Ventura te dé Dios, hijoVentura te dé Dios, hijoTirso de MolinaActo II
Acto II
Salen GRIMALDO y OCTAVIA
GRIMALDO:
Yo le haré que tenga seso,
pues no le puedo hacer sabio.
¿Tras ignorante, travieso?
OCTAVIA:
¡Grimaldo!
GRIMALDO:
¡Con buen resabio
ha salido! Estará preso,
--¡vive Dios!--hasta que olvide
las pasiones que ha trocado
por las letras que despide.
¡Bueno! ¿Otón enamorado
cuando en el campo reside?
¿Mujercillas en mi quinta?
OCTAVIA:
Ésta es una labradora,
no cual vuestro enojo pinta.
GRIMALDO:
Echadla, Octavia, en mal hora,
o la que traigo en la cinta
dándola de espaldarazos
mi cólera amansará.
¿Qué mucho si en tales lazos
gasta el tiempo cuando da
al amor torpes abrazos,
que ni lo que estudia sepa
ni haga cosa de valor?
No hallo yo pecho en quien quepa
el estudio y el amor,
que de la virtud discrepa.
La torpeza no conserva
letras con que el sabio viva
de los vicios contrahierba,
que si Venus es lasciva,
por eso es virgen Minerva.
¡Bien en la quinta se emplea!
Con tan buenos cartapacios
estudiando en el aldea,
olvidará los palacios
que el ocioso amor pasea.
No me repliquéis, Octavia;
preso ha de estar; despedid
esa mujer si sois sabia.
OCTAVIA:
Desenojáos y advertid
si Otón con ella os agravia,
y castigadle después
que lo hayáis averiguado.
GRIMALDO:
¡Que siempre en las madres es
el amor desatinado!
OCTAVIA:
Como no hay otro interés
que premie lo que nos cuesta
un hijo, sino el amor,
más sus fuerzas manifiesta.
GRIMALDO:
¿Queréis indicio mayor
de la afición deshonesta
que Otón tiene a esa mujer?
Pues advertid el cuidado
con que vive desde ayer
que en casa se ha acomodado,
que yo he procurado ver
si a solas se hablan, y han sido
tantas las muestras y tales
de amor, que me han persuadido
a que en lazos desiguales
se han de casar, si no impido
este desatino luego.
OCTAVIA:
¿Vos lo visteis?
GRIMALDO:
Yo, que sé
las propiedades del fuego,
que aunque de lejos se ve,
da luz y es para sí ciego.
Por eso en el fuego ha puesto
Amor su esfera; y ansí
despedidla, Octavia, presto,
y dejadme hacer á mí,
que yo me entiendo.
OCTAVIA:
¿Qué es esto?
Salen el CONDE Enrique, el DUQUE, viejo, CRISELIO,
CLAVELA, ROSELA, CÉSARO y RAMÓN, todos de camino
DUQUE:
Si con alguna traición
no provocáis mi paciencia,
mirad, conde de Placencia,
que usáis mal de la ocasión
que el cielo da a nuestras paces.
¿Qué es de Clemencia, que en ella
mi vida estriba?
CONDE:
A perdella
los sentimientos que haces,
gran senor, no son tan grandes
como los que quien ignora
esta desdicha y la adora
ha de padecer. No mandes
impedirme de esa suerte
la ventura que intereso;
que habrá de costarme el seso,
si no me cuesta la muerte
la pérdida lastimosa
de su adorada belleza.
CRISELIO:
Conde, en vuestra fortaleza
estuvo Clemencia hermosa.
Para la amorosa entrega
de estas paces la llevé
y en la cuadra la dejé,
que su depósito niega.
Hallar la puerta cerrada
y abierto el falso jardín
del bosque, si no es a fin
de alguna traición pensada,
no sé lo que conjeture.
DUQUE:
El alcaide es deudo vuestro;
y como en ardides diestro,
no me espanto que procure
en mi agravio la venganza
que posponéis al amor.
RAMÓN:
Yo nunca he sido traidor.
CONDE:
Ni mi burlada esperanza
se persuadirá jamás
a que de industria no haces,
para deshacer las paces,
que eternas fueran de hoy más,
Duque, aquese estratagema;
que estarás arrepentido,
que siendo yo su marido
peligros de amor no tema;
y para que no la goce
la habrás mandado esconder.
DUQUE:
Nunca se atrevió a ofender
mi valor quien le conoce.
Y cuando yo no quisiera
que la paz llegara a efeto,
no me puso en tanto aprieto,
Conde, vuestra guerra fiera
que me obligue a compromisos
ni a usar de tales engaños.
CONDE:
Truecan los maduros años
faltas de esfuerzo en avisos;
e intentaréis deshacer
lo concertado con eso;
pero esté el alcaide preso,
duque, y en vuestro poder
mientras se sabe quién es
el que ocasiona la ausencia
y pérdida de Clemencia.
Veremos si mi interés
o el vuestro queda culpado.
DUQUE:
Soy contento.
RAMÓN:
¡Gran señor!
CRISELIO:
(¿Qué es esto, confuso Amor? (-Aparte-)
¿Cómo os me habéis malogrado?
Mientras por mi gente fui
y con engaños tracé
la ganancia que intenté,
mi dama y dicha perdí.
Pero un consuelo me queda,
y es que no la gozará
el conde, ni Amor querrá
que mal mi industria suceda.)
CÉSARO:
(Mi dicha se desbarata (-Aparte-)
si Clemencia no parece;
que el duque que favorece
mis letras y honrarme trata,
ni de mi se ha de acordar,
ni el marqués de mí hará caso.)
ROSELA:
(Con mi desdicha me caso (-Aparte-)
si no me vengo a casar
con el conde imaginado.)
CLAVELA:
(Si mi prima falta, cielos,
aunque sosieguen los celos
que ella y Criselio me han dado,
como el duque no sosiegue
¿qué gusto podré tener?)
GRIMALDO:
¿Qué causa ha podido haber
para que a mi quinta llegue
ansí el duque alborotado,
con el conde de Placencia?
OCTAVIA:
Si no parece Clemencia,
bastante ocasión le han dado.
Sale CLEMENCIA en traje de pastora
CLEMENCIA:
Pues los cielos te han traído,
padre invicto, duque justo,
a esta quinta, asilo sacro
donde mi honor aseguro,
no te espante mi disfraz,
ni con amoroso yugo
enlazar cuellos pretendas
que se aborrecen por uso.
Antiguas enemistades,
desde tus padres augustos,
al marqués de Monferrato
dan tiranos atributos;
que los odios que se heredan,
cual muestran ejemplos muchos,
han menester Alejandros
que desenlacen sus ñudos.
La autoridad sacrosanta
del Papa, que se interpuso
entre el rigor de la guerra,
envainar aceros pudo.
¿Qué no pudiera el valor
de los enemigos tuyos,
pues tantas veces temblaron
sólo de verlos desnudos?
CLEMENCIA:
Pero, prudente y piadoso,
armas a libros redujo,
asaltos a tribunales,
guerras a pleitos confusos;
criminales competencias
a civiles estatutos,
y el derecho de la espada
a las leyes de Licurgo.
Salió por ti la sentencia,
y lo que por tantos lustros
la guerra no pudo hacer,
una sentencia lo pudo
que estableciendo amistades
pretendió juntar en uno
nuestros estados y casas.
¡Necio arbitrio, aunque seguro!
Concertadas ya mis bodas
y reducidos al culto
del amoroso Himeneo,
a celebrarlas me trujo
Criselio, a una fortaleza
donde el engaño dispuso
que saliese a recibirme
el conde Enrique, perjuro.
Dejáronme en una cuadra
en que, obediente a tu gusto
y rebelde el mío, que Amor,
en fe que en los ojos puso
la entrada que hace en el alma,
si no ve no da tributo
porque es más sordo que ciego,
estaba haciendo discursos,
ya en pro, ya en contra,
hasta tanto que venció
el cansancio, y pudo
rendirme a pesar del miedo
en brazos del sueño mudo.
CLEMENCIA:
Soñando estaba verdades
que agora en mi daño apuro,
y entonces adivinaba
el alma, profeta oculto,
cuando entrando por la puerta
de un jardín, que si da fruto
debe de ser en traiciones,
el Conde, Paris segundo,
y llevándome en los brazos,
con un lienzo dando un ñudo
a la boca que intentaba
obligar al favor justo,
ayudándole traidores,
sobre las ancas me puso
de un caballo que sin alas
voló hasta el bosque confuso.
Púsome, en fin, en el suelo,
y díjome, "Ansi procuro
vengar antiguos agravios
mientras que tu honor injurio.
No letrados con sobornos
piense tu padre caduco
que quieten enemistados
sentenciando en favor suvo.
A la fuerza de tu honor
violentamente reduzgo
el tálamo que esperabas,
vuelto en afrenta su yugo.
Con deshonrarte me vengo
para que publíque el mundo
con tu afrenta mi venganza,
que es la que ha tanto que busco."
CLEMENCIA:
Di voces, pidiendo al cielo
rayos, que siendo verdugos
contra tiranas ofensas,
mi honor dejasen seguro.
Oyólas un labrador,
en cuerpo y traje robusto,
puesto que noble en los hechos,
a quien mi vida atribuyo,
que con un tosco bastón,
despojo de un roble duro,
contra el bárbaro atrevido
sirvió a mis quejas de escudo,
y sin temer los traidores,
cobardes, puesto que muchos,
testigo de sus hazañas,
hizo los montes incultos.
Huyó el tirano afrentado,
siendo testigo su insulto,
que no hay valiente traidor;
pues tantos temblaron de uno,
y el vencedor cortesano
hasta esta quinta me trujo,
sagrado de mis ofensas,
restauración de mis gustos,
y asegurando recelos
de Grimaldo, padre suyo,
me revistió de labradora,
lenguas enfrenando al vulgo.
CLEMENCIA:
De este modo, gran señor,
desde ayer ocasión busco
para darte larga cuenta
de mis agravios y tuyos.
Si el torpe disimulado
negarlos intenta astuto,
su enemistad y mis quejas
serán testigos seguros.
Escarmienta desde hoy más,
y de enemigos perjuros
no te fíes otra vez
cuando aborrecen por uso;
que ni al río has de pedir
que retroceda su curso,
al sol que engendre tinieblas,
ni que discurran los brutos.
La enemistad heredada,
si a mil ejemplos acudo,
es otra naturaleza.
Con el presente te arguyo.
Armas, valor y honra tienes;
vuelva el acero desnudo
a dar filos a tu agravio,
a asaltar traidores muros,
que primero que me obligues
a su aborrecido yugo,
dándome muerte violenta
cubriré a Mántua de luto.
DUQUE:
Bárbaro conde, ¿qué disculpa tienes,
que a descargarte de este insulto baste?
¿Armado a celebrar tus bodas vienes?
Culpado estás, pues contra mí te armaste;
que pues defensa a tu traición previenes,
la enemistad y bandos que heredaste
intentas proseguir, porque no ignoras
que en fiestas, armas son siempre traidoras.
¿Lo que con tantas guerras no has podido,
intentas con traiciones, y blasonas
de ilustre, de cortés y bien nacido?
A tus armas añade esas coronas.
Con el papa y con Dios tengo cumplido.
Tú mismo, contrario traidor, pregonas
la guerra en que ha de ser mortal retrato
de Roma por Nerón tu Monferrato.
¡Viven los cielos y mi injuria vive,
que no ha de quedar piedra sobre piedra
en ella, si obediente te recibe,
y amparando traidores crece y medra!
Habitarála cuando la derribe,
en vez de gente, solitaria hiedra,
que siempre verde en fe de tu castigo,
de mi justa venganza sea testigo.
Vete a tu padre, como tú, engañoso,
y podrásle decir cuando le avises
de tu intento burlado y cauteloso,
que deje engaños para el griego Ulises,
y que si sale al campo belicoso,
las hierbas teñiré que huyendo pises
con más copia de sangre que dió Italia
a los trágicos campos de Farsalia.
CONDE:
A no saber que con tan vil engano
de darme a tu Clemencia arrepentido,
tus embustes reduces en mi daño,
con aquesa mentira prevenido,
fácil pudiera darte el desengaño;
y de mi amor honesto persuadido,
mostrar quién causa aquese trato doble,
quién su sangre envilece y quién es noble.
Mas el amor con que es razón estime
a madama Clemencia, cuya mano
pensé gozar, mi cólera reprime,
que siempre Amor es cuerdo y cortesano.
Injurie mi valor, quejas intime
de que inocente estoy, llámeme en vano
corsario de su honor, que en su decoro
no podré decir más de que la adoro;
y que pues niegas, duque, al juramento
la obligación y paces ya quebradas,
no descortés, pero injuriado intento
hacer que a mi valor te persüadas,
los tafetanes lisonjeando al viento,
brillando al sol las hojas aceradas,
dando voces las cajas, mi justicia
publicarán mi amor y tu malicia.
Vase el CONDE
DUQUE:
¿Adónde está el labrador
de nuestra honra defensa?
CLEMENCIA:
Ese nombre le hace ofensa,
que es caballero, señor.
El dueño de aquesta quinta,
noble, aunque pobre, es su padre;
y su generosa madre
Octavia, que en Otón pinta
como en imagen el ser
de su heredada nobleza.
GRIMALDO:
Dénos los pies vuestra alteza.
DUQUE:
¡Oh, Grimaldo! el conocer
quien érades me impidió
del conde el villano agravio.
Ya sé que sois noble y sabio;
pero, ¿qué cosa os movió
a vestir en tosco traje
a Otón, si es vuestro heredero?
GRIMALDO:
Tiene el ingenio grosero
siendo ilustre su linaje.
Quisiera que se aplicara
a las letras, y valiera
por ellas; mas de manera
la Fortuna le fue avara,
que en un año no ha podido
sus principios alcanzar,
y quísele castigar,
de su ignorancia ofendido,
con tenerle retirado
aquí donde oculto asista
y el traje grosero vista
con su ingenio conformado,
que quien no sabe ser hombre
no es bien que con hombres viva.
DUQUE:
No en sola la ciencia estriba,
Grimaldo, el glorioso nombre
que ilustra un hidalgo pecho,
que si todos sabios fueran
poco las armas valieran
que tantos reyes han hecho.
Providencia es celestial
que conserva el universo
el dar natural diverso
y distinto a cada cual.
Por eso son las estrellas
tantas, porque a los mortales
den distintos naturales,
naciendo en los climas de ellas.
Y pues no está en la elección
del hombre la facultad
que pretende, a Olón dejad
que siga su inclinación.
¿Dónde está?
GRIMALDO:
Téngole preso
por lo que si yo no fuera
crüel, premio mereciera.
DUQUE:
Imprudente andáis en eso.
Id por él, que he de premiarle,
pues en fin le soy deudor
cuando menos del honor.
Vase GRIMALDO
CÉSARO:
Ya yo comienzo a envidiarle.
ROSELA:
Y yo, hermano, a arrepentirme
de haberle menospreciado.
CRISELIO:
(Los sucesos que he escuchado (-Aparte-)
han venido a persuadirme
que el engaño que fingí
con Clemencia fue verdad.
¿Si en fe de la enemistad
del conde, mientras salí
por mi gente, al bosque entró
el conde y robó a madama?
Pero, pues, ella le infama
y Otón ayuda le dió,
¿qué hay que dudar? Suerte mía,
mi dicha profetizasteis;
ayer mintiendo acertasteis.
Sosegad, sospecha fría,
que, pues ya se desbarata
la amistad y el casamiento
del conde, a mi honesto intento
no será Clemencia ingrata.)
CLEMENCIA:
(Lo que Enrique intentó hacer (-Aparte-)
dije anticipádamente.
Industria ha sido prudente;
aborrezco, y soy mujer.
Destrúyase Lombardía,
y no destruya mi honor
quien se casa sin amor)
OCTAVIA:
(Será Otón desde este día, (-Aparte-)
aunque incapaz de saber,
por modo extraño dichoso;
que para ser venturoso
poca ciencia es menester.)
Salen GRIMALDO y
OTÓN, con gabán
GRIMALDO:
Éste es, gran señor, mi hijo.
DUQUE:
Otón, mucho os soy a cargo,
De vuestro aumento me encargo.
Por capitán os elijo
de esta guerra, que mi honor
por vos tan bien defendido
contra el conde fementido
espera en vuestro valor;
pues si solo y desarmado
le hacéis huír y temer,
mejor le sabréis vencer
de mi gente acompañado.
OTÓN:
Aunque no tengo experiencia
en el marcial ejercicio,
el ser en vuestro servicio
y de madama Clemencia
suplirá cualquier defeto
que haya, gran señor, en mí.
Pero ¿yo cuándo vencí
al Conde?
DUQUE:
Querréis, discreto,
disimular el afrenta
de quien vencido se ve
por vos. Todo el caso sé,
y el prernio queda a mi cuenta.
CLEMENCIA:
Lo que en mi ayuda habéis hecho
no es encubrirlo razón.
Aparte a OTÓN
El disimularlo, Otón,
os ha de ser de provecho.
Yo vuestra dicha procuro;
daos por entendido ya.<poem>
CRISELIO:
La confïanza,
gran señor, que de mí hacéis
castigará al conde ingrato
destruyendo a Monferrato.
DUQUE:
Con vos quiero que llevéis,
primo, por acompañado
a Césaro, que es espejo
de Italia, y con el consejo
de tan famoso letrado,
vuestro esfuerzo y su prudencia
juntas harán extremada,
en vos, primo, con la espada,
y en Césaro con la ciencia.
CÉSARO:
Yo procuraré, señor,
sacándote verdadero
trocar libros por acero,
reconociendo el favor
de que la lealtad escojas
que en mi amor tus ojos ven.
DUQUE:
Libro es la guerra también;
las espadas son sus hojas.
Pues sois en las unas sabio,
sed en las otras valiente.
Tinta es la sangre caliente,
con ella escribid mi agravio,
y pues por mí sentenciasteis
y mi justicia entendéis,
id y mostrad que sabéis
defender lo que estudiasteis;
que si volvéis con victoria,
por letrado y capitán
Marte y Minerva os darán
laurel de eterna memoria.
CÉSARO:
Beso tus pies.
DUQUE:
Vuestra hermana
queda a cargo de Clemencia.
Si del conde de Placencia
la soberbia humilláis vana,
un título la dará
mano de esposo.
ROSELA:
En la vuestra,
gran señor, mi dicha muestra
que toda mi dicha está.
DUQUE:
A Otón, Criselio, os encargo;
ya sabéis lo que le debo.
CRISELIO:
Seguro voy, pues le llevo
en mi ayuda y con tal cargo.
DUQUE:
Grimaldo, el término es mío
de toda aquesta comarca.
Cuanto en dos leguas abarca
esta sierra, valle y río,
os doy, para que juntéis
a vuestra quinta esta hacienda.
GRIMALDO:
Jamás tus canas ofenda
el tiempo.
DUQUE:
Esto le debéis
a Otón, y más lo que intento
hacer por su intercesión
con vosotros.
CÉSARO:
(A este Otón (-Aparte-)
temo ya.)
ROSELA:
(Que medre siento.) (-Aparte-)
DUQUE:
Vamos a Mántua, de donde
salgáis armados los tres
para postrar a mis pies
la ingrata cerviz del conde.
CLEMENCIA:
Yo quedo alegre y vengada.
CLAVELA:
Yo celosa y no segura.
OCTAVIA:
Hijo, sigue la ventura
que Dios te tiene guardada.
Vanse;
quédase OTÓN y sale GILOTE
GILOTE:
Diz que vais por capitán
del duco, Otón.
OTÓN:
¡Oh, Gilote!
es verdad.
GILOTE:
Si mi capote,
el que os di cuando en gañán,
de escolar os hizo ser
vueso padre, no hace al caso,
pues que vistiéndoos de raso
ya no le habréis menester,
volvédmele, que no me hallo,
si he de hablar verdad, sin él.
Tres varas tién de buriel;
abrígame, y he de honrallo
con mi buena compañía,
o si no pagadmelé.
OTÓN:
Vente conmigo y te haré
hombre.
GILOTE:
¡Bueno! ¿Eso sería
hombre? ¿Pues soy yo mujer?
OTÓN:
No es hombre quien de su tierra
no sale. Prueba en la guerra
tu esfuerzo.
GILOTE:
¿Y qué me heis de ver?
OTÓN:
Irás conmigo y si fueres
valiente, cabo serás
de escuadra.
GILOTE:
¿Cabo y no más?
OTÓN:
Conforme lo que valieres.
Hasta alcanzar la jineta
te ayudaré.
GILOTE:
El cargo alabo.
Llevadme por vueso cabo,
seré cabo de agujeta.
¿Y qué hemos de her allá?
OTÓN:
Matar á los enemigos.
GILOTE:
Y si hay proceso y testigos
el alcalde me ahorcará.
OTÓN:
Anda, necio.
GILOTE:
Vo a mudar
el traje. Pardiós, que es vicio
ser médico en el oficio,
Otón. Vamos a matar.
Vase GILOTE.
Sale GRIMALDO
GRIMALDO:
Agora tengo de ver
para lo que eres, Otón.
Las armas ventura son,
si méritos el saber;
pues para aquestas no has sido,
en las otras te aventaja.
Gente humilde, pobre y baja
por las armas ha subido
hasta la suprema altura
que en el imperio se encierra.
Verás siguiendo la guerra
que todo en ella es ventura.
La ventura de una escala
cuelga sin riesgo la vida.
Tal vez viniendo perdida
pasará por ti una bala
matándote el compañero
y, dejándote seguro,
caerá al foso desde el muro
todo un escuadrón entero,
y la ventura podrá,
a pesar del enemigo,
conservarte por testigo
de la ayuda que te da.
¿Quién a una posta perdida,
blanco de tanto cañón,
sino la ventura, Otón,
hace que vuelva con vida?
Sale OCTAVIA
GRIMALDO:
El que sin dicha se emplea,
ni el coselete grabado,
ni el puesto más retirado,
ni la militar trinchea
darán defensa segura,
si una bala se abalanza
que a todas partes alcanza.
[Todo te da la ventura.]
Pues ésta te favorece,
usa de ella con valor.
El duque te hace favor;
en palacio sólo crece,
del modo que en la milicia,
la ventura. En él verás
quedarse el mérito atrás
y arrinconar la justicia.
Sólo medra el venturoso.
No por esto te aconsejo
que del valor, que es espejo
para el noble y valeroso,
apartes tu juventud;
que si en él la dicha manda,
mucho más puede cuando anda
al lado de la virtud.
Dios una y otra te dé
para que no degeneres
en la ocasión de quien eres.
OCTAVIA:
Hijo, llega y te daré
los brazos.
OTÓN:
Adiós, señora;
padre, adiós. Vuestros consejos
serán desde hoy mis espejos
en que me mire cada hora.
GILOTE sale de soldado gracioso
GILOTE:
¿Vengo bueno?
GRIMALDO:
¿Va Gilote
contigo?
OTÓN:
Quiérole bien.
GILOTE:
Vo con Otón, que no tién
con que pagarme el capote.
Soldado soy ya de casta;
encomiéndoos mi cortijo.
OCTAVIA:
Ventura te dé Dios, hijo,
que el saber poco te basta.
Vanse todos.
Salen marchando CRISELIO y CÉSARO
CRISELIO:
Decidme otra vez la traza
de ese estratagema nuevo;
que aunque mi elección la abraza,
es extraño y no me atrevo
a ejecutarle.
CÉSARO:
Esta plaza,
con las paces descuidada,
mientras que la guerra ignora,
segunda vez publicada,
no se ha de guardar agora
con la prevención pasada.
Lo más de la guerra estriba
en ardides e invenciones,
que aunque el esfuerzo derriba
murallas y torreones,
la industria el valor aviva.
Por eso es tan estimada
la soldadesca de Flandes;
porque en su región helada
consigue victorias grandes
el ingenio, y no la espada.
Allí sus gentes inquietas
con ardides cada vez
ganan victorias discretas,
y como en el ajedrez,
se suelen vencer a tretas.
Como vuestra valentía
a mi ingenio se sujete,
fácil, Criselio, sería
la victoria que os promete
la traza y industria mía.
CRISELIO:
Guiarme el duque ha mandado
por vos en esta ocasión,
y yo estoy determinado
de ver si las letras son
hazañas en el soldado.
Decid lo que hemos de hacer.
CÉSARO:
Que se embosque nuestra gente,
Críselio, al anochecer
en ese pinar, que enfrente
de Monferrato ha de ser
su perdición. Cortarán
de leña seis u ocho carros,
que a la ciudad llevarán
cuatro soldados bizarros
a sombra de un capitán,
y en villanos transformados,
dándoles franca la puerta
de este engaño descuidados,
pondrán en viéndola abierta
dos de ellos atravesados,
y harán luego una señal
a la cual acudiremos
con dicha y esfuerzo igual,
y sin sangre ganaremos
la fuerza más principal;
con que en llevando en prisión
al marqués y al conde, puede
mostrar, ganando opinión,
que a las fuerzas siempre excede
el ingenio y la ocasión.
CRISELIO:
Alto, yo os he de seguir
como el duque me ha ordenado.
Si no hay más que prevenir,
ya el sol su curso ha acabado;
al bosque podemos ir.
Veamos si vuestra ciencia
tiene en las armas valor.
CÉSARO:
Mostrarálo la experiencia.
CRISELIO:
(Dadme preso al conde, Amor, (-Aparte-)
y gozaréis a Clemencia.)
Vanse todos.
Salen el CONDE Enrique y soldados
CONDE:
Llegar Tántalo al árbol avariento
y huír la fruta cuando el labio toca;
el líquido cristal besar la boca,
y burlarle dejándole sediento;
a la mesa asentarse el rey hambriento,
y cuando apenas el manjar provoca
al apetito, ver que el Arpía loca
alza los platos y convida al viento.
Lo mismo por mí pasa. No sintiera
Tántalo el hambre tanto, a no incitarle
del árbol la presencia apetecible.
Vi a Clemencia y perdíla. ¡Ay,
suerte fiera! Que ver tan cerca el bien, y no gozarle
es hacer el tormento más terrible.
Sale ALBERTO, soldado
ALBERTO:
Buena ocasión en las manos
te ha ofrecido la ventura;
hoy te da la noche escura
a tus contrarios tiranos.
En ese pinar están
emboscados y seguros,
que de tu ciudad los muros
esta noche asaltarán.
Con ellos fui por espía;
una salida no más
tienen; vencerlos podrás
antes que al sol mire el día.
Pega fuego al monte espeso,
y entretanto que le abraso
tus soldados pon al paso
que aseguren el suceso.
Saldrán sus ardides vanos,
y del fuego vengador
huyendo, el mismo temor
hoy te los pondrá en las manos.
CONDE:
¡Válgame el cielo! ¿Eso es cierto?
ALBERTO:
Tu victoria sea testigo
de que la verdad te digo.
CONDE:
Si salgo con ella, Alberto,
una jineta te aguarda.
Abrásese el monte luego.
Un amante todo es fuego;
no es mucho que el monte se arda
a imitación de mi pecho.
¡Oh, quién pudiera abrasar
tu ciudad, duque, y vengar
los agravios que me has hecho!
Vanse todos.
Salen OTÓN, bizarro, y GILOTE
OTÓN:
Pesárame haber llegado
tarde.
GILOTE:
¡Buena flema tienes!
¿A qué fiesta o boda vienes?
¿Qué mesa te ha convidado?
OTÓN:
¿Hay mesa de más valor
que la que la fama envía?
GILOTE:
La mesa de una hostería
es más barata y mejor.
Allí a pasto bebo y como;
que aquí en esta mortal venta
dan pólvora por pimienta
y albondigillas de plomo.
¡Miren qué conejo o polla!
¡Fuego de Dios en cocina
donde es una culebrina
la más sazonada olla;
alemaniscos manteles
los lienzos de una muralla,
que intentan desmantelalla
pajes de tiros crüeles;
sangre el vino que promete
a quien su brindis admite,
y el postre de su convite
confitura de un mosquete!
¿Qué pecados te han traído
a la muerte convidado?
De tu madre regalado,
en tu quinta entretenido,
levantándote a las once,
y aguardándote al hogar
el lomo para almozar,
no en asadores de bronce,
como los que usa la guerra;
la torreznada con huevos
o los pichones, que nuevos
apenas pisan la tierra.
Criado entre miel y natas
sin haber visto desnuda
una espada, ¿quién te muda
que ansí malograrte tratas?
OTÓN:
El esfuerzo suplirá
lo que falta a la experiencia;
pues no soy para la ciencia,
la guerra me ensalzará.
GILOTE:
¿Qué guerra--¡pese a mi suegra!--
si en la aldea los disantos
nunca esgrimiste entre tantos,
una vez la espada negra?
No lo echemos a perder;
demos vuelta a casa, Otón.
OTÓN:
Calla, necio.
Salen el CONDE y ALBERTO,
desnudas las espadas
CONDE:
La razón
de mi amor vino a vencer.
Lo que el fuego perdonó
ha consumido la espada.
ALBERTO:
Victoria ha sido extremada.
CONDE:
¿Criselio está preso?
ALBERTO:
No.
CONDE:
Dejaríase abrasar.
por no verse en mi poder.
OTÓN y GILOTE hablan aparte
OTÓN:
¿Cómo es esto?
GILOTE:
Esto es temer,
y eso debe ser temblar.
OTÓN:
Retírate aquí, sabremos
quién son éstos y qué ha sido
de Criselio.
ALBERTO:
Yo he venido
a darte cuenta.
OTÓN:
Escuchemos.
CONDE:
Deja que el campo despoje
lo que el fuego no ha desecho,
pues es debido derecho
de la guerra; y mientras coge
el premio de su victoria
mi gente, repara, Alberto,
en que Clemencia me ha muerto
porque viva su memoria.
Con esta postrera injuria
cerrado habrá la venganza
las puertas a la esperanza.
Ya no habrá aplacar la furia
del duque, que por no darme
el galardón prometido,
si en las paces fementido,
traiciones vino a imputarme;
¿con agravios verdaderos,
quién vencerá su rigor?
¡Ay, desatinado Amor,
imposible es socorreros!
OTÓN:
Oye. El conde de Placencia
es éste, y he colegido
que Criselio está vencido
y él adorando a Clemencia.
¡Vive Dios, que he de probar
dónde llega mi ventura!
GILOTE:
¿Qué intentas?
OTÓN:
La noche escura
preso al conde me ha de dar.
GILOTE:
¿Estás loco?
OTÓN:
Solos dos
son cual nosotros. ¿Qué espero?
GILOTE:
Yo, Otón, no soy más que cero
que nada valgo. Por Dios,
que no des triste viudez
a mi Torilda.
OTÓN:
Importuno,
si eres cero y yo soy uno,
contigo valgo por diez.
Al CONDE
Enrique, daos á prisión.<poem>
CONDE:
¿Quién eres tú que arrogante
a tal locura te atreves?
OTÓN:
Después que mi esfuerzo pruebes
sabrás quién tienes delante.
CONDE:
Eres Criselio?
OTÓN:
No tengo
la experiencia militar
que le ha venido a ilustrar;
pero con más dicha vengo.
Date a prisión, o prevente
si no temes mi valor.
ALBERTO:
Dale la muerte, señor,
mientras que llamo tu gente;
que pues habla confïado,
no viene solo.
Vase ALBERTO
GILOTE:
¡Buen modo
de huír! Tras él me acomodo.
CONDE:
Si del duque eres soldado,
déjale y mi campo sigue,
que yo capitán te haré.
OTÓN:
A la lealtad que heredé
no hay interés que la obligue,
que en mi vida fui traidor.
Date.
(Pelean, y pierde el CONDE la espada
CONDE:
La espada he perdido
y en un brazo me has herido;
mostrado has bien tu valor.
Esto basta; no me lleves
al duque, y pide el rescate
que gustares.
OTÓN:
Disparate
es que con el oro pruebes
mi lealtad. Allá has de ir preso,
o quedar sin vida aquí.
GILOTE:
Valiente revés le di;
cortéle el brazo hasta el hüeso.
CONDE:
¿Eres noble?
OTÓN:
Y caballero.
CONDE:
¡Cielos! ¡Después de la gloria
de tan felice victoria,
tal azar! Tu prisionero
soy; haz, soldado famoso,
de mí lo que más gustares.
OTÓN:
Todo es encuentros y azares
la guerra. Sufre, animoso.
Ata a la herida este lienzo
y esta banda aplica al brazo;
que cortés rendirte trazo,
ya que en las armas te venzo.
Y en ese caballo mío
sube; que en él de éste iré.
GILOTE:
Heme aquí ginete a pie.
Lleve el diablo el desafío.
CONDE:
Tu noble y hidalgo trato,
aunque enemigo, me obliga
a que envidioso te siga.
¡Que a vista de Monferrato
me haya preso un hombre solo!
OTÓN:
Tu gente temo que venga
y corro en que me detenga
peligro si sale Apolo.
Vamos.
CONDE:
¡Ingrata Clemencia!
Cuando me quite la vida
tu padre, por bien perdida
la juzgaré en tu presencia.
OTÓN:
Si con él soy de provecho,
no tengas de eso temor.
GILOTE:
¿Qué dices de mi valor?
¡Bravamente lo hemos hecho!
OTÓN:
¿Tú?
GILOTE:
Yo, pues.
OTÓN:
¿Detrás de mí,
cobarde, no te ponías?
GILOTE:
Siendo cero ansí tenías
todo el valor que te di;
si no, júzgalo tú mismo.
¿Cuando el cero va detrás
no vale el número más?
OTÓN:
Valiente eres.
GILOTE:
En guarismo.
OTÓN:
Gran lebrón eres, Gilote.
CONDE:
¿Victorioso y prisionero,
cielos?
GILOTE:
Llámame tu cero
que a fe que ha habido cerote.
Vanse todos.
Salen el DUQUE, CLEMENCIA, ROSELA y CLAVELA
DUQUE:
No temo infeliz suceso
de esta guerra, pues me ampara
la justicia cierta y clara
del agravio que confieso.
Buen general señalé;
vencedor Criselio ha sido
mil veces del fementido
marqués, y si aseguré
su valor con la prudencia
de Césaro, cuerdo y sabio,
¿quién duda que de mi agravio,
juntando al valor su ciencia,
he de quedar satisfecho?
CLEMENCIA:
Y más cuando te asegura,
señor, de Otón la ventura.
CLAVELA:
Ya el conde estará deshecho.
DUQUE:
Ésta es la hora que vienen
triunfando a Mántua los tres,
y, presos conde y marqués,
por mí a Monferrato tienen.
ROSELA:
De mi hermano no hay dudar
siendo César, que presuma
juntar la lanza a la pluma
y vencer como estudiar.
DUQUE:
Si él con la victoria sale
con Criselio os casaré.
CLAVELA:
(¡Ay, cielo!) (-Aparte-)
DUQUE:
Y conde le haré
de Regio, para que iguale
el estado a su valor.
ROSELA:
Eres Gonzaga; no puedes
hacer menores mercedes.
CLAVELA:
(Si le pierdo vencedor, (-Aparte-)
haced que vuelva vencido;
no le deis ayuda, cielos.
Salidle al encuentro, celos,
pues yo de seso he salido.) Salen marchando destempladas las cajas, CÉSARO y CRISELIO, de luto.
CRISELIO se pone de rodillas
CRISELIO:
Ésta es, la primera vez,
invicto duque de Mántua,
que, vencido, tus pies beso,
que Enrique pisa tus armas.
No atribuyan a descuidos,
desorden, culpables faltas
o impericia militar
tu daño y nuestras desgracias,
sino a la ciega Fortuna,
que en las guerras y privanzas
por parecer más hermosa
quiere mostrarse más varia.
Dísteme por compañero
a Césaro, con quien mandas
que estratagemas consulte,
pida ardidos, siga trazas.
No digo yo, aunque pudiera,
la diferencia y distancia
que hay del arnés a la joya,
de la borla a la celada,
cuán mal que se compadecen
hojas de libros y espadas,
ejércitos con esquelas
y cátedras con murallas;
pero diga la experiencia
lo que hay de obras a palabras,
de las plumas a la pluma,
de argumentos a batallas,
que si ejemplos testifican,
el presente, duque, basta,
pues por seguir a las letras
vuelven vencidas las armas.
CÉSARO:
No eches la culpa al ingenio,
Criselio, cuyas ventajas
a tu pesar reconocen
las fuerzas más celebradas.
Cátedras lee la milicia
que universidades pagan,
y s especulación reducen
experiencias practicadas.
Mi parecer fue ingenioso,
y si a ejecución llegara,
Monferrato y su marqués
fueran proverbio en Italia.
Di tú que no bastan ciencias,
que peine el consejo canas,
que asalte el esfuerzo muros,
que arroje el enojo balas
si no asiste la ventura;
porque la vez que esta falta,
ni Pompeyo entre legiones,
ni Marco Antonio entre armadas
a la fortima de César
se opondran, que en una barca
del miedo, asegura a Amiclas
y atrevido el mar contrasta.
Mandéte emboscar la gente
para que al cuarto del alba,
ganando al marqués las puertas
diesen al valor entrada.
Dio la Fortuna envidiosa
de este ardid cuenta a la fama;
contóselo al enemigo,
que el monte y la genta abrasa,
y por él peleando el fuego
la victoria a voces canta,
no el esfuerzo, la ventura;
no el valor, sino las llamas.
Si no fuimos venturosos,
no culpes las letras sabias
que ponen Marte y Minerva
sobre sus cabezas.
DUQUE:
Basta.
Vencidos venís los dos;
las letras sin manos hablan,
el valor obra sin lengua,
uno Ulises y otro Ayax;
pero los dos sin ventura.
La elocuencia y la arrogancia,
las armas junto a las letras,
decís bien, no valen nada.
Volvéos, Césaro, a los libros;
abogad, sentenciad causas,
que no es bien paséis la pluma
de la mano a la celada.
De vuestro centro os saqué,
y fuera de él pesa el agua,
no traen armas los juristas.
Con, sólo un "fallamos" matan.
¿Qué es de Otón?
CRISELIO:
No sé si afirme
en su afrenta o alabanza
que el temor y la ventura
previnieron su tardanza.
DUQUE:
No fue al campo. Yo lo creo,
que si en él Otón se hallara
salieran con la victoria
su valor y mi venganza.
CÉSARO:
¿La victoria un ignorante
que en su vida ciñó espada?
DUQUE:
Mejor sois para fiscal
que para soldado. Basta.
Tocan cajas, y sale OTÓN, bizarro, y el CONDE Enrique, sin armas y con banda
OTÓN:
Atribuye a mi ventura
y no al valor que me falta
el ofrecerte, señor,
a Enrique preso a tus plantas.
Vencedor, viene vencido.
Yo tengo pocas palabras.
Tarde al campo me enviaron
cumplimientos de mi casa;
hallé al conde que con otros
su victoria celebraba;
pedí ayuda a mi fortuna,
y de suerte me acompaña,
que en fin, vine, vi y vencí.
Por relación esto basta,
y por premio de mis dichas
que de ellas te satisfagas.
Solamente te suplico
que mires que eres Gonzaga,
y que el valor resplandezca
en ti más que la venganza.
En tu poder está el conde.
El que es generoso paga
agravios con beneficios;
perdónale si te agravia.
DUQUE:
A vuestras cortas razones
y a vuestras hazañas largas,
con largos premios prometo
juntar cortas alabanzas.
Mi honor os debo dos veces.
Vencido habéis otras tantas
a Enrique y restituido
a su ser mi antigua fama.
Pues me dais un conde preso,
bien será que conde os haga.
Conde sois de Val Hermoso.
OTÓN:
Esclavo tuyo me llama.
DUQUE:
Criselio, el bastón os vuelvo,
y pues la dicha acompaña
a Otón, seguid su ventura,
que mientras Césaro trata
en mi tribunal de pleitos,
si al valor la dicha ensalza
valor tenéis y Otón dicha.
Restaurad vuestras desgracias.
CRISELIO:
Castigando, señor, premias.
Si avergüenzan tus palabras,
tus mercedes dan valor;
justamente a Otón levantas.
Con su feliz compañía,
ni temo suerte contraria,
ni enemigo poderoso,
ni empresa con que no salga.
DUQUE:
Conde, a intercesión de Otón,
debajo vuestra palabra,
la ciudad tened por cárcel
sin prisiones y sin guardas.
CONDE:
Yo la doy, y a tu grandeza
rindo las debidas gracias,
deseoso que sin ira
de mi amor te satisfagas.
(¡Dichosa prisión, si estoy (-Aparte-)
en presencia de mi dama.
Amor, más cierto anduvieras
si libertad la llamaras.)
CLEMENCIA:
¿No me habláis, Otón?
OTÓN:
Señora,
poco agradece quien habla.
La suspensión siempre mira,
la obligación siempre calla;
por vos tengo el bien que tengo.
CLEMENCIA:
Ya sois conde.
OTÓN:
Serme basta
esclavo vuestro.
CLEMENCIA:
Yo haré
que envidien vuestra privanza.
CLAVELA:
(Pues no se casa Rosela (-Aparte-)
con mi Criselio, esperanzas
dadle, pues vuelve vencido,
pésame no, alegres gracias.)
A OTÓN
CÉSARO:
El nuevo titulo goce
vueseñoría, edad larga.
OTÓN:
¡Oh, señor gobernador!
pésame de sus desgracias.
Si hay en que pueda servirle,
no hacer placer, que es hidalga
siempre en mí la cortesía,
acudiré con el alma.
ROSELA:
No doy a vuestra excelencia
el parabién de turbada
con el encarecimiento
que debe quien tanto te ama.
OTÓN:
¡Oh, hermosa Rosela! Ya
llegó la hora deseada
en que esté en vuestro servicio;
y a Otón honre vuestra casa;
pues sirviéndoos de la mía,
mientras que condesa os llama
un título, vuestro esposo,
y el duque, con él os casa,
por dichoso me tendré,
no en que si se ofrece, os haga
cualquiera comodidad,
que fuera poca crïanza,
sino que como señora,
me mandéis.
ROSELA:
(Dióme en el alma.) (-Aparte-)
CÉSARO:
(¡Que se anteponga a mis letras (-Aparte-)
de este modo la ignorancia
de hombre que sabe tan poco!)
ROSELA:
(La envidia el pecho me abrasa.) (-Aparte-)
CÉSARO:
(A quien le sobra ventura, (-Aparte-)
el saber poco le basta.)