El Robinson suizo/Capítulo LVI

El Robinson suizo (1864) de Johann David Wyss
traducción de M. Leal y Madrigal
Capítulo LVI


CAPÍTULO LVI.


Visita al jabalí.—El algodon de Nankín.—El leon.—Muerte de Bill.


A la siguiente madrugada ya estábamos en camino para practicar el reconocimiento del jabalí muerto y decidir en pleno consejo lo que con él hacer debíamos. El pobre Santiago, fatigado con la aventura de la víspera, no daba aun señal de vida. Acompañados de los perros que adivinando nuestro objeto nos seguian contentísimos, dirigímonos al punto donde el animal yacia cadáver. Encontrámos una corpulenta masa de carne, cuyas formas y feroz aspecto me dejaron altamente pasmado; la cabeza era descomunal: á buen seguro que semejante bruto se las pudiera haber con un búfalo y hasta con un leon de los mayores.

—¡Cáspita! exclamó Federico, hé aquí con que suplir los afamados jamones de Westfalia. Este marrano los tiene colosales.

—Pues á mí, dijo Ernesto, poco me llaman la atencion los jamones, que á mi entender estarán más duros que una piedra y con tufo á monte que trascenderá á la legua. La cabeza sí que es una pieza magnífica para el museo. Pero en vez de elogiar las diferentes partes de este animal, mejor fuera discurrir el modo de trasportarle á la embarcacion.

—En cuanto á eso, repuso Federico, si papá quiere dejarme obrar, corre de mi cuenta, y á fe que el trasporte no será dificultoso.

—Por mí, respondíle, estás autorizado para hacer lo que se te antoje; advierto únicamente que, como ha dicho bien Ernesto, me temo que la carne de este africano entrado en años sea peor que la del viejo jabalí de Europa. En su consecuencia, sin privarte de hacer lo que quieras, mi opinion es que en vez de fatigaros en la conduccion de este cadáver, bastante mutilado ya por los perros, sería lo más acertado destazarle aquí y llevarnos los trozos que mereciesen la pena.

Acertada la idea, en seguida se cortaron los jamones y cabeza del jabalí. Con grandes ramas se improvisaron rastras, que tiradas por los perros sirvieron para conducir á la playa el cargamento de carne. Algo costó dar á entender á los alanos y al chacal que su única mision se reducia á acarrear lo que se les encomendaba sin hincarle el diente; pero una continua vigilancia y alguno que otro aviso con un palo aplicado á tiempo suplieron la insuficiencia de las recomendaciones.

Miéntras atábamos á las ramas los restos escogidos de la res, la casualidad nos deparó otro descubrimiento más precioso; reparando Ernesto entre el ramaje de la rastra una clase particular de nueces, abrió una, y en vez de almendra ó pepita halló con sorpresa un algodon finísimo de color oscuro, que reconocí al momento ser el verdadero algodon de Siam con que se fabrica el mahon, cuya tela debe su nombre á la provincia de la China que lo produce con más abundancia, y á la naturaleza el color con que le conocemos. Hicímos pues una buena provision de nueces, cortando algunos renuevos para trasplantarlos en Felsenheim.

El convoy llegó sin novedad al campamento donde me estaba aguardando Santiago ya repuesto de la pasada borrasca. Al ver por segunda vez aunque separada del cuerpo la cabeza de su terrible enemigo, no dejó de sobrecogerse, si bien mostró luego el deseo de que como recuerdo del suceso se conservase en el museo; mas alegando Ernesto que sería sobremanera difícil la diseccion de esta pieza por su tamaño y estructura, y que por otro lado si se echaba á perder sin conseguir el objeto nos privaríamos de un plato exquisito que casi nunca falta en las principales mesas y apetecen sobremanera los gatrónomos, acordóse que en vez de disecar la cabeza del jabalí se asaria con trufas á la otaitiana como se hiciera con el pecari en uno de los años anteriores; con que pasando del dicho al hecho, Federico y Ernesto se pusieron á cavar el hoyo correspondiente, encargándome yo de limpiar bien la cabeza, chamuscar la cerda y preparar los jamones para curarlos ántes de llevárnoslos. En seguida se rellenó la cabeza de trufas, y bien sazonada con sal, especias y nuez moscada se colocó en el hoyo sobre una capa de follaje; y cubriéndola luego con rescoldo y piedras candentes dejóse el resultado á la actividad del improvisado horno.

En tanto que esto se realizase se procedió á acecinar los jamones, encendiendo una hoguera sobre la cual se colgaron de la rama de un árbol á regular altura para que se ahumasen.

Todo el dia se pasó en tan variadas faenas, y al anochecer, creyéndole ya en su punto nos disponíamos á desenterrar el asado y ponernos á cenar cuando un prolongado y formidable rugido salió del bosque á herirnos los tímpanos. Era la primera vez que oíamos tal acento, que repetian los ecos de la montaña, llenándonos de terror inexplicable, en tanto que los perros y el chacal respondian con aullidos.

—¡Vaya un concierto diabólico! dijo Federico echando mano á la carabina para reconocer si estaba bien cargada. Esto parece serio, continuó, y será bien que todos entren en la chalupa miéntras subo el rio con el caïack para indagar el peligro que nos amenaza.

El plan me pareció acertado y lo puse por obra; echóse cuanta leña se encontró á mano en la hoguera para que diese más resplandor, y sin perder tiempo nos embarcámos en el bote. Federico en breve desapareció en la oscuridad á la sazon completa.

Los rugidos entre tanto no cesaban y cada vez los íbamos sintiendo más cercanos. Los despavoridos perros sin abandonar su puesto cerca del fuego dirigian la vista inquieta al bosque, y su lastimero aullar más bien indicaba terror que audaz animosidad. Maese Knips estaba más asustado que ellos, causando lástima ver lo que sufria en tales momentos. En cuanto á mí la idea del peligro no me espantaba tanto, calculando que sería alguna pantera ó leopardo atraidos por los restos del jabalí que dejáramos junto al bosque.

Poco duró mi incertidumbre, pues á la luz que despedia la hoguera divisé al terrible animal, causa de nuestro terror. Era un leon, y no un leon cualquiera, sino mayor que los que habia visto en las casas de fieras y jardines reales de Europa. A la cuenta habia seguido el rastro del jabalí, salvando en dos ó tres saltos el trecho que mediaba entre el bosque y la playa, en la cual se detuvo inmóvil, mirando al mar con aire de majestad terrible; mas á poco, como acometido de súbita rabia, se levantó, y azotándose el cuerpo con la cola despidió sonoros rugidos, ora clavando los ojos en los jamones que estaban ahumándose, ora en los perros que por instinto de conservacion permanecian atricherados tras la hoguera que servia de obstáculo á la aproximacion de la fiera. Demasiado lo conocia esta y bien lo demostraba en sus ademanes de querer salvar esa para ella insuperable valla y llegar hasta nosotros. Tan terrorífica pantomima se prolongó por algun tiempo, adelantándose el leon unas veces y retirándose otras hasta el arroyo, pero estrechando cada vez más los semicírculos que trazaba con sus movimientos. Por último, cual si meditara despacio la acometida, eligió una posicion cómoda extendiéndose cuan largo era con la cabeza apoyada en las patas delanteras, y nos miró de hito en hito como adivinando que éramos sus verdaderos enemigos. Iba á echarme la carabina á la cara cuando oímos una detonacion: simultáneamente el rey de los animales dió un salto prodigioso, exhaló un horrible rugido y cayó exánime.

—Este tiro es sin duda de Federico, dijo á media voz Ernesto, á quien el miedo casi embargaba el uso de la palabra. ¡Dios mio, salva á mi hermano!

—Creo esté ya salvado, exclamé con alegría. El tiro es de mano maestra y la bala ha traspasado sin duda el corazon de la fiera. Vamos á reunirnos con él.

A pocas remadas ya estábamos en la playa. Los perros al vernos ladraron con más fuerza volviendo la cabeza hácia el bosque, como para anunciarnos que aun habia algo más que temer por aquella parte. No desprecié la indicacion, y renunciando á mi primera idea, y arrojando de paso pábulo á la hoguera, más que de prisa volvíamos á nuestro retiro, tan á tiempo que al poner el pié en el barco apareció otro enemigo ménos fuerte que el primero, pero de igual aspecto formidable: era una leona, la hembra sin duda del soberbio animal que acababa de sucumbir.

Esta se dirigió al cadáver de su compañero, lamió la sangre que brotaba de su herida, y cuando llegó á convencerse de que ya no existia, rabiosa y sedienta de venganza comenzó á rugir echando espuma por la boca. El mismo cazador que habia rematado el macho hallábase igualmente á la vista de la hembra, y de un balazo la rompió el espinazo. Al sentirse herida se enfureció más la leona, revolcándose por la arena; pero los perros que aguardaban este momento arrojáronse los tres sobre ella al mismo tiempo, trabándose entónces el más horrible combate. La oscuridad, los rugidos de la leona y los espantosos aullidos de los perros encarnizados en la presa ofrecian una escena imposible de describir. Dos de los alanos se habian abalanzado á los costados de la fiera, y la valiente Bill la tenia cogida por el cuello. Con otro disparo por mi parte quizá hubiera terminado la lucha; mas no pudiendo ser la puntería segura á causa de la oscuridad, me exponia á herir ó matar algun perro. Sin embargo, no pude aguantar más: salté en tierra, y yendo derecho al animal que sujetaban los perros le hundí mi cuchillo de monte en el pecho traspasándole el corazon, y en seguida cayó inerte bañado en su sangre.

Cara nos costó esta segunda victoria: la pobre Bill, acribillada de mordeduras y desgarrada por mil partes espiró casi al mismo tiempo que la leona.

En este instante se presentó Federico, el cual animado de mi misma idea traia en la mano su ya inútil puñal desenvainado. Ambos fuímos á juntarnos con Ernesto y Santiago á quienes encontrámos llorando, y al vernos se arrojaron á nuestros brazos. El inminente riesgo que acabábamos de correr les habia causado una angustia mortal y apénas podian convencerse por nuestros reiterados abrazos de que estábamos ilesos.

Nuestro primer cuidado despues de los primeros arranques de alborozo fue atizar el fuego é ir con teas á reconocer el lugar del combate: desde luego observámos el inanimado cuerpo de la pobre Bill tendido sobre el cadáver de su adversario, víctima de su valor y ejemplar de fidelidad, pero apénas pudímos reprimir un involuntario terror al ver la pareja real, que aun sin vida y por lo tanto inofensiva conservaba un resto de grandeza y majestad.

—¡Qué bocaza! decia Ernesto alzando la cabeza del leon. ¡Si cabe en ella el cuerpo de un hombre!

—¡Pues y las garras! añadió Santiago, ¡con razon le llaman el rey de los animales!

—Verdad es, hijos mios, dije, y por lo tanto mayor debe ser nuestro reconocimiento á Dios que se ha dignado salvarnos otra vez, y porque ha dado al hombre suficiente fuerza y energía para triunfar de semejantes enemigos.

—¡Desgraciada Bill! exclamaba Federico, separando el cuerpo de la leona del de nuestra vieja é inseparable compañera. Esta pobre se ha sacrificado por nosotros, como nuestro buen asno cuando la boa, con la diferencia de que aquel salió á buscar el peligro miéntras que la perra ha ido derecha á él. Hé aquí una nueva ocasion para que maese Ernesto componga otro epitafio, que bien lo merece la que tan gloriosamente ha sucumbido por la defensa comun.

—¡Ah! respondió el doctor, no está ahora el horno para rosquillas. Cuando me reponga un poco de los sustos que acabo de pasar me ocuparé de eso; ahora á duras penas encontraria consonantes.

—Si no es en verso que sea en prosa, insistió Federico, para el caso es igual. Miéntras tributamos los últimos honores á la pobre perra, pon en prensa el magin y á ver si tienes compuesto el epitafio para cuando esté colocada la piedra del monumento.

Acto continuo se cavó un hoyo profundo donde sepultámos el cadáver de nuestra vieja compañera. Se cubrió de tierra, y la primera lápida que encontrámos sirvió de losa funeraria. Apénas estaba colocada cuando compareció Ernesto con un papel en la mano.

—De buena gana hubiera querido ser poeta, dijo; pero la musa no ha querido soplar. Bill se contentará con un epitafio en prosa.

En seguida en tono patético comenzó á recitar lo siguiente:

Aquí yace
Bill, perra admirable
por su valor y acrisolada fidelidad;
murió desgraciadamente
bajo las garras de una leona
que mató ella misma.

—¡Bravo! exclamó Federico; te pintas solo en eso de epitafios, sean en prosa ó en verso.

Santiago, para quien era lo mismo una cosa que otra, varió la conversacion manifestando que la velada se habia prolongado más de lo regular y que estaba en el órden natural de las cosas hacer algo por la vida, cuanto más que la cabeza de jabalí á la otaitiana nos estaba aguardando.

—Lo que es por mí, añadió, ya he dormido bastante; aun me zumba en los oídos la música infernal de los leones, y no encuentro ocupacion mejor para el resto de la noche que una buena cena que repare el estómago desfallecido con tantas emociones.

La propuesta de Santiago aceptóse por unanimidad, y miéntras yo curaba las heridas de Folb y Braum, mis hijos desenterraban el asado quitando la triple capa de ceniza, carbon y tierra que lo envolvia. Pero desgraciadamente, en vez del suculento plato con que pensaban regalarse, se encontraron, lo que no podia ménos de suceder por el descuido habido, con una informe masa de carne y huesos casi carbonizados. Estaban ya para dárselo á los perros, cuando les atajé diciendo que quizá podria sacarse de la parte interior algun provecho, á pesar de la desfavorable apariencia externa. En efecto, se fué separando de la cabeza el pellejo que era lo únicamente churruscado, y se halló un manjar delicioso saturado por las trufas con tan buen aroma y excelente sabor que no hubo más que pedir.

Despues de cenar dispuse que pasásemoss á descansar en la chalupa las tres ó cuatro horas que faltaban hasta el dia. La noche habia sido agitadísima y era indispensable algun reposo. Siendo ya de madrugada, el fresco nos hizo apreciar la utilidad de las pieles que habíamos traido para abrigarnos. Los climas cálidos son peligrosos por el frio relente, y así se explica por qué los animales de la zona tórrida son tan peludos.

Luego de salir el sol comenzámos á desollar los leones para apropiarnos sus magníficas pieles. La jeringa, utensilio que ya se tenia buen cuidado de traer en todas las expediciones, nos prestó un gran servicio abreviando sobremanera la operacion. La piel del leon sobretodo era alhaja digna de un monarca, con su pelo espeso y fino, á excepcion de la melena, que le caia desde la frente hasta la mitad de la espalda. Arrancadas las pieles, lo demas de los cadáveres se abandonó á las aves de rapiña que acudieron á bandadas.

La ocupacion en que nos entreteníamos dió pié para que se hablase del leon y se combatiesen algunos errores y preocupaciones que mis hijos conservaban acerca de esa fiera.

—De todos los seres de la creacion, dije, pocos hay tan conocidos como el leon, y sin embargo, sobre ninguno se han escrito y forjado más fábulas. La misma soberanía que se le atribuye ha inducido á suponerle cualidades especiales basadas en la generosidad y grandeza de ánimo. Por más que digan, no es clemente ni magnánimo, sino una fiera terrible que devora su presa lo mismo que el tigre y la pantera, de los cuales difiere en ser ménos sanguinario cuando se encuentra satisfecho, en lo que le igualan otros animales.

El error que tanto favorece al leon data de la antigüedad más remota. De tiempo inmemorial el leon ha sido emblema de valor y nobleza, y los naturalistas modernos tambien le han conferido el título de rey de los animales.

El leon, dice Buffon, tiene un aspecto imponente, mirada penetrante y fija, andar fiero y voz terrible. Su cuerpo no es abultadísimo como el del elefante y rinoceronte, ni pesado como el búfalo ó hipopótamo, ni demasiado recogido como el de la hiena y el oso, ni harto estirado y jiboso como el del camello; sino que por el contrario por sus buenas proporciones parece ser el modelo de la agilidad y la fuerza. Tan riguroso como robusto, sin sobreabundar de gordura y carnes, todo en él son nervios y músculos que le dan la gran fuerza que demuestra en sus prodigiosos saltos, en sus coletazos capaces de derribar un hombre, en la facilidad con que contrae la piel de su cara, y sobretodo de la frente, lo cual influye mucho en su fisonomía ó mejor en la expresion de su furor; y por último, en la facultad que posee de sacudir la melena, que no sólo se eriza, sino que se agita en todos sentidos cuando está furioso.

Si esa pintura es fiel, proseguí, y si segun ella el leon dista mucho de la decantada magnanimidad que quieren suponerle, no me sé explicar el empeño que ha habido en extraviar la opinion sobre este punto. Y si no dígalo la pareja que acaba de sucumbir.

—Vaya, papá, dijo Ernesto riendo, veo que V. se ha propuesto derribar del trono al rey leon. Yo reclamo en su favor, y con tanto más gusto, cuanto que VV. le han vencido; así será para VV. mayor gloria cuando un dia puedan decir: Hemos rendido á nuestros piés al rey de los animales, que no contar humildemente que han muerto una fiera.

Federico agradeció al doctor el interes que se tomaba por nuestra gloria, y la conversacion siguió rodando sobre las soberbias pieles que habíamos adquirido. Santiago, siempre romántico y novelesco, opinaba por hacer de la del leon un manto por el estilo del que supone la mitología que llevaba Hércules despues de su victoria en los bosques de Nemea [1]; pero no siendo ocasion entónces de discutir ese punto, quedó para otra aplazado el destino que se daria á tan preciosos despojos.

Los rayos del sol comenzaron á ejercer su influencia sobre las ostras de las perlas, que ya hacia dos dias estaban amontonadas en la playa para que se abriesen, y era tal el mal olor que despedia aquel foco de corrupcion, que nos obligó á marchar sin demora á Felsenheim, quedando en volver para recoger las perlas. Los preparativos no fueron largos y aquella misma mañana nos dímos á la vela con el cargamento.

Esta vez Santiago rehusó efectuar la travesía en el caïack de Federico, pretextando que el ejercicio del doble remo era demasiado fatigoso para él, y así se vino con nosotros á la piragua donde la vela y las ruedas mecánicas economizaban el trabajo, quedando Federico como único tripulante de su barco, que tomó la delantera como la vez anterior para guiarnos en aquel laberinto de escollos.

Luego que salímos de ellos y entrámos en el mar despejado, apreté á los remeros para que redoblasen sus brios y llegar á buena hora á Felsenheim. Mi buena esposa debia ya estar inquieta por nuestra ausencia de tres dias. Dirigiendo el rumbo á Levante, despues de atravesar felizmente el canal que desembocaba en la Bahía de las perlas, ántes de ponerse el sol desembarcábamos en la del Salvamento.

Allí nos aguardaban mi esposa y Franz, á quienes nuestra detencion ya habia parecido demasiado larga, con especialidad á la primera, á quien siempre sobresaltaban los viajes marinos; pero la zozobra se desvaneció cuando nos vió á todos reunidos y se la pusieron de manifiesto las riquezas que traíamos. Al ver las pieles de los leones el corazon la dió un vuelco acudiendo á su imaginacion la idea del inminente riesgo que habria mediado para conseguirlas.

La cena estaba preparada, y durante ella se contó lo acaecido. Las trufas, el nankin, y particularmente las pieles de ambas fieras fueron objeto de mil cuestiones y preguntas á las que satisfacímos por extenso hasta la hora del descanso que tanto habíamos menester.




  1. La muerte del leon de Nemea fue uno de los dice trabajos impuestos á Hércules y que le inmortalizaron, en cuyo recuerdo se le representa cubierto con la piel de dicha fiera, que parece que llevó siempre puesta como trofeo de su victoria. (Nota del Trad.)