El Robinson suizo/Capítulo LIV

El Robinson suizo (1864) de Johann David Wyss
traducción de M. Leal y Madrigal
Capítulo LIV


CAPÍTULO LIV.


Nuevos descubrimientos.—Afortunada expedicion de Federico.—Dientes de buey marino.—Bahía de las perlas.—Nutria de mar.—El albatros.—Regreso á Felsenheim.


Si los años habian naturalmente desarrollado en mis hijos sus fuerzas físicas y morales tambien engendraron en ellos sentimientos de libertad é independencia que no siempre estaban de acuerdo con mi solicitud paternal. A veces se pasaban dias enteros sin tener noticia de los dos mayores, pues hasta Ernesto salia de su indolencia habitual siempre que le incitaba su sed investigadora de saber. En estas ausencias y correrías penetraban en lo más espeso de los bosques, subian á las cumbres de las montañas, y cuando al caer la tarde se me presentaban remedios de cansancio y me disponia á arengarles reprendiendo la vida errante que nos privaba de su compañía, participábanme tantos descubrimientos y hacíanme tan útiles observaciones en la relacion de sus aventuras, que ya se me quitaba la gana de regañarles.

Cierto dia Federico nos tenia muy inquietos con su prolongada ausencia. Por las provisiones que llevó conocímos que se detendria más de lo regular, y como si una excursion por tierra no bastase á su genio aventurero, al amanecer fuése con el caïack mar adentro.

Acercábase ya la noche sin que descubriéramos el menor indicio de su regreso. Mi esposa estaba en ascuas, y no pudiendo aguantar más trasladámonos con la piragua al Islote del tiburon, sobre cuyo fuerte izámos la bandera de aviso, disparando el cañonazo de alarma. A poco divisámos en el lejano horizonte como un punto negro que se destacaba sobre el agua, en la que rielaban los áureos rayos del sol poniente, y luego con el anteojo reconocímos claramente á nuestro aventurero, que en su frágil esquife dirigíase á la bahía de Felsenheim. Andaba despacio, remando con cierta dificultad como si su barco groelandes viniese sobrecargado.

—¡Fuego! dijo Ernesto en tono de mando y á fuer de oficial guardacosta. Santiago aplicó la mecha al cañon, y á su estampido nos reembarcámos para aprovechar la corriente y adelantarnos á Federico, llegando ántes á la playa de la bahía.

Una vez todos en tierra ví lo que habia retardado la vuelta del navegante. La parte delantera del caïack, decorada con la cabeza de la morsa y sus largos dientes de marfil, estaba cargada de varios objetos, miéntras remolcaba una gran cabeza peluda que más parecia pellejo hinchado que animal, y un saco al parecer lleno de algo pesado, los cuales hacian que el esquife apénas sobresaliese de la superficie del agua por lo mucho que calaba.

—¡Bendito sea Dios! exclamé abrazando á Federico. Su madre y hermanos le recibieron con iguales demostraciones.

—Vamos, Federico, dije pasada la primera expansión, parece que la jornada no ha sido mala; pero aunque trajeses el mejor botin del mundo, nada fuera en comparacion del placer de verte sano y salvo entre nosotros. Démos gracias al Señor por todo, y ahora, á descargar el caïack para que luego descanses de tus fatigas.

Desde que el esquife tocó en la playa todo era algazara y batabola, pudiendo apénas el viajero tomar aliento, tal era el cúmulo de felicitaciones y preguntas que sobre él llovian.

Por fin se restableció un poco el órden y se desataron el saco que estaba lleno á lo que parecia de ostras grandes y el animal marino que le servia de contrapeso. Entre toda la familia arrastraron el caïack por la arena con el piloto dentro, llevándole en triunfo hasta casa con vocinglero júbilo. Mi esposa y yo seguíamos el convoy. Luego que dejaron á Federico en la gruta, sus hermanos volvieron con unas parihuelas á recoger el resto del cargamento, y una vez puesto á recaudo, sentámonos en la galería aguardando en silecio la relacion del intrépido navegante.

Comenzó suplicando á su madre y á mí le perdonásemos su escapatoria hecha sin el competente permiso, hija del deseo de visitar la parte oriental del país, que aun nos era absolutamente desconocida, é ir en busca de aventuras que variasen la monótona uniformidad de nuestras ocupaciones hasto sedentarias para su actividad de veinte y cinco años.

—Tiempo hacia que á la sordina habia preparado esta expedicion, añadió Federico sosegado con un abrazo de su madre y una indulgente mirada mia; habia provisto el caïack de víveres y municiones, juntamente con un odre de agua dulce y otro de agua miel; coloqué ademas sobre cubierta la brújula, una red, un arpon y un bichero á la derecha; una carabina, un áncora con su cable arrollado á la izquierda previniendo ademas un par de pistolas, el zurron repleto de municiones, y el águila. Así aguardaba impaciente la ocasion de embarcarme sin conocimiento de VV., pues temia una justa oposicion por su parte. Esta madrugada me levanté ántes que nadie, y dirigiéndome á orillas del mar lo encontré tan tranquilo y bonancible que no pude resistir á la tentacion de aprovechar tan propicia coyuntura. Tomé una hacha, lo único que me faltaba, y salté en el caïack aparejado y listo para zarpar. No bien me adelanté un poco, cuando la corriente del Arroyo del chacal me arrebató hasta el escollo en que encalló nuestro buque, donde reparé sumergida á escasa profundidad una porcion de barras de hierro, balas, granadas y algunos cañones que desde luego creí podríamos aprovechar algun dia buscando el medio de recogerlo todo. Continuando al Oeste encontré hácia la costa occidental y entre mil escollos fragmentos de rocas de todas formas y tamaños que parecian ser restos de algun derrumbado promontorio. Una multitud de aves marinas tenian allí sus nidos y revoloteaban en derredor de aquellos arrecifes aturdiéndome con sus desacordes graznidos. Es los puntos donde las rocas presentaban fuera del agua alguna planicie veíanse grandes animales marinos, ó tendidos al sol y durmiendo, ó yendo de un lado á otro y turbando el silencio con sinistros mugidos. Encontrábanse allí leones, osos, elefantes de mar, toda especie de focas y sobretodo morsas que apoyadas en los peñascos por los colmillos tenian en el agua la parte inferior del cuerpo. No parece sino que esta última especie habia fijado sus reales en aquellos parajes, pues costeando los bajíos encontré muchos sitios de orilla sembrados de sus osamentas y colmillos de marfil, los cuales pueden recogerse cuando se quieran, así como alguno que otro esqueleto de cetáceo para colocarse en el museo.

—¡Sí, sí! exclamó el auditorio interrumpiendo al narrador. Irémos á buscar los dientes de marfil y con ellos harémos mangos á los cuchillos y otra porcion de cosas.

Franz, que se iba volviendo demasiado reflexivo, si en esto cabe demasía, y á quien siempre se le ocurria algo que observar, preguntóme de que les servian á ciertos animales los retorcidos colmillos que les salian de la boca y con los cuales ni podian morder ni masticar.

—Los dientes, respondí, no tienen todos igual destino como imaginas. Unos sirven á los animales como arma ofensiva y defensiva, como al elefante, al rinoceronte, á la morsa y al narval [1], miéntras que otros, como los del jabalí y la foca, les sirven como de herramientas para desenterrar los tubérculos y raíces de que se mantienen, arrancar los mariscos pegados á las rocas, ó bien atraer y desgajar las ramas de los árboles con cuyas hojas se sustentan. El hipopótamo únicamente tiene tal variedad de dientes y tan fuertes que no ha podido aun averiguarse en qué los emplea, alimentándose tan sólo de vegetales. Ademas ménos porosos que los del elefante los colmillos del hipopótamo y la morsa, su marfil es más apreciado en el comercio á causa de su permanente blancura, empleándose con preferencia para las dentaduras artificiales.

Satisfecha la curiosidad de Franz, Federico prosiguió su relato.

—Debo confesar que cuando me ví rodeado de aquella caterva de mónstruos no las tuve todas conmigo, moderándose de tal modo mi belicoso ardor, que hice cuanto pude para pasar por los escollos, y conseguílo sin que ninguno de los cetáceos me estorbara el paso, tardando casi hora y media en salir de tan peligrosos parajes. A la media hora de travesía me encontré en una espaciosa bóveda de rocas que la caprichosa naturaleza habia construido con las formas más severas é imponentes. Parecíase á un grandioso arco al que la mano humana ó el trascurso de los siglos hubiesen despojado de sus sillares exteriores dejándole sólo el esqueleto de pedruzco informe y contornos irregulares que aun guardarse trabazon y nivel. El mar entraba por aquel ojo inmenso como por un canal, miéntras el escarpado peñasco que servia de base iba descendiendo por cada lado, avanzando por el mar cual un promontorio. Sin reparar en nada determiné internarme por la oscura bóveda, á cuya extremidad una débil luz me indicó la salida. Impenetrable á los rayos del sol, reinaba en aquel sitio un fresco delicioso, volando de una parte á otra infinitas aves marítimas que allí anidaban. Al penetrar en la gruta rodeóme una caterva de pájaros chillando como para impedirme el paso; pero toda su algazara no obstaba para atajar mi curiosidad: amarré el esquife á un cabo de peña que se destacaba del arco de la cueva, y díme á examinarla. Los nidos podian contarse por millares, y los pájaros me parecieron del tamaño de los reyezuelos. La pluma del pecho era como el ampo de la nieve; la de las alas de un ceniciento claro, y las del lomo y cola de un negro como el azabache. Los nidos que tapizaban por decirlo así la bóveda y paredes de la entrada me parecieron fabricados como los de otras aves, de plumas, hojarasca y yerba; pero lo raro era que cada uno estaba fijo sobre una repiza parecida á una cuchara sin mango pegada á la piedra y formada al parecer de cera pardusca y lisa. Arranqué algunos que estaban vacíos y observé que estaban hecho de una sustancia sólida como cola de pescado. Empaquetélos con restos de otros nidos y yerbas secas y los puse en el barco dentro de la cabeza de la morsa para que conservándose bien pudiera V. examinarlos mejor y ver si pueden servir para algo.

—Verdaderamente, dije, estos nidos de golondrina de mar son apreciables, y si alguna vez llegásemos á tratar con la India ó con la China, donde este artículo se vende á peso de oro, obtendríamos pingües ganancias, porque en aquellas tierras se comen por millares, reputándose como manjar exquisito [2].

Al oir esto mi esposa y los muchachos demostraron un poco de asco á la idea de comer nidos de pájaros; pero advertíles que lo que de ellos se comia no eran las plumas ni la yerbecilla, sino la capa exterior, la cual separada del resto del nido, bien limpia y aderezada con especias producia cierta gelatina trasparente y sabrosa. La palabra gelatina recordó á mi esposa la que de vez en cuando nos hacia con algas del mar, sustancia por cierto poco susceptible á primera vista de ser considerada como golosina, y esta comparacion la hizo más indulgente con los nidos de pájaros, destruyendo su prevencion y conviniendo conmigo en que efectivamente podia servir para algo el descubrimiento de Federico.

—No lo extrañes, Isabel, la dije, pues hasta de las aletas del tiburon, de que nadie haria caso, hay quien se ha propuesto sacar un plato delicadísimo y de los más buscados. ¿De qué no sacará partido la necesidad ó la glotonería de la especie humana? Con que quedamos, señora cocinera, en que nos aderezarás algunos nidos para que podamos juzgar con conocimiento de causa si merecen ó no la fama que gozan.

—De mil amores, respondió el ama de gobierno; aunque no entiendo pizca de esas sublimidades culinarias, haré cuanto esté de mi parte, y si á mano viene pondré algo de mi santiscario para salir adelante con esa decantada gelatina; pero ante todo, lávenme bien esas que parecen tortas de barro cocido, que á la verdad están poco decentes.

Franz que aun no habia renunciado definitivamente su cargo de pinche de cocina aseguró á su madre que correria de su cuenta esa limpieza, primera cosa en que se ocuparia al dia siguiente, y dirigiéndose á mí me preguntó:

—Diga V., papá: ¿de dónde sacan las golondrinas la materia gomosa para sus nidos?

—Me interrogas sobre una cosa sobre la que aun no están de acuerdo los naturalistas; pero los más, siguiendo la opinion general en el Tonkin y en la península de allende el Gánges, territorios que suministran al comercio cantidades enormes de estos nidos, creen que esta materia procede de la espuma del mar. Al secarse esta sustancia toma la apariencia de cera, ó mejor, de cola de pescado, si bien otros afirman que proviene de una especie de molusco que sirve de alimento á este pájaro, y que despues de comido arroja su parte gelatinosa destinándola así para la fabricacion del nido como para alimentar luego los polluelos, y esto para mí es lo más cierto, atendiendo á las cualidades nutritivas y sustancia animal que se encuentra en este manjar. Pero basta ya de nidos; dejemos á Federico continuar el relato de sus aventuras.

—Avancé resuelto, prosiguió este, por las mansas aguas que bañaban el oscuro túnel, y á su salida encontréme con una magnífica bahía, cuyas orillas bajas y fértiles limitaban una extensa vega poblada de sotillos y guarnecida á la izquierda por altos peñascos, de los que era una prolongacion el que acababa de atravesar, y á la derecha por un rio majestuoso de corriente tranquila, más allá del cual dilatábase una gran laguna hasta un espeso bosque de cedros.

Miéntras con mi esquife costeaba las sinuosidades de la orilla divisé en el fondo de las trasparentes ondas capas de conchas del género de las ostras, de las que se llaman bivalvas. Hé aquí, me dije, un marisco, que debe ser más sabroso que las raquíticas ostras de la Bahía del salvamento. Probaré algunas, y si son buenas las llevaré á Felsenheim. Desprendí varias con el bichero, las recogí con la red y las arrojé á la arena desde la canoa con ánimo de ir haciendo provision. Cuando desembarqué á la playa cargado con nuevas ostras hallé que las primeras se habian abierto por sí mismas y comenzado á corromperse con el ardor del sol. Abrí una de las frescas que traia, y en vez del marisco blanco y grasiento con que esperaba regalarme encontré una carne dura, áspera y desabrida. Al querer separar el animal de la concha, cuya superficie interior estaba cubierta de brillante nácar, la hoja del cuchillo encontró resistencia en varios granos duros y redondos pegados á la concha y mezclados con el cuerpo de la ostra. Los desprendí y noté que eran perlas de un grueso y redondez que me llenaron de asombro. Registré las demas ostras y en todas hallé una ó más de estas preciosas joyas, que fui guardando en una caja, la cual presento á todos para que examinen si son ó no verdaderas perlas.

—A ver, á ver, Federico, exclamaron los hermanos abalanzándose sobre la caja á riesgo de volcarla. ¡Qué hallazgo! ¡son perlas! ¡qué brillantes y redondas!

Tomé á mi vez la caja.

—No hay duda, dije, son perlas orientales, y de las más bellas. Federico, has descubierto un tesoro, pero tesoro que por ahora nos es todavía más inútil que los nidos. Sin embargo, como este hallazgo puede reportarnos grandes beneficios, harémos una visita á la bahía. Entre tanto continúa tu narracion.

—Despues de cobrar fuerzas con un frugal almuerzo, añadió Federico, seguí andando á lo largo de la costa, sesgada por varias caletas esmaltadas de flores y verdura, hasta llegar á la boca del rio, cuyas serenas aguas se confundían con las del mar. Allí encontré muchas aves acuátiles, que huyeron á mi aproximacion, posadas sobre una alfombra de plantas marinas que semejaba una pradera sobre la misma corriente. Recordando haber leido una cosa análoga sobre el rio de San Juan en la Florida, bauticé aquel con este nombre. Renovada allí mi provision de agua dulce, dirigíme al otro promontorio que termina la bahía, que denominé de las perlas. Esta podrá tener dos leguas de ancho; una cadena de rocas que corre de un extremo á otro la separa de la plena mar, cerrándola casi completamente, ménos por la única entrada que tiene, bastante ancha para franquear paso á buques de gran porte. Resguardado lo demas de la circunferencia por escollos y bancos de arena inaccesibles á toda embarcacion, forma la bahía un puerto natural que sería de primera clase el dia que se fundara una gran ciudad á sus orillas. Intenté salir de la bahía por donde habia entrado, pero el flujo comenzaba y hube de renunciar á mi proyecto, siendo preciso remontarme á lo largo de las rocas, donde encontré numerosos animales marinos de los que no veia más que las cabezas, y que me parecieron del tamaño de un becerro. Despues de observar algun tiempo sus juegos y diferentes evoluciones de un lado á otro, no quise exponerme á que se divirtiesen conmigo, y amarrando el caïack á una roca, salté en tierra, y con la carabina y el águila me preparé á apoderarme del primero que se acercase á la orilla, pues no queria regresar sin una de esas bestias que por su redondez semejaban maletas llenas, y cuya piel cubierta de pelo corto y espeso me pareció nos sería de alguna utilidad. Uno de los anfibios se aproximó más de lo que le convenia adonde estaba yo oculto, y le solté el águila, que elevándose majestuosamente abatióse luego sobre él clavándole las garras. Con el gancho del bichero pude atraerlo á la orilla, donde le rematé con el hacha. El resto de la tropa desapareció como por encanto.

En seguida juzgué absolutamente necesario destripar al animal, cuyo peso era excesivo para el caïack, y miéntras lo hacia me interrumpió una muchedumbre de aves marinas que me asaltaron con tal tenacidad é impaciencia, que me ví precisado á defenderme repartiendo palos á derecha é izquierda. Fatigado de esta lucha de nuevo género empuñé el hacha y á la ventura eché por tierra un gran pájaro de tamaño y fuerzas extraordinarios, que á lo que yo pienso era un albatros [3]. Sus mayores plumas me sirvieron para terminar mi tarea, y con un cable até la nútria marina, pues tal creo que es el nombre de este animal [4], á la proa del caïack junto al saco de ostras para traerlo todo á remolque. Ya era tiempo de pensar en la vuelta. El reflujo me facilitó la salida de la bahía por entre las rocas, y en breve me hallé en paraje conocido, viendo flotar desde léjos nuestro pabellon, y oyendo el cañonazo que anunciaba mi bienvenida.

Tal fue la relacion de Federico; y en cuanto cesó de hablar, la turba de los oyentes se precipitó entusiasmada á examinar los ricos tesoros con que acababa de enriquecerse la colonia, miéntras la buena madre hacia lo mismo respecto de lo que pudiera atañer á sus talentos culinarios.

—Aquí teneis, decia Ernesto á sus hermanos, haciéndoles reparar en las perlas, una riqueza imponderable que en otras circunstancias nos igualaria á los más grandes potentados. La Europa paga grandísimas sumas por las perlas finas que el Oriente envia. El gobierno inglés, en 1804, vendió á una empresa en más de doce millones de reales el derecho de pesquería por una sola vez en el banco de perlas en la costa de Ceilan.

La pesquería, para que esteis enterados, comienza en marzo y ocupa á muchísima gente y numerosos barcos. Los orientales la ejercen con cierto misterio, y jamas la emprenden sin haberse preparado con abluciones y otras prácticas religiosas que en su creencia garantizan el buen éxito de la pesca, y sin las cuales darian por perdido el tiempo. La salida es por la noche, porque juzgan como requisito esencial anclar á la altura del banco que se va á explotar ántes de romper el dia.

A eso de las siete de la mañana, es decir, ántes que el calor haya permitido á los buzos sumergirse, se da principio á la pesca que se efectua de esta manera:

El buzo se mete en un cesto suspendido por una cuerda á una polea fija en un poste del mismo barco, y ayudado por el peso de una piedra desciende al fondo aguantando la respiracion y tapándose las narices, apresurándose á recoger todas las conchas que puede en un saquillo que lleva á la cintura. Si el buzo es diestro poco tiempo le basta para reunir de ciento á ciento cincuenta ostras. Al cabo de un minuto, ó á lo más minuto y medio, el buzo avisa sacudiendo la cuerda para que le suban, lo cual se verifica con la ligereza posible, y aparece aquel á la superficie con el rico botin, para aguardar á que de nuevo le toque el turno y sumergirse otra vez.

Los naturales de Ceilan y de la costa de Coromandel son aficionadísimos á esta pesca, la que por trabajosa que sea, consideran siempre como un entretenimiento agradable, y lo que únicamente sienten es que el banco esté poco provisto.

Despues de la pesca se depositan las conchas en grandes cercados donde se guardan con la mayor vigilancia por espacio de diez ó doce dias, para que se corrompa el marisco y puedan extraerse las perlas; en seguida se echan las conchas en un estanque de agua del mar, en el que permanecen doce horas, tras las cuales se abren y lavan de nuevo para que otros operarios con pinzas arranquen las perlas una á una.

Terminada la erudita explicacion del doctor Ernesto, cada uno de sus hermanos hizo sus observaciones particulares sobre la belleza, magnitud y número de las perlas encontradas en las pechinas que Federico trajera. Para responder á las preguntas de Franz, que deseaba saber si todas las perlas eran iguales en Oriente, á los detalles dados sobre el particular por Ernesto, añadí que la belleza y mayor estimacion de las perlas están en razon directa de la pureza del fondo donde se encuentran las conchas, y así, son oscuras y opacas en las aguas cenagosas, blancas y trasparentes en las que tienen por álveo grava ó arena, y varian igualmente en el color segun los sitios donde se pescan. Las del golfo de California son de una amarillo anaranjado; las de las costas de Africa, son más pulimentadas y casi negras, encontrándose algunas algo verdosas que son las más estimadas por los árabes. En Escocia, Irlanda y en la Lorena se pescan grandes almejas que contienen perlas de tinte azulado y figura irregular [5].

—Y ¿cómo se forman las perlas? preguntó por último Franz.

—Por mucho tiempo, respondíle, se ha reputado su formacion como maravillosa. Los antiguos la atribuian á una especie de rocío que caia del cielo. Hoy dia los naturalistas han descubierto que la sustancia que entra en la formacion de las perlas es la misma que tapiza, por decirlo así, interiormente la concha de la ostra que la produce, la cual consistiendo al principio en un licor viscoso, este llega á concretarse y endurecerse en el cuerpo mismo del animal, cuando por alguna causa ó accidente se impide la secrecion. Igualmente se ha notado que en las ostras heridas ó dañadas se encuentran más perlas, sobretodo en las que han sido picadas por un gusanillo marino llamado phakas ó carcoma por otro nombre [6], que tiene el instinto y fuerza suficiente para ir royendo y taladrando la dura concha hasta que llega á chupar é ir consumiendo al pobre molusco. Este para defenderse tapa el agujero con una sustancia nacarada que se endurece tanto como la concha, adquiriendo idéntico brillo. Afírmase tambien que la ostra baña de igual manera y sobrepone unas á otras capas de este jugo nacarado á los granos de arena ú otro cualquier cuerpo extraño que á veces se introduce en la concha, y así dicen que los pescadores multiplican las perlas horadando las otras, ó metiendo granos de sílice cuando ya están entreabiertas.

Despues de las perlas les tocó el turno á los nidos de salanganas; pero la nútria marina fue la que más llamó la atencion de los jóvenes naturalistas.

—¡Qué animal tan feo! exclamaba Franz examinándole. Y aun le hacen más estrafalario estos mostachos puntiagudos. Y ¿tú crees que es una nútria? preguntó á Federico.

—Y tanto como lo es, respondió el profesor; es en efecto una nútria marina, uno de los más inocentes animales á quienes sirve la mar de elemento, y está dotado de buenas cualidades, particularmente de un amor maternal á toda prueba que llega hasta el punto de dejarse morir de hambre cuando se ve privado de sus hijos. Si la atacan huye, y si no puede huir maya como un gato, se tiende en el suelo tapándose la cabeza con las patas delanteras y se prepara así á la muerte; mas si puede escapar y meterse en el mar, saca la cabeza y hace mil gestos y monadas como para burlarse del enemigo. Por último, la nútria es buena caza, pues ademas de la piel que nos podrá ser útil, su carne es tierna y sabrosa, y hay quien dice que aventaja á la del carnero.

Concluida la investigacion de cuantos objetos habia traido Federico, y pasado el primer entusiasmo:

—¡Querida esposa, dije con una gravedad que no me era habitual, y vosotros, hijos mios! Este dia es uno de los que harán época en la historia de nuestra familia. Federico ya no es un niño. De algun tiempo á esta parte, y sobretodo desde su reciente expedicion se ha conducido con el valor y prudencia que pudiera exigirse de un mayor de edad. Por lo tanto, desde ahora le eximo de mi autoridad paternal, y declaro solemnemente que queda libre de toda subordinacion, considerándole no solo como á un hijo, sino como á un compañero y amigo, dispuesto á ayudarme con su actividad y consejos en el gobierno y administracion de nuestra pequeña colonia.

Siguióse á tan inesperada escena un momento de silencio general. El mismo Federico, á quien nada habia comunicado sobre este proyecto, quedó estupefacto y sin saber qué decir, hasta que su madre le tendió los brazos derramando lágrimas de verdadera alegría.

—Esta es ni más ni ménos, dijo al cabo de algun tiempo maese Ernesto, la ceremonia de la investidura viril. ¡Ya eres un hombre, Federico! y ¡á fe que lo mereces!

Tan grave y seria fue esa escena de familia, que no admitia broma de ningun género. Santiago y Franz dieron tambien la enhorabuena á su hermano, quien les respondió como al doctor, con un abrazo.

Al dia siguiente mis hijos, para quienes las perlas constituian un objeto muy importante y trascendental para olvidarlo, rogáronme que fuésemos á la Bahía para hacer una pesquería en grande de tan preciosas mercancías, cuanto más que el viaje era corto y nada arriesgado.

—¡Despacio, señoritos, despacio! respondí; ántes de montar á caballo es preciso ensillarle y ponerle los demas arreos. Si deseais buen éxito á la empresa, conviene proveerse de las herramientas y demas objetos necesarios para efectuarla. Que cada uno de vosotros invente algo útil para la expedicion, y no sólo lo aprobaré, sino que tambien echaré mi cuarto á espadas en la tarea.

Ocioso es decir la general aclamacion con que se recibiria mi propuesta. Todos se pusieron en movimiento. Por mi parte, para cumplir mi promesa y dar ejemplo, labrá dos grandes rastrillos y otros tantos garabatos de hierro. A los primeros les puse astiles sólidos y largos con sus anillas para poderlos fijar en la quilla de la chalupa, á fin de que arrastrándose por el fondo donde se encontraban las conchas de perlas pudiesen recogerlas desprendiéndolas. Los segundos estaban destinados para arrancar lo que los primeros no pudiesen. Ernesto fabricó, allá á su manera, una especie de podaderas con hojas cortantes para hacer caer los nidos de salanganas, de que queríamos proveernos por ser de fácil conservacion. Santiago hizo una escala ligera y sencilla, consistente en una caña recta y fuerte de bambú, cruzada á iguales distancias por delgados troncos de lo mismo, de unas diez y ocho pulgadas, que servian de escalones por los que se podia ascender con tanta más seguridad cuanto que á lo alto de la caña principal habia un gancho de hierro para suspender la escala donde se quisiese, y al pié un cuento agudo del mismo metal para afirmarla en las rocas si convenia. Franz que era ducho en hacer redes, arregló todas las que teníamos, aumentándolas con otras más fuertes para armarlas en las perchas y recoger las ostras que estuviesen desprendidas. Federico se ocupó únicamente en el caïack, recomponiéndole y remediando los insignificantes desperfectos que habia sufrido en los últimos viajes al rozarse en las peñas.

Tambien se pensó en las vituallas. Se cocieron dos jamones, á lo que se añadió una buena provision de tortas de cazabe, panes de trigo, arroz, nueces, almendras y otras frutas secas, un barril de agua dulce y otro de aguamiel, cargándose todo en el esquife con los utensilios que habian de emplearse en la expedicion.




  1. El narval es de la familia de los cetáceos sopladores, caracterizado por su falta de dientes. Los narvales son muy voraces y rapidísimos nadadores. Una especie de estos es conocida con el nombre de unicornio de mar. Tiene 20 ó 22 pies de largo y suele encontrarse en los mares del Norte. (Nota del Trad.)
  2. Estas célebres golondrinas apellídanse tambien salangas ó salanganas. Son iguales á las de Europa. Llámanse tambien esculentas, y segun algunos, sus nidos gelatinosos se componen de plantas criptógamas y huevos de pescado; se comen en China aderezados como las seta de nuestro país y son demulcentes y corroborantes. (Nota del Trad.)
  3. Por albatros se entiende un género de aves palmípedas que comprende las aves acuáticas mayores y más voraces.
  4. Las nútrias son del género de mamíferos carniceros ditígrados cuyas especies son esencialmente acuáticas y nadadoras. Las comune y más pequeñas se encuentran en los rios; más las grandes que forman otra especie habitan en el mar. La nútria es parecida y mama como el perro, y puede domesticarse. (Notas del Trad.)
  5. La concha que vulgarmente lleva el nombre de madreperla es la auricula margaritifera de los naturalistas. El compuesto de la perla es una sustancia calcárea ligada con una albúmina glutinosa. En Europa tambien se pescan perlas en el lago de Tay (Escocia), del cual se han sacado algunas de magnitud enorme; pero su principal extraccion es en Ceilan, en unos bancos de los cuales el más considerable tiene veinte millas de extension.
  6. La carcoma es un género de insectos coleópteros. Se compone de quince y hay una de ellas que se llama barrena, porque materialmente va barrenando la madera royéndola circularmente. (Notas del Traductor.)