El Lazarillo de Manzanares: 17
Capítulo X
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-Érase pues que se era, que en hora buena sea, etc., érase un padre, y este padre tenía un hijo, y este hijo era médico, y este médico era un asno...
-¡Ten, Lázaro, que lo quise decir y en ninguna parte cae tan bien como ahí!
-... a quien el padre diversas veces había dicho cuán poco era para el oficio, no por entender que su hijo no supiese, sino porque no era audaz, entremetido ni hablaba en latín cuando con los enfermos había mujeres, ni las daba en las barbas con Galeno y Avicena. Aconsejábale como el que deseaba ver próspero a su hijo, diciéndole: «Cuando entrares a visitar algún enfermo baja los ojos al suelo y mira lo que hay en él, si hallares huesos de cerezas, di en tomándole el pulso: "¡oh, qué de cerezas ha comido vuesa merced!"; que, cuando no hayan sido muchas, entenderán por lo menos que se lo conociste en él; y a este paso todas las veces que hallares ocasión para poderlo decir, que, si empiezas a cobrar fama no tendrás dónde echar el dinero, y sólo consiste en que las mujeres digan que eres gran médico.»
Sucedió, pues, que queriendo burlarse la gente de casa dél, recogiesen en un orinal los orines de un pollino, y puesto en la misma cama al lado del doliente porque no se embotasen, entró él como tenía de costumbre mirando al suelo, en el cual vio unas pajas que poco antes se cayeron de una cestilla en que le habían traído de un lugar unas peras regaladas. Echólas él el ojo y, tomándole el pulso, pidió el orinal, el cual visto, dijo: « ¡oh, qué de albardas ha comido vuesa merced!». La gente que presente estaba, particularmente las mujeres, dijeron: «¿Burláos con él? ¿No hemos dicho siempre nosotras que no por hablar poco sabía menos? Él es muy gran estudiante», con lo cual se llevó las más de las visitas del lugar y ganó muchos ducados.
No ayudó poco para ello otro consejo que su padre le dio, que, errado, fue útil, lo que si se hiciera como le dijo no aprovechara. Y es que como le dijese: «Mira, hijo, di siempre tu parecer con elegante lenguaje y con buena oración.» Aprendióla de un ciego y, en acabando de tomar el pulso decía:
- «Madre del Verbo humanado,
- del mundo remediadora,
- dadme favor cada hora
- contra el demonio malvado.»
Su padre no le dijo tal, sino que gastase buen lenguaje y elegante, y por no entenderlo ganó opinión de un santo hombre; tanto que decían que no era menester más que tomar él el pulso para que sanase el doliente, porque siempre ponía por intercesora a Nuestra Señora. Y éste es el un cuento.
-Gustado he dél, Lázaro, porque le has contado con gracia y agudeza, y aunque a la postre de los que me has ofrecido te los interpretaré, quiero, porque entonces no se me olvide, avisarte que no digas más «érase que se era», porque eso se ha de quedar para viejas y para ignorantes.
-Doctrina es que padres y todos los hijos la guardan mientras no tienen quien les industrie en otra, y recibo la vuestra como de quien tan buena la tiene. Sea pues, el otro: que yo serví en una casa honrada cuyo dueño no orinaba y su mujer sí...
¡Oh, qué mal he empezado el cuento! Pues aunque vos me habéis instruido en el modo que en contarlos he de guardar, digo que esta vez había de ser diciendo como la primera, porque según la verdad de la dolencia de mi dueño y la contraria salud de su mujer «érase que se era» sería como el que por ser cierta una cosa la afirma diciendo: «Yo estuve presente», y digo otra vez que me hallé allí, luego por la verdad que afirmo, licencia tengo de decir «érase que se era».
En ésta me acompañaba al servil trabajo una muchacha llamada Marica, mujer de humildes narices. Esta tal, confesándose como los muchachos suelen, que hacen notorios todos los pecados de los vecinos, debió de decir las desenvolturas de su ama, y como el confesor viese que para sí pasaba de largo el sexto mandamiento la advirtió si tenía algo que decir cerca de la lujuria. Ella preguntó que qué era lujuria; cayó él en ello y volviendo a deshacer lo hecho dijo:
-Si hay algo cerca de la lejía.
-¿Qué lejía? -preguntó ella.
-Si cuando te lavas la cabeza la has probado alguna vez.
-No, en mi conciencia -respondió.
Mas no se lo dijo a sorda, pues según me dijo sin ser menester una olla de ello y metió el dedo dentro dos o tres veces, y llevándole a la boca la supo a azúcar. Tuvo el demonio tan buen cuidado en poner en la lejía tal sabor, que la obligó a hacer un plato de sopas y comérselas, cosa que no se puede poner en parangón con el malo que una purga tiene.
-Digo, Lázaro, que siempre entendí de tu buen natural, que las figuras del rostro me pronosticaron lo que con las manos toco, y porque te prometí la moral de esos cuentos, sabrás que los dos primeros nos enseñan que cuando un hombre ha de ser próspero, las mismas diligencias en contrario le ayudan, y cuando no, las favorables no le son de momento. El segundo, cuán dañoso sea abrir a nadie los ojos en lo que le puede dañar, porque como sea nuestro natural tan inclinado a saber, a trueco de experimentar qué cosa sea esta nueva que yo no sé, harán algunos lo que acertado no sea; y por eso dijeron muchos, Lázaro, que era mejor la ignorancia que la resistencia, porque esto postrero no sé cómo lo haré, y en lo que no alcanzo no tengo que batallar conmigo.
Divirtiéronme tus cuentos, si es ansí que al afligido de veras algún entretenimiento por breve espacio le lisonjea, si sabe el cuidado ser tan acerbo que, si algo omite entre día, se lo vuelve a restituir de noche, pues durmiendo el cuerpo, vela la imaginativa, y éste es mayor tormento, porque con los grillos del sueño se toma entero lo que de día llevara sisado.
-Lastimáisme, os prometo -respondí yo, aconsejándole hiciese por vivir todo lo que en sí fuese, pues para estar muerto quedaba harto tiempo, y valía más una hora de vida que cuatro millares de ducados.
Con esto, señor, llegamos al aldea que tres cuartos de legua estaba de nuestra habitación, donde fuimos tan bien recibidos como los que éramos muy deseados. No se tuvo por poco afortunado el que alcanzó el sí de que seríamos sus huéspedes. Estuvimos allí aquél día y otro, y el siguiente casi todo el lugar nos llevó al acostumbrado nuestro, donde vivimos en buena conformidad cuatro años, al cabo de los cuales unas calenturas le llevaron a dar cuenta de sesenta y seis.
Los aprovechamientos que en él tuve, las ventajas que a todos los cómodos el mío hizo, no será razón encarecérselo segunda vez a vuesa merced, sólo diré que viví espantado que en vida que todo es trabajos, tuviese yo tantos gustos.
Dejóme la cadena que llamábamos Luz, y báculo le llamo yo, pues no hay cosa a que un hombre se pueda arrimar seguramente como a éste. Dejóme no sé cuántos documentos: que no fiase a nadie, uno; que no fuese a las Indias, otro; el tercero, que me acordase que no por haber comido aquel día, el que viene tras él dejaría de hacer lo propio. Que no fiase me dijo, por las tan conocidas ruinas que dellos suelen nacer; que no fuese a las Indias -porque le dije yo que mi natural me inclinaba a ellas-, porque hay allá cantidad de perdidos a que es causa valer de balde la comida y no haber menester trabajar para ella, y por esta causa son más que en España, y el que quiere aplicarse en ella halla lo que otros van a buscar a ellas; y el tercero, de que me acordase de mañana, fue un sabio consejo, pues por no hacerlo muchos han venido a parar en servir pudiendo ser ellos servidos.
Bien me parece a mí que me dejaran en la ermita, tanto por lo mucho que me querían los que aquella prebenda -si su nombre le he de dar- señalaban, cuanto por ser cosas del difunto a quien todos amaban, mas como mi inclinación me llevase a las Indias, determiné seguirla.