El Robinson suizo/Capítulo LIII


CAPÍTULO LIII.


Rápida ojeada sobre la colonia y sus dependencias.—El corral.—Los árboles y el ganado.—Máquinas y almacenes.


Asómbrame á la verdad el gran número de páginas que capítulo tras capítulo he ido escribiendo y componen ya un abultado legajo, sólo para trazar la historia de una familia que vive en el desierto. Por mucho que me complazca en consignar el más minucioso detalle de cada una de sus aventuras, no puede ménos de ocurrírseme esta sencilla reflexion: tantos acontecimientos uniformes, tantos hechos casi idénticos, tantos episodios parecidos, acaeciendo cada dia con escasa variacion, ¿es posible que no fastidien al lector? Por lo tanto, para no apurar su paciencia justo será abreviar considerablemente el relato de nuestras aventuras.

Sin embargo, ántes de cumplir este propósito abrigo la esperanza de que al traves de las multiplicadas relaciones de caza y viajes, descubrimientos é invenciones, combates y victorias, cualquiera puede sin gran trabajo adivinar la fundamental idea de este libro, cuyo objeto es demostrar que la vida activa y piadosa de familia es por sí sola capaz de desarrollar los buenos gérmenes y facultades de un niño, habilitándole para en su dia representar en la sociedad humana el papel que le tenga destinado la Providencia. Ademas, quizá los sencillos cuadros de nuestra vida de destierro induzcan á considerar los beneficios sin cuento y los medios de que el Criador puede valerse para que el hombre soporte sin esfuerzo una existencia pacífica aunque en cierto modo aislada, infundiéndole la idea de que nada existe en la naturaleza de que con constancia y firme voluntad no puedan sacarse grandes frutos en provecho propio y ajeno.

Ahora bien, para no llegar al desenlace de esta historia con una transicion brusca que causaria mal efecto, así como el caminante se sienta á descansar un rato para cobrar aliento y proseguir con nuevos brios el viaje, así yo, dando tregua á mi relato y sin pasar adelante, en vez de mirar al fin tenderé una ojeada retrospectiva al principio y al medio, recopilando lo pasado como base y punto de partida de lo que resta por venir.

Diez años eran ya trascurridos desde que la voluntad divina nos arrojó sobre esta solitaria costa; diez años en que con escasa diferencia nos entregámos á las mismas ocupaciones: siempre campos que cultivar, cosechas que recoger, excursiones que practicar, tal era siempre el círculo uniforme con que trascurria nuestra existencia, y si alguna vez lo traspasámos fue para volver luego al mismo con más ardor y constancia.

Los que han tenido la paciencia de leer atentos hasta la página presente de este minucioso diario y tomándose cierto interes por la suerte de esta familia, estarán ya bien penetrados de los raros medios y vias de que se valió la Providencia para hacernos no sólo llevadera, sino en cierto modo grata y venturosa, la existencia concentrada en nosotros mismos, sin otro lazo social. En este décimo año de tan larga serie de pruebas, la divina misericordia descendió sobre nosotros para recompensarnos más de lo que merecíamos. ¡Quién sabe si para en adelante nos tiene el Señor reservadas otras más crueles, superiores á nuestras fuerzas! Suceda lo que quiera, sea próspero ó adverso, cúmplase su voluntad.

Por de pronto el Dispensador de todo dispuso que el teatro de nuestro primer desastre fuese uno de aquellos sitios más favorecidos con sus dones. Ni un dia dejámos de darla gracias por tan inefable bondad, y noté siempre con placer que las frecuentes dádivas que á cada paso nos prodigaba ni en un ápice amenguaba la gratitud de los niños al sumo Hacedor.

La trascurrida década debímos considerarla como época de conquistas y establecimientos. Nos habíamos hecho con dos cómodas habitaciones, asegurando nuestros dominios con una valla insuperable que nos preservaba de la invasion de alimañas; altas montañas por un lado y el mar por otro defendian la costa, proporcionándonos segura y tranquila morada; el terreno ademas nos era ya bien conocido, por haberlo recorrido infinitas veces en todas direcciones para convencernos de la no existencia ni ocasion de algun peligro. No restaba mas que perfeccionar y embellecer lo concluido; la piedra estaba labrada, faltándola sólo el pulimento.

Nuestras principales habitaciones á más de lindas eran cómodas y sobretodo salubres: Felsenheim, que contenia la mayor parte de los almacenes, nos ofrecia segura residencia en invierno, miéntras que Falkenhorst era la mansion de verano y el sitio de recreo para la buena estacion. Allí se habian construido establos y corrales para el ganado y la volatería, y otro corral especial para los animales domésticos. A corta distancia se hallaba la colonia de abejas, cuya laboriosidad nos suministraba abundante provision de miel y cera, superior á las necesidades de la familia. Numerosa grey de palomas europeas anidaba cerca de nosotros, y durante la estacion lluviosa un ancho cobertizo de paja preservaba de la humedad la estancia de esas mansas aves.

Los demas establecimientos, como Waldek, Prospecthill y el de la Ermita, sito junto al desfiladero, se consideraban como las pacíficas granjas que en nuestras montañas abren sus hospitalarias puertas al caminante extraviado. Mi buena esposa encontraba tan dulce esta comparacion que al visitarlos siempre se acordaba con placer de aquellas, sirviéndola esto de consuelo: ¡tierno sentimiento que comprenderá cualquiera que haya tenido la desgracia de verse arrancado de la tierra donde se meció su cuna! Al escuchar el canto de los gallos y el balido de las ovejas su imaginacion volaba hácia la Suiza y sus montañas queridas, y volviendo los ojos á las graníticas moles que terminaban el horizonte allende la gran vega:

—¿No ves allá, esposo mio, exclamaba, los Alpes con sus blancas crestas? Los árboles que balancean sus copas entre las pardas nubes son los pinabetes de la Selva Negra [1], y allá, mucho más allá: ¿no ves reflejar cual bruñida lámina de plata el lago de Constanza con su tersa y tranquila superficie [2]?

Nunca osé desvanecer tan gratas ilusiones: yo mismo participaba de ellas, ¡harto pronto las disipaba la triste realidad, sacándonos de nuestro enajenamiento!

El recuerdo de la patria es imperecedero; el amor al suelo natal donde se han gozado las primeras dichas nunca se extingue ni entibia, sobreviviendo á la edad, ardiendo vivísimo lo mismo en el tierno corazon del niño que en el casi yerto pecho del más decrépito anciano.

De todas nuestras riquezas las que más habian prosperado eran las abejas. Con el tiempo y la costumbre llevaba adquirida la destreza necesaria para sacar partido de tan ingeniosos insectos, que procreándose sin extraño estímulo no nos ofrecian mas trabajo que el de prepararles anualmente, despues de la estacion de las lluvias, nuevas colmenas donde establecerse. A la verdad este acrecimiento natural de abejas no tardó en atraer numerosos abejarucos, para los cuales son un manjar apetitoso. Pronto hubímos de poner coto á los estragos de los nuevos huéspedes, cuyo brillante plumaje nos sedujo al principio creyéndoles inofensivos, tendiendo lazos y varillas junto á las colmenas para desembarazarnos de tan peligrosos enemigos, muchos de los cuales, despues de disecados, enriquecieron nuestro gabinete de historia natural.

El estudio de esta última ciencia éranos cada vez más ameno y hasta necesario. Para realizarlo con más fruto contábamos con numerosas obra que nos servian de guias en los diferentes ramos de esta ciencia interesante, y la próvida naturaleza, que á cada paso nos presentaba á la vista sus maravillas, aumentaba el cúmulo de las observaciones excitando la curiosidad á comprender hasta sus más misteriosos arcanos. Las abejas sobretodo, su inteligencia, sagacidad, amor al trabajo, y el exámen de sus curiosas costubres solian fijar nuestra atencion, considerando el inmenso abismo donde la inteligencia humana se pierde al tratar de penetrar el misterio de ese instinto inteligente desarrollado en un sér tan pequeño y débil. Al contemplar ese espectáculo admirable con frecuencia exclamaba: no sólo eres grande, Señor y Criador de todas las cosas, porque suspendiste en la bóveda celeste esos globos luminosos cuya distancia de nosotros y magnitud nos confunden; porque poblaste los desiertos de esas fieras terribles, cuya poderosa fuerza y ferocidad indomable espantan; lo eres más aun, y tu grandeza se revela mejor en los pequeños séres. La abeja sola basta para probar tu existencia y la de una sabia é inteligente Providencia, cuya diestra ha repartido á todas las criaturas sus más preciosos tesoros. La abeja en su colmena, enseñada por tí á fabricarse su palacio y á confeccionarse su alimento, no es ménos admirable que el leon que haces rugir en las cavernosas montañas, y que la ballena, mónstruo descomunal cuyo movimiento agita los abismos del mar.

Tambien habíamos perfeccionado la galería que se extendia por la fachada de Felsenheim. Un cobertizo que descendia de las rocas se apoyaba en catorce columnas de bambú, que constituian un pórtico elegante y pintoresco. Gruesos pilares sostenian la galería, cuyas extremidades terminaban con un gabinete con enrejados y enredaderas. En medio se alzaba una fuente de agua viva que por una cañería caia en espumoso chorro sobre la gran concha de tortuga que servia de taza y receptáculo, para derramarla en un pilon del cual por otros conductos iba á perderse entre los surcos de la huerta. Plantas odoríferas y de hermosa flor se entrelazaban airosas formando espirales al rededor de las columnas; la vainilla y la pimienta eran casi las únicas á quienes se dió la preferencia, sintiendo que el excesivo ardor del clima no nos permitiese hacer lo mismo con la parra. No obstante, la galería de Felsenheim llegó á ser un sitio ameno, un lugar de reposo donde á todos nos gustaba reunirnos para disfrutar la frescura del ambiente. Los dos gabinetes que la terminaban y que servian como de resguardo á las fuentes, tenian los techos puntiagudos, y con las salientes de sus ángulos parecian pabellones chinescos, á los que se ascendia por tres gradas asi como al resto de la galería, cuyo pavimento era todo de losas hechas de una clase de piedra que habíamos encontrado, blanda el extraerla de la tierra y fácil de trabajar, pero endurecida luego al contacto de la atmósfera.

En este plácido sitio estábamos con frecuencia, ya almorzando, ya reunidos en conversacion amena despues de nuestro trabajo, discurriendo sobre las tareas del dia siguiente ó sobre cualquier objeto de instruccion ó recreativo.

Las dependencias de esta mansion estaban á la altura que permitian los exiguos medios de que podíamos disponer. Las plantaciones habian prendido, y un sin número de arbustos y árboles dispersos sin órden y en agradable confusion entre la gruta y la bahía presentaban todo el aspecto de un verdadero jardin ingles, formando romántico contraste con la pelada y agreste roca que dominaba la escena. La Isla del tiburon, que desde la playa se divisaba, ya no era como al principio un banco de arena estéril. Sembrada de palmeras, pinos y otros árboles corpulentos en el centro, y circuido de bosquecillos de mangles y cañaverales, encontrábase protegida de los embates del mar por tan impenetrable muro y por las numerosas raíces que afirmaban el terreno. En lo más alto de este escollo estaba una linda garita, sobre la cual á merced de los vientos flotaba una bandera que animaba la monótona uniformidad de la perspectiva.

En las orillas del lago, primer término del pasaje marítimo, pululaban aves acuátiles de toda clase, descollando los negros cisnes cuyo fúnebre plumaje contrastaba con el nevado de los patos y gansos que les hacian la córte, divirtiéndoles con sus juegos y bulliciosa algazara. De vez en cuando salian de las junqueras á presenciar el espectáculo el gallo sultan con su brillante manto de púrpura, el flamenco con su plumaje rosado, ó la garza real y demas huéspedes de los charcos. Más adentro, en el espacio contenido entre las plantaciones y los zarzales de la playa, á la sombra de altos árboles y sobre el césped pasaban con cómica gravedad los avestruces, á ménos que el capricho ó terquedad de algun otro animal les hiciese tomar el trote para librarse de sus importunidades. Las grullas, los pavos y avutardas solian hacernos compañía al rededor de la casa, miéntras que el ave del paraíso se encontraba bien con las gallinas. Las del Canadá, así como los gallos silvestres, formando banda á parte, anidaban con preferencia en los matorrales de la otra parte del puente, y las palomas de las Molucas, aunque su principal residencia estaba en Falkenhorst, venian á posarse en el techo de la galería adornando su borde y alineándose á modo de animada cornisa de pluma. Por último, todo era en torno nuestro tan risueño y tanto nos entretenía en plácido sosiego, que contemplábamos nuestra morada cual un paraíso terrestre.

¿Quién habia ya de conocer el árido paraje que encontrámos, viéndolo ahora merced á tan reiterados afanes convertido en delicioso y amenísimo retiro? A la derecha lo limitaba el Arroyo del chacal, cuyas orillas escarpadas resguardaban las palmeras, los aloes, los karatas, las higueras chumbas y otros arbustos de igual género que constituian una impenetrable muralla; á la izquierda peñascos inaccesibles, en cuyas entrañas se halló la gruta de cristal de roca, aun no utilizada, pero que interinamente servia para tomar el fresco en los bochornosos dias del estío. Al frente estaba la mar con la costa que se extendia á la izquierda, de la cual nos aislaba el pantano ó Laguna de los gansos, en términos de ser excusada cualquiera fortificacion por esa parte. El continuo y desagradable concierto de las ranas, que gracias á Santiago llegaron á poblar los pantanos, nos molestaban un poco, si bien llegámos á soportar con paciencia sus graznidos desde que á mi esposa la ocurrió la idea de servirnos de tiempo en tiempo platos variados y sazonados con aquellos músicos acuátiles.

La trasera de nuestra morada se encontraba igualmente protegida por un peñascal tan inaccesible que por sí solo era la mejor defensa, sin que en esta direccion pudiéramos temer sorpresa alguna. La única y practicada salida de este reducido eden era el Puente de familia sobre el Arroyo del chacal, el cual se alzaba y bajaba á nuestra voluntad, y fortificado en regla con dos sencillos baluartes, dos obuses de á seis y otras dos piezas del mismo calibre, situados tras un parapeto de piedras, quedaba estratégicamente resguardada la entrada de la bahía. Otros dos morteros y algunas otras piezas de artillería de nuestra marina de guerra quedaban todavía como auxiliares, donde la necesidad los llamase, montados en la pinaza con su dotacion de municiones.

El espacio comprendido entre la gruta y el arroyo le ocupaban por entero los jardines y demas plantíos protegidos en el único punto exterior por una empalizada de bambúes entrelazada con zarzas, que colocada en línea recta desde el arroyo hasta nuestra habitacion formaba otra valla de seguridad, por si no no fuese bastante la aspereza y escabrosidad del peñascal. En el interior de este triángulo, como lo más precioso y escogido, se contenía: un sembrado de trigo, un plantío de algodon, otro de caña dulce, algunos piés de cochinilla y cierto número de hortalizas, todo en cantidad pequeña, con el único designio de tener más á la mano estos recursos. Por último, la huerta de mi esposa y un verjel de los mejores frutales de Europa acababan de llenar el espacio. Subterráneos conductos de bambú que tomaban el agua del arroyo regaban las plantaciones y la distribuian convenientemente.

Los árboles de Europa por dicha no sufrieron la misma suerte que la vid; por el contrario, más arraigados, medraron con tal rapidez y pujanza, que nos parecia increible; pero el sabor de sus frutos no era el mismo, y ya fuese el aire, ya la calidad del terreno, ó lo poco favorable del clima, perdieron gran parte de su dulzura y aroma. Las manzanas y las peras tenian cierta acritud y aspereza, y las ciruelas y albaricoques un hueso duro y macizo rodeado de carne ni jugo ni sabor. En desquite los productos indígenas nos recompensaban con creces. Las ananas ó piñas, los higos, las guayabas, el naranjo y limonero, único frutal de Europa que habíamos logrado aclimatar, hacian del rincon de la isla que rodeaba nuestra morada un verdadero eden donde se acumulaba la vegetacion más rica, sobretodo en el ángulo de union ó vértice donde las dos cordilleras se unian.

Pero como en el mundo no hay bien que pueda llamarse completo y del cual no se origine algun mal, esa fertilidad siempre creciente y la abundancia de frutos produjeron un inconveniente, y fue la inmensa concurrencia de pájaros de toda especie, que deseosos de explotar esa mina alimenticia que tanto les agradaba, se constituyeron en moradores perennes y usufructuarios de nuestros productos. La liga, los lazos y otra porcion de trampas nos fueron indispensables para ahuyentar en parte á los alados merodeadores, y á veces observámos entre las víctimas que las multiplicadas acechanzas causaban, aves desconocidas, extrañas á aquellos parajes, y que arribaban justamente cuando cierto fruto maduraba; así por ejemplo, la gran ardilla trepadora del Canadá, notable por su espesa y poblada cola, cubierta de pelo bermejo, comparecía únicamente cuando la nuez, la avellana y la castaña tocaban á su madurez. Los guacamayos y papagayos, con sus brillantes colores, escogian con preferencia los almendros, y numerosas familias de grajos azulados, pico-verdes, mirlos de varias clases, oropéndolas, gorriones, tordos, y otras bandadas salteadoras más vulgares se arrojaban á porfía sobre las cerezas, higos y ciruelas aun ántes que llegasen á su completa sazon. A más de los pájaros diurnos, que sólo á luz del dia rodaban, habia otros que durante las tinieblas de la noche, miéntras los otros dormian, les reemplazaban en el saqueo para que así fuese continuo, costándonos gran trabajo desalojar de los árboles nidadas enteras de murciélagos de gran magnitud y horrible fealdad que en ellos fijaran sus reales.

Cuando la arboleda estaba aun tierna y escaseaban los frutos, así más preciosos para nosotros, no hubo medio de que nos valiésemos para exterminar á los rateros, que burlándose de mis afanes me obligaron á apelar á lo que yo hubiera querido economizar, que era la pólvora, cuya explosion les intimidó algun tanto; mas cuando los verjeles de frutales llegaron á su plenitud, fue tal la abundancia de comensales, que no hubo otro remedio que dejarlos compartir con nosotros las riquezas que la pródiga naturaleza hacia brotar para todos sin distincion alguna.

La época de los frutos no era la única que atria los escuadrones alados á nuestro valle; la de las flores era igualmente fecunda en invasiones, festejando su advenimiento los pájaros moscas, ó colibríes por otro nombre; pero al ménos causaba no poca diversion el ver esos diminutos y lindos pajarillos saltar de flor en flor con increible rapidez, brillando al sol como piedras preciosas. Curioso era observar sus movimientos, sus contiendas, entre ellos mismos ó con animales de mayor tamaño, acometiéndoles con viveza y consiguiendo á veces arrojarles del florido distrito de que se habian posesionado; ó bien vencidos é irritados, vengarse de la inocente planta, objeto de la querella, cuando un insecto ú otro bicho codicioso de su miel se les anteponia ó cuando la influencia solar habia evaporado el néctar que saborear ansiaban. Furiosos entónces tronchaban los estambres y despedazaban los pétalos de la flor que frustraba su esperanza. Grandemente nos divertíamos con tal espectáculo, y así procurábamos atraer las tiernas avecillas, colocando panales de miel en los árboles y sembrando las flores que mas codiciaban cerca de nuestra morada. Semejantes medios surtieron luego el mejor efecto, pues numerosas parejas de colibríes aceptaron nuestra invitacion, suspendiendo sus redondos y blandos nidos en las olorosas guirnaldas de vainilla enroscadas por los pilares de la galería cerca de los naranjos y arbustos de pimienta y canela, cuyo aroma para ellos tan grato nos aseguró la permanencia de tan encantadores huéspedes [3].

Nuestros plantíos, en especialidad la nuez moscada, cuya primera semilla se debió á las palomas de las Molucas, prosperaban á más y mejor, recompensando con usura el esmero en ellos empleado. Varios piés de aquel árbol mezclados con bosquecillos de piñas americanas embellecian la entrada de nuestro palacio, y á la hora del descanso, sentados bajo el pórtico, su balsámico y penetrable olor nos deleitaba. Verdad es que la morada atrajo nuevos huéspedes, particularmente otras dos especies de aves llamadas tambien del paraíso, dignas por cierto de este nombre por su aterciopelada pluma color de oro, si bien á su peregrina belleza agregaban una voracidad sin límites y un agudo chirrío. Al fin fue preciso ahuyentarlas, y despues de coger con liga algunas de las más hermosas para enriquecer el museo, las restantes nos dejaron intimidadas al aspecto amenazador de algunos pájaros rapaces disecados que colocámos en las enramadas.

Entre los diversos plantíos, los olivos, de que teníamos dos especies, fueron los que ménos sufrieron de parte de los merodeadores. Al llegar á su madurez recogíamos las más gruesas y carnosas aceitunas, y despues de pasarlas por la lejía como se acostumbraba en Provenza, las aderezábamos con sal y especias, y las restantes que se dejaban sazonar hasta que se volvian negras, iban al molino para la provision de aceite.

Nuestros recursos industriales se iban cada vez más perfeccionando. Como al cabo del año se recogia gran cantidad de nueces, almendras y piñones, el mortero y pilon de la cocina fue sustituido con ventaja por una sencilla prensa que nos proporcionaba cuanto aceite deseábamos sin fatigarnos demasiado.

La elaboracion y refino del azúcar que por tanto tiempo nos atarearan la imaginacion, fue siempre objeto de atencion especial; ya estábamos en vias de progreso y continuámos avanzando hasta rayar en la perfeccion, y si bien no llegámos á cristalizar el azúcar como en los ingenios de América, obtuvímos sin embargo los más satisfactorios resultados. Entre los restos del naufragado bajel se habian recogido varios utensilios destinados á un refino, algunos indispensables y preciosos, como cilindros de metal para moler la caña, tres grandes calderas para cocer el jugo, palas para removerlo, espumaderas para purificarlo, y con estos elementos accesorios se estableció la prensa sobre un husillo perpendicular que, girando sobre sí mismo y en combinacion con los cilindros, por medio de una palanca que horizontalmente atravesaba el mismo husillo, lo movia en rotacion una de nuestras bestias, y así, con algunas horas diarias de tan sencillo manejo obteníamos el azúcar necesario para el año. Inventámos ademas otra máquina del mismo género destinada á tres usos diferentes, cuales eran: machacar el cáñamo en vez de golpearlo como habíamos hecho hasta entónces; moler la aceituna y sacar el aceite fácilmente; y por último, reducir á pasta el cacao y otras sustancias de igual género. El fondo de esotra prensa constituíalo una gran piedra horadada con un gollete por donde el jugo ó los aceites encontraban salida; esta piedra tenia un borde de nueve pulgadas, con un hornillo debajo para cuando se prensaba algun fruto oleaginoso, como nuez, almendra ú otro semejante.

Al principio estas dos prensas se fijaron al raso, entre el puente levadizo y la parte del arroyo que llamábamos Punta de los arenques; pero más adelante se pusieron bajo un cobertizo, donde se podia trabajar cómodamente aun en tiempo lluvioso.

El Islote de la ballena en que se observaban tantos ó más embellecimientos y plantíos que en el del tiburon, estaban destinados expresamente para los trabajos más groseros. Allí se adobaban las pieles ó se verificaban otras operaciones de suyo hediondas, como la salazon de pescados, liquidacion de grasas y fabricacion de velas, para cuyas faenas se arregló un taller bajo el saliente de una roca.

El esmero empleado en estos establecimientos próximos á nuestra habitacion no nos hacia olvidar la conservacion y progresiva mejora de los más lejanos, y á los que llamábamos nuestras colonias. En Waldek se aumentó considerablemente la plantacion de algodoneros, y el pantano se vino á convertir en un magnífico arrozarl que recompensó con extraordinarias cosechas el trabajo empleado en su desecacion. La canela floreció en aquellos alrededores, rindiendo abundante producto que sobrepujó nuestra esperanza.

A Prospecthill le llegó tambien su turno. Aquí se estableció un plantío de algodon en toda regla, y anualmente se hacia una excursion á esa granja, sobretodo en la época de la florescencia del alcaparro, cuyo fruto echábamos en vinagre aromatizado. Al cesar la estacion de las lluvias y cuando el árbol del té brotaba las primeras hojas, íbamos tambien á recolectarlas, y luego en casa mi esposa y Franz se entretenian en secarlas, arrollarlas y encerrarlas en vasijas de porcelana con el mismo esmero que los chinos preparan esta preciosa mercancía. Antes del invierno se efectuaba la corta de la caña dulce y se recogia el mijo y alpiste, tan necesarios para el alimento de los volátiles. Para estas expediciones nos valíamos de la piragua, y al regreso visitábamos de paso los islotes de la ballena y del tiburon.

Estando en Prospecthill solíamos ir cada año una ó dos veces á la torre vieja del desfiladero, que cerraba la entrada de la gran vega, á fin de mirar desde allí si algun elefante ú otro animal dañino habia invadido nuestro territorio, y para ese caso estaban dispuestos en las cercanías lazos y trampas con cebos para castigar su osadía. Miéntras explorábamos el terreno Federico subia con el caïack el rio, recogiendo al paso cacao, plátanos y ginsen, en tanto que por nuestra parte cargábamos el carro con los productos de las cosechas, caza y tierra de porcelana para completar la vajilla y reponer lo roto ó deteriorado de la misma.

En los bosques cercanos al desfiladero encontró un dia Federico señales ciertas de la existencia de unas aves que por su especie de cacareo adivinó ser del género de los pavos ó gallos de Indias, por lo cual resolvímos efectuar con ellos una gran cacería por el estilo de las de los colonos del Cabo. En consecuencia construímos con bambúes entrelazados con cañas y bejucos un grandísimo jaulon de diez piés de largo por seis de alto, con una puerta enrejada. Para atraer los pájaros al interior del jaulon se dispuso una especie de mina con entrada al extremo y salida del centro. Tanto en la entrada como en el conducto subterráneo se esparció un reguero de mijo y otras semillas, y en seguida nos ocultámos en un sitio cercano. Los pavos y demas volátiles se precipitaron en seguida sobre el cebo, siguiendo el curso del subterráneo hasta desembocar en el jaulon, donde quedaban presos sin encontrar la salida, porque esta, cuando los habia en suficiente número, cerrábase con una trampa exterior, y revoloteando sin saber lo que les pasaba, buscando libertad se daban contra las paredes, hasta que entrando nosotros por la puerta, con la mayor facilidad nos apoderábamos de todos.

Así fue cómo en varias correrías al desfiladero de la gran vega y á los cañaverales de azúcar nos hicímos con una especie gallinácea de lo más gallardo que puede figurarse, la cual sirvió para mejorar las razas que trajéramos de Europa. Estas aves tenian un espléndido plumaje matizado con los más vivos colores. El macho se daba un aire al pavo real; pero su altura era mayor, tanto que tomaba fácilmente del borde de la mesa donde comíamos las migajas de pan que se le daban. Si la memoria no me engaña estos preciosos animales eran originarios de Malaca ó de Java.

Entre los animales domésticos tambien habian sobrevenido importantes cambios. La prole de Turco y Bill se acrecentaba cada año, de suerte que debíamos echar al agua, en el momento de nacer, un buen número de cachorros que no obstante lo mucho que prometian era preciso extinguirlos para librarnos de inutiles bocas que al cabo nos hubieran empobrecido. Sin embargo, á las porfiadas instancias de Santiago accedí no de muy buen grado á que la familia canina se aumentase con un individuo más que por ciertas señales conocí llegaria á ser un buen perro de caza. Se le dió el nombre de Coco por la razon lingüística que alegó el niño de que, siendo la vocal o la más sonora, retumbaria en los bosques. El búfalo y la vaca anualmente nos daban un vástago; pero de todos los becerros sólo se criaron un macho y una hembra que se dejaron manejar como su padre. A la nueva vaca se la llamó Rubia en razon de su color, y al novillo Trueno por su formidable bramido. Nos encontrámos igualmente con dos buches, macho y hembra, á los que denominámos al uno Flecha y al otro Rebato, á causa de la ligereza de su raza.

Los cerdos eran ya más sociables. La primera marrana que trajímos á la isla habia muerto tiempo hacia, legando á su posteridad una inclinacion marcada á la vida independiente y montaraz que nuestros esfuerzos jamas consiguieron refrenar. El resto del ganado menor se habia multiplicado á proporcion, de suerte que de vez en cuando podíamos comer carne suculenta sin temor de que desapareciese la raza, y de tiempo en tiempo abandonábamos algunos individuos dejándolos en los bosques donde recobraban su primitiva índole cerril y multiplicándose en ese sentido daban pábulo á nuestras cacerías.

Tanto abundaban los conejos de Angora en la Isla del tiburon, que nos vímos obligados á diezmarlos varias veces para que no les faltase alimento, encomendando esta tarea á los perros adiestrados, quienes se aprovechaban de su carne que nosotros desechábamos á causa del tufo de almizcle que despedia. Sólo utilizábamos el pelo para ir entreteniendo la sombrerería y tapicería, pues con sus pieles alfombrámos algunas estancias de nuestra habitacion para mayor comodidad en invierno. En cuanto á los antílopes, á quienes prodigábamos los más tiernos cuidados, no pudímos domesticarlos hasta que trasladámos una pareja al aprisco de Felsenheim. Su multiplicacion fue lenta, pues el desapacible clima de la Isla del tiburon donde estaban relegados hacia que muriesen muchos anualmente.

Tal era poco más ó ménos el estado de la colonia á los diez años de nuestra llegada á la isla. Los recursos se habian acrecentado, las fuerzas y la industria habian hecho progresos; por do quier reinaba la abundancia, estando ya previstos casi todos los peligros que pudieran sobrevenirnos, pues conocíamos la parte de la isla que habitábamos como cualquiera propietario su hacienda. En una palabra, ofrecíamos el cuadro de la felicidad más completa. Era la nuestra como la familia del primer hombre, viviendo en medio de las delicias del eden, si pudiera llenarse el gran vacío que en nuestro interior sentíamos: la sociedad perdida. En medio de todas las riquezas y la abundancia en cierto concepto éramos los más pobres: nos faltaban los hombres, nuestros hermanos, para cuya compañía nacímos.

En estos diez años ni por mar ni por tierra percibímos el menor rastro de criatura humana. Nuestra vista se dirigia con frecuencia al Océano sin descubrir mas que el agitado movimiento de las olas. Esta esperanza continuamente frustrada, cuya realizacion se hacia cada vez más improbable y vaga, causábanos un secreto pesar que nadie manifestaba; pero la necesidad y el incesante deseo de encontrar otros seres de nuestro linaje era tan fuerte en nosotros, que no podíamos resistirlo, y confiando en que algun dia tornaríamos á la sociedad humana, instintivamente obrábamos como si hubiese de llegar el caso, allegando las mercancías preciosas que la isla producia y que pudieran llegar á ser objeto de especulacion mercantil. En los almacenes acopiábamos cacao, especias, algodon, plumas de avestruz, nuez moscada, té, cochinilla y otros artículos que esperábamos vender algun dia á comerciantes europeos. Esta idea era ya una necesidad en nosotros, y yo el primero que la fomentaba como principal móvil de nuestra actividad, que limitada ya y sin objeto para el presente, no podia estimularse sino en consideracion al porvenir, el cual nos alentaba, nos daba valor, evitándonos el fastidio, que abre las puertas á la desesperacion.

Esta prevision, si se quiere exagerada, nos iba habituando á la idea de una futura libertad y alzamiento del destierro á que nos veíamos condenados, soñando con las ventajas que desde luego nos reportaria, pues todo lo reunido ascendia á un valor considerable, más que suficiente para adquirir grandes bienes en Europa.

En medio de tanto como se aglomeraba mi única pesadilla era el ver disminuírse de dia en dia las municiones de guerra, á pesar de la juiciosa economía con que se consumian.

Tocante á nuestras personas, gracias al Señor nada hubo que lamentar. Lo pasámos muy bien de salud durante la década trascurrida, salvo algunas ligeras calenturas y leves indisposiciones que cedieron á sencillos remedios.

Mis hijos ya no eran niños: Federico era un hombre fuerte y robusto, si no todo un buen mozo, con los miembros bien desarrollados por el continuo ejercicio. Tenia ya veinte y cinco años.

Veinte y tres contaba Ernesto, y aunque bien conformado, no poseia las fuerzas de su hermano; pero su genio meditabundo y espíritu observador estaba en sazon. El entendimiento coronaba sus buenas disposiciones, y hasta cierto punto llegó á vencer la pereza que por tanto tiempo le dominara; en resolucion, era un mancebo instruido, de juicio recto y sólido que honraba á la familia.

Santiago habia cambiado poco, tan atolondrado y ligero de cascos á los veinte años como á los diez; pero era de buena índole y excedia á todos en agilidad.

Franz tenia diez y ocho años; era alto, robusto, y su carácter, sin ningun rasgo particular que le distinguiese, era, digámoslo así el intermedio entre sus hermanos, participando hasta cierto grado de sus cualidades físicas y morales; sensible y reflexivo como Federico y Ernesto, la viveza de Santiago en él se convirtió en prudencia, porque en su condicion de más pequeño habia sido objeto de las maliciosas jugarretas de los mayores: esto le habia hecho precavido. En general los cuatro eran apreciables por su bondad y valentía, que no rayaba en temeridad. Su conducta ajustábase á los sentimientos religiosos que yo procurara inspirarles, los cuales se manifestaban á veces de la manera más tierna y espontánea.

Mi buena y querida esposa habia envejecido poco, y se conservaba ágil y robusta sin perder un ápice de su ordinaria actividad.

En cuanto á mí, tenia la cabeza cana, ó poder decir mejor, apénas me quedaban cabellos. El calor del clima y el excesivo trabajo, especialmente en los primeros años de nuestra residencia en la isla, los habia hecho caer ántes de tiempo; sin embargo, encontrábame fuerte y vigoroso, si bien no era ya el hombre emprendedor que diez años ántes habia dado principio al establecimiento de la pequeña colonia que se encontraba en plena prosperidad.

Estos cambios eran para mí un manantial de tristes y amargas ideas. Preveia para mis hijos un porvenir sombrío, y muchas veces, dirigiendo los ojos al Océano, los elevaba luego al Señor diciéndole: ¡Dios mio! ¡ya que por tu misericordia infinita nos libraste del naufragio arrancándonos de una muerte inevitable; ya que nos has colmado de toda clase de bienes, completa tu obra, no dejes perecer en la soledad á los que tu diestra ha salvado!.




  1. La Selva Negra es una cordillera de montes poblados de selvas que tiene cuarenta y ocho leguas de largo, y no sólo se extiende por Suiza sino por el ducado de Baden y parte occidental del reino de Wurtemberg. Estos dilatadísimos bosques han sido orígen de mil leyendas y tradiciones populares así como teatro de muchos crímenes.
  2. Este célebre lago, llamado Rodensee, en otro tiempo mar de Suavia, ó Brigantinus por los romanos, se extiende por Baden, Wurtemberg y Baviera. Tiene ocho leguas de largo y se divide en dos brazos ó ramales. Tambien, como la Selva Negra, ha dado origen á cuentos y leyendas. (Notas del Trad.)
  3. Los colibríes cuentan en su género gran número de especies que se han dividido en dos secciones, colibríes propiamente tales, y pájaros moscas, cuya diferencia consiste en que los primeros tienen pico corvo, y los segundos recto; pero unos y otros son casi las aves más menudas. (Nota del Trad.)