Política de Dios, gobierno de Cristo/Parte I/VI

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​Política de Dios, gobierno de Cristo​ de Francisco de Quevedo y Villegas
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La presencia del rey es la mejor parte de lo que manda

En los peligros el rey que mira manda con los ojos. Los ojos del príncipe es la más poderosa arma; y en los vasallos asistidos de su señor es diferente el ardimiento. Descuídase el valor con las órdenes, y discúlpase el descuido. San Pedro lo mostró en el prendimiento y en la negación; y Cristo en la borrasca donde enseñó durmiendo.

«Pero teniendo Simón Pedro espada, puso mano, e hirió al criado del pontífice y cortole la oreja derecha».



A ojos de su rey y maestro, Pedro fue tan valiente que sacó la espada para toda una cohorte armada, y de noche, y en la campaña, y hirió a un criado del pontífice: acción, si justa, bizarra y casi temeraria. Pero dos renglones más abajo padecieron notable mutación sus alientos y osadía; y se lee con el mismo nombre otro corazón: «Y díjole a Pedro una mozuela que estaba a la puerta: Tú eres uno de los discípulos de este hombre. Respondió: No soy; y negó tres veces». Desquitose la cohorte; vengado se ha el criado del pontífice por mano de la criada. Él quitó una oreja, y a él le han quitado las dos, de suerte que apenas oye la voz de Cristo que le dijo este suceso. ¿Bríos contra una cohorte, valor para herir uno entre tantos, y luego acobardarse de manera que una muchacha le quite la espada con una pregunta, y le desarme y haga sacar pies? A fe que hizo tantas bravatas a Cristo: «¡Si conviniere morir contigo, no te negaré!». Débese considerar que, aunque era Pedro el propio que hazañoso y con arrojamiento temerario embistió por su rey todo aquel escuadrón, aquí le faltó lo principal que fueron los ojos de Cristo: espada tenía, pero sin filos; corazón tenía, pero no le miraba su maestro.



Rey que pelea y trabaja delante de los suyos, oblígalos a ser valientes: el que los ve pelear, los multiplica, y de uno hace dos. Quien los manda pelear y no los ve, ése los disculpa de lo que dejaren de hacer; fía toda su honra a la fortuna: no se puede quejar sino de sí solo. Diferentes ejércitos son los que pagan los príncipes, que los que acompañan. Los unos traen grandes gastos, los otros grandes victorias. Los unos sustenta el enemigo, los otros el rey perezoso y entretenido en el ocio de la vanidad acomodada. Una cosa es en los soldados obedecer órdenes, otra seguir el ejemplo. Los unos tienen por paga el sueldo, los otros la gloria. No puede un rey militar en todas partes personalmente; mas puede y debe enviar generales que manden con las obras, y no con la pluma. ¿Quién presumirá de más esforzado que San Pedro, que en presencia de Cristo se portó tan como valiente, y en volviendo el rostro fue menester, para el acometimiento de una mujercilla, que el gallo le acordase de la espada, del huerto y de la promesa?

«Y navegando con ellos, se durmió. Levantose una tormenta de viento en el mar: atemorizáronse y peligraban. Mas llegándose a él, le despertaron diciéndole: Maestro, perecemos; pero él, levantándose, mandó al viento y mareta abonanzar, y quedó el mar en leche. Díjoles a ellos: ¿Dónde está vuestra fe?». (Luc., cap. 8.)



Aprieta más este suceso la dificultad. No basta que el rey esté presente, si duerme. Ojos cerrados no hacen efecto. Duerme Cristo, y piérdense de ánimo todos. Bien sabía la borrasca y lo que había de suceder; y cerró los ojos para enseñar a los reyes que la fe de los suyos, como se dice, pueden perderla en un cerrar y abrir de ojos: niñería es; pero suena al propósito. El rey es menester que asista a todo y que abra los ojos, porque los suyos no pierdan la fe. Mire vuestra majestad cuán descaecidos estaban los apóstoles porque durmió un poco Cristo, sabiendo que él dice de sí: «Yo duermo, etc.». La vista de los príncipes influye coraje; y el miedo, que sólo precia la salud y pone la honra en la seguridad, suele reprenderse con el respeto. No le queda qué hacer al rey que asiste y mira, ni qué esperar al que hace lo contrario. Si en la república de Cristo, Dios y hombre, en cerrando los ojos estuvieron para dar al través sus allegados, ¿qué se ha de temer en los reyes que se duermen con los ojos abiertos?