El Robinson suizo/Capítulo XLV

El Robinson suizo (1864) de Johann David Wyss
traducción de M. Leal y Madrigal
Capítulo XLV


CAPÍTULO XLV.


Nueva excursion.—Conejo de Angora.—Antílope.—Cuco indicador.—Vidrio fósil.


Más de dos dias empleámos en tan pacíficas y mecánicas faenas, poco adaptadas al inquieto y turbulento carácter de mis hijos, á quienes, no ocurriendo por de pronto más que hacer, iba ya fastidiando la inaccion; y así, tanto para interrumpir la monotonía de nuestra vida, como para ensayar su valor y resolucion, les propuse que solos penetrasen por segunda vez en la gran vega para entretenerse cazando ó haciendo algun nuevo descubrimiento.

Aceptaron la proposicion con alegría, excepto Ernesto, que pidió y obtuvo el permiso de quedarse con nosotros, pues Franz, á quien yo hubiera preferido conservar, me instó tanto para que le dejase ir con sus hermanos, que no pude ménos de acceder á sus ruegos.

En seguida los tres aparejaron las cabalgaduras que pastaban á orillas del arroyo, y dispuesto lo necesario para emprender la marcha, montaron en seguida, y despues de saludarnos con cierto aire solemne corrieron alegres al desierto.

—¡Hételos ahí, me dije, entregados en manos de la Providencia y de sus propios recursos! Verdad es que conocia la necesidad, en nuestra posicion, de habituarlos á ir obrando por sí y á guiarse por su prudencia. Un accidente imprevisto podia privarles de sus padres, y en ese caso ¡cómo hubieran podido habituarse á esa falta! Sin embargo, este primer ensayo me entristeció, y les ví con pena alejarse de nosotros. Me consolaba únicamente la confianza que tenia en el valor y serenidad de Federico; además, se encontraban bien montados y armados, y ya habian demostrado en otras ocasiones su valor é inteligencia. ¡Dios vaya con vosotros! añadí suspirando. El que por dos veces devolvió los hijos de Jacob á su anciano padre, hará lo mismo con los mios, y los guiará en el desierto.

Cuando no los alcanzaron ya mis ojos, entréme en la caverna á seguir ocupándome con mi esposa en las faenas domésticas que teníamos siempre entre manos, miéntras Ernesto, sentado tranquilamente en la arena, se puso á labrar unos vasos y tazas con los cascarones de los huevos de avestruz, habiéndonos asegurado, por haberlos sumergido ántes en agua caliente, que los polluelos que contenian, aun no del todo acabados de formar, habian ya muerto. Instruí al niño cómo se debia manejar para dividir por la mitad los cascarones sin romperlos, que consistia en rodearlos con un hilo bien empapado en vinagre fuerte. La accion del ácido en la costra calcárea del huevo iba poco á poco hendiéndola circularmente hasta que se separaban ambas partes; sin embargo, la película que se encontró debajo era tan fuerte, que fue necesario un cortaplumas para cortarla, pues tenia toda la dureza y elasticidad del pergamino.

Concluida la operacion, se emprendió otra. Al reconocer el interior de la gruta, en cuya cavidad no se veia mas que piedra, habia descubierto diferentes mezclas de productos minerales, entre otros una capa de amianto, especie de filamento pedregoso y bien conocido por su cualidad de incombustible. Al separarla hallé detras un gran trozo de talco trasparente ó selenita [1] de más de dos piés de alto por otros tantos de ancho, que con ayuda de Ernesto pude dividir en planchas del grueso de un espejo común. Tan indiferente mi esposa por lo general á los más de nuestros descubrimientos, no pudo contener su alegría al considerar este precioso mineral que la proveia de vidrios, cuya falta sentia mucho.

Ocupada en esto gran parte del dia, al caer la tarde nos sentámos en el hogar, donde nuestra cocinera estaba muy atareada aderezando con todo el esmero imaginable una de las patas del oso, que habia tenido bastante tiempo en salmuera, y el apetitoso olor que despedia la cacerola daba ya idea de lo bien que sabria al paladar. Aguardando tranquilamente el regreso de los cazadores, nos pusímos á charlar.

—Papá, me dijo Ernesto, si le pareciese á V. bien, debíamos hacer de esta caverna otra morada y fortificarla á lo Robinson.

—¿Qué quieres decir con eso de fortificarla á lo Robinson? le pregunté.

—Resguardar su entrada contra cualquiera clase de ataque á la manera que lo hizo Robinson sin emplear mampostería, plantando sólo árboles simétricamente al rededor, tan espesos que acabasen por enlazarse, dando por resultado una muralla impenetrable.

—Eso está muy bien; pero hasta que esos árboles se arraiguen, crezcan y se entrelacen, ¿qué defensa habrá?

Mi objecion embarazó un poco al sabio; mas alabé su imaginacion diciéndole que tal vez algun dia se tomase en consideracion su plan por no dejar abandonada esta caverna, que considerada como apeadero, era importante como punto de partida para las incursiones en el llano.

La conversacion fue interrumpida por el regreso de los intrépidos cazadores, que alegres y contentos volvian de su expedicion. Mucho ántes de llegar oímos la algazara que movian. A pocos instantes estaban en nuestra compañía. Apearse, desaparejar las bestias y arrendarlas á los árboles fue obra de un momento.

Santiago y Franz traian cada cual al cuello un cabritillo, cuyas patas estaban liadas por delante, y el zurron de Federico me pareció repleto.

—¡Buena caza! ¡buena! exclamó Santiago; á fe que mi corcel se ha portado á las mil maravillas. ¡Si V. hubiera visto, papá, ni un gamo corre más! Federico trae en el morral dos saltarines que nos ha hecho rabiar mucho, pero al fin se han dejado coger... Mire V., mamá, aquí traigo corbatas á lo Robinson.

—Sí, sí, interrumpieron Franz y Federico, trae un par de conejos de angora en el zurron y un cuclillo tan complaciente que nos ha enseñado una colmena grandísima atestada de miel.

—Os falta lo mejor, añadió Federico; hemos hecho prisionera una manada entera de antílopes, obligándoles á entrar por el desfiladero de nuestros dominios, y así ya podrémos cazarlos cuando nos convenga.

—Vaya, celébrolo todo infinito, les respondí; pero lo más importante en este dia es que Dios haya devuelto sanos y salvos á un padre sus tres hijos abandonados en medio del desierto. Demos gracias al Señor, amigos mios, por este nuevo favor. Ahora ya podeis contar detalladamente vuestra expedicion para que me sirva de gobierno en lo sucesivo.

En seguida reparé en Santiago que traia la cara abotagada y colorada como un tomate.

—¿De dónde te ha venido, le pregunté, esa gordura repentina y ese color tan subido? Tus aventuras habrán sido un si es no es peligrosas. Cuéntanos, cuéntanos.

Federico se anticipó á hablar.

—Voy á referir, papá, punto por punto cuanto nos ha pasado. Dirigímonos desde luego el hermoso valle que vímos há pocos dias para atravesar el arroyo y penetrar en la gran vega. Galopando siempre, al cabo de un rato llegámos á descubrir dos grandes rebaños de cuadrúpedos pequeños sin distinguir su especie, pudiendo ser cabras, antílopes ó gacelas. Lo primero de que cuidámos fue llamar los perros y tenerlos siempre inmediatos, porque la experiencia me ha enseñado en nuestras cacerías que los animales montaraces más temen á los perros que á los hombres.

Cuando llegámos á conveniente distancia, decidióse por unanimidad apoderarnos de todo aquel ganado, y para conseguirlo dividí mis fuerzas á fin de multiplicar el ataque; Franz debia ir por la parte del arroyo, Santiago por el centro, miéntras yo sostendría el ala derecha impeliendo al centro los animales que tratasen de dispersarse por el llano. Colocados cada cual en su puesto, comenzó la batida; pero uno de los rebaños, que al parecer no hicieron alto en nosotros, pasó el arroyo tan tranquilamente como si un pastor lo guiara; otro quedó inmóvil, y sólo cuando estuvímos casi encima advirtió nuestra presencia. Los grupos más avanzados que estaban echados sobre la yerba se levantaron alargando el cuello y estirando las orejas, los demas les siguieron, y el rebaño entero apercibióse á emprender la fuga; mas ya era tarde: á una señal mia emprendímos todos el galope, y los perros se portaron tan bien en el ojeo que el ganado, en masas compactas, si bien arremolinado, retrocedió, pasó el arroyo, engolfándose en el desfiladero que separa el valle de la llanura, y con la mayor alegría le vímos desaparecer en sus gargantas. Lo más ya estaba hecho, que era conseguir el paso de los prisioneros del desierto á nuestros dominios; faltaba ahora acostumbrarlos á su nueva morada, á cuyo efecto discurrímos varios medios, que todos tenian sus inconvenientes, hasta que adoptámos el de poner atravesada á lo ancho del paso una larga cuerda y suspender de ella las plumas de avestruz que afortunadamente conservábamos en los sombreros. Con esto y añadir algunos jirones de nuestros panuelos creímos, y con fundamento, que esa especie de espantajos bastaria para que animales tan tímidos como el antílope y la gacela no se les acercasen ni de cien varas.

—¡Bravísimo, Federico! ¡excelente invencion! dije interrumpiendo su relato. Tu expediente no puede ser mejor, al ménos durante la claridad del dia; en cuanto á la noche, cuya oscuridad evitará que se vean tus colgajos, ya buscarémos otro medio que surta el mismo efecto. Por de pronto el aullido de los chacales retendrá á los nuevos huéspedes en nuestro paraíso. Pero ahora pregunto: ¿es acaso de tu invencion esa idea?

—Francamente, no: la debo á Levaillant, que la consigna en su Viaje al Cabo de Buena Esperanza, donde dice que los hotentotes se valen de esa estratagema para retener al rededor de sus rancherías los antílopes que han cazado.

—¡Muy bien! respondí entónces á mi hijo; veo con placer que sacas fruto de la lectura. Con esto comprenderás la utilidad que á veces resulta de apropiarse lo que por deleite se ha leido en los libros. ¡Quién te habia de decir cuando leias á Levaillant, que llegaria dia en que pusieses por obra en una anchurosa soledad del Nuevo Mundo el sistema de los hotentotes para cazar antílopes! Pero díme: ¿qué piensas hacer de los conejos? Supongo que no los destinarás para la huerta: ¡pobre de ella si entrasen!

—No por cierto, pues tenemos dos islas á nuestra disposicion donde pueden alojarse sin causar daño. En la del Tiburon, por ejemplo, podria establecerse un magnífico vivar con sólo hacer una plantacion de nabos y coles y con las patatas que sobrasen del invierno se multiplicaria esa raza sin inquietarnos, proporcionándonos abundantes pieles para la sombrería, y caza segura para la cocina.

—De esa manera no me opongo á que entren en nuestro reino esos señores. Tu plan es excelente, y como á exclusivo autor te confio la ejecucion. Pero ahora te repito: ¿cómo te has compuesto para cogerlos vivos?

—Al águila se debe la captura: ella fue la que se arrojó con tal impetuosidad sobre una porcion de ellos, que huian como desesperados al vernos, y obligados á entrar en tropel en la madriguera, con la mano pude coger un par miéntras ella devoraba otro.

Prolija encontraba Santiago la narracion de su hermano, y conociendo yo que se moria por hablar de sus aventuras personales, le concedí el uso de la palabra.

—Ahora me toca á mí, y por cierto que no seré tan difuso como mi hermano. Miéntras Federico estaba á vueltas con sus conejos, Franz y yo seguíamos andando, cuando de repente observámos que los perros corrian hácia una espesura cercana; los seguímos al galope, y saltaron dos animalejos que, segun la ligereza con que huian, tomé por liebres; empero al cabo de un cuarto de hora rendidos de fatiga pudímos cogerlos ántes que los perros se echasen encima. Hélos aquí, añadió el narrador poniéndolos de manifiesto; los que yo creia liebres me parece que son dos cervatillos.

—Pues á mí me parecen antílopes, interrumpí, y les podemos dar la bienvenida.

—Sean lo que se quiera, la caza ha sido interesante, y tanto los corceles como los jinetes han cumplido su deber. Despues de frotar con víno de palmera los entumecidos miembros de los prisioneros, nos los echámos á cuestas, y montando de nuevo nos reunímos con Federico, que abrió tanto ojo al ver nuestra captura.

—Pero si te fué tan bien en la caza ¿de qué proviene esa hinchazon en el rostro que me está llamando la atencion hace una hora? No parece sino que un enjambre de mosquitos se han cebado en él.

—Lo que V. extraña, papá, tiene un orígen digno y caballeresco. Al dar la vuelta á la habitacion, reparámos en un pájaro desconocido que revoloteaba precediéndonos algunos pasos, parándose y levantándose al acercarnos, como si quisiera guiarnos hácia un objeto desconocido ó burlarse de nosotros. Franz estaba por lo primero, yo por lo segundo, y sin andarme en chiquitas le apunté la carabina, cuando Federico me recordó que estaba cargada con bala, por lo que el tiro podia contarse por perdido. «Vale más, dijo, que sigamos al ave hasta ver donde se posa; ¿quién sabe si nos proporcionará algun descubrimiento?» Seguí su consejo; y en efecto, al cabo de un rato se paró sobre un nido de abejas artísticamente construido en la misma tierra, en torno del cual zumbaban los enjambres como si fuera una colmena. Hicímos alto para combinar un plan para apoderarnos de semejante tesoro. Cada cual dió su parecer y nada se decidió; Franz se acordaba bien de lo mal librado que salió en Falkenhorst cuando la echó de valiente en la colmena de la higuera del palacio aereo, y no estaba por nuevas tentativas; Federico, como general más entendido en teoría que en práctica, mostrábase muy ardoroso en el consejo, pero algo tibio en la ejecucion. El medio más breve y sencillo era, segun él, destruir el enjambre arrimándole pajuelas de las que yo llevaba en el morral. Como nadie queria poner el cascabel al gato, como suele decirse, lo tomé por mi cuenta, é introduje una pajuela encendida por la boca de la colmena; pero ¡qué revolucion se armó entónces! Jamás imaginara que animales tan pequeños se convirtiesen en enemigos tan formidables. No parecia sino que la tierra los vomitaba á millares, embistiéndome con tal impetuosidad y acribillándome de tal manera la cara, que sin poder valerme pusiéronmela como V. lo ve, quedándome apénas tiempo para montar y huir á todo escape, sacudiéndome los bichos que tenia encima. Mis hermanos me siguieron; pero como se quedaron á prudente distancia, se libraron del chubasco.

—Ahí tienes, dije, el castigo de tu imprudente agresion, leccion práctica de historia natural, que estoy seguro de que no se borrará de tu memoria, aunque vivas mil años. Ahora avístate con tu madre, que te calmará la inflamacion con los remedios que conoce. En el ínterin soltarémos estos pobres prisioneros y decidirémos en definitiva cuál ha de ser su destino. Hubo discordancia entre si los conejos y los tiernos antílopes se quedarian en Falsenheim, ó si se les abandonaria, como Federico opinaba, en uno de los islotes de la costa. Los demas niños hubieran preferido conservar unos y otros para domesticarlos y divertirse con ellos; pero las consideraciones por su misma seguridad nos inclinaron al otro parecer, y acordóse que los animales tendrian por anchurosa morada la isla entera del Tiburon. Para trasladarlos arreglámos desde luego un jaulon de mimbres con heno en el fondo, donde encerrámos los antílopes, que eran lo más lindo que se podia ver. Apénas tendrian diez ó doce pulgadas de altura, y sus delicados miembros no dejaban la menor duda sobre su especie [2]. Cerrado el canasto, se colgó provisionalmente de un árbol. Para los conejos de angora se empleó el mismo sistema.

En tanto no podia desterrar de la mente el extraño pájaro, que con tanta seguridad y confianza habia guiado á los niños hasta la colmena subterránea. Desde luego creí sería el cuco llamado indicador por los naturalistas [3]; pero encontrándose la costa totalmente deshabitada, ¿cómo habia podido reconocer al hombre? ¿quién le habia enseñado á servirle de guia, y quién le habia dicho que la miel es para él como para el cazador un apetitoso hallazgo, y que debia asociarle á su descubrimiento para obtener recompensa? ¿Acaso el interior del país estaria poblado por la raza humana, ó bien el ave ejerceria su instinto en provecho de los monos, osos, ú otros animales tan codiciosos de la miel como el hombre? Era indudable que el volátil, creyéndose impotente para llevar á cabo su designio, instintivamente se valia de la ayuda de otro animal más vigoroso que le facilitase su conquista.

Estas reflexiones, á las que mi fantasía les daba quizá mayor latitud de la que merecian, no dejaban de ser de alta importancia; pero todas se reducian á un pensamiento único, á estar siempre precavidos y no aventurarnos mucho al interior sino con gran cautela, redoblando el celo y vigilancia para no ser víctimas de alguna catástrofe imprevista. En consecuencia, no contento con mis primeros proyectos de fortificacion, concebí otro plan más estratégico, que consistia en construir una especie de reducto sólido y elevado, que dominando la costa de Felsenheim, y protegido por una batería de dos cañones, nos defendiese la retirada, castigando cualquier invasion que viniese del interior de la isla. Como accesorio, determiné igualmente cambiar el Puente de familia de fijo que era, en levadizo ó colgante para cortar el paso por ese lado. ¡Tal era la aprension que me infundiera la conducta extraordinaria de un pájaro!

Para concluir las maravillas de tan memorable jornada, llegóme el turno de probar á mis cazadores que tampoco el sabio y yo nos habíamos dormido en las pajas durante su ausencia, enseñando con orgullo las muestras del talco ó vidrio fósil desprendido de la roca, lo cual excitó la satisfaccion general, que se acrecentó cuando mi esposa nos vino á anunciar que la mesa estaba puesta y el famoso asado de pata de oso esperando comensales. Al principio mirámos con asco el plato á pesar del excelente olor que despedia, por habérsele acudido á no sé quién la intempestiva ocurrencia de que la pata se parecia á la mano del hombre; pero Santiago, más resuelto y ménos aprensivo, rompió la valla, y con mi permiso comenzó á trinchar el asado. El apetito triunfó, y depuesta la repugnancia, vinímos á confesar que jamas habíamos comido manjar más sabroso y delicado. Verdad es que la cocinera habia puesto sus cinco sentidos para quedar airosa en el condimento.

Despues de cenar se encendieron las hogueras de costumbre, se renovó la provision de combustible en el chozo para acabar de ahumar la carne de los osos, cuya preparacion, hecha de otra manera, nos habria entretenido más de lo regular, y tranquilos respecto á las improvistas asechanzas de las fieras, entrámos á descansar en la tienda donde dormímos sosegadamente sin que nada interrumpiera nuestro apacible sueño.


  1. El talco es una sustancia mineral que se compone de silicato de magnesia mezclado con óxido de hierro y alumina. A veces se confunde el talco con ciertas variedades de serpentina. El de que aquí se habla cristalizado en prisma suele ser una variedad del mica que ha sufrido un principio de descomposicion. El talco se encuentra en forma de planchas y se divide en dos variedades principales: el talco laminar y el escamoso. (Nota del Trad.)
  2. Los antílopes se parecen á los ciervos en el aspecto, ligereza, y lagrimales en la mayor parte de especies. La que aquí se cita es la del llamado antílope real, Guecey, ó rey de los cervatillos, la menor de las conocidas. La altura del cuarto delantero apénas pasa de doce á quince pulgadas. Se le cuenta por tan ágil que puede saltar á la altura de dice piés, lo cual parece exagerado.
  3. Este pájaro, que efectivamente se llama cuco indicador, tiene esa particularidad y á veces llama tambien á la zorra para que le ayude á descubrir los panales de que, por estar la colmena bajo tierra, ó por temor al aguijon de las abejas, no puede ó no se atreve á apoderarse. La más comun de estas aves es el indicator major, que habita en el Cabo de Buena Esperanza. (Notas del Trad.)