Un buen negocio: 10


Escena IX editar

ROGELIO y ANA MARÍA


ROGELIO.- (A espaldas de ANA MARÍA, la contempla amorosamente. Pausa larga. Luego, como la crisis dura, dulcemente.) Basta. Ana María. Basta, hijita... Levanta esa cabeza. (Se la toma con ambas manos y con suave presión la atrae hacia él obligándola a mirarlo. ANA MARÍA, inconsciente, deja hacer y al abrir los ojos y encontrarse con la mirada de ROGELIO se incorpora con viveza.)

ANA MARÍA.- (Alejándose.) ¡Oh, qué indignidad!...

ROGELIO.- Ana María, te suplico que me oigas.

ANA MARÍA.- ¡Váyase usted! (Señalando la cama de la enferma.) Respete eso.

ROGELIO.- Duerme. (Sumiso.) ¡Ven; no me temas! Quiero que me oigas, nada más; que me escuches. Tú has formado de mi un concepto erróneo. Soy incapaz de una agresión, de una cobardía. Atiéndeme. Hablemos tranquilamente. Siéntate. Quiero que escuches mi justificación. Hace un instante vencido por mis sentimientos, en un ímpetu de ternura me permití esa libertad bien inocente, que tanto te ha alarmado. Te prometo...

ANA MARÍA.- Está bien; lo escucharé. ¿Qué otro remedio? (Se sienta.) Hable usted.

ROGELIO.- Yo te adoro, Ana María...

ANA MARÍA.- Suprima declamaciones, vamos al grano... ¿En cuánto quiere comprarme?

ROGELIO.- No me ofendas, Ana María. Me tomas por un vulgar seductor y no me comprendes. Yo te adoro desde que empezaste a ser mujer, como te quería con ternura de padre, cuando correteabas en mi casa jugando con mis hijitos. Será una pasión absurda, loca, criminal, pero esa pasión es superior a toda ponderación, a todo raciocinio; un incendio de mis sentidos y una absorción de mi espíritu. Mira si será honda y perturbadora que he llegado hasta acariciar la esperanza criminal de una liberación que me permitiera ofrecerte mi nombre y mi fortuna.

ANA MARÍA.- La fortuna de mi padre.

ROGELIO.- No me injuries, Ana María. Aquello fue una operación desgraciada. Tu padre sacó la peor parte y yo me vi imposibilitado para ayudarle. Podría apelar serenamente a su memoria con seguridad de sincerarme.

ANA MARÍA.- ¡A esa memoria que está usted respetando tan poco! ¡No continúe usted, por favor! ¡No continúe! Hábleme como comerciante, si quiere que lo oiga. ¿En cuánto me compra?

ROGELIO.- (Suplicante.) ¡Ana María! ¡Ana María! ¡Ana María! Te juro que en estos momentos soy sincero y honrado.

ANA MARÍA.- ¡Usted! Usted, que pudiendo y debiendo resarcirnos lo que nos pertenecía, lo que robó a mí padre...

ROGELIO.- ¡No!

ANA MARÍA.- ... Lo que robó a mi padre, nos dejó hundirnos en la miseria para satisfacer mejor su pasión torpe. Pudo haber hablado antes de la honestidad y de sinceridad; antes de rendir la plaza por hambre y soborno.

ROGELIO.- Es verdad, ¡perdóname! No debí nunca consentir que sufrierais tan extremadas privaciones; pero estaba ofuscado. Es cierto, te confieso que lo hice deliberadamente, pero te prometo Ana María, reparar ampliamente mi falta.

ANA MARÍA.- Basta. ¡Diga en cuánto me compra, no tema quedarse corto!

ROGELIO.- Daría todo cuanto tengo sólo porque creyeras en la sinceridad de mis palabras. Ya que no puedo ofrecerte nada más, te ofrezco la felicidad de los tuyos, un hogar al abrigo de todas las contingencias, una vejez tranquila para tu madre, el porvenir de tus hermanos asegurado y para ti...

ANA MARÍA.- La ignominia, el deshonor.

ROGELIO.- Toda mi vida.

ANA MARÍA.- ¿Está seguro de que vale tanto su vida?

ROGELIO.- No pierdo la esperanza de que algún día la aprecies mejor.

ANA MARÍA.- ¿Y está usted seguro de que los míos no me arrojarán al rostro el precio de su bienestar?

ROGELIO.- No, Ana María. Para entonces las cosas no tendrán remedio y el concepto de lo irreparable es y será siempre bálsamo de dolores y atenuante de escrúpulos. Verás, Ana María, verás a este hombre viejo que tanto has calumniado hasta ahora.

ANA MARÍA.- Basta. Una pregunta final. Mamá... respóndame, con entera franqueza, mamá... ¿está enterada de todos sus propósitos?

ROGELIO.- Quizás sospeche.

ANA MARÍA.- Contésteme categóricamente. ¿Sabe?

ROGELIO. - Sí.

ANA MARÍA.- Lo había imaginado. (Pausa.) Está bien, Rogelio, hágame el servicio de irse. Vuelva luego, mañana... pasado. Váyase. Quiero estar sola.

ROGELIO.- (Impresionado.) Adiós, Ana María.

ANA MARÍA.- ¡Oh, qué horror! (Pausa larga, monumental, muy expresiva.) ¡Esto es horrible, horrible!