Exclamaciones o meditaciones del alma a su Dios/Capítulo XII
1. ¡Oh mi Dios y mi verdadera fortaleza! ¿Qué es esto, Señor, que para todo somos cobardes, si no es para contra Vos? Aquí se emplean todas las fuerzas de los hijos de Adán. Y si la razón no estuviese tan ciega, no bastarían las de todos juntos para atreverse a tomar armas contra su Criador y sustentar guerra continua contra quien los puede hundir en los abismos en un momento; sino, como está ciega, quedan como locos que buscan la muerte, porque en su imaginación les parece con ella ganar la vida. En fin, como gente sin razón. ¿Qué podemos hacer, Dios mío, a los que están con esta enfermedad de locura? Dicen que el mismo mal les hace tener grandes fuerzas; así es los que se apartan de mi Dios: gente enferma, que toda su furia es con Vos que les hacéis más bien.
2. ¡Oh Sabiduría que no se puede comprender! ¡Cómo fue
necesario todo el amor que tenéis a vuestras criaturas para poder
sufrir tanto desatino y aguardar a que sanemos, y procurarlo con mil
maneras de medios y remedios! Cosa es que me espanta cuando
considero que falta el esfuerzo para irse a la mano de una cosa
muy leve, y que verdaderamente se hacen entender a sí mismos
que no pueden, aunque quieren, quitarse de una ocasión y
apartarse de un peligro adonde pierdan el alma y que tengamos
esfuerzo y ánimo para acometer a una tan gran Majestad como sois
Vos. ¿Qué es esto, bien mío, qué es esto? ¿Quién da estas
fuerzas? ¿Por ventura el capitán a quien siguen en esta batalla
contra Vos no es vuestro siervo y puesto en fuego eterno? ¿Por qué
se levanta contra Vos? ¿Cómo da ánimo el vencido? ¿Cómo siguen
al que es tan pobre, que le echaron de las riquezas celestiales?
¿Qué puede dar quien no tiene nada para sí, sino mucha
desventura? ¿Qué es esto, mi Dios?, ¿qué es esto, mi Criador?
¿De dónde vienen estas fuerzas contra Vos y tanta cobardía contra
el demonio? Aun si Vos, Príncipe mío, no favorecierais a los
vuestros, aun si debiéramos algo a este príncipe de las tinieblas, no
llevaba camino por lo que para siempre nos tenéis guardado y ver
todos sus gozos y prometimientos falsos y traidores. ¿Qué ha de
hacer con nosotros quien lo fue contra Vos?
3. ¡Oh ceguedad grande, Dios mío! ¡Oh, qué grande ingratitud, Rey
mío! ¡Oh, qué incurable locura, que sirvamos al demonio con lo que
nos dais Vos, Dios mío! ¡Que paguemos el gran amor que nos
tenéis, con amar a quien así os aborrece y ha de aborrecer para
siempre! ¡Que la sangre que derramasteis por nosotros, y los
azotes y grandes dolores que sufristeis, y los grandes tormentos
que pasasteis, en lugar de vengar a vuestro Padre Eterno (ya que
Vos no queréis venganza y lo perdonasteis de tan gran desacato
como se usó con su Hijo, tomamos por compañeros y por amigos a
los que así le trataron! Pues seguimos a su infernal capitán, claro
está que hemos de ser todos unos, y vivir para siempre en su
compañía, si vuestra piedad no nos remedia de tornarnos el seso y
perdonarnos lo pasado.
4. ¡Oh mortales, volved, volved en vosotros! Mirad a vuestro Rey,
que ahora le hallaréis manso; acábese ya tanta maldad; vuélvanse
vuestras furias y fuerzas contra quien os hace la guerra y os quiere
quitar vuestro mayorazgo. Tornad, tornad en vosotros, abrid los
ojos, pedid con grandes clamores y lágrimas luz a quien la dio al
mundo. Entendeos, por amor de Dios, que vais a matar con todas
vuestras fuerzas a quien por daros vida perdió la suya; mirad que
es quien os defiende de vuestros enemigos. Y si todo esto no basta,
básteos conocer que no podéis nada contra su poder y que tarde o
temprano habéis de pagar con fuego eterno tan gran desacato y
atrevimiento. ¿Es porque veis a esta Majestad atado y ligado con el
amor que nos tiene? ¿Qué más hacían los que le dieron la muerte,
sino después de atado darle golpes y heridas?
5. ¡Oh, mi Dios, cómo padecéis por quien tan poco se duele de
vuestras penas! Tiempo vendrá Señor, donde haya de darse a
entender vuestra justicia y si es igual de la misericordia. Mirad,
cristianos, considerémoslo bien, y jamás podremos acabar de
entender lo que debemos a nuestro Señor Dios y las magnificencias
de sus misericordias. Pues si es tan grande su justicia, ¡ay dolor!,
¡ay dolor!, ¿qué será de los que hayan merecido que se ejecute y
resplandezca en ellos?