Política de Dios, gobierno de Cristo/Parte I/XIII
XIII
Los pretensores: atienda el príncipe a la petición, y a la ocasión en que se la piden, y al modo de pedir. (Matth., 20; Marc., 10.) | |
Llegose la madre, adorando y pidiendo. Quien adora solamente para pedir, lisonjea, no merece. De esta manera piden los aduladores la reputación del rey, escondiendo en la reverencia la codicia. Nunca la ceremonia afectada acompañó la modestia en el ruego, y pocas veces la razón. Los maliciosos otro camino siguen que los beneméritos: en aquéllos es la humildad cautelosa, y esfuérzase a disimular ambición y atrevimiento; y en éstos es santa y encogida. Los que pidieron a Cristo de esta suerte, alcanzaron gracia; que sin introducción fingida pidió el Centurión, rogándole y diciendo. Dejo sus palabras, que fueron tales que mereció que dijese de él lo que no dijo de otro58: «Admirose.- No vi tanta fe en Israel. Ve, y como creíste te suceda.» No hace Dios las mercedes porque piden con elegancia, ni las deja de hacer porque piden sin ella: hácelas porque creen bien, porque obran bien, por su misericordia; y así se debe hacer a su ejemplo. Y aunque es así que al principio de este capítulo dice el Evangelista: «Y veis un leproso que viniendo le adoraba, diciendo: Señor, si quieres, puedes sanarme; y fue sano»; -mas bien se conoce la diferencia que hay de venir adorando y diciendo, a venir adorando y pidiendo; y de estas palabras «Señor, si quieres, me puedes sanar» a «Queremos que nos concedas todo lo que pidiéremos.» No fue petición presumida la del leproso: habla a Dios en su lenguaje; púsole delante su necesidad, y resignó en su voluntad el remedio, desistiendo de méritos propios y confesando su omnipotencia. «Si quieres, puedes sanarme», más fue confesión que ruego. | |
¿Quién pidió a Dios con necesidad y humildad, conociendo y confesando en la petición su misericordia, su poder y su sabiduría, que no alcanzase lo que más le convenga? ¿Quién supo ser en pocas palabras tan elocuente con Dios, como el Ladrón? Pues viéndole en la cruz, dando fin a la mayor obra de su amor y voluntad con los hombres, pareciéndole que en su memoria eterna se le estaban representando todas las causas de su amor que le hacían dulce la muerte, se acogió a su memoria y se valió de ella, pareciéndole que llegaba a ocasión que la memoria negociaba grandes cosas con Cristo. No le dijo: Señor, ¿quieres salvarme?: dame tu gloria, deja que te acompañe; sino «Señor, acuérdate de mí». ¡Confiada pretensión! Tan bien supo conocer la clemencia y grandeza del Príncipe, sin presuponer servicios hechos, que siempre deben estar poderosamente impresos en la memoria del príncipe. Alcanzó lo que pedía: no embarazó con ceremonias ambiciosas la voluntad del Señor; fuese con su humildad a apadrinarse de su memoria. | |
«Pidió para sus hijos la mano izquierda y la mano derecha»: esto llamamos pedir a diestro y a siniestro; pedir a dos manos. Edad tiene en los pretensores este lenguaje. Con todo, pidió con más cortesía y moderación que sus hijos. No es poco digno de ponderar que pidan más y con menos recato los validos que las mujeres. Esto se ve considerando las palabras de ellos62: «Maestro, queremos que nos des todo lo que te pidiéremos». ¡Imperioso razonamiento! Esto es mandar, no pedir. Las palabras del ruego son más blandas, y más de discípulos a maestro, y de criados a señor; no admiten ambición arrojada. Para tratarle como a maestro, pues le confiesan por maestro, debieran decir: Maestro, pedímoste quieras hacer con nosotros lo que fuere tu voluntad. | |
Prosigue Cristo en la respuesta el castigo, diciendo63: «No sabéis lo que os pedís». Luego les pregunta lo que ellos habían de haber pedido64: «¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber?». Responden que sí. Ya que no supieron pedir, supieron aceptar. | |
¿Quiere ver vuestra majestad cuán gran descamino es, no digo yo tomar las sillas, los dos oídos del rey, sino sólo pretenderlas? Que obligaron a Cristo a que en lugar de concederles a sus discípulos, a sus parientes, las sillas que pedían, les concedió la muerte y el martirio sin pedirlo, diciendo: Beberéis mi cáliz; seréis bautizados con mi bautismo. Fue dar a Jacobo el cuchillo, y a Juan la tina. Así padecieron, aunque aquella muerte llena estuvo de favor y de gloria del martirio. No parezca a vuestra majestad rigor, sino regalo, conceder la muerte y el martirio a los que pidieron para sí lo que es para quien el Padre eterno tiene determinado, porque ellos piden como discípulos, y él da como maestro. Puestos tales en los reinos del mundo, pedirlos es tentar. La diferencia fue grande, pero piadosa; y así la aceptaron luego. Breve y docta proposición les hizo Cristo en pocas palabras. Cúlpalos porque piden las sillas, diciendo: «No sabéis lo que os pedís». Prosigue: «¿Podéis beber mi cáliz?». Responden que sí. Y el fervor de aceptarlo muestra que lo que ellos querían era el martirio, y que no supieron pedirlo; porque se viese que Dios sólo sabe dar lo que nos está mejor. «Moriréis mi muerte: sentaros a mi diestra y a mi siniestra no me toca a mí, sino a aquéllos a quien está prometido por mi Padre». Ser rico no es merecer: ser título o hijo de príncipe, no es suficiencia. |