Aura o las violetas: 015
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La contestación a mi carta, no se hizo esperar; era fría, severa y
digna; castigaba con ella, mi atrevimiento, y se disculpaba al mismo
tiempo.
"¿Olvidas (me decía) que soy casada? ¿no sabes lo que encierra esta palabra para una mujer de honor?; no pretendas quitar al martirio, lo único que puede ennoblecerlo: la virtud; ninguna pretensión de amor, sobre una mujer casada, deja de ser un crimen: al ser que se ama, no se le arroja lodo; la infamia es el peor de los castigos; el remordimiento, el peor de los dolores; ¿por qué quieres aumentar mi agonía, con estos dos martirios, ¡el mundo puede engañarse, la conciencia jamás!: dejemos* la *conciencia pura; la infidelidad es un crimen, y cometida a un anciano indefenso, es una profanación, una villanía; la infidelidad, no la constituye sólo el hecho criminal, basta un pensamiento consentido; la mujer virtuosa, no debe tener tanta confianza en sí misma, que se exponga a una prueba; a una mujer casada, no le basta ser honrada, es preciso que el mundo, comprenda que lo es; la más ligera indiscreción, basta a perderla, y toda la sangre del mundo, no basta a salvarla.*
"Si es cierto que me has amado, creo que por esto no me aborrecerás; lo. más leve condescendencia, bastaría para rebajarme ante ti mismo, y yo no quiero que me desprecies; mi conducta, te demostrará, que no has amado una mujer indigna, y la dignidad, aumenta los afectos nobles.
"Yo no puedo concederte la entrevista que me pides, ni menos sostener correspondencia contigo, porque esto, a más de ser un crimen, tendería a aumentar nuestro infortunio.
"Es preciso convencernos: no hay esperanza para nosotros.
"Colocados en las opuestas orillas de un abismo, no podremos unirnos nunca; no intentes pasarlo, porque te vería sucumbir, sin poder salvarte; si ese abismo, no fuera el del crimen, yo me arrojaría para perecer abrazada a ti.
"No me hagas sufrir más, deja mi herida que se cicatrice. ¡Dios y la sociedad nos separan!...
"El crimen, es una tinta que mancha cuanto toca; no nos acerquemos a él.
"Has leído en la Sagrada Escritura, que hay en el interior del Asia, un mar a cuya orilla no crecen las palmeras, cuyo fondo envenenado, no cría peces, y por cuya atmósfera asfixiante, no cruza nunca un ave, sin que caiga sobre sus olas sin volver a levantarse; ¡ése es el Mar Muerto! él cubre las ciudades de Pentápolis, a quienes Dios redujo a cenizas, en castigo de sus maldades; ¡así hay también en la humanidad, corazones a cuyo fondo no puede asomarse el pensamiento! y en su horrible quietismo, se ocultan los restos de pasadas borrascas; en ellos, como en aquel mar, la ilusión, palmera del desierto de la vida, no extiende su ramaje, ni una sola esperanza cruza su superficie amenazante, y ¡ay de una! si descarriada la atraviesa, porque encuentra la muerte en su seno.
"Imagen de ese mar, son nuestros corazones, no nos acerquemos a ellos; bajo su engañosa calma, duermen los restos de nuestras pasiones, hechas carbón, después de tanto incendio.
"Amamos mucho, y tenemos que sufrir mucho más; el paraíso tuvo fin; ¿el infierno será infinito? ¡no, la vida pasa, y en las rocas de la muerte, se estrellan las borrascas del dolor!
"Hasta entonces."
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Esta carta, era la última palabra entre los dos, y, comprendí que no debía guardar esperanza alguna; mi orgullo, se rebeló contra su dignidad, y me propuse fingir indiferencia, hasta hacerle comprender que la había olvidado;
no volví a la ciudad, por temor de encontrarla, y me entre-e por completo al estudio, y al cuidado de nuestros intereses; así transcurrieron pocos meses; tratando de engañarme a mí mismo, creía que podría al fin, calmar aquella tormenta, que amenazaba acabar con mi existencia; y, mi madre, que no podía ver las batallas que sostenía mi corazón, daba gracias al cielo creyéndome ya salvo; ¡ay! pronto la tempestad, vendría a sorprenderme en aquel puerto indefenso, en que me había guarecido.