Una traducción del Quijote: 44

Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.


X.

A la mañana siguiente presentóse el secretario del Czar en casa de Miguel, y le entregó una autorización para valerse de cuantas obras y manuscritos le fueren necesarios, y además un talón del Banco de San Petersburgo por valor de mil rublos.

El Príncipe y María no se mostraron tan sorprendidos como el preocupado jóven esperaba al participarles la entrevista y el encargo del Emperador.

— Si vais á estar tan ocupado, —dijo la Princesa con acento indefinible,— no me atrevo á insistir en mis lecciones de ingles.

Miguel, coartado por la presencia del Príncipe, se limitó á contestar:

— Hay tiempo para todo, Princesa.

— En ese caso, —repuso María acariciándole con una mirada,— no quisiera olvidar lo poco que he aprendido.

Miguel se puso á trabajar sin pérdida de tiempo, preparándose primero con la detenida lectura del autor que debia traducir, y proporcionándose cuantas obras y diccionarios en ámbos idiomas juzgó necesarios. No obstante la advertencia del Emperador, no quiso valerse más que de algunos escribientes que le facilitasen el trabajo material, ayudándole á comprender el significado de las pocas palabras rusas que ignoraba.

Una idea loca é infundada, pero natural hasta cierto punto en quien está poseido de una gran pasión y avocado á un gran peligro, se posesionó del pensamiento del enamorado jóven. Durante las pocas horas en que se entregaba al descanso, al ir y venir desde su casa al palacio de Lucko, ántes de conciliar el sueño, ó en el rato que pasaba sentado á la chimenea, después de comer; se formó un plan para lo sucesivo, plan descabellado, como él del héroe caballeresco, de cuyas aventuras se ocupaba ántes de su primera salida, aunque por otro estilo.

Don Quijote, en su afán por conseguir la gloria, y el amor de Dulcinea, soñaba con imposibles hazañas; Miguel, no menos apasionado de la Princesa, se hacia, en parte, las siguientes ilusiones:

«El Czar recompensará espléndidamente mi trabajo, no cabe duda. La mayor parte del regalo imperial le destinaré al pobre Damian, y con el resto me iré á Badén ó á Hamburgo á probar fortuna en el juego: se han dado casos de suerte, y ¡quién sabe si en un dia, en una hora realizaré los sueños de mi ambición! Esto es difícil, convenido; pero de todos modos nada pierdo en intentarlo ántes de morir.»

Tal era el pensamiento de Miguel, que además de la suya experimentó tal vez el contagio de la locura quijotesca, bien asi como la lectura de obras de medicina predispone á contraer enfermedades; mas lo cierto es, que aquella elucubración le sirvió de mucho, estimulándole en su trabajo.

Cuando por la noche, después de despedir á los escribientes que le ayudaban, se ocupaba en coordinar la tarea del dia, hallaba momentos de dulce compensación al contemplar amorosamente el retrato de la Princesa ; y estos ratos, y su diaria visita al palacio de Lucko, eran como oasis en que reponía las fuerzas de su espíritu.

La estrella de esperanza que lucia en los ántes oscuros limbos de su imaginacion, hacíanle estar menos preocupado que anteriormente, poniendo más en relieve sus dotes de talento y amabilidad, con lo cual acabó de captarse las simpatías del Príncipe.

En cuanto á la Princesa, estaba encantada.

Miguel trabajó, no con asiduidad, sino con encarnizamiento, y sólo de este modo se concibe que en el corto espacio de dos meses terminase su obra, hecha y corregida á toda conciencia. El Emperador, sin leerla, mandó imprimirla é ilustrarla con un lujo verdaderamente régio, bajo la dirección de aquel, que no descansó hasta dejar en la biblioteca imperial los numerosos ejemplares de aquella magnífica edición.

Cuando se presentó al Soberano para llevarle algunos, pedidos por él, el Czar dió las más expresivas gracias al jóven traductor, y le dijo: «Desde hoy mi biblioteca tendrá una joya más, y yo ratos de agradable entretenimiento.»