Aura o las violetas: 016
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Un día acababa de abandonar el lecho, cuando sentí sonar las herraduras
de un caballo, en el patio principal, y el ruido de una persona, que
subía la escalera: era un hombre, que acababa de llegar de la ciudad, y
traía una carta para mí; la abrí sobresaltado; no conocí la letra, pero
la firma me hizo estremecer: ¡era del esposo de Aura! ¿qué habría
sucedido? ¿había llegado el caso, que yo siempre había esperado? ¿el
esposo aquel, celoso y cobarde, maltrataría a Aura? ¿se trataba de una
explicación? ¿podría salvarla?... La carta no arrojaba luz alguna, decía:
«Caballero: no os conozco, pero una circunstancia de familia, me hace pediros el honor de que vengáis; os lo suplico; básteos saber que la tranquilidad de mi esposa, y la mía dependen de vuestra presencia; hacedlo por favor; venid.»
No había duda, yo podía salvarla; si era una explicación, yo la daría;
si era un ultraje, yo la arrancaría de mano de su verdugo;
mandé preparar el coche, y pretextando cualquiera ocupación, para no alarmar a mi madre, me dirigí a la ciudad; a las pocas horas de camino había llegado; el carruaje se detuvo a la puerta de la casa de Aura, eché pie a tierra y penetré.