Una traducción del Quijote: 43

Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.


IX.

Si alguna vez la absorción del derecho común por una individualidad y la creencia en el derecho divino pudieran hallarse justificadas, hubiéranlo estado en la persona del Emperador Nicolás.

No se comprendia que aquel hombre tan varonilmente hermoso pudiera ser súbdito, y se transigia con la idea de que la belleza es el poder, ó el poder da origen á la belleza.

El Czar recibió á Miguel en pié, apoyada la mano izquierda sobre un gran velador de malaquita, en una actitud noblemente graciosa, que permitía admirar su elevada estatura y las perfectas proporciones de su cuerpo. Vestia un traje militar, y tenía la cabeza descubierta: cabeza soberana, llena de expresión y energía, no obstante sus rubios cabellos y el claro azul de sus ojos.

Al fijar éstos para examinar al jóven extranjero, despidieron una mirada profunda é inteligente á modo de un relámpago, y luego volvieron á adquirir su habitual dulzura: así en algunos lagos de América el viento levanta momentáneas tempestades que turban aquella cristalina superficie donde se refleja el cielo.

El Emperador, con un ademan cortés, indicó á Miguel uno de los dos sillones que habia al lado del velador, y sentándose en el otro, dijo en su idioma nativo:

— Sentaos, caballero; tenemos que hablar un rato.

Miguel se sentó.

— He deseado veros, —repuso el Czar,— porque espero de vos un gran servicio.

— ¡Señor! —dijo el jóven inclinándose.

— ¿Os llamais M. Miguel Laso de Castilla y sois español?

— Así es, señor.

— Pues bien, caballero, tened la bondad de escucharme, y comprenderéis la causa de haberos molestado.

— Eso no es posible, señor. V. M. es muy bondadoso.

— Caballero, —repuso el Emperador,— hay en la literatura española una obra admirable, obra cuya imperecedera fama ha llegado á Rusia como á todos los pueblos del mundo civilizado.

—Creo que V. M. se refiere al Don Quijote de Cervantes.

— Justamente, caballero: á ese libro inmenso, que hace desear haber nacido español para saborearle. Yo le he leído, no una vez sola, y aunque ininteligente, y veladas sus bellezas de estilo y de gracia por lo incompleto de la versión francesa, he llegado á comprender el colosal pensamiento de su concepción. Quizá, y exceptuando la figura del Cristo, la inteligencia humana no ha podido crear otra tan admirable.

— Esa es mi misma opinión, señor.

— Ya sé que las grandes obras del entendimiento son en general intraductibles, y que hasta la idea se tergiversa al ser emitida en distinto idioma; pero existen en las lenguas, aun entre las más opuestas, extrañas afinidades, y esto tengo entendido sucede entre la española y la rusa.

— Así es, señor, según lo poco que he podido deducir de mis escasos conocimientos en la última.

— Sois muy modesto, caballero. A propósito os estoy hablando en mi idioma, y ciertamente me admira la rara perfección con que en él os expresais.

— ¡Señor!

— He sabido además que os ocupais en trabajos literarios, y aprovechando la rara ocasión que se me presenta, de hallar una persona inteligente que posea ambos idiomas, deseo me hagáis una versión rusa del precioso libro español.

— ¡Ah!

— Si, caballero. Al daros este encargo, no sólo satisfago un deseo particular mio, sino que además cumplo con un deber respecto á la pátria literatura. En nuestras bibliotecas, y en la mia Imperial, existen algunas ediciones del Quijote, españolas y francesas, que no alcanzan á popularizar su lectura, como es mi intención.

— Pero, señor, —observó Miguel en el colmo de la sorpresa;— yo no me creo con los conocimientos suficientes á lograr tamaña empresa.

— Intentadlo, caballero, y estoy seguro del éxito. Haceos ayudar, si es necesario, por algunos de nuestros escritores, no perdoneis medio ni escatimeis gasto alguno. Ved que son un empeño y un deber mios.

Miguel titubeó un momento. Por una parte le arredraban las dificultades de aquel encargo, y mucho más en el estado de inquietud de su espíritu; mas, por otra, la cortés insistencia del Emperador, la idea de que éste, recompensando su trabajo, le proporcionaria el medio de solventar la supuesta deuda contraída con el prestamista relacionado con Madlle. Guené, y de asegurar el regreso á España de su viejo criado Damian, cuyo porvenir le tenia intranquilo, obligáronle á decidirse á cumplir el deseo del Czar.

— Señor, —dijo,— no puedo negarme á una proposición que tanto me honra; pero conste que, aun cuando yo agotaré toda mi fuerza de voluntad, tanto por servir á V. M., cuanto por honrar la memoria del inmortal autor de quien se trata, temo profanar el texto de su obra.

— Eso ya lo veremos, caballero. Ahora trabajad con fe, y, me atrevo á rogároslo, con prontitud. El dia en que pongais fin á vuestra tarea, será uno de los más felices de mi vida.

— Señor, procuraré complacer á V. M.

— Mañana recibiréis un recado mio por medio de mi secretario particular, con quien os entenderéis siempre que deseeis verme.

Miguel se despidió del Emperador, el cual dijo para sí:

— «Me parece que pronto recobrará su tranquiilidad ese pobre Príncipe de Lucko.»