El Cardenal Cisneros: 35

Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original. Publicado en la Revista de España.


XXXVIII

No hemos podido consultar los apuntes originales que sobre este hecho de armas escribió Gonzalo de Ayora con el título de Bello Mazalquivir que vemos citados en otras obras suyas que conocemos; pero por lo que dicen los historiadores, el hecho en si no pudo ser más glorioso. Tenian los Moros en la punta del puerto un baluarte con mucha artillería, con sus traveses y torreones. El desembarcadero era malo y el día muy tempestuoso. El enemigo estaba apercibido, y habia destacado ciento cincuenta ginetes y tres mil infantes para impedir el desembarco, de modo que los nuestros tenian que verificarlo en las peores condiciones posibles. Lo verificaron con toda fortuna: ni la algazara, ni las flechas, ni los cañones del enemigo pusieron miedo en su ánimo, saltaron en tierra, y el primero que lo hizo —bueno es consignar el nombre de este valiente— fué un soldado llamado Pedro López Zagal.

En presencia del enemigo, que, aunque con grandes masas, atacaba en desorden, y luchando sin cesar, los Españoles se atrincheraron fuertemente. No tardaron en hacer reconocimientos sobre la plaza que querían tomar, y comprendiendo que la llave de ella estaba en una altura que la dominaba por completo, atacaron resueltamente esta posición, que al fin cayó en su poder, á pesar de la tenaz resistencia que opusieron los Moros. Desde entónces podía decirse que la plaza estaba á su disposición, porque podian batirla, como en efecto lo hicieron, por mar y tierra, derrotando á las tropas que el Rey de Tremecen enviaba en auxilio de los sitiados, quienes ya no podian esperar que hubiese salvación para ellos, mucho más después de muerto el intrépido Gobernador de la plaza. Al fin capitularon, y Córdoba, el general de nuestras tropas, concedió á los Moros que pudieran salir libremente de la plaza con sus mujeres, hijos y cuanto consigo pudieran llevar, publicando una orden del dia para nuestro ejército en que se anunció que se castigaría con pena de muerte todo desmán que se cometiese con los Moros, pena terrible que no hubo necesidad de aplicar más que á un solo soldado que se propasó con una mujer árabe, lo cual sirvió de escarmiento entre los nuestros, y para conquistárnos la simpatía y la confianza de los contrarios.

Asi cayó en nuestro poder Mers-el-Kebir, plaza fuerte de gran importancia, magnífico puerto que todavía hoy existe, llave de la Mauritania, y que podia y debia ser para los Españoles, desde aquel mismo momento, la base de operaciones de todas las conquistas que se emprendiesen en las regiones africanas.