Política de Dios, gobierno de Cristo/Parte I/VII

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Política de Dios, gobierno de Cristo
de Francisco de Quevedo y Villegas
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Cristo no remitió memoriales, y uno que remitió a sus discípulos le descaminaron. (Matth., 14; Joann., 6; Marc., 6; Luc., 9.)

Et exiens vidit turbam multam Jesus, et misertus est super eos, quia erant sicut oves non habentes pastorem: et excepit illos, et loquebatur illis de regno Dei, et coepit illos docere multa. «Y saliendo, vio Jesús una gran multitud, y apiadose de ellos porque estaban como ovejas que no tenían pastor: recibiolos, y hablábalos del reino de Dios, y empezó a enseñarlos muchas cosas».

Doctrina de Cristo es: «Buscad primero el reino de Dios, y lo demás se os dará». Por eso, viéndolos primero los habla del reino de Dios, y los enseña; luego trata de alimentarlos y darles de correr.
Consulta de los apóstoles
«Siendo ya tarde, llegáronse a él sus discípulos, diciendo: El lugar es desierto, y la hora ha pasado; despide esta muchedumbre de gente, para que yéndose a los castillos y villas que están cerca en este contorno, se desparramen para buscar mantenimientos, y comprar comida con que se sustenten, que aquí estamos en lugar desierto».
Decreta Cristo en cuanto a despedirlos, y remíteles el socorro a ellos



«No tienen necesidad de irse, dadles vosotros de comer. Y como Jesús levantase los ojos, y viese que era grandísimo el número de gentes, dijo a Filipo: ¿Dónde compraremos panes para que coman éstos? -Esto decía tentándole, porque él bien sabía lo que había de hacer».
¡Qué ponderadas palabras, y qué remisión tan advertida! Responde el Apóstol: Doscientos ducados de pan no bastan para que cada uno tome una migaja.
Replica Cristo
«¿Cuántos panes tenéis? Id y miradlo».
Responde San Andrés
«Díjole uno de sus discípulos, Andrés, hermano de Simón Pedro: Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero esto ¿de qué sirve entre tantos?».
Último decreto de Cristo
«Dijo Jesús: Haced que se sienten a comer27.» Repetidamente dificultaron este socorro los apóstoles. Y Cristo, en lugar de responderles, remitiéndoles el modo, decreta en favor de la necesidad para enseñanza. ¡Bueno es que los apóstoles recelen que ha de faltar sustento a los que siguen a Cristo! ¡Qué cosa tan ajena de su condición, pues en la postrer cena se dio por manjar y por bebida a los que le dejaron, al que le negó y al que le vendía! ¡Y temían los apóstoles que aquí faltase para los que le vinieron siguiendo hasta el desierto! Príncipe hubiera que estimara por bien prevenida la consulta de los apóstoles que dijo: Da licencia a las gentes que se vayan a buscar de comer, pues aquí no lo hay por ser desierto. -Cristo no la tiene por consulta, sino por cortedad humana y civilidad indigna de ministros de su casa; y así respondió: no hay para qué se vayan: dadles de comer vosotros. Respóndelos y castígalos.



Señor: dice el ministro a vuestra majestad, en la consulta, que despida al soldado al que ha envejecido sirviendo, que ya no son menester; que no se pague a los que con su sangre son acreedores de vuestra majestad por su sustento; que no les dé el sueldo, ni el oficio, ni cargo; que los envíe, que los despida; que para éstos es desierto palacio, donde no hay nada. Tome vuestra majestad de los labios de Cristo la respuesta, y decrete: Dadle vos de comer de lo mucho que os sobra; para vos hay mantenimientos, y no es desierto en ninguna parte. Para vos hay oficios y honras, y para los otros malas respuestas; y solamente sea pena y castigo que les deis vos, mal ministro, lo que les falta, y no queráis que les dé yo. Conocer la necesidad, y no remediarla pudiendo, es curiosidad, no misericordia.
Había Cristo enseñado cómo habían de orar a Dios, y dicho muchas veces: Pedid, y daros han. Y en la oración que compuso para orar con su Padre, dijo que le pidiesen el pan de cada día; y hoy que llegó la ocasión, se les olvidó a los apóstoles esta cláusula tan importante.



Bien se conoce que para enseñarlos a consultar necesidades ajenas hizo todas estas preguntas y remisiones. El Evangelista dice: Esto hacía tentándole. Señor, es muy necesario que los reyes tienten y prueben la integridad, el valor y la justificación de sus ministros, para enseñarlos, y conocer lo que pueden disimular. Cuanto más Cristo facilita el negocio, con mayor tesón le imposibilitan los apóstoles. Mala acogida hallan necesidades ajenas en otro pecho que el de Cristo: cosa que debe tener cuidadosos y desvelados a los reyes. Oiga vuestra majestad, y lea cautelosamente lo que le propusieren, en favor de los que le sirven, los que le parlan. Así diferencio yo al que con las armas, con las letras, o con la hacienda y la persona sirve a vuestra majestad, de los que tienen por oficio el hablar de éstos desde su aposento, y que ponen la judicatura de sus servicios y trabajos en el albedrío de su pluma. ¡Gran cosa, Señor, que valga más sin comparación hablar de los valientes, y escribir de los virtuosos, y a veces perseguirlos, que ser virtuosos, ni valientes, ni doctos! ¡Que sea mérito nombrarlos, y que no lo sea hacerse nombrar! Enfermedad es que, si no se remedia, será mortal en la mejor parte de la vida de la república, que es en la honra, donde está la estimación. Al buen rey la porfía de consulta sin piedad en necesidades grandes de sus vasallos, criados o beneméritos, en lugar de enflaquecerle, o mudarle de propósito, o envilecerle el corazón, le ha de obligar a hacer milagros como hizo Cristo este día.



Y viendo Cristo que en esta parte tenían necesidad de doctrina, como gente que había de gobernar y a cuyo cargo quedaba todo, antes de ser preso, yendo a Jerusalén los admiró con la higuera, a quien fuera de tiempo pidió higos, y porque no se los dio, la maldijo y se secó. Quiso enseñar y enseñoles que a nadie en ningún tiempo ha de llegar la necesidad y el necesitado, que no halle socorro. Y por eso cuando otro día, admirándose los apóstoles de verla seca, se compadecieron de ella, diciendo que por qué había secádose, les dijo aquellas palabras tan esforzadas de la fe: Si mandáis al monte que se levante con su peso, y se mude a otra parte, obedecerá a vuestra fe. Y esto dijo acordándoles que si tuvieran fe no dudaran que en el desierto se hallara qué comer, ni en que cinco panes era poca provisión para tantos. Señor, atienda vuestra majestad a esta consideración: si Dios quiere que hasta las higueras hagan milagros con los necesitados y hambrientos, y porque no los hacen las maldice y se secan para siempre, ¿qué querrá que hagan los hombres, y entre ellos los reyes? ¿Y qué hará con los que no lo hicieren? Temerosas conjeturas dejo que hagan los príncipes en este punto.

Grande fue el recelo de los discípulos, y fue medrosa caridad la suya, pues porque estaban en el desierto desconfiaban de mantenimientos, pudiendo en el desierto hacer provisión y vituallas de las piedras, de que Satanás hizo tentación. Acordósele al demonio, aunque con otro fin, en el desierto, que de las piedras se podía hacer pan: pensó lisonjear el largo ayuno de Cristo con la propuesta desvariada, y olvidáronse de esta diligencia los apóstoles. A los buenos consejeros se les ha de ensanchar el ánimo con la mayor necesidad, y atender a remediarla, y no a dificultarla, y entender que el remedio es su oficio. Cristo en el desierto hará de las piedras pan, si le ruegan, no si le tientan. Excusa el milagro para su ayuno de cuarenta días, y hácele por las gentes que le siguen, aumentando el poco pan en grande suma.



Otra vez, viendo que los samaritanos no querían hospedar a Cristo, y que respondían con despego, hicieron tal consulta29: «Señor, ¿quieres que mandemos al fuego que baje del cielo y consuma a éstos? Y vuelto a ellos respondió con reprensión: No sabéis de qué espíritu sois. El Hijo del hombre no viene a perder las almas, sino a salvarlas.»
¡Gran decreto, ajustado a consulta celosa, pero inadvertida, y no sin ostentación! Mandar al fuego que baje del cielo, escondida tiene alguna presunción de las sillas que después pidieron estos dos apóstoles; pues habiendo poco que habían visto en ellas a Moisen y a Elías, quieren, ya que las sillas están ocupadas, hacer las maravillas que hi
Con notable sequedad y aspereza responde Cristo a sus validos y deudos. Así se ha de hacer, Señor. ¿Y quién negará que así se ha de hacer, si Cristo lo hace así? En esta ocasión les dice que no saben de qué espíritu son; y en la que piden las sillas, que no saben lo que piden; y ni les concede las sillas, ni el milagro de los que están en ellas. No sólo se ha de reprender, pero no se ha de dar al que pide con vanidad y codicia; y siempre han de ser a vuestra majestad sospechosas las consultas de la comodidad propia y de la necesidad ajena.
En este milagro de los panes y los peces mostró Cristo nuestro señor la diferencia que hay de su majestad a los demás reyes del mundo, y de los que le siguen, a los cortesanos y secuaces de los príncipes del mundo.



Cristo, verdadero Rey, a los que le siguen, con poco los harta; y aunque sean muchos, sobra. Los reyes de acá a uno solo con todo cuanto tienen no le pueden hartar. De todos sus reinos no sobra para otros nada, repartidos entre pocos, siendo ellos muchos; mas tales son los que siguen a Dios, tales sus dádivas, tal su mano que las reparte, que como da con justicia, y a los que le siguen, -satisface a todos. Los bienes y mercedes de los reyes son de otra suerte; que si bien lo mira vuestra majestad, por sí hallará que se agradecen las mercedes con hambre de otras mayores; y que a quien más da, desobliga más; y que sus dádivas, en lugar de llenar la codicia de los ambiciosos, la ahondan y ensanchan. Y no ha de ser así para imitar a Cristo, ni se han de hacer mercedes sino a aquéllos que con poco se hartan, y que -39- de cinco panes y dos peces dejan sobras, siendo muchos, para otros tantos. Éstos, Señor, son dignos de milagro, de consulta y decreto favorecido de bendición del Señor, y de colmados favores de su omnipotencia.