El Tesoro de la Juventud (1911)
El libro de la Poesía, Tomo 6
Flor del alba
de Ignacio Manuel Altamirano

Nota: se ha conservado la ortografía original

FLOR DEL ALBA

(1883)


L

AS montañas del Oriente

La luna traspuso ya.
El gran lucero del alba
Mírase apenas brillar
Al través de los nacientes
Rayos de luz matinal;
Bajo su manto de niebla
Gime soñoliento el mar,
Y el céfiro en las praderas
Tibio despertando va.

De la sonrosada aurora
Con la dulce claridad,
Todo se anima y se mueve,
Todo se siente agitar:
El águila allá en las rocas
Con fiereza y majestad
Erguida ve el horizonte
Por donde el sol nacerá;
Mientras que el tigre gallardo
Y el receloso jaguar
Se alejan buscando asilo
Del bosque en la obscuridad.

Los alciones, en bandadas
Rasgando los aires van,
Y el « madrugador » comienza
Las aves a despertar:
Aquí salta en las caobas
El pomposo « cardenal »,
Y alegres los guacamayos
Aparecen más allá.

El « aní » canta en los mangles.
En el ébano el « turpial »,
El « centzontli » entre las ceibas.
La alondra en el arrayán.
En los maizales el tordo
Y el mirlo en el arrozal.

Desde su trono la orquídea
Vierte de aroma un raudal.
Con su guirnalda de nieve.
Se corona el guayacán,
Abre el algodón sus rosas.
El ilamo su azahar,
Mientras que lluvia de aljófar
Se ostenta en el cafetal,
Y el nelumbio en los remansos
Se inclina el agua a besar.

Allá en la cabaña humilde
Turban del sueño la paz
En que el labriego reposa.
Los gallos con su cantar;
El anciano a la familia
Despierta con tierno afán,
Y la campana del « Barrio »
Invita al cristiano a orar.

Entonces, niña hechicera,
De la choza en el umbral
Asoma, que « Flor del alba »
La gente ha dado en llamar.
El candor del cielo tiñe
Su semblante virginal,
Y la luz de la modestia
Resplandece en su mirar.

Alta, gallarda y apenas
Quince abriles contará;
De azabache es su cabello,
Sus labios, bermejos más
Que las flores del granado.
La púrpura y el coral;
Si sonríen, blancas perlas
Menudas hacen brillar.

Ya sale airosa, llevando
El cántaro en el « yagual »,
Sobre la erguida cabeza
Que apenas mueve al andar;
Cruza el sendero de mirtos,
Y cabe un cañaveral,
Donde hay una cruz antigua,
Bajo el techo de un palmar,
Plantada sobre las peñas
Musgosas de un manantial.

Arrodillada la niña
Humilde se pone a orar,
Al arroyuelo mezclando
Sus lágrimas de piedad.

Luego sube a la colina
Desde donde se ve el mar,
Y allí, con mirada inquieta,
Buscando afanosa está
Una barca entre las brumas
Que ahuyenta ledo el terral;

Los campesinos alegres
Que a los maizales se van,
Al verla así, la bendicen,
Y la arrojan al pasar
« Maravillas » olorosas
De las cercas del « bajial »,
Que es la bella « Flor del alba »,
La dulce y buena deidad
Que adoran los corazones
De aquel humilde lugar.

                Ignacio M. Altamirano.