IV
​Viaje del Parnaso​ de Miguel de Cervantes
V
VI

    Oyo el señor del humido tridente
las plegarias de Apolo, y escucholas
con alma tierna y coraçon clemente.
    Hizo de ojo y dio del pie a las olas,
y, sin que lo entendiessen los poetas,
en un punto hasta el cielo levantolas.
    Y el, por ocultas vias y secretas,
se agaçapo debaxo del navio,
y usó con el de sus traydoras tretas.
    Hirio con el tridente en lo vazio
del buco, y el estomago le llena
de un copioso corriente amargo rio.
    Advertido el peligro, al aire suena
una confusa voz, la cual resulta
de otras mil que el temor forma y la pena.
    Poco a poco el baxel pobre se oculta
en las entrañas del ceruleo y cano
vientre, que tantas animas sepulta.
    Suben los llantos por el aire vano
de aquellos miserables, que suspiran
por ver su irreparable fin cercano.
    Trepan y suben por las xarcias; miran
cual del navio es el lugar mas alto,
y en el muchos se apiñan y retiran.
    La confusion, el miedo, el sobresalto
les turba los sentidos, que imaginan
que desta a la otra vida es grande el salto.
    Con ningun medio ni remedio atinan,
pero, creyendo dilatar su muerte,
algun tanto a nadar se determinan.
    Saltan muchos al mar de aquella suerte
que al charco de la orilla saltan ranas,
quando el miedo o el ruido las advierte.
    Hienden las olas del romperse canas,
menudean las piernas y los braços,
aunque enfermos estan, y ellas no sanas,
    y, en medio de tan grandes embaraços,
la vista ponen en la amada orilla,
deseosos de darla mil abraços.
    Y se yo bien que la fatal quadrilla,
antes que alli, holgara de hallarse
en el Compas famoso de Sevilla.
    Que no tienen por gusto el ahogarse
(discreta gente al parecer en esto);
pero valioles poco el esforçarse,
    que el padre de las aguas echó el resto
de su rigor, mostrandose en su carro
con rostro airado y ademan funesto.
    Quatro delfines, cada qual bizarro,
con cuerdas hechas de texidas obas
le tiraban con furia y con desgarro.
    Las ninfas en sus umidas alcobas
sienten tu rabia, ¡o vengativo nume!,
y de sus rostros la color les robas.
    El nadante poeta, que presume
llegar a la ribera defendida,
sus ayes pierde y su teson consume;
    que su corta carrera es impedida
de las agudas puntas del tridente,
entonces fiero y aspero omicida.
    Quien ha visto muchacho diligente,
que en goloso a ssi mesmo sobrepuja
(que no ay comparacion mas conveniente),
   picar en el sombrero la granuja
que el hallazgo le puso alli, o la sisa,
con punta alfileresca, o ya de aguja,
    pues no con menor gana o menor prisa,
poetas ensartava el nume airado,
con gusto infame, y con dudosa rissa.
    En carro de cristal venia sentado,
la barba luenga y llena de marisco,
con dos gruesas lampreas coronado.
    Hazian de sus barbas firme aprisco
la almeja, el morsillon, pulpo y cangrejo,
qual le suelen hazer en peña o risco.
    Era de aspecto venerable y viejo,
de verde, azul, y plata era el vestido,
robusto al parecer y de buen rejo,
    aunque, como enojado, denegrido
se mostraba en el rostro, que la saña
assi turba el color como el sentido.
    Airado contra aquellos mas se ensaña
que nadan mas, y saleles al passo,
juzgando a gloria tan cobarde hazaña.
    En esto, (¡o nuevo, y milagroso caso!,
digno de que se quente poco a poco,
y con los versos de Torcato Taso.


    Hasta aqui no he invocado, aora invoco,
vuestro favor, ¡o Musas!, necesario
para los altos puntos en que toco.
    Descerrajad vuestro mas rico almario,
y el aliento me dad que el caso pide,
no humilde, no ratero ni ordinario)
    las nuves hiende, el aire pisa y mide
la hermosa Venus Accidalia, y baxa
del cielo, que ninguno se lo impide.
    Traia vestida, de pardilla raxa
una gran saya entera hecha al uso,
que le dize muy bien, quadra y encaxa,
    luto que por su Adonis se le puso,
luego que el gran colmillo del berraco
a atravessar sus ingles se dispuso.
    A fe que si el mocito fuera maco,
que el guardara la cara al colmilludo,
que dio a su vida y su belleza saco.
    ¡O valiente garçon, mas que sesudo!,
¿cómo estando avisado tu mal tomas,
entrando en trance tan horrendo y crudo?
    En esto, las mansissimas palomas
que el carro de la diosa conduzian
por el llano del mar y por las lomas,
    por unas y otras partes discurrian,
hasta que con Neptuno se encontraron,
que era lo que buscaban y querian.
   Los dioses que se ven, se respetaron,
y haziendo sus zalemas a lo moro,
de verse juntos en extremo holgaron.
    Guardaronse real grave decoro,
y procuró Ciprinia, en aquel punto,
mostrar de su belleza el gran tesoro.
    Ensanchó el verdugado, y diole el punto
con ciertos puntapies, que fueron cozes
para el dios que las vio, y quedó difunto.
    Un poeta, llamado don Quincozes,
andava semivivo en las saladas
ondas, dando gemidos, y no vozes.
    Con todo, dixo en mal articuladas
palabras: «¡o señora, la de Pafo,
y de las otras dos islas nombradas:
    »muevate a compassion el verme gafo
de pies y manos, y que ya me ahogo
en otras linfas que las del garrafo!
    »Aqui sera mi pira, aqui mi rogo,
aqui sera Quincozes sepultado,
que tuvo en su criança pedagogo».
    Esto dixo el mezquino, esto escuchado
fue de la diosa con ternura tanta,
que Bolvio a componer el verdugado,
    y luego en pie y piadosa se levanta,
y, poniendo los ojos en el viejo,
desembudó la boz de la garganta,
    y, con cierto desden y sobrecejo,
entre enojada, y grave, y dulce, dixo
lo que al humido dios tuvo perplexo.
    Y, aunque no fue su razonar prolixo,
todavia le truxo a la memoria
hermano de quien era, y de quien hijo.
    Representole quan pequeña gloria
era llevar de aquellos miserables
el triunfo infausto y la cruel vitoria.
    El dixo: «si los hados inmudables
no huvieran dado la fatal sentencia
destos en su ignorancia siempre estables,
    »una brizna no mas de tu presencia
que viera yo, bellisima señora,
fuera de mi rigor la resistencia;
    »mas ya no puede ser, que ya la hora
llegó donde mi blanda y mansa mano
ha de mostrar que es dura y vencedora;
    »que estos, de proceder siempre inhumano,
en sus versos han dicho cien mil vezes
"açotando las aguas del mar cano"».
    «Ni açotado, ni viejo me pareces»,
replicó Venus, y el le dixo a ella:
«puesto que me enamoras, no enterneces,
    »que de tal modo la fatal estrella
influye destos tristes, que no puedo
dar felize despacho a tu querella.
    »Del querer de los hados solo un dedo
no me puede apartar, ya tu lo sabes:
ellos han de acabar, y ha de ser cedo.»
    «Primero acabaras que los acabes,
le respondio madama, la que tiene
de tantas voluntades puerta y llaves,
    »que, aunque el hado feroz su muerte ordene,
el modo no ha de ser a tu contento,
que muchas muertes el morir contiene».
    Turbose en esto el liquido elemento;
de nuevo renovose la tormenta,
sopló mas vivo y mas apriesa el viento;
   La hambrienta mesnada, y no sedienta,
se rinde al huracan rezien venido,
y, por mas no penar, muere contenta.



    ¡O raro caso y por jamas oydo
ni visto! ¡o nuevas y admirables traças
de la gran reina obedecida en Nido!.
    En un instante el mar de calabaças
se vio cuajado, algunas tan potentes,
que pasavan de dos y aun de tres braças.
    Tambien hinchados odres y valientes,
sin deshazer del mar la blanca espuma,
nadavan de mil talles diferentes.
    Esta trasmutación fue hecha, en suma,
por Venus de los languidos poetas,
porque Neptuno hundirlos no presuma;
    el qual le pidio a Febo sus saetas,
cuya arma arrojadiza desde aparte
a Venus defraudara de sus tretas.
    Negoselas Apolo, y veis do parte
enojado el vejon, con su tridente
pensandolos passar de parte a parte.
    Mas este se resbala, aquel no siente
la herida, y dando esguinze se desliza,
y el queda de la colera impaciente.
    En esto Boreas su furor atiza,
y lleva antecogida la manada,
que con la de los Cerdas simboliza.
    Pidioselo la diosa, aficionada
a que Vivan poetas zarabandos,
de aquellos de la seta almidonada;
    de aquellos blancos, tiernos, dulzes, blandos,
de los que por momentos se dividen
en varias setas y en contrarios vandos.
    Los contrapuestos vientos se comiden
a complazer la bella rogadora,
y con un, solo aliento la mar miden,
    llevando a la piara gruñidora,
en calabaças y odres convertida,
a los reynos contrarios del aurora.
    Desta dulze semilla referida,
España (verdad cierta) tanto abunda,
que es por ella estimada y conocida.
   Que, aunque en armas y en letras es fecunda,
mas que quantas provincias tiene el suelo,
su gusto en parte en tal semilla funda.
    Despues desta mudança que hizo el cielo,
o Venus, o quien fuesse, que no importa
guardar puntualidad como yo suelo,
    no veo calabaça, o luenga o corta,
que no imagine que es algun poeta
que alli se estrecha, encubre, encoge, acorta.
    ¿Pues qué quando veo un cuero? ¡o mal discreta
y vana fantasia, asi engañada,
que a tanta liviandad estás sujeta!
    Pienso que el piezgo de la boca atada,
es la faz del poeta, transformado
en aquella figura mal hinchada.
    Y quando encuentro algun poeta honrado
(digo poeta firme y valedero,
hombre vestido bien, y bien calçado),
    luego se me figura ver un cuero
o alguna calabaça, y desta suerte,
entre contrarios pensamientos muero.
   Y no se si lo yerre o si lo acierte
en que a las calabaças y a los cueros
y a los poetas trate de una suerte.
    Cernicalos que son lagartijeros,
no esperen de gozar las preeminencias
que gozan gavilanes no pecheros.
    Puestas en paz, pues, ya las diferencias
de Delio y los poetas, transformados
en tan vanas y huecas aparíencias;
    los mares y los vientos sosegados,
sumergiose Neptuno mal contento
en sus palacios de cristal labrados;
    las mansisimas aves por el viento
volaron, y a la vella Cipriana
pusieron en su reino a salvamento,
    y, en señal que del triunfo quedó ufana
(lo que hasta alli nadie acabó con ella),
del luto se quitó la saboyana,
    quedando en cuezo, tan briosa y bella,
que se supo despues que Marte anduvo
todo aquel dia y otros dos tras ella;
    todo el qual tiempo el escuadron estuvo
mirando atento la fatal ruyna,
que la canalla transformada tuvo;
    y, viendo despejada la marina,
Apolo, del socorro mal venido,
de dar fin al gran caso determina.
    Pero, en aquel instante, un gran ruido
se oyo, con que la turba se alboroza,
y pone vista alerta y presto oydo;
    y era quien le formava una carroza
rica, sobre la cual venia sentado
el grave don Lorenço de Mendoza,
   de su felice ingenio acompañado,
de su mucho valor y cortesia,
joyas inestimables, adornado.


    Pedro Juan de Rejaule le seguia
en otro coche, insigne valenciano
y grande defensor de la Poesia.
    Sentado viene a su derecha mano
Juan de Solis, mancebo generoso,
de raro ingenio, en verdes años cano,
    y Juan de Carvajal, doctor famoso,
les haze tercio, y, no por ser pesado,
dexan de hazer su curso presuroso,
    porque el divino ingenio, al levantado
valor de aquestos tres, que el coche encierra,
no ay impedirle monte ni collado.
    Pasan volando la empinada sierra,
las nuves tocan, llegan casi al cielo,
y alegres pisan la famosa tierra.
    Con este mismo honroso y grave zelo,
Bartolome de Mola y Gabriel Laso
llegaron a tocar del monte el suelo.
    Honra las altas cimas de Parnaso
don Diego, que de Silua tiene él nombre,
y por ellas alegre tiende el paso;
    a cuyo ingenio y sin igual renombre
toda ciencia se inclina y le obedece,
y le levanta a ser mas que de hombre.
    Dilatanse las sombras y decrece
el dia, y de la noche el negro manto
guarnecido de estrellas aparece,
    y el escuadron, que avia esperado tanto,
en pie se rinde al sueño perezoso,
de hambre y sed, y de mortal quebranto.
    Apolo, entonces, poco luminoso,
dando hasta los antipodas un brinco,
siguio su occidental curso forçoso;
    pero primero licenció a los cinco
poetas titulados a su ruego,
que lo pidieron con estraño ahinco,
    por parecerles risa, burla y juego,
empresas semejantes, y assí Apolo
condecendio con sus desseos luego;
    que es el galan de Daphne uníco y solo
en vsar cortesia sobre quantos
descubre el nuestro y el contrario polo.
    Del lobrego lugar de los espantos
sacó su hisopo el languido Morfeo,
con que ha rendido y embocado a tantos,
    y del licor que dizen que es Leteo,
que mana de la fuente del olvido,
los parpados bañó a todos arreo.
    El mas hambriento se quedó dormido;
dos cosas repugnantes, hambre y sueño,
Privilegio a poetas concedido.
    Yo quedé, en fin, dormido como un leño,
llena la fantasia de mil cosas,
que de contallas mi palabra empeño,
por mas que sean en si dificultosas.