Tratado de la Pintura/05

Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.


LOS TRES LIBROS DE LA PINTURA POR LEÓN BAUTISTA ALBERTI. editar

LIBRO I. editar

Habiendo de escribir acerca de la Pintura en estos breves comentarios, tomaré de los Matemáticos, para hacerme entender con mas claridad, todo aquello que conduzca á mi asunto. Entendido esto, explicaré lo mejor que pueda qué cosa sea la Pintura, siguiendo los mismos principios de la naturaleza. Pero en mi discurso doy por advertencia que hablaré no como Matemático, sino como Pintor; pues los Matemáticos consideran con solo el entendimiento la especie y la forma de las cosas, separadas de toda materia. Mas como mi intento es que el asunto quede claro y palmario, usaré en mi escrito de un método y estilo adecuado á todos; y me daré á la verdad por muy satisfecho, si llegan á entender los Pintores, leyéndole, una materia tan difícil como esta, de la que hasta ahora nadie, que yo sepa, ha tratado por escrito Por tanto suplico que no interpreten esta obra como hecha por un Matemático, sino como de un Pintor.

En primer lugar es preciso saber que el punto es una señal (digámoslo asi) que no se puede dividir en partes. Aquí llamo yo señal á cualquiera cosa que se halle en una superficie, de modo que la pueda percibir la vista: pues todo lo que la vista no pueda alcanzar, nadie afirmará que tenga conexión alguna con el Pintor, pues el fin de este es imitar todo lo que se distingue con el auxilio de la luz.

Estos puntos si se fueran poniendo uno después de otro formarian una línea, la cual para nosotros será cierta señal capaz de dividirse en partes á lo largo; pero al mismo paso tan sutil, que de ningún modo se podrá hender (A).

La línea puede ser recta, y puede ser curva. Línea recta es una señal que se dirige en derechura desde un punto á otro á lo largo. Línea curva es la que se tira de un punto á otro, no por derecho, sino haciendo arco. Uniendo muchas líneas como se unen los hilos en una tela, se formará una superficie, que es el término ó extremo de un cuerpo, que se considera con longitud y latitud, que son cualidades suyas, pero sin profundidad. Estas cualidades están algunas de ellas tan inherentes en la misma superficie, que no se pueden remover de ella, á menos que del todo no se altere. Otras hay de tal modo, que subsistiendo siempre la misma superficie, hieren á la vista de manera, que al parecer queda aquella variada para el que la mira. Las cualidades perpetuas de la superficie son dos: la una es la que presenta á la vista el circuito ó termino en que se incluye, al cual llaman algunos horizonte; pero nosotros, si acaso nos es lícito, en virtud de cierta semejanza, lo llamaremos, valiéndonos del Latin, area, ó sea dintorno, el cual podrá terminarse por una sola línea, ó por varias; por una, como la línea circular; por varias, como una recta y una curva, ó por muchas rectas ó por muchas curvas. Línea circular es la que abraza y contiene en sí todo el espacio del círculo. Este es una superficie circundada de una línea como corona. Si en medio de esta superficie se hace un punto, todos los rayos que en línea recta vayan desde este punto á la corona ó circunferencia serán iguales entre sí. Este punto se llama centro del círculo, y la recta que divida en dos partes á este y pase por aquel, se llama entre los Matemáticos diámetro. A esta recta la llamaremos nosotros céntrica; y quede aqui sentado lo que dicen los Matemáticos que ninguna línea que corte á la circunferencia, puede formar en ella ángulos iguales, sino la que pasa por el centro.

Pero volvamos á la superficie: de todo lo que he dicho arriba se entiende fácilmente cómo puede una superficie, variando la dirección de sus últimas líneas, ó mas bien su dintorno, perder la figura y nombre que antes tenia, llamándose ahora triangular la que antes era cuadrangular ó de mas ángulos. Dícese mudado el dintorno siempre que se aumenten las líneas y los ángulos, ó se alarguen ó acorten aquellos, y estos se hagan mas obtusos ó mas agudos. Aqui parece del caso decir algo acerca de los ángulos. Ángulo es el que forman dos líneas que se cortan en la extremidad de una superficie; es de tres especies, escuadra, menor que escuadra, y mayor que escuadra. La escuadra ó ángulo recto es uno de aquellos cuatro ángulos que forman dos líneas rectas que mutuamente se cortan, de modo que cada ángulo es igual á cada uno de los otros tres; por lo que es sentado que todos los ángulos rectos son iguales entre sí. El ángulo menor que escuadra, ó agudo, es aquel que es menor que el recto; esto es, que está menos abierto. Ángulo mayor que escuadra ó obtuso es el que está mas abierto que la escuadra.

Volvamos otra vez á la superficie. Ya hemos dicho de qué modo se la da una cualidad por medio del dintorno; ahora resta que hablar de la otra cualidad que tiene la superficie, la cual (digámoslo asi) es como una piel extendida sobre la cara de la superficie. Esta se divide en tres, plana ó uniforme, esférica ó abultada, cóncava ó ahondada. A estas se añade la otra superficie que se compone de las dichas, de la cual trataremos luego; pero ahora hablaremos de las primeras.

Superficie plana es aquella, sobre la cual si se pone una regla, tocará igualmente en todas sus partes; como la superficie del agua que esté muy limpia y tranquila. La superficie esférica imita al dintorno de una esfera, y esta es un cuerpo redondo que puede dar vueltas por cualquier lado, y en su centro hay un punto del cual distan igualmente todas las partes de la esfera. Superficie cóncava es aquella que interiormente está como el revés de la esfera; como la superficie de un huevo mirado por adentro. Superficie compuesta es la que tiene una parte plana, y la otra cóncava ó redonda, como la superficie de una caña, ó la superficie exterior de una columna ó pirámide cónica.

A B C ángulo recto. D E F obtuso. F E G agudo. H superficie plana. M esférica. N cóncava. O compuesta. Lámina I.

Aquí se ve cómo las cualidades que se hallan, ó en el circuito ó en la cara de la superficie, la han dado diversos nombres. Las otras cualidades que sin alterar la superficie varían su figura, son también dos; pues mudando la luz ó el sitio en que está, parece diferente la superficie á quien la mira. Hablaremos primero del sitio, y luego de la luz; porque á la verdad es preciso considerar de qué modo se mudan al parecer las cualidades de una superficie, solo porque se mueve de un sitio á otro. Todo esto concierne á la fuerza y virtud de los ojos; porque es forzoso que los dintornos se representen á la vista, ó mayores ó menores, ó del todo diferentes de lo que antes eran, por causa de la separación ó mudanza del sitio; ó también que la misma superficie parezca que ha aumentado ó disminuido su color. Todas estas cosas las medimos y discurrimos con la escuadra; y el modo de hacer la operación con ella lo explicaremos ahora. Es sentencia de los Filósofos que las superficies se han de examinar por medio de ciertos rayos, ministros de la vista, á quienes se llama visuales: esto es, que estos rayos llevan la imagen del objeto á la fantasía. Estos mismos rayos que van desde la superficie á la vista con una prontitud y sutileza admirable que por naturaleza tienen, se propagan con mucha claridad, guiados de la luz, y penetrando el aire y demás cuerpos rarefactos y diáfanos, hasta que encuentran con algún cuerpo denso y no muy oscuro, en donde hieren y se detienen. Entre los antiguos se disputó mucho si estos rayos salian de los ojos ó de la superficie que se miraba; pero esta contienda tan escabrosa, como no necesaria para nosotros, la omitiremos. Y así imaginaremos á estos rayos como unos hilos sutilísimos, que afirmados por el un cabo en el objeto van en derechura al ojo, en cuyo centro se forma la visión. Aqui están amontonados, y propagándose luego á larga distancia, siempre en línea recta, se dirigen á la superficie que se les pone delante. Entre estos rayos hay alguna diferencia, que es forzoso saber, porque son diversos en la fuerza y en el oficio: unos hiriendo el dintorno de la superficie, comprenden toda su cualidad; y como van volando de modo que apenas tocan las partes extremas de la superficie, los llamaremos rayos extremos. Véase la Lámina II, y adviértase que esta superficie se demuestra de cara para que se puedan ver los cuatro rayos extremos que se dirigen á los cuatro puntos principales y últimos de ella. Otros rayos, ó recibidos ó procedentes de toda la cara de la superficie, hacen su oficio dentro de aquella pirámide, de que hablaremos mas abajo: estos reciben en sí los mismos colores y luces que tiene la superficie, y por esto los llamamos rayos intermedios. Lámina II. Todo el cuadro es una sola superficie; pero estando dentro inscrito un octágono, se figuran los rayos intermedios, que van desde el ojo á los puntos de los ángulos de la figura.

Entre los rayos hay también uno que siendo en todo semejante á la línea que llamamos céntrica, se puede igualmente llamar céntrico ó del centro; porque insiste en la superficie; de modo que por todas partes engendra en torno de él ángulos iguales.

Esto supuesto, tenemos ya rayos de tres especies, extremos, intermedios y céntricos. Ahora averiguaremos el efecto que hace en la vista cualquiera de ellos, tratando primero de los extremos, luego de los intermedios, y por último de los céntricos. Los rayos extremos comprenden la cuantidad. Cuantidad es el espacio que se halla entre dos puntos separados del dintorno que hay en la superficie, cuyo espacio lo comprende la vista con estos rayos extremos, como si fueran un compás; y en una superficie hay tantas cuantidades, cuantos son los puntos separados en un dintorno, uno en frente del otro. Nosotros con el auxilio de nuestra vista conocemos la longitud, mediante su altura ó su profundidad; la anchura mediante los lados; el grueso mediante la parte cercana ó la remota; y en fin todas las demás dimensiones, sean las que sean, las comprendemos con estos rayos extremos. Por esto se suele decir que la visión se hace por medio de un triángulo, cuya base es la cuantidad que se ve, y los lados son los mismos rayos que salen de los puntos de la dicha cuantidad y van derechos al ojo. Esto es evidente, pues ninguna cuantidad se puede ver sino con este triángulo. Los lados de este triángulo visual son manifiestos, y los ángulos dos, que son aquellos que insisten en los dos puntos de la cuantidad. El tercer ángulo es el que se forma en el ojo en frente de la base. Lámina III. A B C se puede llamar la pirámide.

Aqui no ventilaremos si esta visión se forma en el nervio óptico, ó si se representa la imagen en la superficie del ojo, como si fuera un espejo animado; pues en este Tratado no se han de explicar todos los oficios de los ojos para la acción de ver; sino que solo expondremos aquellas cosas que parezcan mas necesarias. Estando, pues, el principal ángulo de la vista en el ojo, ha dado fundamento á la regla siguiente; y es, que cuanto mas agudo sea este ángulo, parecerá menor la cuantidad que se ve. Por donde se manifiesta claramente la razón de disminuirse un objeto al parecer visto desde larga distancia hasta que casi queda reducido á un punto. Pero con todo esto muchas veces sucede que cuanto mas próxima se pone á la vista una superficie, tanto menor parece; y cuanto mas se aparta, se va haciendo mayor; lo cual se advierte distintamente en las superficies esféricas. Queda, pues, sentado que las cuantidades, según el intervalo interpuesto, parecen á la vista mayores ó menores: de cuya razón el que esté bien hecho cargo, no dudará que muchas veces acaece convertirse los rayos intermedios en extremos, y estos en aquellos, mudándose el intervalo. Para lo cual se ha de saber que cuando los rayos intermedios se conviertan en extremos, parecerá menor la cuantidad mirada; y al contrario, cuando los extremos se vuelvan intermedios, recogiéndose al dintorno, cuanto mas disten de este, tanto mayor parecerá la cuantidad. Sobre este punto suelo yo dar una regla; y es, que cuantos mas rayos abracemos con la vista, tanto mayor debemos pensar que sea el objeto ó cuantidad que vemos; y cuantos menos rayos, mas pequeño será el objeto. Ultimamentc como los rayos extremos abrazan por todas partes el dintorno de una superficie, la rodean toda como si fuesen un foso. Y asi decimos que la visión se forma mediante una pirámide de rayos.

Ahora es menester decir lo que es pirámide. Pirámide es un cuerpo largo, y todas las líneas que se tiran de la base al cúspide rematan en un punto. La base de la pirámide es la superficie que se mira, y los lados son los rayos visuales que llamamos extremos. El cúspide de la pirámide está dentro del ojo en donde se forman los ángulos de la cuantidad; y baste de explicación de los rayos extremos que forman la pirámide, mediante la cual se ve lo mucho que importa saber cuáles y cuántos intervalos hay entre la vista y la superficie.

Tratemos ahora de los rayos intermedios, que son aquella multitud de rayos que se encuentran dentro de la pirámide, rodeada de los rayos extremos. Su oficio es el mismo que el del camaleón, según dicen, y algún otro animal, que lleno de terror toma el color de la cosa que halla mas cercana para que no le atisben los cazadores. Esto es lo que hacen los rayos intermedios, pues con el contacto de la superficie se tiñen hasta el cúspide de la pirámide de la variedad de colores y luces que encuentran: de tal manera que en cualquiera parte que se les cortase, representarian alli mismo los propios colores y luces de que van impregnados. Se ha observado que estos rayos intermedios en un intervalo muy largo llegan á faltar y debilitan la visión; y la razón es esta. Asi estos rayos como los demás visuales vaa llenos de colores y luces á penetrar el aire; y como este se halla impregnado de partículas gruesas, sucede muchas veces que al pasar, los abate el mismo peso del aire; por lo cual cuanto mayor es la distancia, parece la superficie mas oscura y confusa.

Vamos ahora al rayo céntrico. Llamamos asi á aquel que solo hiere en la cuantidad, de manera que forma por todas partes ángulos iguales. Este rayo es seguramente el mas activo y eficaz de todos, y es innegable que ninguna cuantidad parecerá mayor á la vista, que cuando se halle en ella el rayo céntrico. Muchas cosas se pudieran contar de la fuerza que tiene este rayo; pero baste decir solo que todos los otros le fomentan á este, y le tienen en medio como para favorecerle de común acuerdo, de suerte que con razón se le puede llamar el principal de los rayos. Lo demas se omite, porque parece que es mas propio para ostentar ingenio, que para el asunto que hemos emprendido. En otras partes se dirá todavia mas acerca de los rayos.

Los rayos intermedios del octágono se pueden considerar como una pirámide de ocho lados dentro de otra de cuatro.

Baste, pues, de la explicación de aquellas cosas, conforme lo exige la brevedad de un comentario, de las que nadie duda que suceden asi; y me parece que se ha demostrado suficientemente que en mudándose el intervalo ó la posición del rayo céntrico, inmediatamente se altera la superficie, representándose ó menor ó mayor, ó diversificada en cuanto al orden de sus líneas ó ángulos. Por lo cual es evidente que la distancia y el rayo céntrico contribuyen mucho á la exactitud de la vista.

Hay también otra razón por la cual parece á la vista la superficie deforme y variada; esta es el golpe de luz que recibe. Esto se puede advertir en la superficie esférica y en la cóncava, en donde, si no hay mas que una luz, quedará de una parte bastante oscura, y de la otra mas clara. Y aun manteniéndose con el primer intervalo, y firme la primera posición del rayo céntrico, con tal que la superficie se halle con luz diferente, se verá como todas aquellas primeras partes que con la luz estaban aclaradas, quedan oscuras con la mutación de ella, y las oscuras aclaradas. Ademas: si hay muchas luces alrededor, habrá diversas claridades y oscuridades en una superficie de este modo, que variarán según la cantidad y fuerza de las mismas luces. Esto lo demuestra la experiencia.

Aqui me parece debido decir algo acerca de las luces y colores. Que los colores se varian mediante las luces, es evidente; pues ninguno se representa á nuestra vista en la sombra de la misma manera que cuando dan en él los rayos luminosos: porque la sombra confunde al color, y la luz lo aclara y despeja. Dicen los Filósofos que no se puede ver cosa alguna, si no está bañada de luz y de color, pues entre estos y aquella hay una grande unión para contribuir á la visión; la cual es tan grande, que en faltando la luz, van también oscureciéndose poco á poco los colores hasta que se ocultan; y en volviendo la claridad, vuelven igualmente los colores á nuestra vista por la virtud de aquella. Siendo esto asi, será bien tratar primero de los colores, y luego investigaremos de qué modo se varían estos con la luz. Dejemos aparte las disputas filosóficas sobre cuál es el nacimiento y origen de los colores, pues nada le importa al Pintor saber de qué modo se engendra el color de la mixtion del raro y del denso, ó del cálido y seco, ó del frio y húmedo. No por eso dejo de estimar á los que disputan filosóficamente sobre este punto, afirmando que los colores primitivos son siete; que el blanco y el negro son los extremos, entre los cuales hay uno que está en medio, y que entre cada uno de estos extremos y el medio hay otros dos en ambas partes: y porque el uno de estos se aproxima mas al un extremo que al otro, lo colocan de modo que parece dudan en donde ponerle. Al Pintor le basta saber cuáles son los colores, y de qué modo se ha de servir de ellos en la Pintura. No quisiera que me reprendieran algunos sabios, que siguiendo el parecer de varios Filósofos, dicen que en la naturaleza de las cosas solo se encuentran dos colores verdaderos, que son el blanco y el negro, y que todos los demás nacen de la unión de estos. Yo, como Pintor, comprendo por esta proposición que de la mixtion de los colores se originan otros infinitos; pero para los Pintores son cuatro los colores primitivos, asi como son cuatro los elementos, de los cuales nacen otras muchas especies diferentes. Hay el color del fuego, que es el rojo; hay el del aire, que se llama azul; el del agua, que es el verde, y el de la tierra, que es el amarillo. Todos los demás colores se hacen con la mezcla de estos, como sucede al diáspro y al pórfido. Son, pues, cuatro los géneros de colores, de los cuales mediante la mezcla del blanco y del negro se engendrán innumerables especies; pues en las yerbas, que son verdes, vemos que van perdiendo la belleza de su color por grados hasta que se vuelven casi blancas. Lo mismo advertimos en el aire, que tal vez toma el color de algún vapor blanco hacia el horizonte, y luego vuelve poco á poco al suyo primero. En las rosas se puede experimentar lo mismo; pues algunas tienen el color tan encendido, que se aproxima mucho al carmesí; otras tienen el colorido de las mejillas de una doncella, y otras parecen blancas como el marfil. El color de la tierra también tiene sus diferencias mediante la mezcla del blanco y del negro; pues la mezcla del blanco no muda el genero del color, sino que origina otra especie diferente: y la misma virtud tiene el negro, pues con su mezcla se originan varias especies. Todo lo cual está muy arreglado á la naturaleza, pues todo color se altera con las sombras, y se hace diferente de lo que era; porque aumentándose la oscuridad se disminuye la claridad y blancura del color, y en aumentándose esta se acrecienta su esplendor. Por esto puede tener entendido el Pintor, que el blanco y el negro no son colores verdaderos, sino los trasformadores suyos, digámoslo asi. Verdad es que en la Pintura no se ha encontrado mas que el blanco para expresar el mayor grado de luz, y el negro para representar las tinieblas y su oscuridad. Ademas: en ninguna parte se hallará el blanco ó el negro, que no caiga bajo algún género de color.

Ahora tratemos de la fuerza de la luz. La luz proviene ó de las constelaciones, como del sol, de la luna ó del lucero de la mañana, ó de las luces materiales y del fuego. Entre estos dos géneros hay gran diferencia. La luz del cielo produce sombras casi iguales al cuerpo; pero el fuego las origina mayores que el mismo cuerpo. Las sombras provienen de estar interceptados los rayos de la luz; los rayos interceptados ó reflejan hacia otra parte, ó se reflejan sobre sí mismos. Reflejan hacia otra parte, como cuando los rayos del sol hieren en la superficie del agua, y resaltan al lado opuesto; y toda reflexión se hace según los Matemáticos con ángulos iguales entre sí; pero esto pertenece á otra parte de la Pintura. Los rayos que reflejan se tiñen de aquel color que encuentran en la superficie en que reflejan ó reverberan. Esto se advierte cuando vemos á alguna persona en un prado, y su semblante parece verde.

Ya he hablado de las superficies, de los rayos, del modo que se forma la pirámide visual y sus triángulos; he probado cuanto importa el que el intervalo, la posición del rayo céntrico, y la percepción de la luz se determinen con certeza: he dicho cómo se pueden ver de una mirada, no una superficie sola, sino muchas; y asi, supuesto que se ha tratado con alguna extensión de cada género de superficie, falta ahora averiguar de qué modo se representan á la vista muchas superficies á un mismo tiempo. Cada superficie se halla particularmente con su respectiva luz y colores, y con su pirámide visual; y como los cuerpos están cubiertos de varias superficies, todas las cuantidades de cuerpos que vemos, y todas las superficies producen una sola pirámide que incluye tantas pirámides menores, cuantas son las superficies que comprenden los rayos visuales á un mismo tiempo. Siendo esto asi, dirá tal vez alguno ¿qué necesita el Pintor de tanta consideración? ¿Qué utilidad le puede traer esto para la Pintura? A lo cual respondo que todo esto le ayudará para ser Maestro excelente en su arte, siempre que llegue á conocer exactamente las diferencias de las superficies y sus proporciones; lo cual son pocos los que han llegado á saberlo. Pues si por casualidad se les pregunta qué efecto es el que buscan en el colorido que dan á tal superficie, á cualquiera otra cosa responderán con mas tino que á esta, quedándose sin poder dar la razón del trabajo que hacen. Por esto suplico á los Pintores estudiosos me escuchen; pues el aprender cosas que pueden ser de provecho nunca ha dañado á nadie por hábil que sea. Y sepan que cuando trazan con líneas una superficie, y van cubriendo de color el dibujo que han hecho, el efecto que buscan es que en una sola superficie se representen otras muchas, no de otro modo que si la tal superficie fuese de vidrio ó de otra cosa trasparente, para que por ella penetrase la pirámide visual, con cuyo medio se viesen distintamente los cuerpos verdaderos con intervalo determinado y fijo, con segura posición del rayo céntrico, y con luz permanente en sus lugares debidos. Que esto es asi lo acreditan los mismos Pintores, cuando se retiran de la obra que trabajan para considerarla desde lejos, pues entonces guiados por la misma naturaleza van buscando el cúspide de la pirámide, juzgando que desde tal sitio descubrirán y podrán hacer mejor juicio de la pintura. Y como esta sea solo una superficie de tabla, ó una pared, en donde procura el Pintor representar muchas y varias superficies y pirámides comprendidas en una sola pirámide grande, será necesario que se corte en alguna parte esta pirámide visual, para que en este sitio pueda expresar el Pintor con líneas y colores los dintornos y colorido que demuestra la dicha sección ó corte. Siendo esto asi los que miran la superficie pintada, ven el corte de la pirámide: por lo que el cuadro pintado será la sección de la pirámide visual con determinado espacio ó intervalo, con su centro y luces particulares, representado todo en una superficie con líneas y colores. Sentado, pues, que el cuadro pintado es la sección de la pirámide, es menester investigar todos los medios por donde se pueda percibir distintamente cuanto se halle en dicho cuadro ó sección. Hablaremos otra vez de las superficies, desde las cuales se ha demostrado ya que salen las pirámides que se han de cortar con la pintura. De estas superficies unas estan tendidas en tierra, como los pavimentos ó el espacio que hay entre los edificios, ó algunas otras que están igualmente distantes de dichos espacios. Otras superficies están verticales como las paredes y demás superficies, cuyos lineamentos siguen la misma dirección que las paredes. Dícese que tales superficies estan igualmente lejanas entre sí, cuando la distancia que las separa es una misma por todas partes. Las superficies, cuyos lineamentos siguen la misma dirección que las paredes, son aquellas que por todas partes las toca una línea recta continuada, como las superficies de las pilastras que se ponen en progresión en una estancia. Todo esto se ha de añadir á lo que se ha dicho antes acerca de las superficies, y sobre todo lo explicado acerca de los rayos asi extremos como intermedios y céntrico; y acerca de la pirámide visual se tendrá presente aquella proposición de los Matemáticos que dice: si una recta corta un triángulo de modo que forma otro menor, y queda paralela á la base del primero, los lados del triángulo menor serán proporcionales á los del mayor. Asi explican los Matemáticos esta proposición; pero para que sea mas inteligible á los Pintores, haremos una explicación mas clara. Primeramente es preciso saber que cosa es la que aqui se llama proporcional. Llamamos triángulos proporcionales á aquellos, cuyos lados y ángulos tienen entre sí igual conveniencia: de modo que si el un lado de un triángulo es mayor que la base de dos partes y media ó tres, todos los demás triángulos, sean mayores ó menores, que tengan esta misma correspondencia entre sus lados y la base, serán proporcionales; pues el mismo respecto que tiene esta parte á la otra en el triángulo mayor, tendrá la otra á su correspondiente en el menor. Todos los triángulos, pues, hechos de este modo se llamarán entre nosotros proporcionales; y para que se entienda mejor pondremos un ejemplo. Un hombre de estatura pequeña será proporcional á otro muy alto por la medida del codo; con tal que se emplee la misma proporción de palmo y pie para medir todas las partes del cuerpo en Evandro que en Hércules, del cual dice Gelio que era de estatura procer, tanto que sobresalía entre todos. No hubo diferente proporción entre los miembros de Hércules que entre los del gigante Antéo; y asi como en cada uno de estos correspondía la mano al codo, y el codo á la cabeza y demás miembros con igual medida entre ellos; lo mismo sucederá en nuestros triángulos, entre los cuales habrá un cierto género de medida, por la cual los pequeños corresponderán á los grandes en todo menos en el tamaño. Entendido esto bien diremos, según la proposición matemática contraída á nuestro asunto, que la sección de cualquier triángulo, siendo paralela á la base, forma un triángulo semejante, como dicen, al triángulo mayor, y según nosotros proporcional. Y por consiguiente en todas aquellas cosas que son entre sí proporcionales, sus partes son también entre sí correspondientes; y cuando los todos no son correspondientes, tampoco las partes serán proporcionales. Las partes del triángulo visual, esto es, las líneas son rayos, los cuales en la visión de cuantidades proporcionales en la Pintura, serán iguales en cuanto al número; y en las que no sean proporcionales, no serán iguales: porque una de las cuantidades no proporcionales ocupará tal vez mas número de rayos ó menos. Sabido, pues, ya de qué modo es proporcional un triángulo menor á otro mayor, y teniendo presente que la pirámide visual se compone de triángulos; contráigase todo nuestro discurso y explicación que hemos hecho de los triángulos á la pirámide, y téngase por cierto que ninguna de las cuantidades vistas en la superficie, si son paralelas á la sección, hace alteración alguna en la pintura; porque son verdaderamente cuantidades equivalentes y proporcionales en toda sección paralela á sus correspondientes. Lo cual siendo asi, se sigue que la pintura no padece alteración alguna en sus dintornos, ni se alteran las cuantidades que llenan el espacio ó campo, y miden los dichos dintornos; y que toda sección de la pirámide visual, paralela á la superficie que se mira, es igualmente proporcional á la dicha superficie.

Ya hemos hablado de las superficies proporcionales á la sección, esto es, de las que están igualmente distantes de la superficie pintada. Pero como nos veremos en la necesidad de pintar diversas superficies, que no serán equidistantes, debemos estudiar estas con mas diligencia, para poder conocer alguna razón de la sección; y como sería sumamente dificil, y muy oscuro y prolijo explicar todo lo concerniente á la sección del triángulo ó pirámide, según el estilo de los Matemáticos, trataremos el asunto á la manera de los Pintores. Digamos algo de paso primeramente de las cuantidades que no son equidistantes, con cuya noticia será fácil entender la explicación de las superficies que tampoco son equidistantes. Entre estas hay algunas cuyas líneas son en todo semejantes á los rayos visuales, y otras que están á igual distancia que estos. Las cuantidades semejantes á los rayos visuales, como no forman triángulo, y no ocupan el número de los rayos, no ganan lugar alguno en la sección. Pero las cuantidades que están á igual distancia de los rayos visuales, cuanto mas obtuso sea el ángulo que está en frente de la base, tanto menor número de rayos recibirá aquella cuantidad, y menos espacio tendrá para la sección. Hemos dicho que la superficie se cubre de la cuantidad, y respecto á que comunmente sucede hallarse en una superficie alguna cuantidad, que será equidistante de la sección, sin que lo sean las demás cuantidades de la misma superficie; por esta razón, solo aquellas cuantidades equidistantes en la superficie son las que no padecen alteración alguna en la pintura. Pero las cuantidades que no sean equidistantes, cuanto mas obtuso sea el ángulo en frente de la base, tanta mas alteración padecerán. Finalmente, á todo esto se debe añadir aquella opinión de los Filósofos, que dice: que si el cielo, las estrellas, los mares y los montes, los animales, y últimamente todos los cuerpos se hicieran la mitad menores de lo que son, no parecería que se habían disminuido cosa alguna del tamaño que ahora tienen; porque la magnitud, pequeñez, longitud, altura, profundidad, estrechez y latitud, la oscuridad, claridad, y las demás cosas que se pueden hallar ó no hallar en todo, las llamaron los Filósofos accidentes, los cuales son de tal manera, que solo se les puede conocer exactamente por comparación. Dice Virgilio que á Eneas le llegaban los demás hombres á los hombros; pero si Eneas se comparase con Polifemo, pareceria pigmeo. Dicen que Euríalo era muy hermoso; pero comparado con Ganimedes, aquel á quien arrebató Jove, pareceria feo. En algunos paises se tienen por blancas algunas mugeres que trasladadas á otro serian negras. El marfil y la plata son de color blanco, pero al lado de los Cisnes y de las telas de lino ya no lo son tanto. Por esta razón parecen las superficies en la Pintura muy bellas y resplandecientes, cuando en ellas se advierte aquella proporción del blanco al negro que hay en las cosas naturales de la claridad á las sombras. Y asi todo esto se advierte por medio de la comparación, pues en el cotejo de una cosa con otra se encuentra cierta fuerza, con la cual se echa de ver lo que hay de mas ó de menos, ó la igualdad. Por esto llamamos grande á aquello que es mayor que otra cosa menor, y grandísimo á lo que es mayor que lo grande; luminoso á lo que es mas claro que lo oscuro, y clarísimo á lo que tiene aun mas luz que lo que decimos luminoso. Y la comparacion se hace siempre con aquellas cosas que son mas conocidas; y por esto siendo el hombre la cosa mas conocida entre todas las demás, dijo Protágoras que era el modelo y la medida de todas las cosas; entendiendo por esto que los accidentes de todas las cosas se pueden conocer y comparar con las del hombre. Todo esto nos enseña que todas aquellas cosas que pintemos parecerán á la vista grandes ó pequeñas, segun el tamaño que en la pintura demos al hombre. Esta fuerza de la comparación juzgo que nadie la llegó á comprender tanto entre los antiguos como Timantes, el cual pintando á un Cíclope dormido en una tabla pequeña, lo puso al lado de unos Sátiros que le abrazaban el dedo gordo del pie, para que pareciese su estatura enorme comparada con la de los Sátiros.

Hasta aqui hemos hablado de casi todo lo que pertenece á la virtud de la vista, y al conocimiento de la sección de la pirámide visual; pero como conduce mucho á nuestro propósito el saber cuál sea esta sección, y de qué modo se hace, falta decir la manera y el arte con que se expresa en la Pintura. Para esto me parece mejor decir lo que yo hago cuando me pongo á pintar. Para pintar, pues, una superficie, lo primero hago un cuadro ó rectángulo del tamaño que me parece, el cual me sirve como de una ventana abierta, por la que se ha de ver la historia que voy á expresar, y alli determino la estatura de las figuras que he de poner, cuya longitud la divido en tres partes. Estas para mí son proporcionales á aquella medida que comunmente llaman brazo; pues, según se advierte claramente en la proporción del hombre, su regular longitud es de tres brazos ó brazas (B). Con esta medida divido la línea que sirve de base al rectángulo, y anoto las veces que entra en ella. Esta línea es para mí proporcional á la mas próxima cuantidad equidistante que se ve en aquel espacio al través. Hecho esto, señalo un punto, adonde se ha de dirigir principalmente la vista, dentro del rectángulo, el cual ocupará el mismo sitio en que debe insistir el rayo céntrico, por lo que le llamo punto del centro. Este punto se colocará en parage conveniente, no mas alto que la altura que se señala á las figuras en aquel cuadro; con lo cual tanto los objetos pintados, como quien los mira parece que están en un mismo plano. Señalado el punto del centro, tiro rectas desde todas las divisiones de la línea de la base á él, las cuales me demuestran el modo con que se van disminuyendo las cuantidades que miro al través, cuando me hallo en la precisión de llegar con los objetos hasta el último término del cuadro. Lámina V.

Algunos tirarían una paralela á la línea de la base del rectángulo, ya dividida, y dividirían ademas en tres partes iguales el espacio que comprenden las dos rectas. Luego tirarían otra paralela á la segunda de tal suerte, que el espacio comprendido entre la base y la primera paralela dividida en tres partes, exceda toda una parte al otro espacio que quede entre la primera y segunda paralela. Después tirarían otra paralela observando la misma regla en la distancia; y aunque estarán persuadidos estos de que caminan con dirección segura en este modo de pintar, en mi sentir van no poco errados. Porque como la primera recta la tiran á discreción, aunque las otras paralelas estan con regla cierta, no por eso tienen lugar fijo y determinado del cúspide de la pirámide para poder bien ver el objeto, de lo cual provienen muchos errores en la Pintura. Añádase á esto que dicha regla seria falsa siempre que colocasen el punto del centro mas alto ó mas bajo de lo que fuese la altura de las figuras; pues todos los inteligentes convienen en que ninguna cosa pintada y copiada del natural se puede ver y distinguir bien, como no esté colocada con la debida distancia respecto á la vista, de lo cual daremos la razón cuando hagamos la demostración de la Pintura; pues habiéndolo practicado asi en nuestras obras, cuando los amigos las veian, decian que eran un milagro del arte. A esto se dirige todo cuanto llevo dicho hasta aqui; pero volvamos á nuestro intento.

La práctica que yo sigo es la siguiente. En todo voy dirigiéndome siempre por la misma línea y por el punto del centro; divido, como he dicho, la base, y tiro rectas desde todos sus puntos, de división al del centro. En las cuantidades que están al través observo este método. En un espacio pequeño tiro una recta, y la divido en tantas partes como la base del rectángulo. Sobre ella coloco un punto á igual altura que el punto del centro, y tiro desde él rectas á todas las divisiones. Luego determino la distancia que me parece entre la vista y el cuadro, y prefijado ya el sitio de la sección alli mismo, con una perpendicular que levanto corto todas las rectas que encuentro desde ella. Línea perpendicular es la que cayendo sobre otra, forma todos los ángulos rectos ó á escuadra. Lámina VI.

O P línea de la base de nueve brazas. A punto de la vista á la altura de tres brazas: b, c, d &c. líneas paralelas.

Esta perpendicular me da en sus intersecciones todos los términos de la distancia que ha de haber entre las líneas que atraviesan paralelamente el pavimento, con lo cual tendré dibujadas todas las líneas de él, de cuya exactitud será la prueba el que una misma recta sirva de diámetro á todos los paralelógramos que se encuentren (C). Llámase entre los Matemáticos diámetro del paralelógramo aquella recta que va desde un ángulo á su opuesto, la cual divide al paralelógramo en dos partes iguales, convirtiéndole en dos triángulos. Concluido esto con toda exactitud, tiro una paralela por encima, la cual corta ambos lados del rectángulo grande, y pasa por el punto del centro. Esta línea me sirve de término ó confin, con el cual ninguna cuantidad sobrepuja la altura de la vista; y porque pasa por el punto del centro, se llama céntrica. De aqui se sigue que aquellas figuras que se pinten entre las paralelas ulteriores serán menores que las que se hagan en las anteriores, no por esta razón sola, sino porque aquellas manifiestan estar mas lejos, y por eso son mas pequeñas, como lo demuestra la misma naturaleza cada dia. Por ejemplo: en un Templo vemos que las cabezas de las personas que andan por él están casi á una misma altura; pero los pies de los que están distantes parece que corresponden á las rodillas de los que están mas cerca. Toda esta regla de dividir el pavimento pertenece particularmente á aquella parte de la Pintura que se llama composición, de la que trataremos en su lugar. Bien que me temo que por su novedad, y por la brevedad de este comentario quede algo oscura para muchos; pues según observamos por las obras de los antiguos, esta parte no fue conocida de nuestros mayores por su dificultad extrema, siendo casi imposible encontrar entre los cuadros antiguos una historia bien compuesta y bien pintada ó bien esculpida. Por esta razón trataré de ella con brevedad y con la claridad posible; pero sé muy bien que para algunos no podré pasar por elocuente, y á muchos que no me entenderán de pronto, les costará infinito trabajo el comprender mis proposiciones. Todo esto es muy fácil y curioso para los ingenios sublimes y perspicaces aplicados á la Pintura, de cualquier modo que se diga; pero para aquellos entendimientos torpes y nada aptos para un arte tan noble, aun cuando se tratase con la mayor elocuencia será desagradable, bien que esto mismo dicho por mí, aunque con la posible brevedad, tal vez no podrá leerse sin molestia. Pero con todo espero disimulen el poco aliño que he puesto en mis frases por darme á entender con mas claridad, advirtiendo que en adelante tal vez será mas gustosa la lectura.

Hemos tratado ya, pues, de los triángulos, de la pirámide, de la sección, y de todo lo demás que ha parecido del caso, de todo lo cual solia yo hablar con mis amigos mas difusamente con reglas geométricas, haciendo en su presencia la demostración de todo, la cual no he querido poner aqui por evitar toda prolijidad, y asi solo me he ceñido á exponer meramente los primeros principios de la Pintura; y los llamo primeros, porque son los principales fundamentos del arte para los Pintores que no lo saben. Pero son tales, que el que se haga cargo bien de ellos conocerá el mucho provecho que puede sacar para ilustrar el entendimicnto y para entender bien la definición de la Pintura y todo lo demás que se ha de tratar en los dos libros siguientes. Nadie piense que puede alguno llegar á ser buen Pintor sin saber y conocer á fondo con toda inteligencia el efecto que busca en sus obras; pues en vano se tira el arco si no se ha prefijado antes el blanco adonde se quiere encaminar la flecha. Yo quisiera que todos se persuadiesen que solo podrá ser diestro Pintor aquel que haya aprendido primero á colocar bien los dintornos y todas las cualidades de las superficies; y al contrario, yo aseguro que el que no sepa con toda exactitud y conocimiento todo lo que hemos dicho, jamas podrá llegar al grado de perfección que se requiere; pues todo lo que se ha explicado de la superficie y la sección es absolutamente necesario. Ahora falta instruir al Pintor en el método que ha de observar para imitar con la mano los objetos que tiene ya concebidos en el pensamiento.