Mi patria (Poema)
Nota: se ha conservado la ortografía original
Esta composición fué premiada en el certamen literario celebrado en 1856 entre los alumnos del Colegio Nacional del Uruguay, donde su autor, Olegario Víctor Andrade, entonces muy joven, obtuvo en el mismo año el premio de Literatura y Elocuencia. Ya desplegaba en esa época el ilustre poeta argentino las alas de su riquísima fantasía, presagiando la gran altura a que había de remontarse en la poesía americana.
MI PATRIA
M
IL vientos contrarios azoten mi frente:No quiero ese vago murmurio doliente
Del aura que mece mi pálida sien.
Y unidas al ronco bramido del trueno,
Se agiten soberbias del Plata sereno
Las trémulas olas en rudo vaivén.
Yo entonces, batiendo cual cóndor las alas,
Veré de mi Patria las mágicas galas
Cediendo al impulso de noble ambición.
Y hollando del Andes la frente de hielo,
Que cubre la niebla cual cárdeno velo,
Veré las señales del patrio pendón.
Allí es el columpio del águila inquieta
Que sube atrevida, cual joven poeta,
Buscando los rayos de luz celestial.
Allí se distingue la huella gloriosa
De un pueblo de libres que alzó victoriosa
La patria bandera con gloria inmortal.
Allí, resonando por cóncava grieta,
Se oyó de un guerrero la voz de profeta
Gritando: ¡soldados, vencer o morir!
Y al verlo, entusiastas los hijos de Mayo,
Lanzando sus potros, rivales del rayo,
Supieron cual siempre vencer en la lid.
Después, remontando mi vuelo atrevido.
Me agite el pampero con triste silbido
Rasgando celajes de niebla y vapor;
Y el blanco fantasma de un sueño brillante
Se meza en los aires cual nube flotante
Rozando mis sienes su dulce rumor.
Que arranque del pecho salvaje armonía,
Cual cantan las aves en noche sombría,
Cual brisa que arrulla con trémula voz.
Que tiemble convulsa del niño la frente,
Soñando la gloria, diadema esplendente
Tal vez desprendida del trono de Dios.
No suenen mis cantos cual ¡ay! de venganza,
Respiren tan sólo de paz y esperanza
Los dulces aromas, el grato placer.
Ya basta de sangre, de duelo y de llanto,
Y alzar no quisiera jamás ese manto
Que cubre a mi vista los hechos de ayer.
Yo, joven nacido con alma de fuego,
Levanto a los cielos mi férvido ruego
Mecido en las alas de un sueño de amor:
Y ahogando un instante mi ardiente suspiro,
Repita mi acento con trémulo giro:
« ¡Del pueblo de Mayo seré trovador! »
Se agitan, cual las olas de un mar embravecido,
Del mundo las naciones, en débil pedestal;
Ya tiembla su cimiento mil veces carcomido,
Ya rompe sus murallas furioso vendaval.
Del Cáucaso y del Andes las moles de granito
¿No veis que se desploman con ruido atronador?
La humanidad entera, con espantoso grito,
Dirige sus miradas al trono del Señor.
Relámpagos de fuego, confuso remolino
Semejan los horrores del cráter de un volcán;
Se para sobre el mundo la mano del destino,
Sus alas desplegando de lava el huracán.
¿Qué es esto? . . . ¿acaso el ruido de ronco terremoto
Que mueve las entrañas del orbe sin sentir,
O un rayo de las nubes en espirales roto,
Que anuncia a los mortales sangriento porvenir?
No: es la lucha a muerte de un siglo en agonía
Con otro que se ostenta con noble majestad,
Mostrándole a los hombres, como la luz del día,
Sus leyes, sus principios de unión y de igualdad.
Son vanos los esfuerzos, las locas convulsiones
Que opone el moribundo, luchando con ardor;
Que al siglo que amanece bendicen las naciones
Cual astro de esperanzas, de gloria precursor.
De América los pueblos, con fuerzas de gigante,
Responden a su acento gritando libertad,
Cual suele a los suspiros del céfiro ondulante
Los truenos sucederse de negra tempestad.
Miradlos cómo trepan al alto Chimborazo,
Venciendo a los sonidos del bélico clarín;
Y al lánguido destello del sol en el ocaso
Mirad esos guerreros. . . Bolívar, San Martín.
Los leones de Castilla se lanzan a los mares
Cual hojas que se lleva bramando el aquilón,
Y el pueblo americano, con plácidos cantares,
Camina entre victorias al humo del cañón.
¿Dó están los vencedores de Pavia y de Lepanto?
¿Dó están los oue arrasaron el trono de Boabdil?
¡Ay! huyen presurosos con indecible espanto,
Dejando en Ayacucho la espada y el fusil.
¿Dó están los que más tarde vencieron en Torata,
Los hijos de Pelayo, terror del musulmán?
Decidme, ¿por qué temen las márgenes del Plata
Los viejos veteranos de Osorio y de Tristán?
Ya un pueblo se levanta cubierto de laureles,
Cual astro que colora del Avila la sien;
¿No veis como a la sombra de espléndidos doseles
Se agitan las llanuras del argentino Edén?
Si allá en el Chimborazo, rival del Himalaya,
Supieron entre nubes de bombas y metralla
Los héroes de la patria clavar su pabellón,
y en vagoroso encaje de plata y esmeralda
Miraron tras la niebla, cual pálida guirnalda
De gloria y esperanza, la mágica visión;
Si alzando sus miradas al Sér Omnipotente
Bajaron igualando la furia del torrente
Que rueda despeñado con ímpetu veloz,
Ser libres, repitiendo, y el grito sacrosanto
Rasgando los vapores del azulado manto
Subía hasta el alcázar magnífico de Dios, —
¿Por qué de su reposo la turba degradada
Se burla pisoteando la sangre derramada
Mil veces en el llano y al lado del volcán?
¿Por qué se ven de nuevo los campos de batalla,
Y al brillo de la lanza, silbando la metralla.
Se olvida el juramento, quizá, de Tucumán?
Callemos el recuerdo que agita nuestra mente,
Dios quiera no pronuncie mi labio balbuciente
Sino de la esperanza los cánticos de paz.
Cerremos esas hojas del libro de la historia
Con sangre señaladas, que empañan nuestra gloria.
No vuelvan esos tiempos de lágrimas jamás.
Hay épocas marcadas de Dios en los arcanos,
Y envueltas en el velo de negra obscuridad;
Hay horas en la vida que tiemblan los tiranos,
Callando estremecida la pobre humanidad.
¡Misterios insondables, abismos tenebrosos
Que el hombre no se atreve jamás a penetrar!
Y en cantos de amargura, cual lúgubres sollozos.
Dirige sus plegarias al trono de Jehová.
Un día de mi Patria, postrada y expirante,
Miróse en las llanuras el libre pabellón,
Y un héroe levantando su brazo de gigante
Se alzara revelando divina inspiración.
El ángel del futuro tendió sus blancas alas,
Rasgándose la bruma con súbito fragor;
Los pueblos, admirados al desplegar sus galas,
Soñaron un destino de gloria y esplendor.
Rodó del despotismo la espada ensangrentada,
Cesaron las discordias de muerte y destrucción,
¡Y, en medio de laureles, la oliva suspirada
Se viera dominando los campos de Morón!
¿Quién era ese guerrero, quién era ese gigante
Que admiran las naciones del mundo de Colón,
Y al ruido de las armas, lanzándose arrogante,
Quebró de las cadenas el último eslabón?
¡Urquiza! de la historia las hojas esplendentes
Que brillan en los siglos que ruedan sin cesar,
Su nombre sublimando, cual céfiros rientes,
Dirán a nuestros hijos: « ¡Su gloria es inmortal! »
Los héroes que corrieron del Plata al Amazonas,
Bordando con victorias la América del Sud,
Le ofrecen de la tumba sus mágicas coronas,
Y un coro se levanta de noble gratitud.
¡Miradlo! cómo eleva su frente majestuosa,
Cual genio que protege la paz y libertad;
¡Miradlo! es el emblema de una época gloriosa,
Blasón inmarcesible de la futura edad.