Política de Dios, gobierno de Cristo/Parte I/XIV

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​Política de Dios, gobierno de Cristo​ de Francisco de Quevedo y Villegas
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Cómo han de dar y conceder los reyes lo que les piden. (Matth., 20.)
Nescitis quid petatis. Potestis bibere calicem, quem ego bibiturus sum? Dicunt ei: Possumus. Ait illis: Calicem quidem meum bibetis; sedere autem ad dexteram meam, aut ad sinistram, non est meum dare vobis, sed quibus paratum est a Patre meo. Et audientes decem indignati sunt de duobus fratribus.
«No sabéis lo que pedís. ¿Podréis beber el cáliz que yo he de beber? Respondiéronle: Podemos. Y díjoles: De verdad mi cáliz beberéis; mas sentaros a mi diestra y siniestra no me toca a mí dároslo a vosotros, sino a aquéllos que está dispuesto por mi Padre. Y oyéndolo los diez, se indignaron de los dos hermanos».
Es tan fecunda la Sagrada Escritura, que sin demasía ni prolijidad sobre una cláusula se puede hacer un libro, no dos capítulos. Con pocas letras habla el Espíritu Santo a muchas almas, y sabe la verdad de Dios respirar a diferentes intentos con unas propias cláusulas. No alcanzara yo los misterios del texto de San Mateo, si no los hubiera aprendido de la pluma de aquel doctor angélico Santo Tomás en estas palabras sobre este lugar67: «Aquí respondió a petición de gloria. Si dijera el Señor: Yo os la daré a vosotros, entristeciéranse los otros; si se la negara, entristeciéranse ellos. Por eso dijo: Sentaros a mi diestra y a mi siniestra no es de mí dároslo».



Nada olvidan los santos: debajo de sus puntos se disimulan aquellas sutilezas políticas de que hacen tanto caudal los autores profanos. Advierte Santo Tomás que Cristo ni les negó las sillas ni se las concedió, por no entristecer a los que piden ni a los que los oyeron pedir: prudencia de que sólo Dios en tan alto grado es capaz; nota que sólo tan gran padre pudo hacer. ¿Qué otro príncipe, qué monarca supo prevenir la discordia de los atentos, descifrar la petición, dar a conocer la dádiva, valuarla y mostrar que conocía su precio, en palabras tan pocas y tan breves?
Piden las sillas los apóstoles: no se las niega; que bien pueden pedir las sillas los que sirven bien. No es osadía reprensible: es celo fervoroso y confiado. Respóndeles: Nescitis quid petatis. No es reprensión ésta de lo que piden, sino del modo; lo que les pregunta lo declara: ¿Podéis beber mi cáliz, y morir mi muerte? Dicen que sí: responden que lo beberán. Esto fue decirles a los que pedían la gloria: Nescitis quid petatis: «No sabéis lo que os pedís». ¿Sabéis lo que vale mi gloria, y las sillas en ella? Beber mi cáliz y morir mi muerte. Ellos entendiéronlo bien, y luego confesaron el valor diciendo que podían beber su cáliz y morir su muerte.



Quisiera poder hablar con vuestra majestad con tal afecto y tal espíritu en esta parte, que merecieran mis voces estar de asiento en los oídos de vuestra majestad, donde fueran centinela mis palabras en el paso más peligroso que hay para el corazón de los príncipes, en la senda que más frecuentan los aduladores y los desconocidos. Señor, llega un vasallo a pedir a vuestra majestad le haga merced del oficio de consejero; sea respuesta general: No sabéis lo que pedís (suena rigor, y encamina piedad esta cláusula): ¿podréis tener mis trabajos y padecer mis ocupaciones? ¿Hablar bien, y mejor que de vos propio, de los que me sirven más? ¿Podréis solicitar el premio para el benemérito, y olvidaros del interés propio? ¿Podréis desapasionaros de la sangre y del parentesco, y apasionaros de la necesidad y de la suficiencia? ¿Alegareisme mañana, por servicio para mayores cargos, esta merced que hoy me pedís sin ningunos servicios? ¿Podréis anteponer a vuestros hijos, sin virtud ni experiencia, los suficientes y arrinconados? ¿Queréis antes morir tan pobre que pidan para enterraros, que no tan rico que os desentierren porque pedisteis? ¿Podréis dejar antes buen nombre, que nombre de rico? Pues advertid que esto vale, y esto os ha de costar la ropa y la plaza.- ¡Señor, qué grandes dos jornadas camina la reputación del príncipe que da de esta manera! Lo primero, da a conocer el precio de lo que le piden; y lo segundo, que él lo sabe, y quiere que lo sepan los que se le pretenden. Así en los demás cargos y oficios es forzoso hacer esta diligencia, copiándola de la boca de Jesucristo; porque es cierto, Señor, que los que más pretenden, saben lo que a ellos les está bien, no lo que está bien al oficio; y esa diligencia está en la obligación del rey, y a su cargo para su cuenta postrera, donde no tiene lugar de disculpa, antes le tiene de circunstancia, el «no lo entendí, así me lo dijeron, engañeme, ni engañáronme». Pídenle a Cristo la gloria, y dice: No sabéis lo que pedís. ¿Podréis beber mi cáliz, que mi gloria no vale menos, si se da por otra cosa? Dijeron que sí; y no les dio la gloria, ni se la negó. Dice la luz de las divinas letras, Santo Tomás: «Ni se las dio, ni se las negó, porque si se las diera, entristeciéranse los otros; y si se las negara, ellos».



No tenga vuestra majestad por cosa de poco momento el entristecer con las mercedes que le pidieren a los que ven que se las piden; que Cristo, suma sabiduría, lo excusó por inconveniente que para desacreditar todo un monarca no echa menos otra alguna diligencia. ¡Grande y pesada inadvertencia es con una merced, por hacer dichoso al que pide, hacer tristes los que lo ven, y malquistar la justicia y su persona! Mucho cura la suspensión, mucho consuela lo que a mejor tiempo se difiere. Inconveniente es para los atentos muchas veces dar al que pide cuando lo pide; y las mercedes propias, apartadas del ruego, menos enconosas son para los demás. El poder soberano de los príncipes es dar las honras, y las mercedes, y las rentas. Si las dan sin otra causa a quien ellos quieren, no es poder, sino no poder más consigo; si las dan a los que las quieren, no es poder suyo sino de los que se las arrebatan. Sólo, Señor, se puede lo lícito; que lo demás no es ser poderoso sino desapoderado68: «No es de mí dároslo a vosotros». ¡Oh voz de Rey eterno, en quien no hay cosa que no sea Dios, sabiduría y verdad, siendo todo en su mano! Y el Señor de todo dice: «No es de mí dároslo o vosotros»; ¡y eran sus primos, y de su colegio sagrado!



¿Qué cosa bastará a persuadir la vanidad de los príncipes, a que dijese: Yo no puedo? La hipocresía de la majestad vana del mundo tiene calificado por infamia el «no puedo», aunque sea contra todos los decretos divinos. Y el poder verdadero, Señor, es poder contra sí conocer los reyes que no pueden lo que no conviene: «Sino para aquéllos a quien lo aparejó mi Padre». ¡Gran Rey, que mira con respeto los decretos de su Padre, y a los que él mira! Es Rey de gloria a quien, como dice Cirilo70, «ningún sucesor sacará del reino». Allí les concedió la gloria con tal modo que no entristeció a los diez, ni desconfió a los dos. Así parece lo dice San Juan: «Cualquier cosa que pidiéremos recibiremos de él, porque guardamos sus mandatos»; habiéndoles asegurado él con tal condición. De suerte que allí les concedió la gloria sin concedérsela, como se la negó sin negársela, cuando dijo: Nescitis quid petatis. Díjoles: «¿Gloria pedís? Vale muerte, martirios, afrentas, trabajos». Dijeron que los querían pasar. Dijo que los pasarían; más que dar la gloria y las sillas no era de él, sino para aquéllos a quien su Padre lo tenía decretado. Ya le habían oído decir que el reino del cielo padecía fuerza: «Quien me quisiere seguir niéguese a sí mismo, tome su cruz». Eso es beber su cáliz. Así que, para los que le beben y los que se la cargan y le siguen, tiene su Padre las sillas; y esto lo mostró Cristo en sí mismo, que por el cáliz y por la cruz pasó cargado de nuestras culpas a merecernos la gloria. Dé vuestra majestad juntamente el oficio y noticia de lo que vale; y no dé entristeciendo a los que ven dar a otros; ni entristezca por no dar al benemérito que pide; que discípulo de este evangelio lo conseguirá todo.