El Robinson suizo/Capítulo XLVI


CAPÍTULO XLVI.


Captura de un avestruz.—Vainilla.—Euforbio.—Huevos de avestruz.


Al rayar el dia desperté á mis hijos para disponer los preparativos de la vuelta. Nuestros trabajos podian darse por terminados; la carne de los osos ya se encontraba ahumada y en sazon, los barriles llenos de manteca y grasa, y la proximidad de la estacion lluviosa nos debia hacer pensar en la retirada para que no nos cogiese á tanta distancia de nuestra morada y de los recursos que en ella se contaban. Sin embargo, ántes de tomar la resolucion definitiva determiné efectuar otra incursion en el desierto que acabábamos de explorar. Me quedaba aun pendiente otra visita al nido de avestruces para ver si la fortuna me favorecia ms que en la primera, y no queria renunciar á la goma de euforbio que ya habia manado por las incisiones practicadas en el tallo en el viaje precedente.

Levantados los niños, resolvióse verificar la proyectada expedicion á caballo. Federico me cedió el onagro, y él se acomodó en el pollino; Santiago y Franz cabalgaron en sus ordinarios corceles. En cuanto á maese Ernesto, aficionado cada vez más al reposo, quedó de guardian habitual de los bagajes con su madre, y nos vió partir sin la menor envidia. Habia sustituido á Franz en la plaza de marmiton de cocina, el cual se congratulaba de haberla dejado para asociarse á las expediciones de los hombres.

Encaminámonos con Turco y Bill al Valle verde, cuyos lugares encontrámos ilustrados por recuerdos de nuestro anterior viaje: el punto donde se aparecieron los osos, el pantano de las tortugas, y la roca desde donde Federico descubrió á los avestruces. Ese altillo lo denominámos Torre de los árabes, aludiendo á las extrañas conjeturas á que dió lugar la aparicion de aquellas aves que al principio fueron gravemente saludadas con la belicosa calificacion de árabes del desierto.

Santiago y Franz se echaron á divagar por la llanura, á cuya diversion no me opuse con tal de no perderles de vista. Federico quedó conmigo para ayudarme á recoger la goma del euforbio, que los rayos del sol habian ya coagulado. Mi prevision quedó recompensada por la abundante cosecha que encontrámos, pues los tallos estaban cubiertos de goma solidificada que recogí en las vasijas de bambú preparadas al efecto.

—Esta goma, dije, es un veneno de los más activos y sutiles que el reino vegetal produce. Abunda en los alrededores del Cabo de Buena Esperanza, cuyos habitantes lo emplean para emponzoñar las aguas estancadas donde las fieras acostumbran abrevar; y para evitar que el ganado doméstico caiga en ese lazo, suelen abrir junto á los manantiales que encuentran una balsita á donde conducen el agua, aislándola con piedras y arcilla de la corriente viva, y allí es donde arrojan la venenosa planta. Respecto de sus ganados, jamas les permiten aproximarse al agua, do quiera que se encuentre, sin que ántes la examinen cuidadosamente, y á la menor señal de euforbio, ó si descubren en la superficie del agua una especie de hervor, claro indicio del tósigo, en seguida los alejan de aquel sitio.

La precaucion á veces no les sirve; pero en cambio hallan siempre ventaja los colonos, pues por cada cabeza que les cuesta, encuentran á las orillas de los abrevaderos, tigres, leones, hienas y antílopes muertos, cuyas pieles aprovechan. Más hacen todavía los hotentotes, que sin aprension alguna comen la carne de los envenenados animales, desechando tan sólo los intestinos y entrañas.

Al oir esto, preguntóme Federico cuál era mi designio al recoger tan cuidadosamente un veneno tan activo.

—Me servirá, respondí, para exterminar los monos en los parajes que habitamos; algo cruel es el medio, pero es fuerza emplearlo contra esa maldita raza, cuyas devastaciones no tendrian límite si se la dejase. Tambien pienso emplearlo con buen éxito en la preparacion de las pieles de los animales que se disequen con destino al gabinete de historia natural. Es una receta infalible contra los insectos que pudieran apolillarlas con el tiempo, y por último, y quiera Dios que no llegue ese caso, la goma de euforbio como vejigatorio puede suplir á las cantáridas; pero cualesquiera que sean las ventajas de esta planta, me guardaré muy bien de aclimatarla en los alrededores de casa, pues la menor equivocacion ó descuido podria acarrear funestas consecuencias.

Miéntras así conversábamos mis dos exploradores habian casi desaparecido y apénas se distinguia la polvareda que levantaban sus corceles. Segun mi cálculo, debian haber dejado atras el sitio en que se encontró el nido de avestruces, hácia el cual nos dirigímos con ánimo de ver si los huevos estaban abandonados, ó si las hembras habian vuelto á cuidarlos, pues acostumbran ponerlos en un solo nido y turnar en la incubacion.

A poco vímos saltar de las rocas cuatro avestruces de los mayores, y al verlos Federico, preparó el águila al combate; pero á fin de que no se repitiese la catástrofe de la última cacería, ántes de quitarla el capirote tuvo la precaucion de atarla el pico, quedando así casi inofensiva, sin más armas que las garras que no podian causar grave daño; á los perros se les pusieron igualmente bozales para evitar que hiciesen presa, y así todo dispuesto, hicímos alto para no espantar á los avestruces que se acercaban con las alas extendidas corriendo velozmente. Sea que no nos hubiesen visto, ó que nos tomasen por objetos inanimados, tal era la inmovilidad en que estábamos, ó bien, y era lo más probable, que las aves viniesen ya ojeadas por la carrera de mis otros hijos, lo cierto es que sin desviarse se plantaron casi á tiro de pistola de donde las acechábamos. Entónces pude examinar el grupo á mi placer. Eran tres hembras y un macho, el cual las precedia como explorador para avisar cualquier riesgo. Las magníficas plumas de su cola flotaban majestuosamente al viento, y desde luego le elegí como la mejor presa que pudiéramos encontrar. Pareciéndome oportuno el momento, saqué el lazo embolado, y calculando la distancia con todo el tino y puntería que me fue dable, arrojé la cuerda contra el avestruz macho, con tan poco tino, que en vez de enredársela en las zancas como intentaba, las bolas del lazo le arrollaron el cuerpo sujetándole las alas. Esto en verdad era conseguir algo y dar alguna probabilidad al triunfo, todavía dudoso, pues espantado el avestruz por tan brusco ataque, huyó corriendo con la mayor velocidad, miéntras sus compañeros se dispersaban. Disparámonos á escape tras el macho, y perdíamos ya la esperanza de alcanzarle, cuando afortunadamente Santiago y Franz, que acudian en direccion opuesta, llegaron á tiempo de cortar la retirada al fugitivo. Federico entónces apeló á su supremo recurso: descaperuzó el águila y soltóla contra el ave, que se vió acosada por las fuerzas de todos aunadas. Santiago y Franz por un lado, Federico y yo por otro, fuímos estrechando las distancias y fatigándola incesantemente, lo cual junto con el águila, que se cernia sobre su cabeza y cuyo aleteo la aterrorizaba, dió en fin á conocer el desgraciado avestruz que entre los enemigos que le acosaban habia uno de su género, cuyo pico y garras jamás perdonaban. Furiosa el ave rapaz por no poder valerse del pico contra la víctima, se desquitó esforzando cuanto pudo las alas, con las cuales dió tal golpe en la cabeza del avestruz, que este tambaleó aturdido. Santiago, que no perdia ninguno de sus movimientos, aprovechando la oportunidad le enredó las zancas con el lazo, de suerte que tirando del cordel derribó al colosal pájaro. Todos cantámos victoria al ver esta caida, llegándonos al vencido para librarle de las embestidas del águila, é impedirle desembarazarse de los lazos que le oprimian. Forcejeaba el avestruz para romper sus ligaduras, y casi temíamos que se nos escapara. La posicion era crítica, pues, aunque abatido, el animal contaba todavía con medios de defensa que no podíamos contrarestar, decidido á no herirle en lo más mínimo. Entónces me ocurrió la feliz idea de que, privándole de la luz, disminuiria su furor; cubrímosle pues la cabeza con los pañuelos, y atándoselos al cuello quedó el avestruz vendado. Sucedió lo que habia previsto: en cuanto perdió el uso del principal sentido quedó inerte y se dejó agarrotar de cuantas maneras quisímos sin oponer resistencia. Por de pronto lo sujeté con una ancha correa de lija, que le aprisionaba las alas, y á la que estaban prendidas otras dos que hacian de bridas, y le trabé las zancas con un cordel.

—Todo eso está muy bien, dijo Santiago al ver la operacion casi terminada; nuestro es ya el animal, pero ¿cómo lo llevamos á casa? y si lo conseguimos, ¿quién es el guapo que se encarga de domesticar este gigante?

—El instinto más feroz cede á la educacion, respondí; si grandes son los avestruces, mayores son los elefantes, y los indios los amansan al salir del bosque donde los cogen, de un modo muy sencillo: colocan al elefante entre otros dos ya domesticados; le privan del uso de la trompa atándosela fuertemente, y sujeto por cierto espacio de tiempo junto á sus dos adláteres, estos se encargan de modificar la fiereza del indómito animal, acostumbrándole á más suaves costumbres. El domador con una pica ayuda á los maestros, y con frecuentes correcciones reprime cualquier arrebato del discípulo.

—Está bien, papá, añadió Santiago riéndose á carcajadas. Y ¿dónde tenemos los avestruces mansos que acompañen á este? á ménos que Federico y yo les sustituyamos...

—¡Jesus! en poca agua te ahogas. ¿Quién te ha dicho que precisamente se han de necesitar dos avestruces para domar á otro? El toro y el búfalo ¿no podrian desempeñar ese cargo? ellos por una parte y vosotros dos con un buen látigo por otra, reemplazando á los domadores, le hariais entrar en vereda y caminar á la par de sus adjuntos.

—¡Ah! ¡qué divertido será! fue la exclamacion de los niños.

Para demostrarlo, hice aproximar al ave las dos bestias; arreglé las correas, y cuando me pareció que todo estaba en órden, y los dos jinetes armados cada cual de su látigo, desvendé al avestruz.

La prueba era decisiva. El gigantesco pájaro permaneció inmóvil algun tiempo, deslumbrado en cierta manera por la repentina claridad que le heria las pupilas; levantóse al fin con viveza, creyendo llegada la hora de su libertad; pero al verse sujeto por las correas que le ligaban con sus dos acólitos recibió una brusca sacudida, que se repitió cuantas veces intentó desembarazarse. Quiso batir alas, pero en balde, afianzadas como estaban por la cincha y por el lazo; y como se encontró con las zancas aprisionadas, conociendo al fin la inutilidad de sus esfuerzos, se fué dando á partido; se levantó, y sometiéndose á la voluntad de sus dos compañeros y maestros, partió con ellos al galope. Santiago y Franz estaban en sus glorias, gritando á cuál más como unos locos, y el avestruz, asustado de semejante algazara, corria cada vez más, hasta que el búfalo y el toro, ménos ágiles que el pájaro, al cabo de media hora obligaron al discípulo á moderar su ardor y á acortar el paso.

Miéntras los dos jinetes daban esta primera leccion al prisionero, Federico y yo fuímos á reconocer el nido de los otros avestruces. La cruz de bambués que pusiéramos por señal nos guió al sitio, y ántes de llegar, saltó de la arena una hembra, sin duda la madre, que á la sazon estaba empollando. Su aparicion me pareció de buen agüero, pues deduje que los huevos conservaban todavía el calor vital, que era lo que únicamente deseaba. Acerquéme al nido, y en un talego que á prevencion llevaba á medio llenar de algodon fuí metiendo uno á uno seis huevos, envolviéndolos con esmero para que no se enfriasen y no padeciesen en el camino, dejando los restantes en el nido con la esperanza de que la clueca no repararia en el hurto.

Coloqué el talego que encerraba el frágil y precioso tesoro delante de mí sobre el onagro; Federico montó en su rucio, y Santiago y Franz iban de vanguardia con el avestruz, insinuándole de cuando en cuando con el látigo los nuevos hábitos y costumbres á que habia de sujetarse en adelante. Atravesámos el Valle verde sin la menor novedad, y llegámos á la Caverna del oso, donde Ernesto y su madre nos recibieron con la admiracion y asombro que cualquiera puede figurarse.

—¡Qué es esto, caballero! exclamó mi esposa al encararse con el avestruz. ¿Qué intentais hacer con este pajarraco? No parece sino que la casa está tan llena que es preciso desahogar la despensa alimentando cuantos animales cria el desierto. Dicen que el avestruz digiere hasta el hierro, ¡ahí es nada! ¡Qué hará pues con lo demás! Todo el grano será poco para él..... Pero en suma, ¿para qué servirá ese animalote?

—Para correr la posta, mamá, respondió Santiago, y ¡qué caballo de posta! En pocos dias, con él, se podrá recorrer medio mundo; y así pienso llamarle Brausewind (huracan), nombre que merecerá pronto. Cuando lo haya domado, será mi único y predilecto corcel zancudo, y entónces cederé el búfalo á Ernesto, que aun carece de montura.

—Por lo que á tí respecta, dije á mi buena esposa para sosegarla, no te inquiete ni desvele el alimento del nuevo huésped; la tierra proveerá, y cuando aprecies en lo que valen sus servicios, darás por bien empleada su racion. Si llega á domesticarse, ganará de sobras lo que coma.

Miéntras hacia á mi esposa esta corta apología del avestruz, Santiago y Franz controvertian sobre la propiedad del animal.

—Santiago quiere, díjome Franz mohino, adjudicarse el avestruz, como si él solo lo hubiera cogido, y eso no es regular.

—Pues bien, respondí para dirimir la contienda, en ese caso hagamos partes, ya que todos hemos contribuido á su captura. Federico se llevará la cabeza porque el águila fue la que le aturdió con un aletazo, yo me quedaré con el cuerpo, pues lo sujeté con el lazo, y á tí, compadre Franz, te darémos las plumas de la cola, pues si mal no recuerdo, fue lo que únicamente tocaste al pájaro para excitarle á levantarse cuando estaba tendido.

Esta distribucion de la víctima produjo el efecto que el juicio de Salomon en las dos madres sobre la propiedad de un hijo, y echándolo á risa, cada cual renunció á sus pretensiones prefiriendo la gloria comun de la conquista, si bien su usufructo quedó adjudicado á Santiago, una vez que álguien habia de aprovecharse de ella, y que él se encargaba de domarla.

La madre se enteró entónces minuciosamente de lo ocurrido en la cacería; y Ernesto, que todo lo escuchaba silencioso, y cuya brillante imaginacion trabajaba hacia una hora combinando un cuadro romántico de tan mejorable jornada, no pudo aguantar más, y con aire de sentida tristeza exclamó:

—¡Que sea yo tan desgraciado que jamás esté presente en las ocasiones más divertidas y gloriosas!

—Amigo mio, le respondí, á nadie culpes sino á tí mismo; dice un proverbio que no se puede repicar y andar en la procesion; por gusto hasta quedado en casa en vez de acompañarnos en la expedicion, y por otro lado no eres muy aficionado á las empresas arriesgadas, que tanto agradan á tus hermanos. No te pese: Dios otorgó á cada cual disposiciones particulares. Tu aficion y gusto predilecto son el estudio y la vida sedentaria; tus hermanos están por la activa y por cuando se relacione con el desarrollo de sus fuerzas fisicas; dejemos pues que cada cual se distinga en su parte respectiva. Tu camino es el más seguro y mejor, y en más de una ocasion te se proporcionarán dias de gloria, cuando descubras algun nuevo tesoro y pongas en juego tus no escasos conocimientos en historia natural; y si algun buque europeo, por disposicion de la Providencia, abordase á nuestras costas, serás el intérprete con quien se entenderá el capitan.

Estas palabras sirvieron de bálsamo para cerrar en el acto la leve herida que la alegría y satisfaccion de sus hermanos causaran en el corazon del pobre Ernesto, quien se consoló á la idea de ser útil á la comunidad de uno ú otro modo.

En esto iba trascurriendo el tiempo, siendo ya tarde para ponerse en camino. Sujeté al avestruz entre dos árboles, y el resto del dia se empleó en concluir los preparativos de marcha, que quedó definitivamente resuelta para el dia siguiente. No sobró tiempo, pues hubo que embalar y recoger las provisiones recien adquiridas y demás riquezas descubiertas, pues todo nos convenia y la imaginacion abultaba sus ventajas.

Al rayar el alba emprendímos la vuelta á Felsenheim. El avestruz ocupó su lugar entre el búfalo y el toro, bien arrendado con las correas. Maldito lo que le agradaba el forzado paseo que le impusímos; tan pronto torcia á derecha como á izquierda; pero sus dos acólitos eran como dos inmóviles rocas donde se estrellaban los esfuerzos del ave, contribuyendo no poco el látigo á llamarla al órden, cuando trataba de desviarse. Federico montaba el pollino, que ya tenia por nombre Rápido, y yo el onagro. Ernesto guiaba la carreta, á la que iba uncida la vaca, conduciendo á mi esposa majestuosamente rodeada de provisiones y otros efectos.

Como es de suponer, íbamos despacio; pero así y todo, nuestro escuadron ofrecia el pintoresco aspecto de una caravana.

Hicímos alto en el desfiladero, donde mis hijos habian puesto las plumas de avestruz y otros colgajos para espantar á las gacelas y antílopes. La cuerda de que pendia el tremebundo aparato sustituyóse con una empalizada de cañas de bambú, valladar seguro contra los animales no trepadores. Durante la obra, andando de aquí para allá, se obtuvo otro descubrimiento, el de la vainilla, especie de bejuco de hojas largas y estrechas, que reconocí al instante en el haba negruzca que produce, así como por su aroma y las flores blancas de seis pétalos que adornaban sus flexibles tallos. Estas habas encierran unos granos negros y brillantes como el ébano que contienen sustancia odorífera, la cual se exhala al madurarse.

Antes de abandonar aquel sitio colocámos en la estacada haces de zarzas, cubriendo el terreno adyacente de menuda arena para en su dia reconocer por las huellas en ella impresas la clase de animales que intentasen ó consiguiesen saltar la valla.

Ya era de noche cuando llegámos á la cabaña de la ermita; intacta estaba, y la cecina de pecari tambien. No queriendo detenernos á pesar de la oscuridad, deseosos de llegar cuanto ántes á casa, cortámos suficientes cañas dulces, y encendiéndolas á modo de hachones, proseguímos el camino á la claridad de la luna, no obstante mi repugnancia por los viajes nocturnos.

Al fin, molidos y quebrantados de cansancio, á media noche llegámos á la granja de Waldek. Se desunció el carro, y atado el avestruz entre dos árboles como la víspera, sin descargar nada, tomámos una ligera refaccion y cada cual se fué á su lecho de algodon para el indispensable descanso.

Al salir el sol nos levantámos, colmándonos de regocijo al acrecentamiento de riquezas que tan sin pensarlo observávamos: entre las cañas y estacas del gallinero hormigueaban veinte y tantos polluelos, producto de los huevos que Santiago trajera en el sombrero y que se habian confiado á nuestras cluecas. Mi esposa quedó tan contenta con el hallazgo que eligió varios pares para llevarlos á casa.

Proseguímos la caminata, y era tal el deseo de vernos cuanto ántes en nuestro querido Felsenheim, donde todo respiraba comodidad, que resolvímos no parar hasta allá. A pesar de nuestra prisa, hasta la tarde no tocámos al deseado término. El cansancio y la fatiga nos agobiaba. Habíamos andado una buena jornada sufriendo el ardor del sol, por un terreno de arena blanca que deslumbraba, en el que se hundian los piés; y así en nada se pensó hasta el anochecer, á no ser en cuidar de los animales y darles el pienso que tanto necesitaban. Miéntras comian, entregámonos al reposo para recuperar las perdidas fuerzas.