyes la inadvertencia de las pretensiones, el descamino de los que piden, y el modo de despacharlos; y en esto es en lo que vuestra majestad particularmente no puede ni debe apartar los ojos de Cristo nuestro señor. Quien dijere a vuestra majestad que esto no tiene este sentido, y que hay inteligencias diferentes que lo explican, ése divertir quiere, no encaminar; porque aunque confieso que todos los sentidos que da la Iglesia tiene con propiedad la letra, no deja éste de ser uno de ellos, pues así lo enseñó con acciones de su gobierno en su familia, que fue tal que en pocos instituyó gran monarquía con su doctrina; que61 llegó a todos los fines de la tierra su voz, y que no tendrá fin. Y tanto conservará vuestra majestad en paz su conciencia, cuanto imitare e hiciere imitar a los suyos esta doctrina; y quien descaminándole de esto le facilitare la inobediencia a tal ejemplo, él se nombra calumniador de la verdad.



«Pidió para sus hijos la mano izquierda y la mano derecha»: esto llamamos pedir a diestro y a siniestro; pedir a dos manos. Edad tiene en los pretensores este lenguaje. Con todo, pidió con más cortesía y moderación que sus hijos. No es poco digno de ponderar que pidan más y con menos recato los validos que las mujeres. Esto se ve considerando las palabras de ellos62: «Maestro, queremos que nos des todo lo que te pidiéremos». ¡Imperioso razonamiento! Esto es mandar, no pedir. Las palabras del ruego son más blandas, y más de discípulos a maestro, y de criados a señor; no admiten ambición arrojada. Para tratarle como a maestro, pues le confiesan por maestro, debieran decir: Maestro, pedímoste quieras hacer con nosotros lo que fuere tu voluntad.

Aprendan de Cristo los reyes a responder a los allegados, pues los allegados parece que han aprendido a pedir de Jacobo y de Juan, con las palabras, no con la intención, que en ellos fue diferente. Y como aprenden el modo de Jacobo y Juan para pedir, haced, Señor, que aprendan a recibir la dádiva que ellos aceptaron de la muerte y del martirio por su Maestro. Quieren que haga con ellos todo lo que ellos quieren; por eso responde Cristo: No sabéis lo que os pedís. No cura a la demasía la suspensión, ni la mesura, ni la respuesta dudosa. La medicina es responderles en la cara: «No sabéis lo que pedís», a raíz de la pretensión. Dice más abajo, que oyéndolo los diez, se indignaron y se sintieron de Jacobo y de Juan. Pues si siendo apóstoles y escogidos se sintieron de que los dos, siendo como ellos, y más primos del rey, lo pidiesen para sí todo, ¿qué mucho que los hombres se inquieten y desasosieguen, no de ver que dos lo pidan todo, sino (si tal sucediese) de que lo pidiese todo uno o se lo diesen? Pudiera ser caridad este sentimiento si se atribuyese a lástima del señor que lo da o lo deja tomar por su perdimiento, aun antes de que se lo rueguen y arrebaten. Esto, Señor, no sólo no lo han de hacer los reyes, ni consentirlo. Para oído sólo es de grande escándalo entre los santos y justos; ¿qué hará entre los que pretenden lo mismo, y que en la demasía que ven sólo sienten no haber sido los primeros?



Prosigue Cristo en la respuesta el castigo, diciendo63: «No sabéis lo que os pedís». Luego les pregunta lo que ellos habían de haber pedido64: «¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber?». Responden que sí. Ya que no supieron pedir, supieron aceptar.

No se ha visto petición hecha a peor tiempo, ni en ocasión que más se descaminase, pues en todo este capítulo Cristo no trata sino de la resignación y desprecio de los bienes, advirtiendo a aquel príncipe que le llamó buen maestro, pareciéndole que las lisonjas serían tan bien admitidas de los oídos de Cristo Jesús como de los suyos. Dícele el Señor que venda cuanto tiene, y lo dé a los pobres; y viendo que se entristece, dice repetidamente que es muy dificultoso entrar un rico en el reino del cielo, y esto con muchas comparaciones; y luego trata de que va a Jerusalén, que ha de ser entregado, y burlado, y escupido, y crucificado. Y a este tiempo, aun sonando en su boca esta doctrina, llegan a pedirle sus allegados sillas en su reino, habiéndole oído decir que su reino no era de este mundo. ¡Grande divertimiento! ¡Sillas piden a quien no tiene dónde reclinar la cabeza! ¡A quien riñó a Pedro porque quiso hacer tres tabernáculos para el Señor y para los que le asistían! Señor, si conociendo a Cristo por Hijo de Dios y por Dios verdadero, y siendo Jacobo y Juan ministros de suma santidad, y su valimiento tan conforme a su obligación, el lado del Señor, el hablar en el reino, el asistir al Rey ocasionó en ellos tan anticipada petición fuera de propósito, ¿qué hará el lado y favor de los reyes hombres en los que habiendo adquirido con maña la gracia de un príncipe están a su oreja? No sólo pretenderán las dos sillas: tratarán, como Luzbel, de quitarle su trono; pues fue aquel serafín, y su pecado lo será, inventor de las caídas de los poderosos con soberbia.



¿Quiere ver vuestra majestad cuán gran descamino es, no digo yo tomar las sillas, los dos oídos del rey, sino sólo pretenderlas? Que obligaron a Cristo a que en lugar de concederles a sus discípulos, a sus parientes, las sillas que pedían, les concedió la muerte y el martirio sin pedirlo, diciendo: Beberéis mi cáliz; seréis bautizados con mi bautismo. Fue dar a Jacobo el cuchillo, y a Juan la tina. Así padecieron, aunque aquella muerte llena estuvo de favor y de gloria del martirio. No parezca a vuestra majestad rigor, sino regalo, conceder la muerte y el martirio a los que pidieron para sí lo que es para quien el Padre eterno tiene determinado, porque ellos piden como discípulos, y él da como maestro. Puestos tales en los reinos del mundo, pedirlos es tentar. La diferencia fue grande, pero piadosa; y así la aceptaron luego. Breve y docta proposición les hizo Cristo en pocas palabras. Cúlpalos porque piden las sillas, diciendo: «No sabéis lo que os pedís». Prosigue: «¿Podéis beber mi cáliz?». Responden que sí. Y el fervor de aceptarlo muestra que lo que ellos querían era el martirio, y que no supieron pedirlo; porque se viese que Dios sólo sabe dar lo que nos está mejor. «Moriréis mi muerte: sentaros a mi diestra y a mi siniestra no me toca a mí, sino a aquéllos a quien está prometido por mi Padre». Ser rico no es merecer: ser título o hijo de príncipe, no es suficiencia.