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Del mismo al mismo


La Nestosa, Febrero.

Chiquío: Allá te va más historia, y de la palpitante, de la que duele. Henos aquí refugiados en la villa de La Nestosa, donde hemos tenido que replegarnos todos con la familia menuda, batería de cocina y regular impedimenta de provisiones, huyendo del dios Marte, que se metió inopinadamente en nuestro valle de Mena, mandando primero por delante gavillas de facciosos, trayéndonos después dos divisiones del ejército del Norte, que iban al socorro de Balmaseda. Tan feo mohín vimos en la cara y entrecejo del citado dios de la guerra, que acordamos retirarnos por el foro, trasladándonos a la casa de Juan Antonio en La Nestosa, donde hemos esperado el resultado de los brillantes hechos de armas que han despejado aquel territorio, arrancando a Balmaseda de las garras del retroceso (así dice el alcalde de esta villa, el cual goza de merecida fama por la finura de su estilo).

A la salida de Villarcayo me encontré a Baldomero, con quien charlé como una media hora, de la cual consagramos algunos minutos a tu persona, pues él me preguntó por ti, y yo le informé de tu feliz situación presente, agregando los vituperios que me parecieron del caso. También vi al General Fermín Iriarte, a Latre y a Castañeda. Conociendo mi repugnancia de referir hechos militares, que comúnmente son cortados por un patrón casi invariable, no me exigirás puntual noticia de los achuchones que en aquellos riscos y barranqueras se dieron unos y otros. Ello es que el caudillo faccioso Cástor Andéchaga recibió un tremendo palizón, y que serán inscritos en el libro de la Historia los nombres de Biérgol, Orrantía y Gordejuela, donde corrieron torrentes de sangre, según dicen, que yo no lo he visto. Uno y otro día, desde el 29 de Enero, escaramuzas y combates se sucedían, llevando la mejor parte los de acá. Pero tanta y tanta fuerza acumularon esos indinos en los montes circundantes de Balmaseda, que el de Luchana tuvo que echar el resto, embistiendo con el brío que suele gastar, y al fin las huestes del progreso (sigue hablando mi alcalde) forzaron el paso de Orrantía, con lo que quedó sellada la victoria, y el servilismo en desordenada fuga. Veremos lo que duran estas ventajas, pues, según observo, en la presente guerra no hay mas que un tejer y destejer continuo, y un tomar y dejar territorios. Cruel sangría derrama la vida de la patria en el suelo de esta, y si no se la cierra pronto, las venas no contendrán más miseria y podredumbre. Ya me parece un bromazo demasiado cruel la contienda entre el D. Isidro y la angélica, y hay que pedir a Dios y al Rey de Francia otros cien mil tataranietos de San Luis, o de San Felipe, que vengan a poner orden y concierto en esta casa de orates, donde no hay ningún loquero que sepa su obligación.

En fin, hijo mío, que tú has de ver muchas cosas que ojalá no sean tan tristes como las presentes. Aunque todo ha terminado, y Balmaseda y su comarca son de Isabel, y ningún riesgo correríamos en Villarcayo, seguiremos disfrutando del buen tiempo y del sosiego de este lindo valle, y aquí estaremos hasta que recale tu madre en Medina, acontecimiento dichoso que nos anuncia para el próximo marzo. Valvanera y Juan Antonio te escribirán. Hoy me toca a mí, con el auxilio de Nicolasa (pues la condenada vista se me ha resentido de la jarana de estos días), ponerte al corriente de nuestra fuga, sin que grandes ni chicos hayan sufrido la menor alteración en su salud. Ni una tos infantil hemos oído en el tiempo que aquí llevamos, y fuera de ansiedad por lo que pudiera ocurrir en la casa de Mena, todo ha sido bienandanzas. Que te veamos pronto, niño, y que tu Capellán se recobre, y que tu mamá nos visite, y que nos reunamos todos para general satisfacción, presididos por la venerable persona del viejo - Urdaneta.