El Cardenal Cisneros: 04

Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original. Publicado en la Revista de España.


IV.


Una gracia obtuvo al retìrarse de Roma, que fué orígen para él de hondas amarguras y grandes persecuciones. Otorgóle el Papa un Breve, en virtud del cual debia dársele posesion del primer beneficio que vacase en la diócesis de Toledo. El uso de estos tiempos, dice Flechier, habia introducido esta suerte de provisiones, llamadas bulas ó gracias expectativas; pero contra ellas protestaban los Obispos, porque las suponian, y no sin razón, una mutilacion de sus derechos y un ataque á su autoridad. Así es que cuando Cisneros quiso ocupar, apoyado en el Breve pontificio, el Arciprestazgo de Uceda, vacante en 1473 por muerte del que lo poseía, se encontró con que D. Alonso Carrillo, Arzobispo de Toledo, habia provisto dicho beneficio en uno de sus limosneros, y al tener noticia este Prelado de la resistencia que opuso Cisneros á ser desposeído, resolvió usar con él de gran severidad, mandándole prender y Haciéndole encerrar en la torre del mismo Uceda, esperando conseguir por este medio que renunciara su beneficio. No se dobló Cisneros con la persecución, antes, por el contrario, manifestó aquella entereza de carácter que tanto crédito le habia de dar más tarde como Ministro y como Prelado, puesta al servicio de causas más justas y desinteresadas, por lo cual aumentó la saña de Carrillo, que le hizo trasladar á más dura prisión, á la torre de Santorcaz, que entonces era la cárcel de los clérigos viciosos y rebeldes de la diócesis.

Durante los siete años que sufrió de cautiverio, Cisneros estuvo completamente entregado á la oración y al estudio, logrando su libertad, bien porque el Arzobispo se rindiera á tanta firmeza, ó se cansara de perseguirle, bien porque cediese á los ruegos de su sobrina la Condesa de Buendía. No quiso, sin embargo, Cisneros seguir bajo la jurisdicción de un Prelado que tan severo y hasta cruel se le habia manifestado, por lo cual permutó su beneficio con la capellanía mayor de la iglesia catedral de Sigüenza, á cuya cabeza estaba entonces el justamente célebre Cardenal Mendoza.

Cisneros siguió en Sigüenza una, vida estudiosa, severa é irreprochable. Alli profundizó más y más el estudio de la Teología, ese abismo de la inteligencia humana desde el cual llega ó quiere llegar hasta Dios. Alli cultivó el estudio del hebreo y del caldeo, que tanto le sirvieron para la preparación de su Biblia Polyglota. Allí se conquistó la simpatía y el respeto de todo el mundo, logrando de uno de sus amigos, D. Juan López de Medina, hombre de ardiente piedad y de gran ilustración, que fundara una Universidad en aquel pueblo. Un hombre de las cualidades de Cisneros, de su talento, de su instrucción, de su virtud, no podia permanecer oculto mucho tiempo á la vista perspicaz del Cardenal Mendoza. Efectivamente, el ilustre y magnífico Prelado conoció lo que valia, y le nombró para el puesto más importante y de más confianza: lo hizo su Vicario general, y le dio la Superintendencia de su diócesis. Los altos puestos, ha dicho un filósofo francés, hacen más grandes á los hombres grandes, y á los pequeños mucho más pequeños, regla que se cumple admirablemente en todas las altas jerarquías que fué ocupando sucesivamente el gran Cisneros. Salido de la oscuridad, ya elevado al puesto de Vicario general y Superintendente de la diócesis de Sigüenza, tuvo ocasión de acreditar muchas de sus cualidades, su espíritu de justicia, su abnegación, su prudencia, su inflexible rectitud, de tal manera, que el Cardenal Mendoza depositó en él la confianza más absoluta, y los particulares más caracterizados solicitaban y requerían su consejo para todo. Testigo el Conde de Cifuentes, gran señor y riquísimo propietario de aquel obispado que, prisionero de los Moros en un combate que tuvo con ellos hacia tierra de Málaga, escribió y rogó porfiadamente al buen Cisneros que gobernara su casa y dispusiera de las cuantiosas rentas que poseía en la diócesis como le dictase su prudencia.