El cardenal Cisneros/XXXIX

Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original. Publicado en la Revista de España.


XXXIX.

Grande, inmenso fué el entusiasmo que produjo en España la noticia de esta importantísima victoria, con tanto más motivo, cuanto que hácia un mes que nada se sabia de la expedición, y no faltaban en la corte de Castilla, como los hay en todas y en todos los tiempos, espíritus agoreros ó envidiosos que anunciasen un desastre. En todo el reino se celebró el triunfo con grandes regocijos, hubo Te Deum en acción de gracias, ordenáronse procesiones por ocho días, y cuando llegó el ejército de África, que no era necesario para conservar la colonia, se le recibió con verdaderos trasportes de alegría. Diego de Vera y Gonzalo de Ayora, que llegaron bien pronto para dar cuenta al Rey Fernando de lo ocurrido, fueron recibidos con el mismo entusiasmo, así por la corte como por el pueblo, mucho más cuando traían restos del botín. A Cisneros, que tanta parte había tomado en esta expedición, entre otras cosas, le regalaron un magnífico bastón de ébano que había servido á uno de los principales Alfaquís de los Moros, y que el ilustre Prelado envió á su querida Universidad de Alcalá.

Quiso D. Fernando ver y dar las gracias á Córdoba, al héroe principal de la expedición, y que había quedado guardando la plaza, y para que pudiera venir á la Corte, fué allá como Lugarteniente D. Rodrigo Diez á la cabeza de cien caballos y quinientos infantes. El Rey y el Arzobispo recibieron con gran agasajo á Córdoba, quien presto regresó á África, asignándose tres mil escudos de oro por año al sostenimiento de la plaza conquistada, que era también la suma que se empleó en los gastos de la expedición última. Por cierto que no siempre fué propicia la fortuna á este Capitán, pues de regreso en África, aunque al principio llevó ventaja á los Moros en varios encuentros y escaramuzas que riñó con ellos, al fin, inspirado más del valor, que es propio del soldado, que de la prudencia, prenda esencial en los caudillos, comprometió sus tropas tierra adentro, apartándose de su base de operaciones, y dando tiempo al enemigo para juntar sus grandes masas, se vio rodeado por todas partes, sufriendo una completa derrota y ganando él la plaza á duras penas.

Esta sangrienta rota tuvo lugar en Agosto de 1507, en el mismo mes en que D. Fernando volvía de Nápoles, y nada es comparable al dolor que experimentó Cisneros cuando de ello tuvo noticia; pero lejos de abatirse, pensó más seriamente que nunca en extender la dominación española y cristiana por el territorio africano. ¡Tal era el carácter de aquel hombre extraordinario, á quien embravecían, alentaban y servían como de estímulo y espuela los reveses que acobardan, ó los obstáculos que á otros contienen en la realización de sus proyectos!