El Robinson suizo/Capítulo LV

El Robinson suizo (1864)
de Johann David Wyss
traducción de M. Leal y Madrigal
Capítulo LV


CAPÍTULO LV.


Nidos de golondrinas.—Perlas falsas.—Pesquería de las verdaderas.—Jabalí africano.—Apuro de Santiago.—La trufa.


Un dia entero se pasó en preparar y cargar de lo necesario nuestra embarcacion, y al romper de la siguiente alba el mar bonancible y un viento propicio invitáronnos á emprender el rumbo. Franz y su madre quedaron encargados de guardar la costa, y tras los abrazos de costumbre nos dímos á la vela saludándonos con los pañuelos hasta que nos perdímos de vista. Nuestra escolta se componia del pequeño Knips (nuevo mono sucesor del antiguo discípulo de Federico que hacia poco muriera de vejez), del chacal de Santiago, ya fuerte y vigoroso, y tres de los mejores perros que nos podían sacar de cualquier riesgo. El clima de la isla habia sido tan favorable á esta raza, adquiriendo sus individuos tal vigor y acrecimiento de fuerzas con su vida libre y continuado ejercicio, que pudiera comparárseles con los perros que Poro regaló á Alejandro, los cuales luchaban cuerpo á cuerpo con leones y elefantes [1].

Federico nos sirvió de piloto y Santiago fué á ocupar en el caïack otro puesto que aquel habia dispuesto en su esquife. Ernesto y yo conducíamos la chalupa con las provisiones y bestias de que iba cargada.

El caïack tomó la delantera para guiarnos, y seguímosle entre los escollos y rocas que aquel sorteaba con una ligereza y soltura que nuestra embarcacion, como más pesada, no podia imitar. A cada momento se nos presentaban á la vista restos de morsas, vacas y otros animales marinos cuyos colmillos y blancos esqueletos nos convidaban á enriquecer el museo; mas no queriendo perder tiempo decidí dejarlos para otra ocasion.

Traspuestos los arrecifes llegámos á un punto donde el sereno mar estaba trasparente como luna de espejo, deslizándose pléyadas de nautiles por su tersa superficie. La historia natural entiende por nautil un género de marisco de concha univalva en forma de gondolilla con popa algo elevada, y opinan algunos que del animal que la habita aprendieron los hombres el arte de navegar. Lo cierto es que la forma de la concha se asemeja en todo á la de un barco, y el molusco la dirige por el mar como el piloto un buque cualquiera. Cuando el nautil quiere nadar eleva dos de sus brazos y extiende á modo de vela la delgada y ténue membrana á ellos adherida, sumergiendo otros dos en el agua que le sirven de remos, y otro atras que hace las veces de timon. No permite más agua dentro de la concha que la conveniente como lastre, para caminar con prontitud y seguridad; mas cuando advierte la aproximacion de un enemigo, ó sobreviene una tempestad, recoge su vela, retira los remos y llena la concha de agua para que con su peso se vaya más presto á fondo. Cuando quiere subir á la superficie, vuelve la concha boca abajo, é hinchando ciertas partes de su cuerpo que dilata y comprime á voluntad, logra hender la columna de agua que sobre él gravita, y en llegando á flor de agua endereza su navecilla, la desagua, y desplegando las aletas boga tranquilo á merced del viento y las olas. El nautil es un navegante perpétuo, piloto y barco en una pieza.

La concha ó cubierta calcárea del nautil es delgada como el papel, blanca como la leche, estriada, y contorneada en espiral. El animal que contiene es un pólipo de ocho patas, con franjas que cubren los dos lados de la boca. Dividida cada una de aquellas en veinte dedos, sírvenle para extenderse, encogerse, coger la presa y llevarla á la boca.

Con tales explicaciones avivóse el deseo en los jóvenes naturalistas de pescar algunos de estos mariscos, y valiéndose de las redes en un instante recogieron media docena de los mejores, que en seguida vaciaron, guardando las conchas en una cesta para adornar nuestro gabinete de historia natural.

Acordóse por unanimidad que á este punto de la costa se le llamaria en adelante Bahía de los nautiles.

En breve alcanzámos un promontorio en forma de cono truncado, tras el cual debia hallarse, segun las indicaciones de Federico, la Bahía de las perlas. Asombrados quedámos ante la gran bóveda y pasaje descubierto por Federico en su última expedicion. Era una masa imponente con sus informes pilares, arcadas y pirámides aisladas. Por un lado parecia una obra de titanes formada con los restos y fragmentos de montañas de que se habian servido para escalar el cielo; por otro semejaba la ruinosa fachada de una antigua catedral gótica embellecida con los fantásticos ornatos de los artistas de la edad media, con la diferencia de que aquí las proporciones eran colosales: en vez de marmóreo pórtico, una superficie de agua en cuyo fondo descansaban las gigantescas columnas.

Siguiendo al piloto penetrámos en el umbrío túnel, donde no entraba la luz sino á raros intervalos por las hendiduras de la piedra, ó por alguna que otra abertura natural causada por el desprendimiento de las peñas.

Varias veces dímos la vuelta al singular edificio, sin hallar el menor rastro de seres vivientes; únicamente encontrámos osamentas de mónstruos marinos al pié de las rocas, lo que atestiguaba que se habian refugiado en ellas esas fieras, cuyos dientes debian representárnoslos como adversarios terribles caso de tener que combatirlos.

Si el exterior del agreste monumento se encontraba desierto, el interior del pasadizo estaba demasiado poblado: un ejército innumerable de golondrinas alborotóse al aproximarnos á la profundidad de la caverna, asustándolas tanto el rumor de los remos que apénas podíamos hendir los enjambres de pájaros que obstruian la bóveda; empero cuando la vista se fué acostumbrando á la oscuridad reconocímos con placer que el techo, muros y sinuosidades de las esculturas naturales estaban materialmente tapizados de nidos que parecian copas trasparentes como el carey, llenos como los nidos comunes de plumas y yerbecilla seca, con la diferencia de que esta aquí era olora. El ensayo que habíamos hecho con esta sustancia, que cocida y sazonada con sal y especias se convertia en cartílago sabroso y delicado, alentábanos á proveernos del artículo, mayormente sabiendo que los tales nidos constituian un importante ramo de comercio en la China; y como abrigábamos la esperanza de que un dia aportaria á nuestras costas algun buque con el cual pudiésemos entrar en relaciones mercantiles, creímos oportuno almacenar para entónces una respetable cantidad de semejante mercancía.

En su consecuencia, luego que la chalupa estuvo en la bóveda y sus inocentes huéspedes, tranquilizados por nuestra inmovilidad, desaparecieron de nuevo en sus oscuros rincones, á la curiosidad del primer exámen se sucedió una insaciable avidez bien fácil de satisfacer. Todos los instrumentos y aparatos disponibles se pusieron en juego, y los nidos caian por docenas á nuestros piés. Sin embargo, á instancias mias se tuvo la consideracion de escoger los vacíos, á fin de conservar los que tenian huevos ó crias. Franz y Santiago se mostraron los más activos en este género de saqueo, y sus redes no estaban un momento ociosas; Ernesto y yo procedíamos con más método, inclinándonos más á los nidos situados en las regiones inferiores del peñasco, y limpiando una por una cada pieza del botin ántes de meterla en el saco.

Cuando la provision me pareció suficiente, deseoso de terminar la obra de exterminio, dí la órden de suspension para tomar algun refrigerio y reparar nuestras fuerzas ántes de atravesar la gran bóveda del pasaje.

—A la verdad, dijo maese Ernesto á quien no agradaba la faena, el jaleo que hemos traido con los dichosos nidos no me ha divertido gran cosa, y es gracioso que estemos afanándonos por acumular un género y venderle á un buque extranjero, que quién sabe cuándo aportará á estas inhospitalarias costas. ¡Ya van diez años!

—La esperanza, hijo mio, le interrumpí, es uno de los más grandes bienes que el cielo ha dispensado á la mísera humanidad; es hija del valor y hermana de la actividad. El hombre animoso jamas se desespera, y el que espera trabaja siempre para conseguir el objeto de sus deseos y aspiraciones. Quédense en buen hora para la perezosa filosofía de los débiles las vanas esperanzas de los ilusos mortales. Trabajemos con perseverancia y dejemos á Dios que cuide del buen éxito de nuestros afanes.

Al acabar estas palabras dí la órden de partida y la pequeña escuadra se puso en movimiento.

Federico me habia asegurado que las aguas del canal que íbamos á cruzar eran navegables y que pasado el sombrío túnel llegaríamos más pronto y con más seguridad á la gran bahía. En efecto, la creciente marea nos condujo con tal rapidez á la otra extremidad de la bóveda marina que no fue necesario remar, pudiendo admirar á nuestro placer la magnificencia del pasaje. A entrambos lados veíanse hondas grutas y cavernas que se confundian en las tinieblas. La bóveda presentaba á trechos cúpulas esclarecidas por entrelargas ojivas festoneadas de piedra, ó estalactitas que dejaban entrever techumbres artesonadas con informes rosetones floreados como los de un techo griego. En fin, para concluir de una vez, parecia aquello un gigantesco templo, cuyos cimientos ensayara el gran Arquitecto del universo, sin dignarse dar cima á su portentosa obra.

Los animales marinos se habian posesionado de las vastas galerías, donde á cada paso descubríamos nuevos indicios de sus extraños moradores.

Al salir de la bóveda nos encontrámos, como anunció Federico, á la entrada de una anchurosa bahía de aspecto encantador, y detuvímonos algun tiempo para contemplarla absortos. Tan quietas estaban las cristalinas aguas, que se veia bullir los peces á gran profundidad. Entre ellos reconocí al llamado pez blanco ó breca, cuya reluciente escama sirve para la confeccion de perlas falsas, por lo cual se hace gran comercio de ese pescado en el Mediterráneo. Se lo enseñé á mis hijos, quienes al oir la expresion de perlas falsas trabaron desde luego una discusion [2].

Ignorando los valores convencionales que las sociedades civilizadas dan á ciertos objetos, no comprendian por qué se estimaba tanto la perla que se encuentra dentro de una concha y tan poco á proporcion la que se saca de un pescado, cuando el oriente y la belleza de esta igualan si no superan á veces á los de la otra.

—Aquí lo que se paga, les dije, no es el objeto en sí mismo, sino la dificultad de adquirirlo. Una perla fina ú oriental se apreciaria en muy poco si en todos los rios de Europa se encontrasen. La escasez y la dificultad de hallarlas es lo que las encarece.

—Ya comprendo, saltó Ernesto, es lo que se llama pretium affectionis.

—Espantábame yo, dijo Santiago, que al fin no salieses con algun latinajo para mayor claridad.

—Es un modismo técnico, repuso el doctor, que significa precio convencional, pues sin merecerlo realmente por su importancia el objeto se lo han dado los hombres por su gusto.

Entretenidos en esta conversacion llegámos al pedregoso arrecife donde Federico habia hecho su recoleccion de ostras. La costa presentaba de trecho en trecho pequeñas dársenas más ó ménos profundas, donde venian á confundirse cristalinos arroyuelos que fertilizaban el terreno. Espesos bosques se escalonaban hasta las altas montañas que cerraban el horizonte, ostentándose en la llanura la potente y rica vegetacion de los trópicos. Un majestuoso rio vertia en la bahía el caudal de sus aguas, descendiendo por las praderas que cortaba como argentina cinta. Todo convidaba á abordar en las orillas de tan vistoso estanque, y una ensenada próxima al banco de ostras fue el sitio elegido para el desembarco que efectuámos con la mayor facilidad. Los perros sedientos de agua dulce, de que carecian hacia horas, no bien llegó á sus oídos el murmullo de un arroyo, cuando saltaron impacientes de la chalupa y se lanzaron á nado en busca de refrigerio. Maese Knips como más tímido no acababa de resolverse á salvar el corto espacio de mar que le separaba de la tierra. Veinte veces hizo ademan de saltar, y otras tantas retrocedió como si tuviera deltante la inmensidad del Océano. Al fin nos apiadámos de él y tendiéndole la amarra del barco se aventuró á pasar con no poca gracia y ligereza. Fuímos en seguida al rio, que de Federico recibió el nombre de San Juan, y vímos que no habia exagerado su grandeza y majestad. Apagámos todos la sed, y no contentos con eso el mono y los perros se bañaron segun su costumbre.

Como el dia estaba muy adelantado para emprender la pesquería, despues de dejar bien amarrados los barquichuelos nos pusímos á cenar buenas lonjas de jamon, patatas fritas, tortas de cazabe y el pan correspondiente. Encendiéronse hogueras para la noche á fin de ahuyentar las fieras, si es que hubiese alguna por el contorno. Los perros hicieron su rancho al rededor del fuego y nosotros nos retirámos á la chalupa. Desde luego creí que si habia que temer algo era por tierra y no por mar. Sin embargo, por precaucion se instaló á Knips de vigía en el mástil. Extendímos la vela como un toldo para preservarnos del relente, y envueltos en las pieles de oso tendímonos en el fondo del barco á descansar, durmiendo un sueño tranquilo, sólo alguna vez interrumpido por el aullar de los chacales y la contestacion amenazadora del nuestro.

Al rayar el dia todos estábamos de pié, y despues de un frugal desayuno se dió principio á la pesquería de las perlas, empleando para recoger las ostras los utensilios que se trajeron á prevencion, con cuyo auxilio en poco tiempo reunímos una cantidad considerable, que aun hubiéramos podido acrecentar; pero nuestra avidez se hallaba satisfecha, y eran más que suficientes las perlas que ya podíamos allegar para absorber el caudal disponible del buque que aportase á nuestras costas. Amontonámos las ostras pescadas cerca de la playa, esperando que el calor del sol las abriese sin alterar su contenido.

En este dia descubrí en el propio banco una yerba salada muy preciosa, la misma que sirve para hacer la sosa. Recogí una buena cantidad, pues por escasos que fuesen mis conocimientos químicos entreveia el medio de sacar un ventajoso partido tanto para la fabricacion del jabon como para otros usos no ménos importantes [3].

Al caer la tarde y cuando el sol desmayaba, ante aquella vegetacion tan lozana y vívida no pude resistir á la tentacion de dar un paseo alargándonos hasta un cercano bosquecillo al cual habia visto dirigirse algunas aves. Para facilitar la exploracion nos separámos, acompañando á cada muchacho un perro como resguardo. Ernesto fue el primero que penetró en el bosque. Santiago le seguia de cerca entre la espigada yerba, miéntras Federico y yo nos entreteníamos en proveer los zurrones para ir en pos de los cazadores. No pasarian seis minutos cuando oímos un traquido junto con la voz de alerta de Santiago, á la que se siguió otro disparo. Federico previno en seguida el águila, yo mi carabina, y siguiendo á los corredores perros, llegámos al campo de batalla á tiempo de ver el fin del combate y la victoria conseguida por nuestra gente.

Lo primero que observé á corta distancia y entre los árboles fue al pobre Santiago, que se me acercaba sostenido por sus dos hermanos. ¡Gracias á Dios, exclamé, no ha sucedido la catástrofe que me temia!

El bueno de mi hijo, que en otras ocasiones habia demostrado un valor y sangre fria superiores á su edad, esta vez, sin duda por cogerle solo el lance, se amilanó como nunca, exagerando el peligro que corria y la posicion en que se encontraba. Realmente no habia recibido herida alguna; encontrándose frente á frente con un cerdo montaraz, que bien pudiera pasar por jabalí, echóle este por tierra bruscamente, con lo cual se dió Santiago por perdido. A pesar de sus veinte años conservaba todavía gran parte de la fanfarronería y cobardía de su infancia. Sus hermanos con mejores piernas acudieron ántes que yo á salvarle, y con dos pistoletazos casi á boca de jarro libertaron al desgraciado aventurero de su terrible enemigo.

Sin embargo, el héroe de la fiesta seguia haciendo contorsiones y quejándose á más no poder de que no tenia hueso sano. Le desnudámos en seguida, y despues de un escrupuloso registro me persuadí de que no tenia mas lesion que el gran susto que le cogia de los piés á la cabeza. Su respiracion era desahogada y todo el mal se redujo á dos leves contusiones.

—¿A qué vienen, le dije, tales lamentos? y ¿tú te precias de cazador valiente? Cualquiera ménos habituado á este ejercicio se riera del lance en vez de deshacerse en lastimeras quejas.

—¡Sí, sí! el caso no ha sido para ménos, repuso el quejumbroso. Si Ernesto y Federico no llegan pronto creo que no quedo para contarlo.

—¡Vaya! ¡vaya! eso no es nada, dije animándole; sosiégate y vamos al campamento donde te repondrás un poco.

El tal campamento se componia de dos bancos y una tosca mesa que dispusímos con piezas de la chalupa. Llevámos á ella al molido mancebo, y por si su terror le acarreaba algun mal resultado díle á beber un vaso de víno de Canarias de la fábrica de Felsenheim, y acostado en el banco sobre mantas de algodon poco tardó en quedarse profundamente dormido.

Dejándole descansar á su placer nos volvímos á la playa, y en seguida dije á Ernesto que me refiriese punto por punto lo ocurrido, porque aun estaba á oscuras sobre el particular.

—Lo que ha sucedido es lo siguiente, respondió el mozo. Encaminábame tranquilo al bosque, cuando olfateando sin duda el perro la proximidad de la caza me dejó para perseguir á un jabalí (al ménos por tal le tengo) que atravesando la espesura se paró junto á un árbol para aguzar los colmillos en el tronco, gruñendo al mismo tiempo de una manera espantosa. A esta sazon llegó Santiago, y su chacal que tambien habia husmeado á la fiera se precipitó furioso sobre ella, miéntras mi perro tambien la atacaba. Al ver la lucha me fuí aproximando con cautela, pasando de un árbol á otro, hasta ponerme á tiro de la bestia, que algo repuesta rechazó al chacal arrojándole á alguna distancia, Santiago entónces disparó contra el jabalí su arma, pero le faltó el tiro, y el bruto furioso reparando en el nuevo adversario dió en perseguirle; sin embargo, Santiago corria más que él y en breve se hubiera librado de todo riesgo á no tropezar en una mata y caer en tierra. Yo disparé igualmente mi arma sin más éxito que mi hermano, que iba á pasarlo muy mal, pues el jabalí estaba ya hocicandole, cuando acudieron los otros dos perros sujetando á la fiera por las orejas de tal modo, que por más que hizo no pudo desprenderlas de sus dientes. Entónces el águila de Federico cayó sobre la cabeza del jabalí espumajoso de rabia, y á los pocos picotazos le cegó. Llega en esto Federico y le descerraja un pistoletazo que entrándole por la boca lo deja muerto en el acto. Al espirar el animal cayó sobre el cuerpo de Santiago, que aun no habia podido levantarse, con lo cual se acrecentó su terror. Ayudéle entónces á incorporarse, y al fin se levantó en la forma que V. le vió haciendo exclamaciones y no acertando á dar un paso. Como en medio de todo me confesó que no estaba herido, encargué á Federico que le condujese hasta donde V. estaba, quedándome cerca del sitio donde habia visto al jabalí escarbar la tierra, y no fue poca mi sorpresa cuando noté allí mismo al chacal y á maese Knips regalarse con una especie de tubérculos negruzcos de que estaba sembrado el terreno. Recogí algunos, guardélos en el zurron y hélos aquí.

Al pronunciar estas palabras el naturalista me presentó cinco ó seis tubérculos como patatas, cuyo penetrante olor me llamó la atencion; partí uno y llevándolo á la boca reconocí que eran excelentes trufas.

—Sin duda, dije á mi hijo felicitándole por su descubrimiento, el jabalí en cuestion (aficionadísimo á la fruta) se gozaba desenterrando estas para su cena, y su furor le provino de habérsele molestado en su placentera tarea. El hallazgo no deja de tener mérito, y tu madre de seguro lo sabrá aprovechar, pues ya tiene un nuevo medio para sazonar los platos, que envidiarian más de cuatro gastrónomos de Europa.

Mis hijos mostraron deseo de que les diese algunos detalles sobre esta singular produccion que no presenta ninguna apariencia vegetal.

—Los naturalistas, les dije, están acordes en considerar la trufa como una especie de hongo que brota sin raíces, sin hojas ni tallos que descubran su existencia. Sería difícil encontrarla sin el penetrante olor que despide, el cual nunca llegaria á herir los imperfectos sentidos del hombre como no apelasen á órganos más perspicaces, tales como los de los cerdos y los perros. Los cerdos no se contentan con reconocer y desenterrar la trufa, sino que se la comen considerándola como uno de sus mejores regalos, miéntras que los perros se satisfacen con indicarla, arañando con las patas la superficie de la tierra en el sitio donde creen se oculta el precioso tubérculo.

—Y ¿no hay otro medio, insistió Ernesto, de conocer el terreno donde se crian las trufas?

—Segun dicen, existe un indicio bastante seguro, y es la presencia de algunas moscas verdes que revolotean por encima de los prados secos donde se crian por lo comun las trufas. Esas moscas son crisálidas procedentes de unos gusanos que roen estos tubérculos y sobre los cuales ponen sus huevos. La especie y forma de tales insectos no os la podré indicar porque la ignoro.

Se encuentran trufas en casi todas las partes del mundo; pero con más abundancia en los países templados. La Francia y el Piamonte las producen, segun cuentan, en cantidad prodigiosa, siendo muy estimados de los conocedores su carne y perfume.

La trufa es redonda, de forma irregular, superficie negruzca ó parda, llena de asperezas tuberculosas, y la baya es una fécula dura, compacta y jaspeada con venas de colores. Está clasificada juntamente con el hongo entre las plantas criptógamas. Por largo tiempo ha sido un secreto su reproduccion; mas segun parece al fin se ha descubierto el medio de procrearlas. Si es verdadero este hecho, de modo que cualquiera pueda multiplicar á su placer un tubérculo cuyo pricipal mérito consiste en la rareza, la trufa decaerá de su gloria, oscureciéndose la auréola con que la han ceñido los inteligentes gastrónomos que vienen heredando la gula de los que florecieron en el antiguo imperio romano.

Entretenidos en esta conversacion tomónos la noche y con ella la hora de cenar y ocuparnos en los preparativos para recogerse; con que despues de encender las hogueras de costumbre tomámos un bocado y nos retirámos á la chalupa, donde á poco nos dormímos tan apaciblemente como en la gruta de Felsenheim.




  1. Este Poro fue un rey indio vencido y hecho prisionero por Alejandro Magno por los años 327 ántes de J. C. Obtuvo la clemencia del vencedor, que le dejó la corona y hasta le hizo rey de las provincias indias que habia conquistado. (Nota del Trad.)
  2. Hay dos clases de perlas artificiales, unas que imitan más á las naturales por medio de una vitrificacion incompleta, y otras que son absolutamente trasparentes, pero cuya base interior se ha cubierto con una sustancia opaca: tales son las que aquí se citan como extraidas de ese pescado, y se llaman vulgarmente: esencia de Oriente. (Nota del Trad.)
  3. La sosa se entiende más comunmente por barrilla. Es una planta de la familia de las quenopodeas, cuyas cenizas, reducidas por el fuego á una masa dura de color ceniciento oscuro, se emplean como aquí se dice en la elaboracion del vidrio, jabon y otros usos. (Nota del Trad.)