Pedro de La-Gasca: 06

Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original. Publicado en la Revista de España: Tomo XV.


V.

Si tan alto brillo adquirió el nombre de La-Gasca por sus singulares dotes de mando, prudencia y ánimo esforzado que mostró, no menos y sí mucho más puro, si cabe, le cupo por el nunca visto desinterés con que en todas ocasiones procedió. Al recibir el nombramiento de Presidente y Gobernador de la provincia más rica del mundo entonces conocido, considerando que sus predecesores en aquel codiciado puesto habian sido notados de algún afán por allegar riquezas, por la facilidad que en aquella tierra hay para adquirirlas, no quiso aceptar ningún sueldo señalado, salvo el poder gastar de la Hacienda Real cuanto le pareciese necesario para su coste y mantenimiento, y gastos de su casa y criados. Obtuvo las cédulas y autorizaciones necesarias para ello, y lo llevaba con tal rigor, que todo lo que se compraba en su casa, asi de víveres como de otras cosas, se hacía por ante escribano que para ello estaba designado, y con certificación de él se tomaba lo necesario de la Tesorería Real. Fué, al decir de todos los historiadores de los sucesos de América, el primero y quizás el único, de cuantos Españoles han parado con empleo en aquellas tierras, que no tomó nunca un real para sí, ni lo procuró ni se le notó jamas la más leve señal de avaricia; conducta que por lo insólita y ejemplar debía encargarse á cuantos obtienen destinos para Ultramar, recomendándosela cual modelo á que debieran ajustar la suya.

Llevaba consigo cuando desembarcó en Nombre de Dios, por todo caudal, cuatrocientos ducados; mas buscando prestados y á cambio, reunió cuanto habia menester para la guerra; compró armas, artillería, caballos y demás pertrechos, pagó los soldados, dio socorros é hizo otros muchos gastos que ascendieron, durante toda la campana, á novecientos mil pesos, los que abonó á su terminación, con lo que reunió, recogiendo las rentas y quintos del Rey, y con el oro y plata de los traidores y condenados, juntando tan gran tesoro, que le quedaron para traer al Emperador un millón y trescientos mil castellanos en plata y oro; cosa de que mucho se maravillaron todos, y no tanto por el dinero, sino por la manera con que lo juntó, sin cometer tropelías, injusticias, ni desafueros.

Después que con gran maña castigó á los revoltosos y bandoleros, restos de las disensiones pasadas, dióse prisa á poner en concierto la justicia, á gratificar los soldados, poner en vigor la tasa de los tributos, dejar la gente y tierra llana quieta y mejorada, para lo cual visitó en persona los puntos más necesitados de buen gobierno, y en una de aquellas beneficiosas para el país entradas suyas, fundó la ciudad de la Paz, á orillas del rio Cayano, entre unas montañas, al Levante, que miran al Brasil, y el lago de Titicaca, al Poniente; hecho lo cual, preparóse para volver á la Península, cosa que mucho deseaba, al revés de cuantos ejercen mandos importantes, quienes, por lo general, se apegan tanto á ellos, que consideran como la mayor desgracia que sucederles pudiera, el tenerlos que dejar para volver á la vida privada.