El cardenal Cisneros/III

Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original. Publicado en la Revista de España.


III.


Terminados sus estudios, Cisneros volvió á la casa paterna, de la cual le alejó bien pronto el temor de ser gravoso. Entonces cruzó por su imaginación la idea atrevidísima de trasladarse á Roma, y después de madurarla en su cabeza, la puso en planta en seguida. Grande era el dispendio que requería viaje tan largo y escasos sus recursos; pero empezando por dar muestras de aquel carácter para el cual no existían obstáculos, se puso en marcha, aunque poco después, en Aix de Provenza, tuvo que suspender su viaje, porque dos veces le robaron en el camino. Alli tuvo la buena suerte de encontrarse á uno de sus amigos y condiscípulos de Salamanca, aquel buen Brunet que le sirvió de Providencia hasta llegar á Roma y que después, cuando su compañero llegó al apogeo de su fortuna y quiso demostrarle su agradecimiento, le sorprendió con su noble desinterés y su sincera modestia.

No hay para qué decir lo que la vista de la Ciudad Eterna influiria sobre la imaginacion sombría y poderosa de Cisneros. La virtud, como dice muy bien Plutarco en la vida de Demóstenes, puede brotar y crecer en los lugares más humildes, como la felicidad es flor rara que suele brillar en los desiertos que no conoce la geografía; pero el imponente espectáculo de la Roma de los Césares y de los Papas, de aquella grandeza incomparable, que es resúmen de la historia, centro de la tierra y escala del cielo, necrópolis de los siglos é imágen de la eternidad, cuando influye sobre una alta inteligencia y sobre un gran carácter, les comunica algo de su grandeza, dilata los vastos horizontes en la primera y da al último el temple que los años respetan y la adversidad fortifican… No pudo Cisneros prolongar mucho tiempo su estancia en Roma, en donde ejerció su profesion de abogado, pues cuando empezó á ser conocido, tuvo noticia de la muerte de su padre y determinó volver á España para ser el consuelo de su anciana madre y el sosten de su necesitada familia; pero aquella residencia, al paso que sirvió para acalorar su austero misticismo y su piedad fervorosa, levantó los pensamientos de su noble inteligencia.