Un buen negocio: 09


Escena VIII editar

ROGELIO, ANA MARÍA y MARCELINA


ROGELIO.- ¡Parece que tiene mal carácter ese jovencito!...

ANA MARÍA.- No se precisa mucho para responder a una impertinencia.

MARCELINA.- Yo creo que Rogelio ha estado correcto. Ese señor no es tu marido aún para que pueda intervenir en las intimidades de la familia.

ANA MARÍA.- Tiene más derecho que ese señor a participar de nuestros asuntos.

MARCELINA.- ¡Ana María!

ROGELIO.- (Aproximándose a ANA MARÍA.) Siempre la misma chiquilla impetuosa y aturdida. Esperaba que la lección te hubiera aprovechado, pero veo que genio y figura... (palmeándola maternalmente.) ¡Chiquilla! ¡Chiquilla!

ANA MARÍA.- ¡Déjeme usted!

ROGELIO.- No te alteres, porque esta vez estoy resuelto a no tornar en serio tus actitudes terribles. Aproxímese usted, señora, siéntese usted y abordemos nuestro asunto con toda franqueza. No necesito que me cuenten nada de lo que les pasa. Los he seguido muy de cerca, sé que han sufrido mil privaciones y cuanto ha hecho ésta admirable criatura por aliviarlas. Si antes no he intervenido para ayudarlos ha sido por respeto a su voluntad (por MARCELINA) y a tu capricho, Ana María.

ANA MARÍA.- ¿A mi capricho?

ROGELIO.- A tu capricho. ¿Qué motivos serios tuvieron ustedes para rechazar mi ayuda y para arrojarme de esta casa? Responda usted, señora, porque de ésta me espero la respuesta; una serie de argumentaciones sobre la delicadeza, el decoro, el que dirán o supondrán las gentes; etc. etc. pero que no tienen más razón de ser que el pecado de haberme opuesto a sus amores con el mozo que acaba de irse.

ANA MARÍA.- ¿Acaso el mendrugo que nos arrojaba le daba derecho a erigirse en mi tutor?

ROGELIO.- El mendrugo no; pero nuestra vieja amistad, mi experiencia, mi conocimiento de las cosas de la vida, me autorizaban a darte un consejo. No es un partido para ti ese individuo, te lo dije antes y te lo repito ahora. Tú, la que te has hecho cargo de toda la familia, con tu heroica decisión, te verás obligada a abandonarla, porque supongo no piensas hacerme creer que ese pobre diablo, por mucho que te quiera y por bueno que sea, pueda cargar con la hipoteca de todo un familión, cuando no cuenta sino con un mísero sueldo y tiene también madre y seres por quienes velar. Sería la unión del hambre y las ganas de comer, luego...

ANA MARÍA.- Basta, señor: no siga hablando así. Diga categóricamente, ¿qué quiere de nosotros? ¿qué es lo que quiere usted de nosotros?

ROGELIO.- (De pie.) De ti que te dejes de niñerías y que desemperruñes ese gesto que no te sienta bien; y de usted, Marcelina, que me diga sin reticencias, cuánto necesita.

MARCELINA.- Gracias, Rogelio. Usted no ignorará que yo nunca hubiera deseado llegar a estos extremos, pero el hambre puede más que todos los escrúpulos.

ROGELIO.- Sobre todo cuando estos escrúpulos son infundados. ¿Cuánto necesitan de inmediato? Digo de inmediato, porque ahora mis negocios son más prósperos y podré mejorar las condiciones de ustedes.

MARCELINA.- No se preocupe de eso. Salvados ciertos apremios no le seremos muy gravosos. Por ahora necesitamos resolver el problema del alquiler y unos cuantos pesos para remedios y para darle un alivio a esa pobre muchacha que se mata sobre la costura.

ANA MARÍA.- (Angustiada.) ¡No aceptes nada, no aceptes!...

ROGELIO.- (Sacando una suma de la cartera.) ¿Alcanza?

MARCELINA.- Sí, hija mía. Es necesario. (Aceptando.) Gracias.

ANA MARÍA.- (Cae abrumada, monologando.) ¡Me condenan! ¡Me condenan!...

ROGELIO.- (Aproximándose a ANA MARÍA.) ¡Oh, la chiquilla vehemente!... (Le acaricia suavemente la cabeza.) Cabeza de chorlito... hay que asentarla.

MARCELINA.- ¿Quiere que le prepare una taza de té, Rogelio?

ROGELIO.- Con el mayor gusto.

MARCELINA.- Voy a preparárselo. (Se encamina a la puerta.)

ANA MARÍA.- (Irguiéndose.) Mamá. ¿Por qué te vas?

MARCELINA.- (Mutis, sin responder.)

ANA MARÍA.- ¡Oh! ¡Mamá!... ¡Mamá!... (Desolada se deja caer de nuevo en la silla, ocultando el rostro.)